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domingo, 23 de noviembre de 2014

RAQUELITA.

Raquelita estaba consciente de que la suya era una belleza excepcional. Pero no la envanecía ni la intranquilizaba. La tomaba como algo natural, tal como una flor acepta su perfume y una mariposa disfruta sus colores.
Desde que era una niñita llamaba la atención en las calles. Y cuando creció, rubia y espigada, adquirió el porte de una reina.
Cuando los Domingos, a la salida de misa, paseaba con sus amigas por la Plaza del pueblo, ellas parecían como meras damas de honor en torno a una soberana.
Enmudecían los hombres a su paso y un vientecillo de anhelo y ensoñación erótica parecía estremecerlos. Luego se quedaban en silencio, como aturdidos, mordisqueando en secreto la frustración de saberla inalcanzable.
Raquelita había tenido por niñera a una campesina del sector, conocedora de los secretos de las hierbas silvestres.
Toda su sabiduría de bruja se la traspasó a la niña.
Por las noches, las dos se reían en la cocina, comentando los humillantes descalabros intestinales que la ingestión de algunas hierbas producía. Y más de una vez, Raquelita se sintió tentada de probarlas con sus amigas...
Envuelta en un paño, había una raíz oscura, de extraña forma,  que la mujer no quería mencionar.
- Esta raíz mata sin dejar huellas- susurró al fin, acercando su boca desdentada al oído de Raquelita.
El día de su boda, se la entregó en una bolsa de terciopelo, atada con una cinta azul.
-¡Por si llegara a necesitarla, mi niña!  Total, una nunca sabe...
Raquel se casó con un hombre joven y buenmozo, dueño de vastas tierras y cientos de cabezas de ganado.
Ese día, el pueblo entero se agolpó a la salida de la iglesia.
Ella apareció en el atrio, rubia y blanca, coronada de azahares. Todos lanzaron un suspiro de admiración reverente. No habría sido más grande la conmoción si hubieran visto salir a Nuestra Señora llevando en sus brazos al Niño...
Pero, lo cierto fue que ningún niño llegó a alegrar el hogar de Raquelita.
Su marido, a los pocos meses, empezó a pasar el tiempo con los amigos, jugando a las cartas y emborrachándose hasta el amanecer.
Nadie se explicaba por qué dejaba sola a su mujer por las noches ni por qué había cambiado su modo de ser, de hombre correcto y trabajador a disipado y embrutecido.
El pueblo hervía de murmuraciones. Las mujeres le echaban la culpa a ella, los hombres, a él.
Raquelita continuaba yendo a la misa del Domingo, solitaria y majestuosa, con su cabello rubio cubierto por una mantilla negra . Su rostro sereno no revelaba la menor turbación.
Cuando estaba sobrio, su marido salía a recorrer las tierras montado en su caballo.
Un día se empecinó en montar, aunque había bebido. El capataz trató en vano de disuadirlo.
El jinete clavó las espuelas en los hijares del caballo, que enfurecido por el dolor lo arrojó contra una cerca. Quedó inconsciente y los peones lo llevaron en unas angarillas hasta la casa patronal.
Raquelita lo vio llegar en silencio y sin un gesto de alarma, mandó llamar al único médico que había en el pueblo.
El herido se quejaba rabioso de dolores musculares, pero el diagnóstico fue tranquilizador. No había huesos rotos y bastaría con una semana de reposo en cama.
Raquelita no se apartaba de su lado, cambiando ella misma las sábanas y sirviéndole las comidas.
Sobre todo, se esmeraba en prepararle un té amargo, y le aseguraba que si se lo tomaba todo, estaría en pie al cabo  de unos días.
Pero la verdad era que el enfermo se sentía empeorar. Desanimado, notaba que iba perdiendo fuerzas y el médico, en sus visitas, lo miraba con preocupación.
Apenas se iba, Raquelita corría a la cocina a prepararle el té misterioso.
-Ese médico no sabe nada...Esto te va a curar. Es cosa de que tengas paciencia...
Nadie se explicaba el paulatino decaimiento que lo iba invadiendo. ¡Un hombre tan fuerte, tan vital!  Ahora se veía consumido, como si un mal interno lo estuviera minando.
¿Y todo por una caída del caballo?  No podía ser...
El médico insinuó un traslado al Hospital de la ciudad más cercana. Pero Raquelita movió la cabeza con escepticismo y se negó a moverlo.
-Los remedios naturales son los mejores- decía- y se esforzaba en deslizarle cucharadas de té por entre los labios resecos.
-Es cosa de que tengas paciencia....le repetía.
Se lo siguió repitiendo hasta dos días antes del funeral.
Al volver del cementerio, fue a su cómoda y sacó del fondo de un cajón una bolsita de terciopelo.
Comprobó que aún le quedaba la mitad de la raíz y se sintió tranquilizada.
La volvió a amarrar firmemente con la cinta azul y la escondió entre sus ropas.
-Total, una nunca sabe...

7 comentarios:

  1. un saludo cordial y lleno de esperanzas para esta nueva semana, mi gratitud por pasar a acompañar en este día

    muchas gracias!

    un abrazo grande!


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    Magdalena _Meulen

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  2. maravilloso hiciste que me devorara todo el texto ya que una nunca sabe
    te espero querida eres una gran escritora

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  3. Una Quintrala de tomo y lomo. Ohh las mujeres con esas caritas angelicales son capaces de crueldades y pasan "piola". Entretenido convídame de la hierba o yerba que quiero matar a alguien. Nos vemos

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  4. Opino como Gerónimo, toda una Quintrala resultó Raquel y vaya nombre que elegiste ja ja...Me gustó Lily.
    Un abrazo.

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  5. coincidencia o realidad ???
    jajjajaja...que brujas hay por todos lados...y ya vemos no necesariamente de capa negra y nariz con espinillas...jajjajaja

    la Raquelita sabe que nada dura para siempre...menos el amor de un hombre

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