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lunes, 9 de septiembre de 2013

PLUMAS BLANCAS.

Una mañana, al despertar, Juanito encontró varias plumas blancas entre las sábanas de su cama.
Pensó que seguramente la noche anterior había olvidado cerrar la ventana y por ahí se había  colado un pato salvaje.
Pero la ventana estaba cerrada y él sabía que aún no era tiempo de que llegara a la laguna la bandada de patos que venía desde el Sur.
Cada Primavera esperaba con ansias el día en que aparecían, volando en un triángulo perfecto. Golpeando sus alas vigorosas y rítmicas, descendían sobre el agua. Se posaban en ella con suavidad, fatigados, pero contentos de haber llegado por fin a su destino.
Juanito se pasaba horas sentado en la ribera, viéndolos retozar. Se llamaban entre sí con suaves graznidos y el niño trataba en vano de comprender su lenguaje. A veces, se acercaba a él el pato más grande, que era el guía de la bandada. Estirando su cuello, lo picoteaba suavemente en una oreja. ¡No cabía duda de que lo consideraba su amigo!
Pero, ese año no habían llegado aún. ¿Cómo explicar entonces esas plumas entre sus sábanas?
Se vistió apurado y bajó corriendo a la cocina, donde lo esperaba su abuelita.
-¡Rápido, niño!  Que se le enfría la leche...-lo amonestó, más risueña que enojada.
Ella lo quería mucho, desde el día en que lo había encontrado en la puerta de su cabaña, envuelto en una colcha de plumas.
-¡Cuéntame, abuelita!  ¿Cómo fue que me encontraste?
Siempre le pedía que le contara la historia, y ella no se cansaba de repetirla:
"Fue una mañana de Primavera. Me acuerdo que el día anterior habían llegado los patos a la laguna. Te tomé en mis brazos, y al no ver a nadie que te buscara, entré contigo a la casa y desde entonces eres mi nieto."
Juanito partió apurado a la escuela y desde  lejos, vio la bandada de patos cruzando el cielo.
Disminuyeron de a poco la velocidad de su vuelo y se posaron sobre el agua que resplandecía al sol.
Esa tarde, no perdió ni un minuto en correr a saludarlos.
El guía nadó hasta la orilla y posó la cabeza sobre su hombro.
-¡Qué cansado estoy!- parecía decir con su suave graznido- ¡Ha sido un viaje muy largo!
Esa noche, cuando Juanito se bañó antes de acostarse, vio que el agua de la tina quedaba salpicada de plumas blancas. Palpó su espalda y sus hombros y notó que tenía unas protuberancias. Decidió no decirle nada a su abuelita y se puso el piyama apurado, antes de que ella entrara a darle las buenas noches.
A partir de ese momento, el cambio fue muy rápido.
Al despertar, vio que sus brazos se habían trasformado en alas. Asustado, las ocultó en las mangas del sweter.
La abuelita no se dio cuenta de que no había tomado su leche, porque no podía levantar la taza de la mesa. Salió corriendo, con un trozo de pan entre los dientes.
Durante el día, todo su cuerpo se fue cubriendo de plumas.
Al salir de la escuela, se encaminó hacia la laguna.
Los patos retozaban en el agua con júbilo y al verlo, lo saludaron como si fuera uno de ellos.
Por primera vez, pudo entender lo que le decían:
-¡Mañana partiremos a un lago muy grande que hay más allá de la montaña! ¡Sí! ¡Mañana sin falta nos iremos!
Al día siguiente, fue imposible ocultarle su secreto a la abuelita.
Entró volando a la cocina y ella le dijo:
-¿Qué es eso, niño?  ¿No ve que va a chocar con la lámpara? Baje de ahí a desayunar, para que se vaya a la escuela.
Juanito descendió y la rodeó con sus alas:
-Abuelita, ya no podré ir más a la escuela porque me he convertido en un pato salvaje.
-Es cierto, mi hijito- le respondió ella, con naturalidad- Cuando te encontré aquella mañana en el umbral, envuelto en esa colcha de plumas, supe que no me durarías toda la vida.
Juanito picoteó suavemente su cuello, haciéndole cosquillas.
-Abuelita, nos vamos mañana al lago que hay más allá de las montañas.
Ella sonrió con valor, pero un arroyuelo de lágrimas corría por su cara.
-¡No llores, abuelita! Tú sabes que volveré en la próxima Primavera.
Cuando la bandada pasó volando sobre la cabaña, la abuelita salió a la puerta, agitando su pañuelo blanco.
Juanito la miró largamente y atesoró la imagen en su corazón, mientras volaba con la bandada  hacia el ocaso. 



3 comentarios:

  1. Cuantos niños no quieren volar amiga
    irse para siempre!
    quizás por todo el dolor que pasa por esta tierra
    quizás por el ansia de volar muy lejos...
    algunos quizás lo logran al fin
    ser únicos y auténticos sin olvidar de donde vinieron
    y sa verdad los haga volver siempre al lugar donde nacieron

    gracias por tus saludos en mi cumple amiga

    abrazos
    y orar por la paz de este país!

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  2. Volar, siempre volar... Lástima que algunos no seamos patos, y sigamos atados a la tierra.
    Abrazos, hoy especiales

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  3. Bonito y sentimental cuento. Por suerte, el protagonista vivió su transformación mejor que el pobre Gregorio Samsa. La pena es la de la abuela, teniendo que asimilar esa marcha.

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