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domingo, 25 de diciembre de 2022

CUENTO DE NAVIDAD.

Hacía tiempo ya que Santa Klaus había jubilado. Los niños habían dejado de mandarle cartas  y si llegaban a escribirle, era por correo electrónico. Lo cual era un desperdicio, porque Santa Klaus no entendía cómo funcionaba Internet. 

No había querido hacerse esclavo de las comunicaciones moderna. Lo suyo eran las cartas manuscritas, con faltas de ortografía, pero llenas de ilusión. Al final, había quedado sin empleo.

Luego de soltar a los renos para que pastaran en las praderas de más al Sur, se trasladó a la ciudad, dispuesto a buscar un medio de ganarse la vida.

Primero probó en un Mall, donde buscaba a alguien que hiciera de Santa Klaus, para atraer a los niños. ¿ Quién más que él podía desempeñar ese oficio con propiedad?  Pero, para su sorpresa, eligieron a otro.

Así fue como terminó trabajando en una reparadora de calzado.  " Se busca ayudante" decía el letrero y sin dudarlo se ofreció. El dueño lo miró de reojo. ¿ No estará muy viejo amigo, para este trabajo?  Santa Klaus le mostró sus manos fuertes y encallecidas de tanto manejar las riendas del trineo y sin darse por ofendido lanzó una risita: Jo jo jo.  Al escucharlo,  algo hizo eco en el corazón del zapatero y le recordó su infancia, que creía perdida para siempre. Más que todo por eso lo contrató.

Se acercaba Navidad  cuando  una noche, Santa Klaus recibió una visita sorpresiva.  Toc Toc, sonó la puerta, porque siempre en los cuentos las puertas suenan así. Era uno de los enanos, que se había quedado ordenando y limpiando su casita del Polo Norte. 

-¿ Qué pasó, Filidor?  ¿ Incendiaste mi casa con las brasas de tu pipa?

-No, Santa Klaus, no es tan grave, pero creo que esto amerita su atención.

Y le tendió un sobre que lucía arrugado y amarillento.

-¡ No sé cómo decírtelo, Santa!  Revisando los viejos sacos de la correspondencia, encontré esta carta en el fondo de uno de ellos. ¡ Y el timbre de correos dice 1952  !   

Santa Klaus, anonadado, se calzó los lentes y empezó a leer:  Querido Santa, me llamo Celina y tengo siete años. ¿ Podrías traerme una muñeca?

-¡ Es preciso remediar este error !   El corazón de esta pobre niñita se habrá roto al no recibir respuesta a su pedido... 

-Permíteme recordarte que ya no es una niña ...¡ Tendrá por lo menos ochenta años!

-¡ No importa! Seguro que en su corazón sigue viviendo la niña que escribió esta carta. Y no la voy a defraudar.

Partió a la juguetería a comprar una muñeca. Sabía que su humilde  sueldo no le alcanzaría para mucho, pero tuvo suerte. Como la mayoría de las niñas pedían celulares en lugar de muñecas, le ofrecieron una rebajada de precio, que le pareció linda. Con ella bajo el brazo, emprendió lo más difícil de su misión. ¡ Encontrar a Celina!  

Afortunadamente, en el reverso del sobre se leía claramente la dirección. Tocó el timbre con pocas esperanzas de éxito.

-¡ No! Ya no vive aquí. Yo compré su casa, pero no sé a donde habrá ido...

En el almacén de la esquina tuvo más suerte.

-¡ Sí!  Me acuerdo de Celina. Vendió su casa y se fue a vivir al Hogar de ancianos. Es ese que queda al doblar la esquina...

A todo esto, ya era la noche del veinticuatro. ¡ Había que apurarse!

Santa Klaus sacó del baúl su gastado traje rojo. La piel del cuello estaba apolillada, pero en la oscuridad nadie lo notaría...Las calles estaban llenas de gente atareada con las últimas compras  y nadie se fijó en él, porque en las tiendas de los malls había muchos  viejos disfrazados de Santa Klaus.

Llegó al Hogar de Ancianos cuando eran casi las doce. Después de mirarlo con algo de sorpresa, lo dejaron entrar.  La cuidadora lo condujo a una habitación humilde y junto a la ventana vio a una figura pequeña acurrucada en una silla de ruedas. La cuidadora, creyendo que hacía un chiste, le avisó:

- Celina, te busca Santa Klaus.

La anciana sonrió y con toda naturalidad tendió las manos para recibir el regalo. Apretó la muñeca contra su pecho y los años de soledad y tristeza retrocedieron hacia las sombras, acobardados por el resplandor de su cara.

Santa Klaus, emocionado, solo atinó a decirle:

-¡ Perdona que me haya demorado tanto!

En ese preciso instante, el campanario de la iglesia soltó sus campanadas.

-Pero ¡ si no estás atrasado! ¿ Que acaso no es a las doce que llega Santa Klaus?



domingo, 18 de diciembre de 2022

OTRA MANERA DE CONTAR LA HISTORIA.

Que yo estaba enamorado de María, eso nadie podía dudarlo. Pero, de lo que todos dudaban, empezando por mí, era de que ella me quisiera. Es cierto que vivíamos juntos, pero a pesar de mis ruegos, se negaba a casarse conmigo. Andaba con ese discurso feminista de que ella se bastaba a sí misma y que no transaba su libertad por nada en este mundo.

Al cabo de un tiempo, empezó a ponerse muy linda. Se veía como un durazno que ha madurado en el árbol, sonrosada y resplandeciente. Tuve miedo de esa belleza, llegué a pensar que amaba a otro. Pero, luego comprendí que estaba encinta.

No cabía en mí de orgullo y felicidad. Llamé a mi mamá para contárselo y la pobre lloró de emoción al saber que sería abuela.

-¡ Espero que ahora se casarán!- me amonestó, conmovida. 

 Eso era lo que yo más ansiaba, también, pero cuando se lo propuse a María, me soltó una barbaridad que me dejó mudo. 

-¿ Y por qué nos vamos a casar, si puede saberse?

-Por el niño, digo...

-Tú no tienes nada que ver aquí. El niño es mío y lo voy a tener yo sola, porque es del Espíritu Santo.

No la pude sacar de ahí. Terminé arrodillado a sus pies, rogándola. Pero, ella me hizo un respingo de desprecio, anunció que no aceptaba presiones y que se iba.

-Pero ¿ a dónde María, por favor...?

-A Belén, pues. ¿ A dónde crees que voy a tener al niño?

Pensé que solo lo decía para hacerme rabiar, hasta que la vi descolgando sus vestidos del closet. Llamó a un Uber y como dicen en los noticiarios, partió " con rumbo desconocido".

El lunes fui a la empresa donde trabajaba, pero me dijeron que había salido con prenatal.  Por más que interrogué a sus compañeras, ninguna dijo conocer su paradero. ¡ Claro!  Si todas andaban en la misma onda feminista, esa que les ha dado ahora, de que las mujeres    "la llevan" y que los hombres estamos de más, en este mundo de matriarcado...

Pasó el tiempo, llegó Diciembre y calculé que se acercaba el nacimiento de mi hijo.  Lo más notable fue que, unas semanas antes, en las noticias dijeron que los astrónomos habían descubierto una nueva estrella. Era más bien un cometa y que en las próximas semanas, pasaría justo sobre Santiago.

Al fin logré saber, por una amiga compasiva, que María estaba inscrita en la Clínica Belén y que el parto estaba programado para el día veinticuatro.

Con ese aire de independencia que le ha bajado, pensé, lo más probable es que no quiera que vaya a verla. ¿ Qué hago? ¿ Me disfrazo de Rey Mago?  Pero fui en calidad de José, simplemente, porque ese es mi nombre y confiando en que no me rechazara.

Al llegar a  la clínica, vi a un pequeño grupo conversando ante la puerta de su habitación. Tres jóvenes me dijeron que eran primos de María, ovejeros de Chaitén.  Otro muchacho me dio la mano y se presentó: 

-Soy Ángel. Yo le avisé a estos para que vinieran...

Al fin se abrió la puerta y  la matrona nos  dejó pasar. Y ahí estaba María,  más linda que nunca y sosteniendo al niño entre sus brazos. Para mi sorpresa, me miró con cierto alivio y me quedó claro que se alegraba de verme.

-¿ Como le vas a poner al niño?- le preguntaron varios.

-Jesús, naturalmente- dijo ella, como si la pregunta le pareciera ociosa.

Al cabo de un rato, las visitas partieron y nos quedamos solos los dos, con nuestro hijito en la cuna.

-¡ María! ¡ Cásate conmigo!- le repetí una vez más- Aunque no quieras reconocerlo, me necesitas para criar al niño.

-Es cierto- reconoció ella y arriando las banderas del feminismo, derramó una dulce lágrima de desamparo.

La tomé entre mis brazos y a través de la ventana, juntos miramos la hermosa estrella que brillaba sobre el techo de la Clínica Belén.



domingo, 11 de diciembre de 2022

EL BOLSÓN DE DIOS.

Pablito tenía ocho años, pero ya su papá lo incentivaba para que leyera los periódicos, aunque solo fueran los titulares y luego los comentara con él. 

Una tarde, al volver del trabajo, el niño, emocionado, le señaló una noticia:

-   ¡ Mira, papá!  ¡ Aquí dice que los científicos están buscando el bolsón de Dios !

-No, Pablito, leíste mal. Ahí dice bosón, no bolsón.

-¿ Y qué es eso?

-Es una partícula que existiría desde siempre y que habría permitido la formación del Universo. Si la encuentran, nos dará luz sobre el principio de todo lo que conocemos...

-¡ Ah!- respondió Pablito y enmudeció, decepcionado.

Su papá lo miró con curiosidad.

-¿ Qué pensabas tú que guardaría Dios en su bolsón?

-No, nada. No pensaba en nada.

El niño pareció avergonzado y no preguntó nada más. Pero, esa noche se acostó reflexionando en lo que había leído en el diario y en las explicaciones que le diera su papá.

En mitad de la noche, despertó sobresaltado. Vio que un resplandor azul iluminaba toda su pieza.

Al principio, creyó que una estrella había estallado en el cielo y uno de sus pedazos había entrado por la ventana. Pero luego notó que una persona, envuelta en una sueve luz, estaba sentada a los pies de su cama.  Era un anciano de cabellos y barba blancos como la nieve. Vestía un manto azul y llevaba colgado del hombro un bolsón. Se veía que era muy pesado, porque se lo quitó con alivio y lo dejó sobre la alfombra. 

Su cara era la más hermosa que Palito había visto y su expresión era a la vez dulce y severa,  como si tuviera la capacidad de enjuiciar y de perdonar al mismo tiempo. Adivinó quién era y le preguntó, sorprendido:

-Señor Dios ¿ has venido a verme a mí?

-Sí, Pablito. Vine a decirte que tú tienes más razón que todos esos científicos que aparecen en el diario.

