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viernes, 19 de octubre de 2012

LA HISTORIA DE LA HOJITA QUE VIAJO.

El Invierno había sido corto y más bien piadoso.
Nunca se decidió a hacer el  frío glacial de otros años. Hubo pocas lluvias y abundantes arcoíris.
La verdad era que el viejo ya no estaba con ánimo de desatar esas grandes tormentas que antes tanto lo divertían. Sólo alguna noche soltó un par de truenos, como por compromiso y para no quedar mal.
Ansiaba jubilarse, cansado ya de ser odiado por todos.
Pero, ¿cómo retirarse sin alterar el orden que El Padre Celestial había establecido?
¿Dejar que el Otoño diera paso directo a la Primavera?
¿Ir de las hojas secas a  las flores, prescindiendo de la mágica cristalería del granizo y de la escarcha? ¿Renunciar a la presencia mística de la nieve, cayendo desde el cielo como rosas deshechas?
No, no se vería bien. La Naturaleza no lo consentiría.
Tenía que seguir trabajando, cada año más cansado que el anterior y aburrido de hacer tiritar a los pobres.
¡Era bien triste el papel que le había tocado!
¡Cómo se alegraban todos cuando se iba!
-¡Pasamos Agosto!- exclamaban los viejos, levantando sus rostros mustios hacia el sol y aspirando a bocanadas el aire perfumado.
¡Claro! Todos esperaban con ansias que llegara Ella, la Primavera, con su túnica de verdor y su manto de pájaros.
Cuando el viejo Invierno se iba, chapoteando en los últimos charcos, percibía a sus espaldas un coro de trinos y el aroma embriagador de mil flores suspendido en el aire.
A él, nadie le decía adiós. Y en el otro hemisferio a donde dirigía sus pasos fatigados, tan sólo caras tristes recibían su llegada.
¡Estaba tan cansado de ser el que nadie quiere!
Suspiró y siguió su camino, encorvado bajo el peso de los años y la decepción.
Pero, ¡qué extraño! , aún quedaba una última hoja seca sujeta a una rama.
Ya el árbol se había cubierto de brotes nuevos, pero ella se aferraba con fuerza, sin resignarse a caer.
Sus hermanas habían volado sin un suspiro, resignadas a su suerte, pero la hojita rebelde había resistido todo el Invierno sin soltarse de la rama desnuda.
El viento con su soplo helado y la lluvia con sus dedos de vidrio, habían pugnado por desprenderla.
Pero la hojita gemía, tiritaba... y se mantenía en su sitio.
-¿Qué sería de mí si me dejara caer? ¿A dónde iría?
-Por otra parte, en medio de tanto verdor renovado ¿qué haré yo con mi vestido viejo?
Los brotes, de un verde radiante, la humillaban:
-¿Qué haces tú aquí, pordiosera, con esos harapos amarillos?
-¡ Ya está bien que te vayas y no desentones en medio del esplendor de nuestros vestidos de seda!
Bajo el árbol pasó un viejo melancólico, arrastrando los pies. Era el Invierno que partía.
-¿A dónde vas, Invierno?-preguntó la hojita desde lo alto.
-Voy al Norte- respondió el anciano y una bocanada de aire frío salió de su boca y le escarchó los bigotes.
-¿Y qué encontrarás en esas regiones?
-El esplendor del Otoño que termina. Desprenderé las hojas secas que aún queden y las haré danzar y volar en el viento, sobre los campos mojados.
-¡Entonces, llévame contigo! ¡Allá estaré con mis hermanas y danzaré y volaré con ellas!
La hojita se desprendió sin un rumor y cayó sobre el hombro del anciano.
Ahí se sujetó con fuerza, tal como lo había hecho de la rama y así emprendieron juntos el largo viaje.
Se hicieron mutua compañía y hablaron de cosas muy importantes,  las cuales darían tema para otra historia, que algún día les contaré.


1 comentario:

  1. Me parece que este cuento habla de la soledad a través de esa estación que casi todos detestan... aunque a mí me encanta.
    La historia de la hoja le da el grado de ternura para hacerlo especial.
    Original tu dibujo de la hojita... ¡que no termine su vuelo y vuelva el año próximo!

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