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domingo, 8 de marzo de 2015

HISTORIA DE FEDERICO.

A la salida del pueblo donde vivía Federico había dos caminos que conducían a la ciudad vecina.
Uno estaba pavimentado y por él circulaban numerosos automóviles.
El otro, no lo tomaba nadie. Era un viejo camino de tierra, que decían era más largo, con muchos rodeos inútiles. No valía la pena perder el tiempo y llenarse de polvo los zapatos.
Cuando Federico quiso partir a buscar lo que la Vida podría ofrecerle, se fue a pie, con su vieja mochila colgada a la espalda.
Se detuvo en la encrucijada y sin saber por qué, tomó el camino de tierra.
Hacía muchos años que nadie lo recorría, al extremo de no saberse qué sorpresas podía ofrecer al cabo de tanto tiempo.
Federico sintió curiosidad. Además no estaba apurado. Tenía sólo veinte años y todo el tiempo del mundo, desenvolviéndose frente a él  como una cinta de plata.
Pero ¡ de veras que el camino era muy largo! Cayó la noche y aún no lograba salir del bosque que crecía a ambos lados. Se sentía cansado y sediento y lamentaba su tonta aventura.
Caminó toda la noche y al amanecer se encontró a la entrada de un pueblo desconocido.
En la plaza había una iglesia y en la iglesia una campana que empezó a repicar de inmediato,  y a Federico le pareció que le daba la bienvenida.
Mucha gente acudía a misa y al pasar lo saludaban sonriendo, como si lo conocieran desde siempre.
En un banco de la plaza vio a un anciano que alimentaba a las palomas.
-Señor- le preguntó- ¿ Cómo se llama este pueblo?
- Se llama Pueblo Feliz.
-¡ Qué nombre tan sugerente!- exclamó Federico- ¿ Y existe alguna razón que justifique ese nombre?
-Por supuesto- le respondió el anciano, con una sonrisa- Aquí todos son felices, incluso yo, que estoy tan viejo. En lugar de amargarme por mis achaques, despierto cada mañana agradecido y contento de vivir un día más.
Federico se quedó pensativo. Se preguntaba cómo nadie en su pueblo sabía de ese lugar. Todos pensaban que el camino de tierra era largo y árido y que no valía la pena transitar por él. Y mientras, al final del bosque se había levantado ese pueblo de casas blancas con jardines de rosas, donde uno podía hallar la felicidad sin ningún esfuerzo.
-¿ Para qué seguir andando?- se dijo- Sería un tonto si me fuera de aquí.
Pero, con el paso de los días empezó a sentir un desasosiego creciente y un tedio abrumador.
Aquella alegría constante, aquella serenidad de espíritu, en lugar de hacerlo feliz , lo intranquilizaban.
-No- reflexionó Federico - No es aquí donde está la Realidad que quiero conocer. Esto es como un sueño que nunca termina. Y yo no quiero soñar, yo quiero vivir.
Tomó su mochila y se dirigió a la salida del pueblo.  Todos, al verlo pasar, le sonreían y le deseaban buen viaje. Nadie se apenaba al verlo partir. ¿ Cómo podrían entristecerse si eran tan felices?
Al pasar por la plaza, vio al anciano dándole miguitas de pan a las palomas.
-¡Adios, abuelo!  Me voy....
-¿ Y por qué te vas?
-Porque no estoy preparado todavía para ser feliz. Necesito sufrir primero. Cuando haya conocido el fracaso, la decepción y el dolor, recién  entonces podré decir que he vivido. Sólo se aprecia la Felicidad cuando se conoce el sufrimiento.
-¿ Volverás?- le preguntó el anciano.
-Creo que sí...
-  Cuando vuelvas, seguro que ya me habré ido. ¿ Podrías seguir tú alimentando a las palomas?



2 comentarios:

  1. No, pués, José. No seas tan pesimista. El cuento dice que la felicidad no se saborea sin haber conocido primero el dolor. Y en ese pueblo, la Muerte era tomada como algo tan natural como respirar y dejar de hacerlo, Y ojalá todos pudiéramos pensar así.

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