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domingo, 23 de marzo de 2014

OLVIDANDO A ELENA.

Cuando Elena le dijo que quería divorciarse, que su matrimonio había sido un error, Pablo se sintió humillado hasta el aniquilamiento.
Dos lágrimas rodaron por su cara mientras ella lo miraba con una lástima fría, como se mira a un animal enfermo.
Le había confesado que cuando recién se casaron había creído amarlo y después se dio cuenta de que no podía amar a nadie. Al principio, se había afligido ante ese descubrimiento, pero después se sintió libre porque pensaba que el amor es sólo una obsesión estúpida que esclaviza a la gente.
Pablo no pudo más y salió dando un portazo. No quería seguir escuchando esa confesión que para ella era un desahogo y para él, un dolor que lo atravesaba como una barra ardiendo.
Al cabo de dos días, volvió al departamento a buscar sus cosas. Elena no estaba pero, con una meticulosidad hiriente, le había dejado la ropa limpia y doblada sobre la cama.
El closet estaba vacío con la puerta abierta.  A Pablo le pareció que de ahí salía el espectro de su amor y le ayudaba a llevar las maletas hasta la salida.
Y así fue como empezó su vida de hombre solo y desilusionado. Pensó que otros como él formaban una muchedumbre que recorría las calles por la noche y llenaba los bares hasta el amanecer.
Una tarde en que deambulaba por un barrio desconocido, pasó frente a una casa de dos pisos.  En una ventana del piso superior vio a una mujer parada tras los cristales.
Estaba inmóvil mirando a los escasos transeúntes que pasaban a esa hora y sus ojos se fijaron en Pablo.
El aminoró su marcha para contemplarla. Le pareció bellísima.
Llevaba una corta melena pegada a su cráneo, semejante a un casco de oro. Era alta y su cuerpo era erguido y firme, como si llevara puesta una armadura también dorada.
-¡Una walkiria!- pensó Pablo, sin saber por qué. Y es que le parecía irreal y semejante a una diosa nórdica.
Aunque creyó notar que ella aún le miraba, se sintió obligado a seguir su camino. Pero, al cabo de un rato de vagar por las inmediaciones, volvió a pasar bajo la ventana donde la había visto.
Ya no estaba y en su lugar, un hombre de mediana edad se movía tras los vidrios. Pablo pensó que era su marido y decidió no volver.
Sin embargo, dos días después sintió la necesidad de verla.
La luz estaba encendida y no había cortinas que velaran el interior de la pieza. La vio parada frente al hombre, que parecía hablarle. Le puso las manos sobre los hombros y luego, delicadamente, manipuló algo en su nuca. Pablo pensó que le abrochaba el cierre de un collar.
Ella movió repetidas veces su cabeza y alzó los brazos. Luego los bajó  e hizo un gesto afirmativo. Todo parecía una especie de juego, pero él se mostró satisfecho y le dio unos golpecitos en su cabeza dorada, como quién acaricia a un niño.
Pablo se alejó embargado por la tristeza. ¿Qué tenía que hacer allí?  Era evidente que ella era casada y él no estaba dispuesto a volver a sufrir ni a interferir tampoco entre dos personas. ¡No tomaba el amor tan a la ligera!  Le dejaba a Elena la crueldad y la carencia de escrúpulos...
Pero, estaba obsesionado por la desconocida.
Empezó a ir todas las tardes a rondar por su calle. A menudo la divisaba en la ventana. Ella lo miraba fijamente pero no le hacía ni un gesto. A Pablo le parecía que en sus ojos había una tristeza anhelante, como si quisiera decirle algo.
El marido salía siempre solo dejándola encerrada en esa casa sombría. ¿Por qué nunca los había visto salir juntos?
Pensó que quizás era un tirano posesivo, que quería tenerla sólo para él.
Una tarde el hombre volvió sorpresivamente a la casa y antes de entrar, levantó la vista hasta la ventana donde estaba ella.
Debió subir en dos zancadas, porque casi en seguida, Pablo lo vio cogerla de los hombros y arrastrarla con brusquedad hacia el interior de la pieza. Ella no hizo ni un gesto de protesta ni dijo nada. Seguramente le tenía miedo.
 Pablo supuso que el marido había adivinado la muda comunicación que se había establecido entre ellos. Más de alguna vez habría notado su presencia en la vereda...