Señaló el pesado bolsón que había a sus pies y continuó:

Ahí llevo todos los elementos que ocupé para formar este universo que conoces y muchos otros, en lejanas galaxias.

El niño notó que por las costuras del gastado bolsón se filtraban sorpresivos relámpagos y que parecía vivo, porque se estremecía y vibraba, como si fuerzas cósmicas lucharan en su interior.

-En él guardo la energía del sol, el tumulto de los mares, la furia de los vientos y la fuerza que mantiene a las estrellas fijas en el espacio, sin que caigan ni choquen entre sí.

-¡ Pero lo científicos están buscando algo muy pequeño, una partícula que no se ve!

-Déjalos que busquen. Yo puse en sus mentes la inquietud- respondió el Señor- Lo que me extraña es que se pasen la vida dudando de mi existencia, pero al elemento que persiguen   lo llaman " Bosón de Dios"....

El anciano sonrió con una mezcla de ironía y tristeza y colgando el bolsón de su hombro, se levantó para partir. 

-Ahora debes dormir-le dijo con dulzura y se inclinó para arroparlo con la frazada. Pablito, obediente, cerró sus ojos. El resplandor azul se filtró un instante por entre sus párpados y luego desapareció.

A la mañana siguiente, al despertar, pensó que había tenido un sueño maravilloso. Pero, cuando entró a la cocina a tomar el desayuno, su mamá notó una pequeña marca en medio de su frente..

-   Pablito ¿ que tienes ahí?  Parece que te hubieras quemado...

Entonces, el niño lo recordó todo.

-No, mamá. Es que anoche vino Dios a verme y al despedirse, me besó.  



 

domingo, 4 de diciembre de 2022

EL TRIUNFO DE MOIRA.

Moira había muerto al fin.  Aunque Nelly estaba parada al borde de su tumba, aún no se convencía de que fuera cierto.

Llovía piadosamente sobre los rostros de los que no lloraban. Así, nadie sabría que aquellas gotas no eran lágrimas.  Muchos se encontraban allí solo por compromiso o por darle valor a esa socorrida frase: Hoy por ti y mañana por mí.   Y para asegurarse de que no estarían solos cuando les tocara a ellos ser bajados a la fosa.

Al parecer, Marcos había considerado poco decoroso abrir su paraguas en presencia de la muerte de su madre y lentamente los hombros de su traje se iban oscureciendo, empapados por la lluvia. Pero, las lágrimas que corrían por sus mejillas eran genuinas y su rostro delgado estaba crispado y enrojecido.  Nelly,  parada junto a él, sentía en su brazo los movimientos convulsivos de su cuerpo sacudido por el dolor.

Miró hacia el lado opuesto de la fosa y vio a Claudia, la primera mujer de Marcos. Llevaba un traje de última moda, inoportuno en un acontecimiento de esa índole. Al resguardo de su paragua, sus ojos estaban fijos en Marcos.  Pero, él no la miraba.  Estaba sumergido en su dolor, como en un agua turbia que lo cubría por completo. Sin embargo, al otro día, seguramente iría a buscar consuelo entre sus brazos.

Tiempo atrás, cuando Marcos  había llevado a Nelly  a conocer a su futura suegra, Moira tenía colocado sobre la chimenea el retrato de Claudia.  - Es ella la que debería estar aquí, junto a mi hijo, y no tú, pajarito enclenque- parecían decir sus ojos, mientras la recorrían de arriba abajo, con desdén.  Marcos parecía molesto y con gesto rápido, volvió la fotografía contra la pared.  Pero, Nelly había alcanzado a verla y había captado también la sonrisa de la madre que saboreaba los efectos del golpe asestado.

Ese fue el principio de una pugna silenciosa.  Siempre en las conversaciones de Moira salía a relucir el nombre de Claudia.  ¡ Tan hermosa, tan capaz!  Yo no sé cómo Marcos la dejó ir....y se interrumpía turbada, como avergonzada de su propia torpeza. Pero, Nelly sabía que el lapsus era premeditado, que no la aceptaba y que ella seguía siendo un pobre sustituto. 

Tiempo después, pareció que el lento trabajo de socavamiento había surtido efecto. Nelly empezó a notar que Marcos se distanciaba de ella y por oportunos comentarios de su suegra, soltados al azar, comprendió que su marido estaba viéndose de nuevo con Claudia.

También la ex esposa parecía haber empezado a visitar a su antigua suegra.  Cuando Nelly llegaba, cumpliendo los sagrados ritos impuestos por Marcos, siempre había rosas recién enviadas de la florería...o un cigarrillo teñido de carmín a medio fumar en un cenicero.

El retrato seguía sobre la chimenea, irradiando la fría hermosura de un trozo de hielo. Nelly notaba que al entrar, Marcos  le dirigía una mirada y ya no se molestaba en volverlo contra la pared.

Ahora Moira estaba muerta.

 Dos hombres bajaron lentamente el ataúd hasta el fondo de la fosa. Marcos lanzó un gemido y pareció tambalearse. Nelly quiso coger su brazo y él se desasió con brusquedad y le lanzó una mirada de odio. Quería estar solo en su dolor. Al menos, no con ella a quién acusaba de no haber amado a su madre lo suficiente.

Nelly se sentía sola y vacía. Había existido fuerza y vida en esa lucha soterrada que ambas habían mantenido en secreto.   Y que había ganado Moira. 

Ahora no había nada por lo que luchar. Nelly  quedaba inerte frente al desamor de Marcos y a la amarga certeza de que esa mujer rubia y elegante que lo miraba a través de la fosa abierta, sería la elegida para consolarlo.

Moira lo había dispuesto y así tenía que ser.




domingo, 27 de noviembre de 2022

LA HORA DOBLE.

Laura se había enamorado de Diego apenas lo conoció. Al principio, trató de disimular sus sentimientos, porque no quería que en él brotara un amor que fuera un mero reflejo del suyo.

Habían salido un par de veces nada más, pero ella sentía que Diego estaba empezando a interesarse en ella. Sus ojos la miraban con una mezcla de sorpresa y entusiasmo, como si no pudiera convencerse de que existiera en realidad. Eso la halagaba y la llenaba de ilusión. ¡Seguro de que terminaría por amarla como ella a él!

Una noche de viernes salieron a caminar por las calles de su barrio. Diego le dijo que a la mañana siguiente tenía que levantarse muy temprano, porque subiría a la montaña a esquiar con unos amigos.

-Se hace tarde, es mejor que me vaya a dormir.

Al consultar su reloj, exclamó sonriendo :

-¡ Mira! ¡ Una hora doble!

-¿ Qué quieres decir?

-Que son exactamente las 23 con 23 minutos. ¡ Tenemos que pedir un deseo!

-¿ Y crees que se cumpla?

Laura pensó que aunque fuera una tontería, igual pediría un deseo. Y en silencio repitió la frase: " Quiero que estés siempre a mi lado. Que ni siquiera la Muerte te separe de mí".

Pero se rio y cambió de tema, restándole importancia a lo que él había dicho.

Al despedirse, Diego la besó levemente en los labios y luego se alejó apurado, sin volverse a mirarla. No pudo notar su intenso rubor ni la emoción que la embargaba.

El Domingo en la noche, unos amigos comunes le avisaron que Diego había muerto.

Lo había sepultado un alud de nieve, cuando se fue a esquiar a un lugar no habilitado.

Laura se acostó llorando, sin poder imaginar cómo sería la vida sin  Diego. Se acordó de aquella broma que él  había hecho sobre la hora doble y lo que ella había deseado en silencio: Que  no la dejara nunca, que ni la muerte los pudiera separar... ¡ Y ahora ya no lo vería más!

Se durmió, agotada de tanto llorar y en la madrugada, la despertó el sonido de su celular.

-¡ Laura! ¡ Soy Diego!  Estoy frente a tu edificio , ábreme por favor.

Pensó que era una broma macabra, pero abrió la ventana y miró hacia abajo. Lo vio parado en la vereda. Llevaba su ropa de esquí, sucia y empapada. Cuando levantó la cabeza para mirarla, Laura vio su cara amoratada y deformada y sus ojos sin vida.

Lanzó un grito y retrocedió hacia el interior de su dormitorio. Sin saber por qué, miró el reloj. Eran exactamente las 2 de la mañana con 2 minutos.  ¡Una hora doble! 

-¡ Quiero que te vayas!  ¡ Ándate por favor!- gritó despavorida.

Al cabo de un rato se atrevió a asomarse de nuevo por la ventana.  La calle estaba vacía.




domingo, 20 de noviembre de 2022

DESENCANTO.

 PRIMER PREMIO CONCURSO PROVIDENCIA 400 PALABRAS 2022.

Había llovido mucho en Providencia. Grandes charcos reflejaban el cielo gris y los árboles de la Avenida Lyon parecían barnizados de vidrio.

Para huir del frío, entré a un café. Ya no recuerdo el nombre. Había muy pocas mesas ocupadas. En una, dos amigas conversando animadamente tras el humo de sus cigarrillos  En otra, un señor maduro hojeaba un periódico vespertino.. Entumecida me senté en un rincón y entonces lo vi a él.

Estaba solo frente a una taza humeante.  ¡ René!  ¡ Cuánto tiempo llevaba recordándolo con desolada nostalgia!  Siempre sintiendo que aunque estuviéramos separados, había una cadena sutil que amarraba nuestros espíritus y que cada movimiento de uno, tiraba de los eslabones que aprisionaban al otro...

Y ahora estaba ahí. Con el pelo casi blanco y una barba gris que ensombrecía sus mejillas. ¡ Tan cambiado!. Pero ¿ cómo no reconocerlo si lo había querido tanto?

Me acerqué a saludarlo y él pareció sorprendido.

-¡ Tanto tiempo!- me dijo- ¡ Estás igual!

Yo sonreí halagada, aunque sabía que no era cierto.

 Llamó al mozo para que nos trajera dos café. Conversamos trivialidades y con tristeza comprobé  que ya no fluía entre nosotros  aquella cálida corriente de antaño. ¡ Ya no éramos los mismos!  Mientras hablábamos, sentía que entre los dos corría un ancho río oscuro y que cada uno caminaba por la ribera opuesta. Era el río del tiempo y de la vida, que nos había  separado irremediablemente.

Aquel encuentro imaginado tantas veces se había convertido en una situación incómoda de la que quería evadirme. Me paré aduciendo no sé qué pretexto. 

-Dame tu número- me pidió  - Un día de éstos te llamo.

 Pero, ambos sabíamos que no lo iba a hacer.  Y ¿ para qué?

Desencantada, me alejé por la vereda brillante de lluvia. En un supremo esfuerzo de la nostalgia, creí volver a verlo viniendo hacia mí, con su pelo oscuro  y su sonrisa de los veinte años. Caminaba presuroso, a grandes zancadas, como ansioso por llegar luego a esa meta  de triunfos que le ofrecía el porvenir.

