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lunes, 23 de septiembre de 2013

LA NIÑA JUGUETE.

Edelmira tenía seis años y era alegre e inquieta como todas las niñas de su edad. La gustaba correr, saltar y gritar, porque sentía que si no lo hacía, su cuerpo podría explotar como un globo demasiado lleno de gas.
Pero, sus papás siempre estaban haciéndola callar y pidiéndole que se estuviera quieta.
-¡Edelmira, basta! Siéntese derecha en su silla y coma en silencio.
-¡Edelmira! Le dije que no fuera a jugar al jardín. ¡Mire como se ha ensuciado el vestido con tierra!  ¡Y los zapatos!  Ha dejado un rastro de barro hasta su dormitorio.
-¡Edelmira!  ¡No corra, que me duele la cabeza!  ¿Por qué no ve televisión tranquila, con el volumen bajo?  Las niñas educadas saben entretenerse en silencio y comportarse como señoritas.
Y así, todo el día.
Edelmira se fue poniendo triste. Andaba de puntillas por la casa, para no hacerse notar y se quedaba largas horas mirando el jardín, pegada a los cristales de la ventana.
Como todo lo que hacía les molestaba, terminó por pensar que sus papás no la querían.
Su padrino, que era un famoso fabricante de juguetes, empezó a observarla, cuando iba a la casa, de visita. La quería mucho y se afligió al verla tan callada y tan triste.
La llevó a tomar un helado y por el camino, le preguntó qué le pasaba.
-Es que los papás no me dejan correr, ni jugar ni cantar... Esperan que esté todo el tiempo quieta y en silencio, para que no los moleste. ¡Ellos no quieren tener una niñita viva sino una estatua que les decore el salón!
El padrino se quedó pensativo y luego la tranquilizó:
-¡No estés triste, Edelmira!  Yo voy a encontrar una solución a este problema.
Se fue directo a su fábrica de juguetes y se encerró en su taller por semanas enteras, sin que nadie supiera lo que estaba haciendo.
-¡Seguramente está diseñando un nuevo juguete para esta Navidad!- comentaban los empleados.
Al cabo de casi un mes, lo vieron salir con un misterioso paquete bajo el brazo. Era muy grande y quedaron intrigados, sin lograr adivinar de qué se trataba.
Esa tarde, el padrino fue a buscar a Edelmira y le pidió autorización a sus padres para llevarla a pasear.
La condujo a su casa y le mostró una maravillosa niña-juguete que estaba sentada en un sillón. Era idéntica a Edelmira y puestas una junto a la otra, nadie habría podido distinguirlas jamás.
La niña se quedó arrobada, contemplándola.
-¿Me has fabricado una hermanita, para que me acompañe?
-No, Edelmira, esta es una niña-juguete, que seguramente le dará en el gusto a tus padres.
Se quedará muy callada y muy quieta y solo hablará cuando le pregunten.
Esa tarde, en lugar de Edelmira, le llevó a sus padres el juguete que había fabricado.
Ellos no se dieron cuenta de la sustitución y quedaron encantados al ver lo bien que se portaba su hija.
Sólo respondía  cuando le dirigían la palabra, en voz baja y con palabras precisas.
-¡Sí, papá!  ¡No, papá!
 - ¡Ya me lavé los dientes!  ¡Buenas noches, mamá!
Y cuando terminaba sus deberes se sentaba quietecita frente al televisor, olvidada por completo de salir al jardín a ensuciarse con tierra.
En la mesa, nunca reclamaba por la comida.
-¡Sí!  Me gustan mucho el brócoli y la betarraga- decía con tono educado y se comía todo, sin dejar sobras en el plato.
Sus papás no cabían en sí de orgullo y satisfacción. ¡Qué niña tan bien educada habían criado!
  El juguete, en lugar de corazón, llevaba en el pecho una batería recargable con luz solar, así es que era seguro que seguiría funcionando.
Mientras, el padrino de Edelmira viajó con ella a un pueblecito de pescadores.  Allí había vivido él, antes de convertirse en un famoso fabricante de juguetes.
La llevó a la casa de una familia, donde había muchos niños.
Todos se pusieron a gritar y a saltar de alegría al ver a Edelmira.
-¡Vamos a jugar a la playa!- exclamaron y tomándola de la mano, la llevaron hasta la orilla del mar.
Jugaron  toda la tarde con la arena y las olas, y solo volvieron a la casa cuando ya el sol había desaparecido en el horizonte.
Esa noche, Edelmira se acostó rendida. Había corrido y gritado hasta quedarse ronca, sin que nadie la hiciera callar.
Mientras, allá lejos, en su cama, dormía la niña-juguete, tan quietecita que ni siquiera arrugaba las sábanas. Tal como le gustaba a sus papás.


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