Pero, no podía dejarla. Estaba seguro que ella lo esperaba y que al verlo llegar, sus ojos se  encendían con un brillo secreto.  Su boca se entreabría en una semi sonrisa y Pablo se preguntaba con anhelo cómo sería besar aquellos labios pálidos.
Ya no pensaba en Elena. Ni le importaba tampoco el riesgo que corría al obsesionarse con una mujer casada.
 Nada es imposible para los que aman, pensaba. ¡La locura del Amor hace posible todo!
La adivinaba solitaria y triste como él y estaba convencido de que un día se decidiría a salir a hablarle. Le diría que era desdichada, que se la llevara con él, lejos de ese hombre frío y opresor, que la trataba como a un animal doméstico...
 Una tarde, el marido al volver lo miró con recelo. Le clavó unos ojos inquisitivos y luego se apresuró a abrir la puerta.
Pablo permaneció ahí, temiendo por ella. Quizás se preparaba a hacerle algún reproche violento. O lo que era peor, podía intentar hacerle daño.
Al cabo de un rato que le pareció eterno, la luz de la habitación se encendió y lo vio acercarse a ella con un arma en la mano. ¡No había duda!  Un brillo metálico pareció cortar el aire...
Horrorizado, Pablo corrió a llamar a un policía que patrullaba los alrededores de una industria vecina.
-¡Venga, por favor!  ¡En esa casa hay un hombre que va a cometer un crimen!
-¿Qué dice?
-¡Que va a matar a una mujer!  Lo vi acercarse a ella armado con un puñal !
   El policía llevó la mano a su pistola de servicio y ambos corrieron en dirección a la casa. Golpearon la puerta violentamente.
Momentos después, les abrió el dueño con cara de sorpresa.
-¿Qué pasa? ¿Qué es ese estrépito que están armando?
-Este señor me informa que usted está maltratando a una mujer- le respondió el policía.
-¿Qué....?  ¡Pero si aquí no hay nadie más que yo!  Soy ingeniero electrónico y este es el taller donde desarrollo mis inventos.
-Perdone, pero este señor lo vio acercarse a una mujer con un arma en la mano.
El hombre pareció reflexionar un momento y luego se rió burlón.
-¿Sería ésta el arma, por casualidad?
En su mano sostenía un desatornillador.
-Pasen, por favor-les rogó, distendido- y sin guardarles ningún rencor, agregó sonriendo- Ahora entiendo lo que pasó.
Lo siguieron por la escalera y entraron en una habitación llena de maquinarias y de aparatos electrónicos. El hombre tomó un control remoto de sobre la mesa y lo accionó suavemente.
La hermosa mujer que estaba parada junto a la ventana caminó gracilmente hacia ellos. El suave ronroneo de un motor, casi inaudible, acompañaba su desplazamiento.
-Este es el prototipo HD45-Z, mi última creación. Cuando ustedes golpearon la puerta, estaba a punto de hacerle unos pequeños ajustes. ¿Verdad que parece casi humana?


6 comentarios:

  1. vaya doble dilema...
    enamorarse de una máquina...
    hay algunos que les toca duro...
    es la vida nadmas

    amiga te dejo un abrazo grande y mi gratitud de siempre!

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  2. Te cuento que me han gustado mucho tus cuentos. Los temas son tremendamente originales y con redacción brillante.¿No has pensado en la posibilidad de editarlos?

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  3. Lily, lograste que no bajara a tomar mi taza de té antes de finalizar el cuento, más que original, este escrito revela una tremenda imaginación y talento. Me quedé pensando que no estamos lejos de ese momento en que máquinas y hombres compartamos actividades y, en algún momento este tipo de situación será posible.Un abrazo para ti.

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  4. GENIAL
    Me lo lei todo
    Bien escrito me ha encantado tu estilo y tu imaginacion.
    Hace tiempo que no leia algo tan bueno
    Segui escribiendo
    Te espero escritora

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  5. Dice José Filkelstein:
    Definitivamente me encantó. Tienes una imaginación desbordante. Y le diste un final inesperado y sorprendente, como debe pasar en los cuentos.

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