Luego,  la imagen se desvaneció y solo quedaron los árboles mojados de la Avda Lyon, teñidos por la sombra violeta del atardecer. 


EL SUEÑO DE FELIPE.

Felipe era presa de la nostalgia del pasado. Parecía como si manejara el automóvil de su vida siempre marcha atrás.  El presente le parecía una carretera llena de curvas y sin señalizaciones y el futuro, un destino incierto al que temía llegar.

 Añoraba el pasado porque lo mantenía a salvo de la incertidumbre y sus recuerdos le prestaban encanto a una existencia sin expectativas. Tal vez esa actitud timorata ante la vida, lo llevó a tener el sueño más raro que sea dable imaginar.

Una noche, apenas se durmió, se vio conduciendo su automóvil por una carretera solitaria. A lo lejos, vio una ancha puerta de hierro que le cerraba el paso.  A medida que se acercaba, leyó unas grandes letras en el dintel que anunciaban:  Entrada el Pasado.

Al detenerse frente a ella, la puerta se abrió silenciosamente. Felipe sintió una gran alegría al pensar en la maravillosa oportunidad que se le ofrecía. ¡ Volver atrás!  ¡ Revivir la infancia!  Los días de escuela, las vacaciones junto al mar en compañía de sus padres...Todo lo bueno y dulce que la vida le había arrebatado, arrojándolo a la tierra yerma de la adultez sin ilusiones.

Pero, al atravesar la puerta, se encontró en una ciudad semi derruida. Entre nubes de polvo, vio una cuadrilla de obreros ocupados en su demolición. Solo unas pocas murallas se mantenían en pie.

-¡ Por qué lo hacen?- gritó, angustiado-  ¿ Por qué demuelen el pasado que tanto añoro?

-Porque no puedes quedarte viviendo en él- le respondió un anciano que parecía el capataz- Hay que hacer polvo estas viejas paredes y sobre ellas, construir el futuro.

-¡ No, no quiero!- protestó Felipe- ¡ Odio el futuro!

Y subiendo a su automóvil, dio marcha atrás y huyó de ahí a toda velocidad.

Al borde de la carretera, vio una niñita con uniforme escolar, que le hacía señas para que la llevara.  Se peinaba con trenzas y no tendrías más que unos doce años.

-¿ Me lleva, por favor?

-Y ¿ a dónde quieres ir?

-¡ Quiero ir al futuro. ¡ Quiero crecer para que nadie me dé órdenes  ni me quite mi libertad!

-Sube, entonces- le respondió Felipe, con tristeza- No sabes lo que te pierdes al querer dejar atrás tu infancia. La vida es muy dura, ya lo verás.

Siguió manejando sin mirarla. Al cabo de un rato la oyó suspirar y notó que se había dormido. Sus trenzas se habían deshecho y con el pelo suelto se veía mayor. Lo cierto es que a medida que se alejaban del pasado, la niña había ido creciendo. De su nariz se habían borrado las pecas y Felipe observó, turbado, la delicada curva de su pecho adolescente.

Un par de kilómetros después, ya representaba dieciocho años y Felipe descuidaba el volante para mirarla. La chica despertó y se desperezó con languidez:

-¿ Falta mucho para que lleguemos?

Felipe tragó saliva y no pudo sacar la voz para contestarle. Antes de llegar a la caseta del peaje, ya se sentía locamente enamorado.

Se detuvo a pagar y a cambio de su dinero, en lugar de un recibo, le entregaron una rosa roja.

Se volvió hacia la joven para ofrecérsela, cuando unos estridentes bocinazos lo sobresaltaron. Creyó que era el automóvil que venía atrás...Pero, no era una bocina, era la alarma de su despertador.

Se quedó sentado en la cama, aturdido. Aún le parecía que sostenía en su mano la rosa roja y que ella extendía la mano para recibirla...

Pero el tiempo apremiaba y reaccionando, corrió a meterse a la ducha, confiando que el agua fría lo sacara de su embotamiento.

Al llegar a la sección del Banco en que trabajaba, vio un movimiento inusitado. Varios compañeros habían abandonado sus escritorios para saludar a alguien que llegaba. Recordó que ese día empezaba a trabajar la reemplazante de una programadora que se iba con prenatal.

El grupo se deshizo y alguien llamó a Felipe para presentársela.  Atónito se encontró frente a frente con la chica de su sueño. Ella lo miró como si ya se conocieran y sus labios se abrieron en una sonrisa cómplice.

En ese momento, el presente le pareció interesante y el futuro, prometedor. En cuanto al pasado, mentalmente decidió enterrarlo y sobre la tumba, puso la rosa roja. 




domingo, 13 de noviembre de 2022

UNA CHARLA EN EL METRO.

Una noche en que viajaba en Metro, muy tarde, creo que me quedé dormida, apoyada en el vidrio de la ventanilla. Pero, me despertaron dos personas que conversaban. 

-Supongo que a usted, como a todo el mundo, le gustaría saber qué es la Muerte.  Yo puedo decírselo. La Muerte es un país subdesarrollado que queda cerca del Polo Sur.

El que hablaba era un hombre muy flaco, envuelto en un abrigo gris.

-¿ Y por qué es un país subdesarrollado?-  El que objetaba era un gordito que parecía haberse apropiado de todos los kilos que le faltaban al otro- ¿ Que acaso no han tenido millones de años para progresar?  La gente se muere desde que existe el mundo ¿ no?

-Es que los muertos son muy abúlicos....¿ Y para qué van a querer trabajar también si no tienen futuro? Allá no hay escalafones ni ascensos...Y como no hay nada en qué gastar la plata, les pagan con billetes de Metrópoli.  

- Usted habla como si supiera mucho del tema- sugirió el gordito- ¿ es que acaso...?

- Así es, pues amigo.

-¡ Con razón lo veo tan flaco!   ¿ Y qué anda haciendo por acá?

-Vengo bien seguido, de pura nostalgia. Somos los muertos los que echamos de menos a los vivos. Ellos nos olvidan fácilmente ¡ La vida les ofrece tantos estímulos! En cambio allá,  todo es tan monótono...

-¡ Vaya! Pero debe haber mucha gente interesante con quién conversar.   Si yo viera a  Leonardo Da Vinci le pediría que me aclarara el misterio de la Gioconda. Y a Einstein no lo dejaría tranquilo hasta que me explicara eso de que el tiempo no existe.

-Yo, al principio, estaba entusiasmado igual que usted. Pero ¡ me he llevado cada chasco!  Sin ir más lejos, hace días vi a Oscar Wilde en un bar. Me acerqué a él, esperando disfrutar de su charla brillante, pero ahora apenas habla.  Y como murió de meningitis, se lo pasa quejándose de dolor de cabeza...

-Pero, allá se habrá encontrado con Bosie, me imagino.

-Claro, pero ya ni se miran. Parece que se cumplió la promesa que se habían hecho:  "  Hasta que la muerte nos separe "  porque la muerte  definitivamente los separó.

-Es bien poco interesante lo que me cuenta...

-Tiene razón. A la muerte le han otorgado un prestigio inmerecido.  ¡ Hasta parece que tuviera más sex-appeal que la misma vida!  Por la forma como la ensalzan los poetas y los filósofos... Si la gente supiera lo aburrida que es, se acabarían los suicidios.

- No sabe cuánto le agradezco la información-  suspiró el gordito, con aire meditabundo-

Creo que ahora voy a preciar más el hecho de estar vivo...

El flaco miró a través de la ventanilla y lo interrumpió:

-¡ Amigo, lo siento!  Aquí me bajo yo.

Sin dudarlo, el gordito se bajó con él, seguramente deseoso de continuar la charla.

Yo me quedé estupefacta. No podía creer lo que había oído.  Y después de pensarlo mucho, llegué a la conclusión de que lo había soñado.




domingo, 6 de noviembre de 2022

UN EXTRAÑO EN EL PARAÍSO.

Miguel había muerto en un día de lluvia, atropellado por un bus que patinó en una curva.  Por un momento, lo atravesó un violento dolor y sintió como sus huesos crujían.  Al minuto siguiente, estaba en el suelo y un círculo de curiosos se inclinaba sobre él. Vio que uno de ellos, más audaz o desaprensivo, le sacaba una foto con su teléfono celular.

Miguel cerró los ojos y escuchó el cercano ulular de la sirena de una ambulancia. Después lo envolvió una claridad suave, como el preludio del amanecer y se encontró en una larga fila de gente que esperaba algo.

Pensó, aliviado, que después de todo no había muerto y estaba esperando turno para tomar un bus. Pero, la gente se movía muy rápido y pronto se encontró frente a un mesón donde un anciano de barba blanca le entregó una cartulina azul. Era un tiket de entrada al Paraíso.

Al atravesar una ancha puerta dorada, un ángel le pasó un par de alas flamantes y con mucha gentileza se las sujetó sobre los hombros.  Ahí ya no le quedaron dudas, estaba definitivamente muerto y la vida en la Tierra había quedado vedada para él. 

Le pareció muy injusto. ¡ Era demasiado joven para morir! Ni siquiera había alcanzado a enamorarse. Y ahí, en el Cielo, eso estaba definitivamente descartado. Todos llevaban túnicas, todos tenían alas y era imposible distinguir su sexo. O no tenían sexo en absoluto.

Bastaba ver los cuadros religiosos donde aparecían angelitos desnudos. Una nube rosada les cubría el bajo vientre, tal vez no por exceso de pudor sino porque tras esa nubecita no existía absolutamente nada.

En resumen, se sentía traicionado por esa muerte prematura y decidió volver a la Tierra apenas se le presentara la ocasión de hacerlo.

Una tarde de Sábado, en que se relajó la vigilancia porque los ángeles guardianes de la puerta estaban viendo un partido de las Eliminatorias del Mundial, Miguel se deslizó afuera.

Fue bajando de nube en nube y volando a ratos en trechos cortos para disimular y sin saber cómo, se encontró de nuevo en la Tierra.

Era primavera y el perfume de las flores le arrebató el corazón.  Del patio trasero de una casa robó un pantalón y una camisa que colgaban todavía húmedos. Rápidamente se despojó de la túnica y escondió las alas en un matorral. Vestido como cuando estaba vivo, caminó confiado en dirección a una plaza.

Antes de cruzar la calle, miró en ambas direcciones con precaución, no fuera cosa que apareciera otro bus, dispuesto a matarlo de nuevo.

Desde lejos divisó a una niña muy linda que leía sentada en un banco. Miguel llevaba el pelo empapado, porque había muerto en un día de lluvia y la ropa que había robado en el tendedero, tenía olor a humedad.

-¿ De dónde vienes, así, tan mojado?- le preguntó la niña, pero sus ojos le aseguraban que, mojado o seco, le gustaba igual.

-Me pilló un aguacero súbito, por allá- Miguel señaló vagamente unos nubarrones que corrían en dirección al Sur.

Ella sacó un pañuelito de papel y le secó la frente. Enseguida se enamoraron.

