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lunes, 2 de septiembre de 2013

EL NAUFRAGO.

Pablo se concentró desesperadamente en alcanzar la costa, sin hacer caso a los gritos de los que se ahogaban. Hacía tiempo que la vida le había enseñado que mirar atrás era nefasto, que uno debe seguir adelante, sin preocuparse por los que quedan en el camino.
Vio la cabeza de uno de sus compañeros hundirse y emerger en varias ocasiones. Escuchó que lo llamaba, pero siguió nadando sin atender a  sus gritos. Después, solo escuchó el ruido feroz del oleaje reventando contra las rocas y supuso que se había ahogado, como el resto de la tripulación.
El alcanzó la playa y se echó sobre la arena, respirando el aire a bocanadas.
Vio como el casco de la embarcación se alzaba en un remolino de espuma y desaparecía tragado por el agua. Después, sólo quedó la inmensidad del mar.
Todavía no se convencía de haber podido salvarse. ¡Quizás la vida le estaba pagando la deuda que tenía con él, por todo lo que lo había maltratado!
Dejó que el sol secara su piel y se sintió vivificado.
Las olas le habían arrancado la camisa y el pantalón estaba hecho girones al enredarse en los arrecifes de la orilla.
Pero comprobó que el mar no había podido arrebatarle la cadena de plata que llevaba alrededor del cuello. De ella pendía una medalla de la Virgen, que su mamá le había regalado el día de su Primera Comunión.
¡Qué lejos estaban aquellos años de su niñez!  La escuela, los juegos con sus amigos del barrio, las caricias de su madre...
Hacía mucho tiempo que no la veía.
 La última vez que lo visitó en la cárcel, él mismo le pidió que no volviera. Su llanto le hacía daño y lo llenaba de vergüenza.
Aquellos sentimientos se trasformaron en una rabia ciega, cuando ella le preguntó llorando:
-¿Por qué, mi hijito, por qué?
Le respondió a gritos, sin poder contener su frustración:
-¿Y qué esperaba?  ¿No era mi padre un ladrón acaso? De esa semilla vengo yo...Y usted  ¿cree que no sé de qué tugurio de mala fama la sacó él? Tuvo suerte de que se enamorara como un estúpido...
Ella se cubrió la cara con las manos.
Pero, él había continuado implacable, poseído por un deseo de destrucción de todo lo bueno que aún quedaba en su vida.
-Con esa herencia, ¿qué esperaba pues, señora?  Y ¿sabe?  Es mejor que no venga más por aquí, si va a venir a llorarme.
Ella dobló la cabeza, abatida. Sus manos escarbaron en el fondo de su bolso, como buscando algo. Entonces, sacó la cadena con la medalla y sin prestar atención al gesto hosco de Pablo, se la puso alrededor del cuello.
-La encontré en el cajón de tu velador y te la traje para que te proteja.  ¡No te la quites de nuevo, por favor!
Se fue llorando, encorvada y vacilante, como un pájaro que arrastrara un ala rota.
Antes de acompañarla afuera, el gendarme le lanzó a Pablo una mirada de desprecio.
Tres años estuvo en la cárcel.
Salió endurecido y rabioso, pero se juró que nunca más lo volverían a meter ahí dentro.
Tampoco volvió a ver a su madre.
Buscó trabajo en barcos pesqueros o de carga y pasó mucho más tiempo en el mar que en tierra firme.
Así fue como se encontraba a bordo del "Albatros" cuando se produjo el naufragio. Una mala maniobra y el mar embravecido se habían confabulado para lanzar al barco contra unos arrecifes.
Luego de descansar al sol, se refugió en una cabaña de pescadores abandonada.
Encontró una vieja chaqueta y se la puso sin vacilar. Caía la tarde y empezaba a hacer frío.
Se tendió en un camastro y agotado, se durmió de inmediato.
Soñó con su madre.
Cuando despertó, ya era de noche y a través de una ventana sin vidrios, distinguió el resplandor de las estrellas.
Recordó su sueño y de nuevo el rostro entristecido de su madre se le presentó con claridad alucinante.
Hacía cinco años que no la veía, pero algo en su corazón lo llevaba hasta ella.
¿Viviría aún en la vieja casa de la infancia?
Al amanecer, tomó el tren que lo llevaría a su pueblo.
Viajó todo el día y llegó al anochecer. Se alegró de que las sombras lo ampararan, porque no quería que nadie lo viera. Sentía odio y vergüenza, adivinando el desprecio que le demostrarían los vecinos al mirarlo.
Vio una luz encendida en la casa y se acercó a espiar por la ventana.
Vio a su madre sentada en un sillón. Se sorprendió penosamente al verla tan frágil y envejecida.
Su pelo lucía gris y opaco, bajo el resplandor de la lámpara.
Entró sin hacer ruido y se paró frente a ella. Vio que lloraba, sosteniendo en sus manos una fotografía. ¡Era de él, cuando tenía seis años!
-¡Mamá!- la llamó en voz baja. Pero ella pareció no oírlo.
Tenía la cabeza doblada sobre el pecho y los sollozos sacudían sus hombros encorvados.
-¡Mamá! ¡Regresé, mamá! ¿Qué te pasa?  ¿Por qué no me miras?
La llamó varias veces, pero ella nunca reaccionó.
-¡Mamá!  ¿Aún me guardas rencor? ¡Por favor, mírame y dime que me perdonas!
........................................................ 
Mientras, unos pescadores observaban sobrecogidos los restos del naufragio que el mar iba depositando sobre la arena.
-¡Mire, compañero!  Ahí viene flotando un cadáver...
Enredado entre trozos de madera y algas, vieron a un hombre cuya cabeza subía y bajaba entre las olas.
Se metieron al mar a sacarlo, pero de sobra sabían que estaba muerto.
Lo tendieron en la playa y lo miraron en silencio.
"¡Mañana será uno de nosotros! " pensaron ambos, pero ninguno habló.
Al cabo de un rato, el más viejo de los dos, examinó compadecido al muerto.
-¡Era joven, el pobre!  ¿Quién sería?  No tiene nada con qué identificarlo... ¡Apenas sí el mar le dejó unos harapos!   
-Pero trae una cadena ¡mire! Quizás ahí venga el nombre... ¡Parece una medalla de Primera Comunión!



2 comentarios:

  1. ¡Vaya comienzo más egoísta y trágico! Era para decir “¡Mira, siempre se salvan los malos!”.
    Pero luego sorprendes con el final, que le da un giro al sentimiento del lector respecto al personaje. Buena ocurrencia.
    Me gustó el detalle de la madre, siempre cariñosa pese al rechazo.

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  2. Vaya Lilly, me ha sorprendido el final, cuando la llamaba y no le oía pensé que la pobre estaba tan abrumada...
    Pero el final lo aclara todo, desde luego parece que recoges retazos de la vida misma.
    Un abrazo.
    Ambar

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