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jueves, 12 de septiembre de 2013

CORAZONES Y RELOJES.

Anselmo tenía el corazón roto.
Lo sabía, porque al suspirar creía percibir en su interior un extraño sonido de engranajes sueltos.
Y lo peor era el dolor que le escarbaba el pecho, como las garras de una pantera.
Sabía exactamente el día y la hora en que su corazón se había destrozado.
Fue esa tarde en que vio a Josefina del brazo de otro hombre.
Pero ¿era válido decir "otro hombre" si él, Anselmo, nunca había sido nada en la vida de ella?
Hacía rato que había cumplido los cuarenta y ella tendría, a lo sumo, un poco más de veinte.
Había llegado como secretaria de Ventas, recién obtenido su diploma, cuando Anselmo ya llevaba años como Jefe de Cobranzas.
Cuando la vio por primera vez, tuvo que frotarse los ojos para convencerse de que no era un espejismo.
 Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos grandes y oscuros, rodeados de largas pestañas. Su boca era pequeña y tenía exactamente la forma de un corazón.
Una tarde en que llovía mucho, se hizo el encontradizo con ella, a la salida de la oficina.
-¡Josefina!  ¡La pilló la lluvia sin paraguas, igual que a mí!
Ella sonrió con esa forma encantadora que tenía, que le llenaba las mejillas de hoyuelos.
Al ver que se disponía audazmente a enfrentar el chaparrón, Anselmo reunió valor y le preguntó:
-¿Por qué no me acompaña y nos tomamos un café en la esquina, mientras amaina un poco?
Ella aceptó.
Para frustración de Anselmo, la lluvia cesó al cabo de un rato corto y no se le ocurrió ningún pretexto para retenerla.
-¡Ya es tarde!- dijo ella.
-¡Pero, no!- exclamó él, consultando el antiguo reloj que había heredado de su padre- ¡Son apenas las siete!
Josefina lo miró, con un leve destello de burla en los ojos. Sacó su celular y comprobó  la hora.
-¡Creo que su reloj no funciona! Ya son pasadas las siete treinta...
Era verdad. El reloj se había detenido.
Anselmo pensó que lo había hecho en complicidad con su corazón, que ansiaba tanto que aquellos minutos pasados junto a ella no terminaran jamás.
Pero, al día siguiente, le llegó el golpe de gracia.
En el pasillo vio a Josefina, conversando con las demás secretarias. Lo miraban a él y se reían, maliciosas.
Escuchó que ella comentaba:
-¡No es que sea anticuado de  romántico!  ¡Es anticuado de viejo, nada más!
Y Anselmo adivinó que se refería a él.
Sin embargo, no perdió la ilusión y se convenció a sí mismo de que había escuchado mal. ¡No ganaba nada con ser tan suspicaz!
De nuevo se las arregló para esperarla a la salida.
Notó que se demoraba más que otros días y al verla, adivinó por qué.
Salió peinada y maquillada como para una ocasión especial.
La vio caminar sonriente al encuentro de un joven. Su rostro resplandecía de placer, al cogerse de su brazo. Anselmo retrocedió hasta el kiosko de diarios y se quedó parado ahí, hasta que los vio doblar la esquina.
Fue ese el minuto exacto en que se rompió su corazón. Sintió que se abría con un chasquido y vomitaba dentro de su pecho un montón de piezas sueltas.
Se alejó despacio, sintiéndose viejo. Incapaz de competir con aquel muchacho que se la había arrebatado, sin hacer un esfuerzo.
Caminado, se encontró en una callecita de barrio, que no conocía. En un pequeño local, vió un letrero que decía "Se arreglan relojes".
Vio que era la ocasión para hacer componer el viejo reloj heredado, que lo había dejado en vergüenza delante de Josefina.
Adentro vio a un anciano, trabajando con finos instrumentos en un reloj de péndulo, a medias destripado.
Levantó la vista al entrar Anselmo y le pidió que lo esperara un momento.
Anselmo se sentó en un sillón y cerró los ojos. ¡Se sentía tan desanimado!
El relojero se paró frente a él y le preguntó:
-¿Qué es lo que necesita compostura?  ¿Su reloj o su corazón?
-¡No entiendo!- exclamó Anselmo- ¿Usted arregla corazones con piezas de relojería?
-¡Pero si son casi lo mismo! El reloj es el corazón del tiempo y late igual que el de los humanos. Para mí, no hay ninguna diferencia.
-¿Y qué tengo que hacer?
-¡Nada! Usted siga descansando. De todo me encargo yo, no se preocupe.
Anselmo notó que se estaba haciendo de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? Se sentía confuso.
El relojero lo miraba sonriendo.
-¡Todo listo, señor! Su corazón ha quedado como nuevo.
-¿Y podría decirme qué repuesto me puso?
-¡El mecanismo de un reloj cucú!  Ahora tiene en su pecho un pájaro que canta. ¡No cabe duda de que mejorará su ánimo!
-¿Está usted loco? ¿Piensa que voy a ir por la calle marcando el tiempo cada cuarto de hora?
Indignado, se paró del asiento... Y ese movimiento brusco lo despertó. ¡Había estado soñando!
Vio que el anciano aún permanecía inclinado sobre la maquinaria del reloj de péndulo.
En ese instante, dio su tarea por terminada y le pidió a Anselmo que le entregara el suyo, para examinarlo.
Lo abrió y estuvo un rato manipulando delicadamente las ruedecillas.  Luego observó, con desaliento:
-No hay piezas de repuesto para un reloj tan antiguo. ¡Creo que no tiene arreglo!
Y a Anselmo le pareció que le decía que su corazón tampoco.... 



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