Pero Miguel estaba inquieto. Suponía que en el Paraíso ya se habrían dado cuenta de su fuga y no tardarían en llegar a buscarlo.

Días después, notó que dos hombres altos lo seguían desde muy cerca. Tenían sospechosas jorobas, que no podían ser otra cosa que las alas ocultas bajo su chaqueta y por debajo del ala de sus sombreros, traicioneros destellos dorados delataban las aureolas que llevaban ocultas. Era evidente que era agentes de la C.I.C, es decir, la Central de Inteligencia del Cielo y era cuestión de tiempo que lo detuvieran y se lo llevaran.

Cuando se sentaba en un banco de la plaza junto a su amada, los agentes se ubicaban en el banco contiguo y lo miraban fijamente y con severidad.

Pero, con el paso de los días, su ceño adusto se fue suavizando. Se notaba que la primavera también obraba su influjo en ellos y habían decidido concederle un poco más de tiempo. Pero, esos días regalados trascurrieron inexorablemente y una tarde, Miguel vio que los dos ángeles lo esperaban junto al matorral donde había escondido sus alas.

Notó que los pájaros les habían arrancado algunas plumas para hacer sus nidos y que en general, se notaban bastante maltrechas. Pero, las sujetó a su espalda y emprendió el vuelo junto a sus captores. 

¡ No estaba triste!  Después de todo, había conocido el amor y le había gustado mucho. ¡ Conservaría el recuerdo por una Eternidad!   



 

domingo, 30 de octubre de 2022

VIVIR ME MATA.

Cuando Juan despertó esa mañana, comprendió que estaba muerto.  La primera advertencia que recibió fue no poder abrir los ojos. Trató inútilmente de levantarse, pero fue como pretender mover una tonelada de plomo. Entonces le quedó claro que su cuerpo ya no le pertenecía. Automáticamente, se encontró fuera de él, mirándolo yacer entre las sábanas, descolorido y lacio como un pescado.

Sentada a los pies de la cama vio a su alma, puliéndose las uñas con aire despreocupado.

Al verla, ya no le quedaron dudas. Pensó que en su vida había cometido todos los errores imaginables. Se había enamorado, casado y divorciado...¡ Y ahora estaba muerto!

Como era evidente que la cosa no tenía remedio, trató de relajarse. Vio que su alma se había apartado de la cama y estaba ahora maquillándose frente al espejo.

-Y tú ¿ para qué te acicalas tanto?  -le preguntó con fastidio- ¿ Acaso no te has enterado de que estamos muertos?

-Por eso mismo lo hago. Pienso irme al cielo y quiero llegar allá con buen aspecto.

-Dudo de que puedas entrar al Cielo...Acuérdate que morimos por una sobredosis de cocaína.

-¡ No me incluyas a mí en las tropelías que cometías con tu cuerpo!  Yo me mantenía al margen y conservé siempre mi blancura, como en esas propagandas de detergente.

-Es cierto. Y te pasabas atormentándome todo el tiempo con tus dudas existenciales.  ¡ Tus coqueteos con Dios no me dejaban ser ateo tranquilo !  Ahora por fin me voy a librar de ti...¡ Estar muerto tiene algo bueno, después de todo!

Juan quiso  salir a la calle, pero ésta había desaparecido. En su lugar vio un ancho río que trascurría lento y una barca que permanecía anclada en la orilla.

-¿ Me esperas a mí?- le preguntó al barquero, un tipo rudo con la cara cubierta de pelos.

-¡ Sí!  Tú eres el último que me toca recoger en este turno- le respondió el barbudo- Yo soy Caronte y mi tarea es conducirlos a su última morada.

Juan notó entonces que la barca estaba atestada de gente, todos pálidos y silenciosos, como si ya no les quedara nada por decir o estuviera demasiado abatidos como para querer decir algo.

-¿ Trajiste el importe del viaje?- le preguntó Caronte.

-¡ Oh!  Hace tiempo que no llevo dinero encima. ¿ Puedo pagar por internet?

-¡ Claro que no!  Pero, sube de todas maneras. ¡ Ya nos estamos demorando demasiado!

Se inclinó a un costado de la barca y recogió agua del río en una copa.

-¡ Tómatela!  Este es el río Leteo y quién toma de sus aguas olvida todo lo que vivió.

-¡ No quiero!  Mis recuerdos felices son lo único que me queda...

-Lo siento, pero no tienes opción- insistió el barquero impaciente y Juan, ofuscado, se lanzó por la borda.   Al hundirse, tragó agua y automáticamente, se olvidó de todo.

Caronte, acostumbrado a ese tipo de incidentes, lo subió a la lancha asiéndolo por el cuello e iniciaron la navegación sin contratiempos. 







domingo, 23 de octubre de 2022

UN PERSONAJE DE FICCION.

En mi barrio había un pub que parecía sacado de una película en blanco y negro.  Se veía mal iluminado y en un piano que había en un rincón, un tipo tocaba y cantaba unos blues nostálgicos y sin edad.  A mí me parecía que a ese pub acudían los desilusionados y los escépticos, desde varias cuadras a la redonda. Todos aquellos a quienes la vida había traicionado y buscaban sacar fuerzas del alcohol porque estaban pulverizados hasta los tuétanos.

Ahí fue donde conocí a Arcadio.

Al principio me chocó su nombre. Lo encontré como sacado de una novela de García Márquez. La primera vez que lo vi, estaba sentado frente a una mesa, con la cabeza hundida entre los hombros y una copa a medio llenar.

Se notaba tan abatido que temí hallarme en presencia de un suicida potencial. Decidí distraerlo de algún modo y viendo que no había otras mesas disponibles, le pregunté si podía acompañarlo. 

Asintió con un gesto, pero apenas me miró. El mozo me trajo una cerveza y para hacerme la simpática con el tipo, choqué su copa con mi vaso y le dije : ¡ Salud!

Alzó sus ojos y me los clavó como puñales. Pero, no era rabia sino dolor lo que trasmitía su mirada. 

-¿ Le pasa algo, amigo?- le pregunté, harto desatinada, porque era obvio que estaba viviendo una tragedia.

-¡ No soy nadie! - gimió- Soy tan solo un títere, sin posibilidades de cambiar mi destino.

-¡ No lo creo!   Todos podemos torcerle la mano a la mala suerte...¡ Es cosa de no dejarse abatir!

-No es ese mi caso. Mi vida está decidida de antemano. Digitada y guardada en un disco duro al cual no tengo acceso.

-No entiendo- le respondí.

-Quiero decir que el único que puede cambiar mi destino es ese desgraciado que está escribiendo una novela de la cual soy protagonista.

-Ja ja ¡ Qué buena broma!- exclamé vacilante, sin saber si me encontraba frente a un loco. O se refería a Dios, en una metáfora irreverente.

-¡ No es una broma!- suspiró y ahí me reveló su estrafalario nombre- Me llamo Arcadio, pero no soy real como usted. Soy un personaje de ficción al que le ha tocado protagonizar un argumento idiota.

-En el segundo capítulo de la novela- continuó desesperado- me fue dado conocer a la mujer más divina que pudiera imaginarse...¡ Úrsula! El autor había decidido que podríamos enamorarnos y lo hicimos, con locura. Creí que podríamos ser felices, pero él no lo va a permitir...

-No sé. Supongo que alguien le dijo al muy ...mercenario, que el romance está pasado de moda. Que lo que vende es la tragedia y la sangre. Así es que en el siguiente capítulo tendremos un accidente y ella morirá...¡ No puede ser! ¡ La amo tanto!

Fingí tomarlo en serio,  pero está claro que no le creía.  ¡ Un personaje de novela suelto por la ciudad!  Seguro que a ustedes les parece tan descabellado como a mí.

Terminé mi cerveza y me despedí con una palmadita en su hombro. Ni siquiera notó que me alejaba.

Unas noches después, entré al pub y ahí estaba de nuevo.  Casi no lo reconocí. Llevaba un grueso vendaje en la cabeza y un brazo en cabestrillo.

-Pero, hombre...¿ Qué le pasó?

-   ¡ El accidente!- respondió con rabia- ¿ O es que ya no se acuerda de lo que le conté?

-¿ Y Úrsula?- le pregunté, cayendo en su juego.

-Murió, tal como él lo había decidido. Y con eso, mi vida se acabó también. ¿ Para qué seguir? Sin embargo, me veo obligado a continuar viviendo. Quedan varios capítulos todavía y no sé cuántos dolores me esperan todavía...

-¿ Y por qué no se escapa?

-¡ No puedo!  ¿ Que no ve que soy su creación? A donde fuera, me encontraría... Cuando duerme, aprovecho de venir aquí. Pero no dura mucho mi libertad...¡ Creo que la única solución sería matarlo!

-¿ Y no moriría usted también?

-¡ Claro que sí!  Y eso es lo que quiero...¡ Sin Úrsula, la vida se me hace insoportable!

Pagó su trago y se alejó cabizbajo. Quise seguirlo, pero se perdió entre las sombras.

Dos días después, al abrir el diario, me llamó la atención una noticia:  " Extraña muerte de un conocido escritor best seller. La policía no encontró huellas de la participación de terceros así es que tampoco se descarta un suicidio.  Toda la información de su computador había sido borrada. ¿ Lo hizo él...o su asesino?  El novelista se preparaba a entregar a su editores una nueva novela, que seguramente sería un gran éxito." 

Presumo que al fin Arcadio había logrado liberarse, porque no apareció más por el pub. 




domingo, 16 de octubre de 2022

LA IMPOSIBLE.

Era Otoño y en el aire había una suave bruma, la tarde que Javier la vio por primera vez. Estaba sentada en un banco del parque, serena y erguida, como si esperara a alguien.

Él no se atrevió a aproximarse, pero permaneció algo alejado, mirándola, porque era tal su belleza que no podía apartar los ojos de su cara.

Se sentó en un banco , esperando ver llegar a su acompañante, pero ella permaneció sola, mientras los últimos rayos del sol parecían arrancar llamaradas de las hojas secas.

Luego, se levantó del banco y se alejó sin dirigirle  una mirada.

Javier volvió al día siguiente  con la esperanza de encontrarla y no podía creer su buena suerte, cuando la vio sentada en el mismo banco. Esta vez, la mujer clavó en él unos ojos fríos, grises e inexpresivos y luego los desvió, como si no lo hubiera visto. El perdió toda esperanza de poder hablarle, pero, al igual que la tarde anterior, permaneció observándola desde lejos. Su rostro era pálido y lo rodeaba una espesa cabellera rojiza, del color de las hojas secas.  También el sol parecía arrancarle llamaradas, al filtrarse entre las ramas.

Sus labios se curvaban en un leva gesto de ironía, como si le divirtiera la admirativa contemplación de Javier. Pero no había en ella ningún gesto alentador, ninguna señal invitadora.

