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domingo, 28 de septiembre de 2014

VOLVER.

Hacía veinte años que Juan se había ido de su pueblo natal.
Después de una violenta discusión con su padre, había hecho su maleta y había partido sin decir adiós.
Con el tiempo, logró el éxito en su profesión y llenó su vida con otras cosas y otras personas. Nunca sintió la necesidad de volver.
Alguien que viajaba al pueblo constantemente, le avisó de la muerte de su padre. No sintió dolor. ¡Era natural que muriera, ya estaba viejo! - pensó.   El recuerdo de las cosas amargas que se habían dicho, aún perduraba en su corazón.
No hizo nada por contactarse con su madre y ella no tenía una dirección donde escribirle.
Años después, aquella misma persona lo llamó para informarle de la muerte de su hermana.
¡Cómo!  Nelly, su hermanita pequeña...A ella sí la había querido mucho. ¡Y era demasiado joven para morir!
Lloró a solas y los recuerdos de su infancia inundaron su corazón como una marea incontenible.
Por primera vez sintió remordimientos y pensó que debía ir a ver a su madre, antes de que fuera demasiado tarde.
La nostalgia empezó a atormentarlo. Se imaginaba recorriendo las calles del pueblo y llegando hasta la puerta de su casa. Pero aún así no se decidía a viajar.
Los días se le iban en una  lucha estéril entre su corazón hambriento de aquel cariño y su mente fría que por tantos años le había dictado sus acciones.
Tanto se obsesionó que una noche soñó que había vuelto.
Se vio bajando del tren en la antigua estación tan conocida, mientras una lluvia pertinaz le mojaba la cara.
El pueblo estaba igual y en su sueño, Juan atravesaba corriendo las calles desiertas en su ansiedad por llegar a la casa.
Pero estaba pintada de otro color y en una ventana había un aviso que decía "Se arriendan piezas".
¿Cómo era posible que su hogar estuviera transformado ahora en una casa de huéspedes?
Tocó el timbre y minutos después se abrió la puerta con cautela. En la débil luz que arrojaba la ampolleta del vestíbulo, reconoció a su madre.
Pero ella lo tomó por un extraño.
-¿Qué desea, señor?- le preguntó con tono desconfiado.
Juan vaciló en el umbral, como si estuviera borracho.
- No me reconoce...¡No puede ser!
Con voz ronca logró articular:
-Quisiera una habitación para pasar la noche.
La anciana lo acompañó hasta la pieza que había sido su dormitorio. Ya no estaba su mueble con libros ni aquella colección de mariposas enmarcada en la pared....
Juan se tendió en su antigua cama, sin desvestirse.
A lo lejos, la campana de la iglesia desgranaba sus notas melancólicas. La habitación se llenó de sombras, pero Juan no encendió la luz.
De pronto escuchó la voz de su hermana muerta.
-¡Juan!  ¡Juan!  ¿por qué has vuelto?
Pasó junto a la cama y el roce de su vestido emitió un leve rumor. Juan  se incorporó y la vio inmóvil parada frente a la ventana. La débil luz de un farol de la calle iluminaba su pelo.
-¡Juan! - repitió con voz queda- ¡Es demasiado tarde para volver!
Despertó sobresaltado.  Y ese sueño tan nítido lo hizo decidirse a partir.
Anochecía cuando se bajó en la estación del pueblo. Una lluvia pertinaz le mojaba la cara.
En su ansiedad recorrió casi corriendo las calles solitarias.
Al fin se encontró en la vereda frente a la casa. Vio que estaba pintada de otro color y en una de las ventanas había un cartel que decía : "Se arriendan piezas".
Sobrecogido de angustia, se quedó parado frente a la puerta y no se atrevió a llamar. 

4 comentarios:

  1. Pobre Juan, tantos años de rencor le vació el corazón, perdió la emoción de un abrazo fraterno, filial. Cuando su alma gritó en los sueños y reaccionó fue tarde. El único amor cierto el de su hermana ya no estaba y no tuvo coraje para enfrentarse a su madre. Juan seguirá errante por la vida, posiblemente sintiéndose siempre un extranjero. Me gustó.

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  2. muchas viajan con semejantes mochilas sobre sus hombros...
    vivir en esa soledad impuesta es lo peor...nada bueno siembre el rencor...y huir menos...

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  3. Dice Sergio Cereceda :
    Este cuento me pareció muy bueno porque me hizo recordar mi pasado. hay cosas que se repiten en el tiempo.

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