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miércoles, 24 de octubre de 2012

CELEBRANDO HALLOWEEN.

Era la noche de Halloween.
Hacía horas que estaba frente al computador, luchando con una tarea de Estadística, que podría ayudarme a subir la nota en ese ramo.
Oía pasar a los grupos de disfrazados, riendo y tocando cornetas, rumbo a alguna fiesta y las carreras de los últimos chiquillos, que iban de puerta en puerta exigiendo dulces o amenazando travesuras.
Pensé que habría ruido durante mucho rato y que me vendría bien armarme de paciencia.
Apagué la luz del escritorio y me quedé sentada en la bienhechora oscuridad, pensando en conseguirme la tarea con algún mateo, en lugar de fundirme las neuronas. Sabía que había gente incluso, que compraba las tareas hechas a algún estudiante de cursos superiores.
Sentí que me relajaba y suspiré con alivio.
De pronto vi una pequeña brasa roja arder en la sombra que rodeaba el sillón y un hilo de humo empezó a subir hacia el techo, manoteando en las tinieblas.
-¿Quién está ahí?-grité alarmada y encendí la lámpara de sobremesa.
Vi a un hombre enmascarado, que fumaba negligentemente, recostado en el respaldo.
Llevaba un traje gris y una corbata.
 Será un disfraz de empleado público, pensé por un segundo. Porque no cabía duda, a juzgar por la máscara, que era un tipo que andaba celebrando la Noche de Halloween.
-Y usted ¿cómo entró?- pregunté, severa.
-Perdona- respondió el enfiestado- Andaba por aquí, merodeando sin aviesa intención y vi encendida esta luz. Quise tomar un respiro, para fumarme un cigarrillo.
-Pero, eso no explica que haya entrado sin abrir la puerta.
-Es que soy un fantasma. No sé si eso te simplifica las cosas.
La verdad es que no me asusté. Me creo inmune a zombies y a vampiros. Los únicos que en realidad me dan miedo son los vivos.
-¡Ah! ¿Y qué te trae por estos barrios?
-Mira, la noche de Halloween tenemos "chipe libre" para pasarnos a este mundo. Total, nos confundimos con los disfrazados y nadie nos detecta.
-Para serte franco- continuó con soltura- la mitad de los muertos vivientes que ves por ahí, lo son de verdad. ¿O acaso crees que no tenemos derecho a asistir a nuestra propia fiesta?
-Tienes razón. Y, si no es indiscreción ¿cómo te llamas?
-Cuando morí, me llamaba Juan Carlos y tenía veintiocho años. Bueno, sigo teniendo los mismos, porque es obvio que para mí se acabaron los "Happy birthday" con velitas. Las últimas velas que tuve fueron las de mi sepelio....-suspiró con melancolía.
-Y ahora ¿dónde vives?
-En el Otro mundo, por supuesto. ¿Donde más iba a vivir? Y te diré que hacen bien ustedes en llamarlo así, porque es casi el mismo mundo de acá. Como si fuera su reflejo en un espejo quebrado.
Se levantó del sillón y cortésmente me pidió permiso para apagar la colilla en un cenicero.
A continuación me dijo:
-Quiero ir a bailar a la fiesta que hay en la discoteca de la esquina. ¿Te gustaría acompañarme?
-¡Pero no tengo disfraz!
-No te preocupes-repuso él -Échate harina en la cara, píntate un chorreo de sangre en la comisura de la boca y quedarás incorporada al mundo de los vampiros.
Me arreglé rápido y partimos rumbo a la discoteca.
Por supuesto, pasamos totalmente desapercibidos en medio de esa masa de zombies y de esqueletos que brincaban y se contorsionaban al compás de la música.
El fantasma me tomó en sus brazos y dimos vueltas por la pista.
Era tan liviano para bailar que parecía que no tenía cuerpo.
O sea, pensé que en realidad no tenía y me puse algo nerviosa, pero luego me entregué al placer del baile sin cuestionarme demasiado.
El era alto y delgado, (poco le quedaría de carne sobre los huesos, a esas alturas)  y formábamos una pareja espectacular.
En el baño me encontré con Paula, que andaba de Morticia Adams y que me comentó, envidiosa:
-¡Qué regio el tipo con el que viniste! ¡Francamente estupendo! ¡Como de otro mundo! ¿De dónde lo sacaste?
Sonreí misteriosa y no le respondí.
-¡Egoísta!- exclamó, picada- ¡Ay!  ¡Ni que te lo fuera a levantar!
La noche corrió, burbujeante y embriagadora como un río de champaña que se va por el desagüe.
Empezó a amanecer.
Dejando de bailar, él me tomó del codo con su mano enguantada y me condujo hacia la puerta.
-Ya es hora de que nos vayamos.
-¿Por qué tan pronto?
-Mira, no quiero abusar del permiso. Si no, el año que viene, me dejan sin salida.
Acepté resignada y nos fuimos caminando despacio. La cruda luz del alba hacía añicos el cristal de aquella noche mágica.
Nos detuvimos frente a la puerta de mi casa.
-Antes de irte-le pedí- ¿Te quitarías la máscara para que pueda conocerte?
Vaciló un instante y luego se la sacó con un gesto de disgusto, arrojándola en la vereda.
Sobre el cuello de su camisa no había nada.
Mejor dicho, había aire, la luz sucia del amanecer, el farol encendido de la avenida, en el cual se apoyaba....
Aparte de eso, nada.
Me abatió una tristeza muy grande y tendí mis brazos hacia él, con impotencia.
El recogió la máscara y volvió a ponérsela.
Inmediatamente, recuperó su identidad.
Por un segundo, pasó por mi mente la reflexión de cuántos otros en este mundo, sólo parecen reales porque llevan una máscara sobre su vacío existencial.
Lo vi alejarse tranquilo, sin preocupaciones ni dudas.
 En la esquina, se detuvo un momento para encender un cigarrillo.
¡Total, a esas alturas, la propaganda antitabaco lo tenía sin cuidado!

1 comentario:

  1. Y quien sabe si en estos mundos paralelos de una fina separación a veces no se crzan los caminos, y estamos mezclados, ellos nos ven y nosotros a ellos no.
    Son, temas para pensarlo.
    Un abrazo.
    Ambar.

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