Al tercer día, Javier no pudo contenerse más. La  misma atmósfera onírica que envolvía a la mujer le dio valor para acercarse. Pensó que estaba viviendo un sueño y no vaciló en hacer algo, que despierto no se habría atrevido a intentar.

Se acercó directamente a ella y le rogó:

-¡ Por favor, dime quién eres!

Ella alzó hacia él sus ojos inexpresivos y una luz fría, como la que atraviesa un pedazo de hielo, emanó de su cara.

-Soy la Imposible.

-¿ Qué dices?

-Lo que escuchaste. Soy la Imposible, la que no te puede amar.

Javier se dejó caer en el banco, a su lado y tomó su mano fría. Ella la retiró sin apuro. Se diría que disfrutó por un instante el placer de ver su cara contraída por la pasión.  Luego, sus rasgos se endurecieron y levantándose del banco, lo empujó lejos de sí.

-Veo que no has comprendido. ¿ Por qué insistes en tu deseo vano? Yo soy la que nunca podrás tener.

Javier se obstinó en seguir acudiendo al parque. Ella siempre estaba ahí, pensativa y remota. Al verlo, no hacía ni un gesto, pero por sus ojos pasaba una chispa de burla, como si le dijera:

-  ¿Aún no te cansas?  ¿ Todavía estás aquí?

El no cejaba. La pasión insatisfecha le destrozaba el corazón, como si un tigre afilara sus garras en él.  Hasta que una tarde, vio que ya no estaba.

 Día tras día la buscó en vano por el parque desierto, pero ella no volvió.

Cada tarde regresaba al mismo lugar y vagaba alrededor del banco vacío. Se quedaba ahí, con los ojos fijos en las sombras crecientes, como si la fuerza de su amor pudiera lograr que la figura de ella se materializara.

Pasaron semanas. Llegó el invierno. Y una tarde, creyó ver desde lejos una figura sentada en el banco que antes ocupaba ella.  Corrió hasta allá, sintiendo que su corazón pugnaba por escapársele del pecho.

Pero se trataba de una mujer desconocida.

Una joven de rostro dulce, que al verlo acercarse sonrió, como si hubiera estado esperándolo. Con un leve gesto de su mano, lo invitó a sentarse junto a ella. 

Javier la miraba asombrado. Era tan hermosa como la otra y tan parecida, que podrían haber sido hermanas.

-¿ Quién eres?- le preguntó.

-Soy la que te ama y a la que podrías amar. Junto a mí no conocerás ni la decepción ni el olvido. 

Pero Javier, apartándose de ella bruscamente, miró a su alrededor, en inútil búsqueda.

-Pero ¿ dónde está la Imposible? ¡ Es a ella a quién ansía mi corazón!



domingo, 9 de octubre de 2022

EL ANCIANO CABALLERO.

 Amalia se había quedado sola. Su sueño de amor había durado demasiado poco.  Se afligía menos por ella misma que por el niño, que tenía apenas dos años y crecería sin la imagen de un papá. 

Pronto notó que el dinero le alcanzaba apenas y decidió arrendar la mejor habitación de la casa. Primero llegó una joven de provincia, que se quedó pocos meses y luego, una mañana, apareció el anciano caballero.  Erguido y digno en sus ropas algo gastadas y  pasadas de moda, llegó portando una única maleta.

A Amalia le agradó de inmediato. Tenía una cara triste, surcada de arrugas pero en sus ojos grises quedaban todavía destellos de juventud.  Empezó a salir todos los días a caminar por el barrio y con frecuencia volvía con algún dulce o un modesto juguete para el niño. Este fue de a poco tomándole apego y terminó trepando a sus rodillas sin mediar invitación.

  Todas las noches, después de acostar al niño, Amalia empezó a llamar a su huésped, para que se sentara con ella  junto a la estufa.  Mientras ella tejía, él leía algún libro o se quedaba en silencio, contemplando la llama. Pero una noche, clavó en ella sus ojos tristes y le preguntó por qué estaba sola y si no tenía familia.

Amalia le contó que había perdido a su mamá hacía dos años. De su papá no recordaba nada. Nunca había visto una fotografía suya y las pocas veces que había preguntado por él, su madre había guardado un silencio reticente. Había terminado por convencerse de que había muerto.

Al principio, el anciano inclinó la cabeza sin hablar, pero luego, aunque Amalia no se atrevía a preguntarle nada, empezó un relato entrecortado por los suspiros.

  Dijo que se había casado enamorado y y era padre de una niña  a la que quería mucho. Pero desgraciadamente, tenía el vicio del juego. Era lo que llaman un ludópata. Para cubrir una deuda, había malversado un dinero en la empresa donde trabajaba y terminó en la cárcel.  Cuando cumplió su condena, su mujer le pidió que no volviera. Le dijo que se avergonzaba de él y que prefería decirle a la niña que había muerto. Desolado, partió a trabajar a provincia. No volvió a acercarse a una mesa de juego, pero de su mujer y de su hija nunca más volvió a saber.

-Lo que más quisiera- suspiró- es abrazar a mi hija. Ahora es adulta y talvez si yo le contara, entendería mi sufrimiento y me daría su perdón.

A la mañana siguiente, no se presentó a desayunar. Amalia pasó largo rato aguzando el oído, para sentir algún movimiento en su habitación, pero fue en vano.

Intranquila, terminó por entrar y lo vio inmóvil en la cama. Sus ojos la miraban angustiados y se notaba que trataba de hablar sin conseguirlo. Amalia comprendió que había sufrido algún ataque y llamó a una ambulancia.

Corrió a la casa de su vecina a dejarle al niño y luego se fue con el anciano, junto a la camilla, sosteniéndole la mano todo el tiempo. 

El médico lo examinó brevemente y ordenó que quedara hospitalizado.

La enfermera que lo ingresó le pidió a Amalia que llevara los documentos del paciente y que mirara entre sus papeles a ver si tenía algún seguro médico.  Amalia corrió a su casa y con cierto pudor abrió el cajón de la cómoda  en que el anciano guardaba su escasa ropa. En una caja de cartón encontró lo que buscaba, pero llamó su atención una vieja fotografía en la que aparecían dos recién casados. Con estupor reconoció a su madre. Confiada y orgullosa, se apoyaba en el brazo del mismo hombre que ahora, envejecido pero reconocible, yacía en la cama del hospital.

Amalia regresó  caminando como sonámbula. Una felicidad triste,  una especie de nudo de alegría y llanto le apretaba la garganta. 

Al llegar, el médico le informó que el paciente estaba reaccionando. Que había sido un ataque vascular leve y le aseguró que de a poco iría recuperando el habla. Con ejercicios adecuados, se restablecería también el movimiento de su brazo.

Amalia se acercó a la cama del anciano caballero. Apretó entre las suyas la mano que yacía inerte sobre la sábana y le dijo en un susurro:

-Pronto nos iremos a casa, papá.




domingo, 2 de octubre de 2022

LA HISTORIA DE GABRIEL.

Cuando llegué a trabajar a la Tesorería Provincial, me pareció que el ambiente era bastante agradable.  Pronto noté que en el escritorio contiguo al mío, se sentaba un hombrecito flaco que apenas hablaba. Me saludaba muy educadamente, pero luego se sumergía en su trabajo y no levantaba la cabeza hasta pasado el mediodía. Se llamaba Gabriel Ratto, pero a sus espaldas lo llamaban Ratón.

Me pareció cruel, aunque se veía que lo hacían sin animadversión, como una burla fácil que se imponía por sí sola. 

Pronto me hice amiga de Pablo, el payaso de la oficina.  Nadie sabía a qué hora hacía su trabajo, porque siempre iba por los escritorios comentando rumores y haciendo chistes.  Un día, al salir me invitó a un café. 

Sentados en el frescor del anochecer, conversamos de mil cosas y sin saber cómo llegamos a Gabriel Ratto. Le pregunté por qué le decían Ratón.

- No son muy amigables- le dije- Seguro que más de alguna vez los ha escuchado. No merece que lo traten así.

Por un segundo se quedó callado, pero sonreía con desprecio. 

-Mira- me respondió finalmente-El solo se lo ganó. ¡ Nunca he conocido a otro hombre que se dejara basurear como él lo hizo!

Y a continuación me contó una historia muy grotesca y triste, que me dio qué pensar.

Unos años atrás, Gabriel los había sorprendido a todos al ponerse de novio con Chabela, una rubia muy atractiva de la sección Archivos. Todos se preguntaban qué había visto ella en ese flacuchento melancólico y no pocos envidiosos auguraban un fracaso en la relación. 

-   ¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!- declamaban en voz alta, recordando a Neruda.

Pero el romance siguió a delante y a fin de año, todos asistieron a la boda. Ella se veía preciosa y él, casi buenmozo en su traje oscuro. Su cara era como un letrero de neón, que proclamaba su dicha a los cuatro vientos.

Pero, meses después, empezó a llegar a la oficina con otro aspecto. Y de inmediato empezaron las especulaciones. A Chabela no la veían porque la habían trasladado a otro piso.  A él lo observaban llegar con unos ojos tristes de perro sin amo, pero nadie se dio por aludido ni se acercó a darle ánimos. Cuando entraba, se quedaban callados o se ponían a hablar de futbol.

¡ Hasta que un día se supo todo!  Chabela lo había abandonado por un tipo de la Sección Contribuciones, guapo y de bigote negro, al que apodaban Omar Sharif.

En el ambiente sudoroso y viciado del verano, estalló luego otra noticia. Lo suficientemente trágica para ahorrarle a algunos las sonrisitas socarronas.  Chabela y su príncipe árabe habían sufrido un accidente de automóvil. El había muerto y ella yacía internada en una clínica, con la columna rota.

 Durante una semana, Gabriel anduvo como sonámbulo , pero un día su cara se iluminó desde adentro, como si un fuego se hubiera encendido en lo profundo de su ser. Se lo vio resuelto, como a punto de dar un paso trascendental. Había averiguado en qué clínica estaba Chabela y empezó a ir todas las tardes, a la salida de la oficina.

Ella estaba grave, no se sabía si volvería a caminar.

 Alguien que vio a Gabriel a lado de su cama, les describió la escena.

Ella permanecía muda, con los ojos clavados en el techo, mientras un rictus de amargura y de rabia deformaba su boca. Él le sostenía la mano y a ratos se la besaba con ternura. Chabela no parecía siquiera saber  que él se encontraba en la pieza.

Pero él persistía. Ni un solo día dejó de ir a verla. Le llevaba flores y hasta un osito de peluche, buscando en vano arrancarle una sonrisa.  Cuando le dieron el alta,   se fue a su lado en la ambulancia, al mismo departamento que hacía un año atrás ella había abandonado para correr tras su aventura.

Gabriel había renacido, literalmente, de sus cenizas.   En la oficina, andaba todo el día alegre, el trabajo lo hacía con energía y a las seis volaba fuera del edificio. Le había contratado una enfermera que no sé cómo pagaba con su sueldecito mísero...

