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martes, 9 de octubre de 2012

UN VERANO CON LALITA.

A fines de Enero llegó una carta de Santiago. Era de la tía Lucy, hermana de mi mamá.
Ella terminó de leerla con una sonrisa y nos informó, a mi hermano Julio y a mí, que la prima Lalita iría a pasar unos días con nosotros.
No la veíamos hacía por lo menos diez años y los dos nos acordábamos de una chiquilla pecosa de piernas flacas y bien poco agraciada, para ser sinceros.
-¿Qué edad tendrá ahora Lalita?-se preguntó mamá, clavando los ojos en el techo, como si ahí tuviera impreso un calendario.
-Creo que diecisiete o dieciocho....- continuó, haciendo memoria.
Julio y yo paramos las antenas al escuchar eso, pero preferimos no hacernos muchas ilusiones. Teníamos clara en la mente esa imagen de unas piernas de alambre y unos dientes con frenillo.
Pero, la que llegó días después nos convenció de que los años y los cambios hormonales pueden hacer milagros, en lo que a las chicas se refiere.
Del bus se bajó una muñeca de pelo rizado, dientes perfectos y una figura escultural, incluyendo las piernas, que nos dejó sin aliento.
Ambos nos precipitamos a tomar su maleta, pero ella, sin vacilar, se la entregó a Julio.
El se quedó entre sorprendido y orgulloso, pero yo me acordé de que, cuando chica, estaba prendada de mi hermano y lo seguía a todas partes, como perro detrás de un hueso.
Por lo visto, el corazón de Lalita no había sido incluido en los cambios que sufriera su inquietante anatomía.
Comprendí que era el perdedor y di un paso al costado, porque entre Julio y yo hay un pacto de honor, en lo que a mujeres se refiere.
A Lalita le dieron la pieza de invitados, que queda justo al lado del dormitorio de mis papás.
Así es que Julio debió renunciar  a cualquier proyecto audaz, del tipo gato en el mes de Agosto...
Se tuvo que conformar con el amor puro de Lalita. ¡Ojalá yo hubiera tenido que contentarme con otro tanto!
Pero, ella ni me miraba. Concentraba  toda su apasionada atención en Julio, como si hubiera sido el único hombre sobre la tierra.
Una noche en que estaba desvelado y fumaba a oscuras en el comedor, la vi pasar en dirección al baño.  Llevaba una pueril batita estampada de flores y el pelo enrollado con tiras de papel.
¡Ahí estaba el origen de sus  bucles!
Bien anacrónicos, pensé, porque tenía entendido que las niñas de entonces seguían la moda de plancharse el pelo.
Andaban con unas melenas lisas y bien largas, a lo Lady Godiva. (Por mí, ojalá no hubieran llevado nada puesto debajo del pelo, como dicen que hizo esa Lady, pero bueno, nunca la suerte se compadece con los ocultos anhelos que uno tiene...)
Volviendo a Lalita, yo la amaba en secreto y sin esperanzas.
Por eso me dio rabia saber que Julio la estaba engañando con una niña pelirroja que había llegado al pueblo.
Por supuesto, no dije nada, pero Lalita se enteró igual y encaró a Julio temblando de indignación y de pena.
El no supo qué decir y se puso a balbucear como escolar pillado en falta.
Al no recibir un desmentido categórico, ella lo fulminó con una mirada de rayo laser y lo dejó hecho polvo en el suelo.
Pero la desvergüenza lo convierte a Julio en un ave Fenix. Renació de sus cenizas y le dijo, como reconviniéndola:
-Yo te lo advertí.
-¿Qué me advertiste, si se puede saber?
-Que era posible que yo te engañara... Pero, tú me dijiste que estabas segura de que no lo haría. Que confiabas, más que yo  mismo, en la sinceridad de mi amor. Y eso fue....Que confiaste más que yo mismo.
Lalita soltó un grito de indignación y partió corriendo a su dormitorio, deshecha en lágrimas.
Durante un rato escuchamos ruido de cajones, portazos en el closet y después la vimos salir, cargada con su maleta.
Altiva como una reina, no nos miró a ninguno de los dos. Solo se detuvo a dejar un papel doblado sobre la mesa del comedor.
Luego salió por la puerta del jardín y desapareció rumbo al terminal de buses.
Los dos nos precipitamos a leer el contenido del papel. Decía:
"Gracias, tía Flora, por sus atenciones. Me voy a Santiago a inscribirme a la Universidad."
Su huída relámpago me hizo pensar en una piedra arrojada por una honda.
Pero, no era una piedra, era un bumerang. Porque al cabo de una semana, la teníamos de vuelta.
Se echó en los brazos de Julio, le cubrió la cara de besos y declaró que lo perdonaba. Que el amor de los dos era como una roca en un mar embravecido.
Así dijo y pensé que con esa frase revelaba el tipo de novelitas cursis que sacaba de la biblioteca.
  Hundió su cara en el pecho de Julio y exhaló un suspiro de amor reconciliado.
Por encima de su cabecita cubierta de rizos castaños, Julio me lanzó una mirada de resignación.
Y luego, ambos sonreímos como lo que somos, nada más: Un par de perfectos sinvergüenzas.

1 comentario:

  1. ¡Vaya que el final me cogió desprevenido! jaja Estaba ya casi lamentándome del pobre narrador y zas, igualito que su hermano...
    ¡Mira que Lalita, por su físico espectacular, parecía que fuera la que mandara y en cambio se ve presa de su sentimiento de años atrás!
    Ese regreso suyo, lo entiendo pero no hay que hacerlo, no.
    Stop a los/as sinvergüenzas.

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