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lunes, 22 de octubre de 2012

LA AÑORANZA DE JUAN.

Juan se sentía incapaz de enfrentar el presente.
La nostalgia del pasado lo abrumaba.
Pensaba que la época de su juventud había sido la única en la que realmente había vivido.
Sólo entonces había sido feliz, cuando tenía el alma llena de ilusiones y aún no conocía el fracaso, la traición de los amigos y el desamor.
Se engañaba a sí mismo mirando hacia atrás y creyendo ver un pasado libre de tristezas.
No advertía que su nostalgia era como una niebla que lo desdibujaba todo.
Y que la melancolía del ayer perdido lo debilitaba y le quitaba fuerzas  para enfrentar el porvenir.
Una tarde en que vagaba por el parque, entregado como siempre a la añoranza, se encontró frente a un muro que se alzaba entre los árboles.
Nunca antes había llegado hasta ahí, en sus paseos cotidianos.
Era un viejo muro cubierto de musgo y en él había una puerta gris, casi oculta por la hiedra.
Con asombro, leyó en el dintel unas letras que decían:
"Pasado".
-¡No es posible!- exclamó incrédulo- ¿Quiere decir que detrás de este muro está la vida que viví, los momentos felices que ansío recuperar?
Empujó la puerta y se encontró frente a una llanura blanca y vacía. Ahí no había nada.
Junto al umbral vio a un viejecito encorvado que portaba un cubo de pintura blanca y una brocha.
Espiaba la cara de Juan y se reía burlonamente, mientras terminaba de dar las últimas pinceladas junto a la puerta.
-¿Eres tú quién lo ha borrado todo?-preguntó Juan- ¡Genio maligno! ¿Por qué lo has hecho?
  -Lo hice para que comprendas que vivir en el pasado es una cobardía. Te mientes a ti mismo, fabricando recuerdos hermosos de cosas que nunca viviste, porque no tienes valor para enfrentar la realidad. Por eso reduje a la Nada tu pasado. Ahora, detrás de ti solo existe un desierto blanco que no te ofrece ninguna escapatoria.
-¡Pero yo ansiaba tanto reencontrarme con mis horas de dicha, con mi juventud perdida!  ¡Y tú me lo impediste!
En un arranque de ira, se arrojó sobre el viejo, queriendo golpearlo.
Sintió que se deslizaba entre sus dedos y mientras lo veía diluirse como un girón de humo, aún escuchó su risa perdiéndose en el vacío que lo rodeaba.
Vio que el cubo se había volcado. La pintura blanca corría como un río hacia el umbral de la puerta y empezaba a borrarla.
Juan alcanzó a adelantar un pié y precipitarse contra ella,  antes de que desapareciera.
Con alivio, se encontró de nuevo en el parque.
Empezaba a anochecer y una llovizna fría entristecía el paisaje.
Buscó a sus espaldas el muro y solo halló la masa oscura y apretada de los árboles.
Pensó que había soñado, que aquella experiencia había sido solo la alucinación de un instante.
 Una intensa turbación se apoderó de su espíritu.
Y si sacó alguna lección de aquel acontecimiento fantástico o si continuó inmerso en su inútil añoranza, eso es algo que ignoro.
 Pero lo voy a averiguar y se los cuento.

1 comentario:

  1. Interesante relato, Lillian. Das un consejo en él que parece llevar mucha razón. Pero, no sé, muchas veces uno mismo está hecho de ese pasado magnificado y si se borra con pintura blanca, termina uno también desapareciendo... Seguramente porque el futuro ya está pintado también de blanco... mortal.
    En esta sociedad, pocas cosas dependen de uno mismo.
    No obstante, suerte para Juan...

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