Ella se fue recuperando. Creo que era más la rabia que la esperanza lo que le dio fuerzas para erguirse y abandonar la silla de ruedas, con pasos vacilantes.  Pronto se vio a Gabriel, las tardes de los Sábados, llevarla del brazo a recorrer la cuadra. Tiernamente la sostenía y le acercaba la silla, cuando ella se cansaba...

Largos meses duró la convalecencia. La enfermera se fue y Chabela empezó a desplazarse sola, apoyada en bastones. El siguió la rutina feliz de correr a su lado, apenas el reloj piadoso marcaba las seis para liberarlo.

Llegaba al departamento a cocinas, lavar, quitar el polvo, mientras ella lo miraba desde un sillón. Seguramente sentía que toda la angustia había quedado atrás y que la vida le devolvía en monedas de dicha el capital que había gastado en abnegación.

Hasta que una tarde, al llegar, no la halló en el departamento. Los bastones yacían abandonados sobre la cama, vacíos los cajones de la cómoda. Ni una nota siquiera.

Nunca más la volvió a ver.




domingo, 25 de septiembre de 2022

EL POEMA QUINCE.

( Inspirado en el poema de Pablo Neruda)


" Y me oyes desde lejos y mi voz no te toca."

Hace dos semanas que estás como perdida en un mundo tuyo en el que no puedo entrar. Partiste en un barco, vas navegando en no sé qué mares y me dejaste en la orilla, mirando como te alejas.

El médico no me da esperanzas. Dice que prefiere no engañarme.

-Ud. no querrá- me dijo- que ella despierte en el estado en que se encuentra su cerebro.

Y me ha explicado todo lo del aneurisma y el daño neuronal, severo e irreversible. No quiero saber más. Solo quiero quedarme a tu lado, mirando como tu pecho se expande suavemente al ritmo de esa respiración inútil que no significa que estés viva.

Contemplo tu cara inexpresiva, tan hermosa aún. Eres tú y eres otra, porque llevas puesta la máscara de tu ausencia, que es como un velo que trasparenta apenas tus rasgos desvanecidos.

" Mariposa de sueño, te pareces a mi alma

y te pareces a la palabra melancolía."


Me quedo horas junto a ti, apoyando mi frente en tu mano que ya no me acaricia. Me dejan quedarme contigo cuanto quiera.  Te hablo de nuestros recuerdos, de tantas cosas que vivimos juntos...

" Y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza".

¿ Como pudo pasar esto, si te veías tan bien?  En un rincón de tu cerebro había un malhechor, agazapado quizás desde cuándo, esperando el momento para atacarte.  Ni un aviso, ni un síntoma. 

Esa tarde llegamos a la casa de Nina, a celebrar su cumpleaños. Te veías preciosa, con el vestido azul y el collar de lapislázuli, que yo te había comprado, haciendo juego.  Alcanzaste a entrar, te adelantaste hacia Nina, sonriendo. De pronto tu rostro se torció en forma  extraña. Sin un gemido, caíste al suelo, inconsciente.

" Déjame que te hable también con tu silencio.

Estás como distante, mariposa en arrullo."

Le avisé a tus  hermanas y a tu madre, pero llegaron cuando ya estabas perdida en esa marea púrpura de tu sangre, que llegó para borrarlo todo, para borrarte a ti. ¡ Fue tan corta nuestra historia de amor!   Yo te recitaba los poemas de Pablo Neruda y a ti te gustaba tanto el poema quince...

" Me gustas cuando callas, porque estás como ausente"

Y ahora grito que no quiero que calles, que quiero que me hables y me digas que aún estás conmigo.

" Eres como la noche, callada y constelada"

¡ No, la noche no, por Dios!   El día...y que tus ojos se abran para mirarme una vez más.

Vuelvo a nuestra casa vacía y la recorro como un sonámbulo. En cada habitación hay imágenes tuyas congeladas en el recuerdo. Miro el jardín y te vuelves

hacia mí, sosteniendo una rosa. Tus rosas, que no sé por qué se obstinan en seguir floreciendo en este octubre en que tú ya no volverás.

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Hoy me llamaron a la oficina con urgencia. En el ascensor alguien me preguntó por ti. Me escuché diciendo:  Ahora voy a la clínica. Y terminé gimiendo como un loco: No sé, no sé... Pero sabía.

Cuando llegué, ya te habías ido. Me acerqué a tu cama y vi tu rostro pálido y apacible, libre ya de los tubos y las máquinas. Tu barco había llegado a ese muelle ignoto donde te esperaba un ángel.

" Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca".





lunes, 19 de septiembre de 2022

TARDES EN EL HOSPITAL.

Llevaba más de una semana en el hospital. Me sentía bastante mal y pensé que me quedaban pocos días de vida, cuando gente extraña empezó a venir a verme, fuera de las horas de visita.  Noté que las enfermeras pasaban de largo sin notar su presencia y era evidente que la única que las veía era yo.

La primera que vino fue una señora gorda vestida de gris. Llevaba uno de esos sombreros con velo que se usaban en los años treinta. Llegó un poco sofocada y se dejó caer en la silla que había al lado de mi cama.

-¡ Ay!- suspiró, abanicándose con el pañuelo- No le extrañe mi falta de aire. Morí del corazón y en mis últimos días, no podía andar ni media cuadra sin perder el aliento. Por eso, algunos dijeron: Por fin descansó la pobre. Pero, sigo igual, aunque ahora camine por la otra vereda. Ud. me entiende...

La miré aturdida, dudando de  si me encontraba despierta. En ese momento vino una enfermera a darme un sedante e hizo caso omiso de la gordita. Ella ni se inmutó por el desaire. Se notaba que se había acostumbrado a pasar desapercibida. 

Pensé que era la Muerte que venía a buscarme y me alcanzó a dar un escalofrío, pero ella me tranquilizó en seguida:

-Mire, pasé un ratito no más, porque tengo que hacer otras visitas. Resulta que este mes soy yo la encargada de repartir el  " Manual de Convivencia en el Otro  Mundo."

La miré extrañada y ella me explicó con paciencia:

-Lo que pasa es que la gente llega allá sin preparación ninguna. No aceptan la realidad y se lo pasan buscando alguna puerta para volver para acá. Alborotan con sus quejas, dicen que se murieron por error y se empecinan en hacer apariciones extoplasmáticas que dejan a los vivos erizados de espanto. En general, muestran una falta de criterio y de urbanidad que es necesario corregir con estas normas.

Me entregó un librito de tapas grises y acomodándose el sobrero, se paró de la silla y se alejó. En realidad, no supe si se había ido o  se había desvanecido.  Metí el librito debajo de la almohada, para leerlo después y amodorrada por el sedante, me dormí sin haberme recuperado todavía de la sorpresa.

A la mañana siguiente, no encontré el manual y aliviada, decidí que todo había sido un sueño. Pero, bien poco me duró la tranquilidad, porque dos días después, recibí otra visita fuera de horario.  Esta vez era un hombre flaco, de terno y corbata.  Tan flaco, que los huesos de la cara pugnaban por asomársele por la piel.

Al notar que yo lo miraba alarmada, sonrió con tristeza y me dijo:

-No se preocupe, solo vine a acompañarla un rato, para que no se le haga tan larga la tarde.

Miró hacia la ventana y se quedó absorto contemplando caer la lluvia.

-Allá también llueve- observó melancólico- No es tan distinto de acá. Se va a acostumbrar, se lo aseguro. Hay más gente con quién conversar. Aquí andan todos apurados por llegar a alguna parte. Allá no tenemos ninguna parte a la cual llegar. El tiempo no existe y si existe, a nadie le importa ya.

El dudoso pronóstico de que me iba a acostumbrar muy  luego me había dejado sin habla. Al notar mi silencio,  se acomodó en la silla y continuó hablando.

- Me morí solo en una pieza de pensión. Me encontraron a los tres días, cuando la dueña  fue a cobrarme la mensualidad. En cambio, ahora tengo harta gente dispuesta a conversar conmigo. Todos los días llega un bus con nuevos habitantes. Es cosa de ir al paradero y acompañarlos a recorrer el barrio...

Me miró con simpatía y me dio unos golpecitos en la mano.

La retiré bruscamente y le contesté con rabia:

-  Yo no tengo ganas de irme todavía.

-No se preocupe, ya las tendrá. La Muerte no anda a tirones con la gente. Llega suavecito y lo mejor es que se parece a la mamá de uno.  Es tan sabia que toma la apariencia de la madre de cada uno. Así, nadie vacila en seguirla...¿ Quién no querría volver a su regazo?

Se paró de repente y me dijo: 

 -Ahora me voy, porque hace  demasiado rato que ando por aquí. Pero estaré en el paradero de buses, cuando usted llegue. ¡ La estaré esperando!

Me sentí muy poco inclinada a agradecerle su gentileza y esa noche me costó más quedarme dormida. A la mañana siguiente, al abrir los ojos vi a una mujer idéntica a mi madre parada al lado de mi cama.  Acordándome de las palabras del flaco, imaginé que era la Muerte.

-¡ Ay! ¡ No me quiero ir todavía!  ¡ No me lleve, por favor!

Mi mamá me miró consternada:

-¡ Qué te pasa!  ¿ Te volviste loca?  Los médicos te dieron el alta y te vine a buscar para llevarte a la casa.




domingo, 11 de septiembre de 2022

COSAS DEL DESTINO.

Las opiniones de las personas diferían bastante sobre el tema. Algunos decían que el Destino manda en nuestras vidas, que nada es casualidad y que siempre las cosas pasan por algo. Otros, más fríos y cerebrales, afirmaban que el Destino no existe y que tenemos libre albedrío para elegir.

Los que más se reían de esa imaginaria libertad eran unos hombres vestidos de oscuro que trabajaban en una gran oficina, en el centro de la metrópoli. Se nombraban a sí mismos  "Los Agentes del Destino" . Algunas personas creían en ellos, pero los llamaban " Ángeles de la guarda". Y en cierta forma, tenían razón. Eran ángeles sin alas, pero su ocupación no era proteger a la gente, sino vigilar que cada uno cumpliera estrictamente el destino que tenía trazado de antemano.

Jaime estaba en el grupo de los que se creen predestinados y decía siempre que " las cosas pasan por algo".  Por eso, una tarde, cuando empezó a llover y se refugió en un café, al ver ahí a Elisa, pensó que era cosa del Destino.

A esas alturas de su vida, estaba bastante decepcionado del amor en general y de las mujeres en particular. Eso, porque una chica llamada Paula, le había destrozado el corazón.

Por culpa de ella, se había vuelto cínico y de ahí en adelante, se había propuesto no volver a enamorarse jamás. Pero, la lluvia lo empujó a ese café y al encuentro con Elisa y sus propósitos se derrumbaron como un castillo de naipes.

Ella estaba sola en una mesa, leyendo una novela. A su lado humeaba una taza de café. Al escuchar el ruido de la puerta, levantó los ojos con ansiedad, como si esperara a alguien. Al ver a Jaime, una sombra de decepción opacó sus facciones.

Ella ignoraba que, unos minutos antes, un Agente del Destino montado en una bicicleta, se había subido a la vereda  y había mandado al Hospital  con un esguince de tobillo al joven que ella esperaba. La razón era evitar a toda costa que se encontraran, porque ese día Elisa debía conocer a Jaime.

La orden venía de " arriba", del Director máximo a quién nadie conocía pero cuyas órdenes eran imposibles de cuestionar.

Cuando Jaime notó que ella lo miraba con disgusto, no se amilanó. Decidió esperar en una mesa cercana para ver si llegaba el acompañante de la chica. 

- Si no llega- pensó- estaré seguro de que este encuentro es cosa del Destino.  Pero, en ese momento, la vio cerrar su novela y hacer amago de marcharse.

-¡ Por favor! ¡ No te vayas!  Acompáñame con un café hasta que termine de llover. Estoy seguro de que el Destino me trajo hasta aquí, para que pudiera conocerte.

-¡ Tonterías!- rebatió ella, en son de burla-  Sencillamente entraste al café porque andabas sin paraguas. El Destino no existe. 

En la mesa contigua, un hombre de traje oscuro que leía un diario, soltó la risa y disimuló tosiendo.  -Ya verás, niña! - exclamó en voz baja- Yo te voy a enseñar si el Destino existe o no.

Y así fue como Jaime y Elisa se enamoraron.

  Si estaban predestinados o fue simple casualidad, eso es lo de menos. El Amor no es un filósofo ni se rige por ninguna ley. Todo lo contrario, es un cabeza hueca que anda por ahí, trastornando al Mundo.  




domingo, 4 de septiembre de 2022

LA SONRISA DE HERIBERTO.

Lily había quedado cesante. La pequeña tienda de hilos y lanas donde era dependiente, cerró sus puertas.  Estaba claro que en la actualidad, las mujeres ya no cosían ni tejían como antaño. Ni siquiera  las abuelas se preocupaban ya de tejer el ajuar del nieto que venía en camino. Preferían pasar las horas chateando o buscando en Facebook la amistad de algún viudo interesante.

Lily debía un mes de pensión y no quería llegar a la casa y enfrentarse con la cara hosca de la dueña. Necesitaba pensar.

  Paladeando su incertidumbre como si chupara un limón agrio, se fue caminando sin rumbo por las calles y no supo como se encontró en el cementerio. Recorrió las avenidas sombreadas de cipreses y vio como los últimos rayos del sol se perdían entre las ramas oscuras. Cuando quiso salir, comprobó que habían cerrado las puertas del cementerio.

No tuvo miedo. Más le temía a los vivos que a los muertos, así es que de a poco se fue tranquilizando y terminó por sentarse en una tumba. Los pájaros nocturnos se llamaban suavemente entre los árboles y no tardó en asomar la luna como un botón dorado que abrochara el manto de la noche.

Era verano y aún a esa hora, hacía calor. Lily sin saber como, se quedó dormida.

Despertó con las primeras luces del día. Se lavó en un grifo y se peinó, antes de que apareciera el jardinero. Esta vez pudo leer las señas del difunto sobre cuya lápida había estado acurrucada. Se llamaba Heriberto y había muerto hacía poco, cuando apenas tenía veinticuatro años. En la cabecera de la tumba habían puesto su fotografía enmarcada en metal. Lily lo encontró muy atractivo y viendo sus ojos oscuros y pensativos, se imaginó que había sido un poeta. 

-¡ Quizás ni siquiera había alcanzado a amar!- suspiró, condolida.

Notó que la tumba no tenía flores y decidió remediar esa negligencia. Sin ningún remordimiento, sacó unos claveles de la tumba vecina. Pero no olvidó dar disculpas a su ocupante:

-¡ Perdone, señor! Pero usted tiene muchas flores. Se nota que lo querían mucho....En cambio, Heriberto era un joven poeta que no había alcanzado a amar...

Apareció el jardinero y le prestó una escoba. Con ella barrió el polvo de la lápida y arrancó la maleza que había crecido alrededor. Finalmente, con el puño de su blusa frotó el vidrio de la foto,  hasta dejarlo reluciente. 

Al salir, miró por última vez a Heriberto y estaba casi, casi segura de que él le había sonreído...

No demoró ni un día en hallar otro empleo.  Esta vez en un restorán, para que ayudara a servir las mesas. Siempre estaba lleno de gente. La mayoría le sacaba fotos con su celular a la comida que tenía en su plato, seguramente para subirla al Facebook e informar a los demás lo bien que lo estaba pasando...

Pero Lily pensaba siempre en Heriberto. Recordaba la noche en que sentada sobre su tumba, había lamentado su desgracia a media voz y cómo él había callado comprensivo, brindándole su apoyo incondicional.  Se sentía incluso un poco enamorada. ¡ Somos tan unidos!- pensaba- Si hasta pasamos la noche juntos...

Así es que, dos tardes a la semana, al concluir su turno en el restorán, se encaminaba al cementerio. Ahora disponía de dinero para comprar flores y siempre llegaba con un ramito.

Hasta que una tarde de otoño, cuando una bruma dorada envolvía los cipreses, lo vio parado al lado de su tumba, como si la estuviera esperando.

Cuando pudo articular palabra, le preguntó en un susurro:

-¿ Como saliste?

-Bueno, pedí permiso para salir.

-Y ¿ se puede hacer eso?

- En mi oficina sí. Les dije que quería visitar la tumba de mi hermano gemelo, que hacía tiempo que tenía abandonada...

Se volvió a mirar con cariño la foto de Heriberto y notó el ramo de violetas que había en el florero.

-¿ Has sido tú quién ha cuidado de la tumba todo este tiempo? No sabes cuanto te agradezco...

Lily asintió sin hablar. ¿ Para qué iba a contarle que había conocido a Heriberto después de muerto? 

Mientras hablaban, el cielo otoñal se fue cubriendo de nubes y repentinamente empezó a llover.

- ¡ Vamos!- invitó él- Cerca de aquí hay una cafetería. Nos vendría bien tomar algo caliente.

Al alejarse, Lily miró la foto de Heriberto y esta vez estuvo segura, absolutamente segura de que él le había sonreído. 




domingo, 28 de agosto de 2022

EL VIAJERO.

Ella lo vio salir con una maleta. Se había puesto su abrigo y su viejo sombrero de ala ancha.

-¿ A donde vas?

-Voy  "Allá".

-¿ " Allá"  donde?

-" Allá", donde está la Vida.  Aquí me siento prisionero. Me ahogan estas paredes.

Ella se quedó en silencio. No entendió lo que él quería decir, pero no se extrañó de su partida. Siempre supo que terminaría por abandonarla.

De a poco se habían ido rompiendo los lazos que los ataban. Ahora solo los mantenía unidos la costumbre, como una frazada gris que los envolvía sofocándolos.

Hacía tiempo que lo notaba ausente, sumergido en su introspección y no había podido atravesar el muro que se fue levantando entre ellos.

 Lo miró partir sin un gesto. La puerta se cerró sin ruido a sus espaldas. El la había sostenido hasta el último momento, para que no se golpeara contra el marco.  Tal vez pensó que esa partida silenciosa le haría menos daño a ella.

Pero, su precaución fue inútil, porque un ancho hueco de ausencia se abrió donde antes había estado su cuerpo. La vida de ella se volvió una laguna oscura a la que  iba arrojando las horas, como guijarros que se hundían sin dejar huella.

El partió libre y esperanzado. Caminó durante largo tiempo sin detenerse. Atravesó pueblos grises, envueltos en una niebla de humo o de melancolía. Ninguno de ellos era su meta.

Por fin, divisó a lo lejos la mole de una gran ciudad. Un alto muro la rodeaba y junto a la puerta vio parado un hombre.

-¿ Es esto " Allá" ?- le preguntó ilusionado.

-¡ Oh, no!  -le respondió el hombre, con un dejo de burla en su voz- " Allá " es mucho más lejos. No has recorrido ni un tercio del camino todavía.

-Y esta ciudad ¿ qué es?

-Esto es " Mientras".  Puedes descansar aquí, antes de continuar tu viaje.

A medida que se internaba en la masa gris de edificios, vio a mucha gente caminando delante de él. En sus caras brillaba débilmente la esperanza, como una brasa que crepita antes de extinguirse. 

Al día siguiente salió de la ciudad y siguió caminando sin descanso. Su espalda se fue encorvando y su pelo se volvió gris.  La incertidumbre lo agobiaba pero siguió andando sin alcanzar nunca la meta. Cuando creía distinguir a lo lejos la silueta de una ciudad, al acercarse comprobaba que era un espejismo. Los que marchaban junto a él se iban quedando atrás o se perdían en un recodo del camino.

Un anochecer, cuando creyó que ya no le quedaban fuerzas, entró por fin a una ciudad.

Las calles se veían oscuras y las puertas cerradas, pero vio brillar una luz tras el cristal de una ventana.

Golpeó la puerta y le abrió una mujer de ojos apagados.

-¿ He llegado por fin?  ¿ Es esto ""Allá" ?

No- suspiró ella- Este es el mismo lugar de donde partiste.

La miró sobresaltado y solo entonces reconoció a su mujer. En las arrugas de su cara, vio escrita una historia de soledad y abandono.

Se dejó caer a sus pies y hundiendo la cara en los pliegues de su falda, lloró largamente.





domingo, 21 de agosto de 2022

FUERZA MENTAL.

 Como era de esperar, el reloj despertador cumplió su cometido con despiadada puntualidad y lo arrojó de la cama, de cabeza a la lobreguez del día Lunes

Jorge se sintió cansado de antemano, al solo pensar en lo que le esperaba. Odiaba su trabajo y por sobre todo, odiaba a la gente con la que le tocaba trabajar. Empezando por Olguita, la secretaria, que cada mañana lo saludaba con una sonrisa:  ¡ Buenos días, Don Jorge!  ¿ Como amaneció?

A él, ese saludo le sonaba a pura hipocresía y le daban ganas de contestarle:  ¿ Y a usted, qué le importa?

A continuación, se enfrentaba con el corrillo de vendedores en torno a la máquina de café, fanfarroneando y felicitándose unos a otros, por los éxitos de la semana.  Se demoraban ahí por lo menos media hora, hasta que consideraban que ya era tiempo de honrar a algún cliente con su visita.  El resto del día, el ruido continuaba ensordecedor:  Los teléfonos, los cotilleos de las secretarias, la voz del jefe tronando desde su cubículo acristalado...A Jorge

se le antojaba estar metido en un avispero, cuyo zumbido le impedía concentrase en el trabajo. A media mañana, ya estaba de un humor de perros...

Hubo un momento en que dejó su escritorio y en el pasillo chocó con un auxiliar, que llevaba una taza de café. El muchacho tropezó y le vació parte del café en los zapatos. Jorge lanzó un rugido y con gusto le hubiera dado una cachetada. 

El auxiliar, afligido corrió a buscar una toalla de papel e hizo amago de limpiarle los zapatos, pero lo apartó de un empujón y se alejó rezongando. 

En la tarde, el mismo auxiliar entró tímidamente con un paquete. - Don Jorge, vinieron del club de lectores y le trajeron esto...¡ Ojalá sea interesante!

Se notaba que quería hacerse perdonar la torpeza de la mañana. Jorge desenvolvió el libro y vio que el título era " El poder de la Fuerza Mental".

-¡ Oh! Un amigo mío lo leyó- exclamó el auxiliar, asomándose por sobre su hombro- Me contó cosas asombrosas. Parece que si uno se concentra y pone toda la fuerza de su mente en algo, puede conseguir cualquier cosa que se proponga...

-¡Puras tonterías! -pensó Jorge, pero en el Metro se fue leyendo el libro y lo absorbió tanto que se pasó dos estaciones. ¡ Era increíble!  Daba ejemplo de personas que concentrándose, lograban que otras se plegaran a sus deseos. O fijando su atención en un solo objetivo y pensando en ello sin descanso, lo hacían realidad...¡ Era cosa de Fuerza mental y Concentración! 

Ya en su cama, con la luz apagada pensó:  Me voy a concentrar en una sola cosa: En hacer desaparecer de la oficina a todos los idiotas que ahí trabajan. ¡ No quiero tener que ver más sus caras ni oír sus risas de hienas!  Es lo único que deseo y en eso me voy a concentrar...

Y se durmió con la idea deliciosa de una oficina vacía, como un oasis de paz para él

solo. 

Cuando se levantó al otro día, ya no se acordaba y por eso fue que, al bajar del ascensor lo sobrecogió el silencio que reinaba en el pasillo.  En la oficina no había nadie.

Se quedó atónito y por unos segundos, no entendió lo que pasaba. Después se acordó de que se había dormido haciendo fuerza mental para que todos desaparecieran. ¡ Y lo había logrado!.

-¡ Qué maravillosa paz!  ¡ Qué silencio bienhechor!   Los escritorios vacíos...La oficina entera para mí ... 

En una hora despachó todo el trabajo acumulado. Después, no se le ocurrió qué más hacer. Se puso a pensar en la increíble proeza de su mente. ¡ Haber logrado borrarlos a todos solo con la fuerza de su voluntad !  Ya no tendría que escuchar más la cháchara de los vendedores, ni los gritos del jefe...Y sobre todo, se había librado de la cantinela dulzona de Olguita: ¿ Buenos días, Don Jorge!  ¿ Como amaneció?

En la tarde empezó a sentirse extraño. El silencio lo oprimía. El reloj de la pared desgranaba su mazorca de minutos con su tic tac estridente.  A veces le parecía escuchar un ruido...Pero no, en la oficina no había nadie...¿ Y no habría nadie nunca más?

Se fue a su casa dubitativo. Se sentía abrumado por lo que había hecho. Después de todo, sus compañeros de trabajo eran lo único que tenía en su vida solitaria...

Se durmió apesadumbrado. 

Al otro día, al bajar del ascensor, lo sorprendió el bullicio de siempre. Las voces estridentes, las risas, los teléfonos. Desde el pasillo escuchó el monólogo de Domínguez, el vendedor estrella, jactándose de sus logros... ¡ Qué alivio!

Olguita, la secretaria, apartó la vista del teclado y le dijo con sincero pesar:

- ¡ Lo echamos mucho de menos, ayer, Don Jorge!  ¿ Por qué no asistió al paseo de la oficina?



domingo, 14 de agosto de 2022

FALLAS HUMANAS.

La nave tocó suavemente la superficie de la tierra y el rayo impulsor se desvaneció con un siseo apenas audible.  XT supo que había llegado a destino. Tenía varios conocimientos sobre el planeta y los seres que lo habitaban. Sabía que se llamaban a sí mismos "  Seres Humanos" , pero la información que manejaba sobre ellos le hacía dudar de que ese nombre les quedara bien...

Pensó que debía abrir la escotilla y salir a explorar el terreno. Lo recibió la bóveda del cielo desplegada sobre la nave como un manto resplandeciente de estrellas. Un rápido chequeo le permitió localizar aquella de la cual procedía y eso lo tranquilizó.

XT no tenía cuerpo sólido, era solo una mente que se desplazaba emitiendo un suave fulgor. Si alguien lo hubiera mirado de lejos, habría creído que era una luciérnaga.

Percibió un campo de contornos irregulares y en la distancia, la mole de una ciudad iluminada. Era allá a donde tenía que dirigirse.  Pero, antes, tenía que adquirir forma humana.

Volvió a la nave y examinó un catálogo con apariencias para elegir y se introdujo en la cabina de concreción molecular. Al cabo de unos minutos, salió de ahí premunido de un cuerpo bastante hermoso. Pero, como nunca había tenido uno, se sentía pesado e incómodo. Otro inconveniente era que ahora poseía olfato y se dio cuenta de que había aterrizado en un basural. El hedor era horrible. A lo lejos, unas criaturas peludas se disputaban restos de comida. 

-¡ Perros!- exclamó XT, orgulloso de sus conocimientos. En las pruebas siempre había sacado notas sobresalientes . También en el examen de Biología Humana. Sabía que los hombres pensaban constantemente, pero eran sus emociones las que tendían a dirigir su conducta. Y le daban especial importancia a dos conceptos: Dinero y Poder.

Había otra  palabra que repetían a menudo, Amor. Pero su significado no parecía muy concreto y al parecer solo se trataba de un devaneo superficial.

Ahora debía interactuar con ellos, tomar notas mentales de su conducta y entregar un reporte a su regreso. Otros como él habían venido antes y su trabajo solo sería de un chequeo de rutina.

Cuando entró a la ciudad, se veía como un joven más y las sombras de la noche ayudaban a disimular la belleza de su cara.   Pasó frente a un bar en cuya puerta había un grupo de hombres.

-¿ Tienes sed?- le preguntó uno, tendiéndole una lata de cerveza.

XT sentía los labios secos y se acercó confiado. Pero otro lo tomó violentamente por detrás y le clavó una punta metálica en la espalda.

-¡ Entrega la plata y el celular, si no quieres que te mate!

-No tengo celular ni dinero- respondió XT- No tengo nada.

Lo arrojaron al suelo y varias manos tantearon sus bolsillos. Se escuchó a lo lejos una sirena policial y huyeron en todas direcciones. Varios transeúntes habían presenciado la escena pero ninguno hizo amago de ayudarlo. 

Siguió caminando y llegó a una casa iluminada. Del interior brotaba música. A XT le parecían sonidos cacofónicos, pero se dejó llevar por el ritmo y entró en la casa. Una mujer le salió al encuentro:

-¡ Hola, guapo!- le dijo, abrazándolo- Ven conmigo y yo te haré el amor...

Sus labios oprimieron los suyos, pero de pronto se apartó y lo miró con sospecha:

-Trajiste dinero, me imagino...

-No, no tengo dinero.

-¿ Y qué haces aquí entonces? ¿ Crees que por tu linda cara te va a salir gratis?  Ándate y déjame trabajar.

Lo sacó a empujones hasta la vereda. XT se alejó confundido. Al escuchar la palabra Amor se había sentido expectante. ¡ Por fin iba a conocer su significado!  Pero, para eso había que tener dinero...

Dos veces, en esa noche, le habían pedido dinero. Una, amenazándolo con quitarle la vida y la otra, ofreciéndole amor. No había duda que era muy importante para los humanos...

Cansado, se sentó en un banco de madera que había junto a una cabaña. 

-¡ No sé por qué, se me ocurre que tienes hambre!  ¿ Quieres entrar y compartir mi cena?  Era un anciano el que le hablaba.

-Pero, no tengo dinero- suspiró XT.

-Bien triste debe ser tu vida, si crees que tienes que comprarlo todo.

Lo llevó al interior de la cabaña, donde sobre una mesa humeaba una olla con sopa.  XT comió con avidez. Tenía sed y hambre, pero por sobre todo, tenía deseos de llorar. Un cúmulo de emociones lo agobiaba. Deseó librarse de ese cuerpo y volver a ser una mente, ingrávida y pura, porque los sentimientos humanos lo hacían sufrir.

Se despidió del anciano y volvió a la nave. Esa noche había conocido a muchos seres humanos, pero solo uno le pareció merecedor de ese nombre. Ahora solo quería regresar a su hogar en las estrellas y no volver a la Tierra nunca más.




domingo, 7 de agosto de 2022

EL VIAJE.

La Vida es como ir viajando en un bus. Generalmente, uno se resigna a hacer todo el recorrido, le guste o no.  Es cierto que hay algunos que se bajan sobre andando, antes de llegar al terminal, pero son los menos.

Se viaja colgado de la barra, mirando como desfila el Mundo a través del vidrio, ajeno e inaccesible. Uno va siempre rodeado de caras anónimas, que lo miran sin verlo. Gente de la cual no se puede esperar nada, excepto una mala cara o un empujón, si uno invade su espacio sin querer.

Los pobres vamos siempre de pie. Los ricos, sentados. Me imagino que el conductor estableció esa regla y no tenemos el valor de oponernos a ella. Tampoco sacaríamos nada, creo yo.

Nunca supe como llegué aquí. Me encontré viajando, sencillamente. Sin entender gran cosa, como si me hubiera subido por equivocación, en un paradero que quedó borrado por la niebla.

Al principio iba con mis padres, mudos los tres, con esa resignación que tenemos los pobres. Sufriendo los pisotones y las malas palabras, sin despegar los labios. Y pidiendo nosotros perdón, cuando son otros los que nos empujan.

Ellos se bajaron antes.  Primero fue mi viejo, tan chiquito y encorvado que casi no ocupaba espacio. Parecía que una máquina trituradora lo hubiera estado carcomiendo por dentro. Apenas quedaba de él un pellejito arrugado, cuando se despidió con un gesto y se bajó en una esquina.

Después le tocó el turno a mi madre. Me apretó la mano sin decir palabra y la vi bajarse en un barrio gris, mojado por la lluvia. Se perdió por una calle larga, a la que no se le veía el final ni tampoco el nombre, pero yo sabía bien como se llamaba.

Y seguí vajando solo, buscando a mi alrededor una mirada tibia, algún gesto amistoso, entre tanta cara impávida...

Sin saber como, me fijé en una muchacha de pelo oscuro que iba a mi lado. La masa de gente la había empujado hacia mí y ella se acomodó en el refugio de mi brazo, apretando contra su pecho una carterita humilde. Me miró y vi que tenía los ojos tristes, como si se le hubiera quedado atrapado en ellos algún invierno de su niñez.

Sentí en el corazón una tibieza nueva y me embargó la convicción de que ya no iba viajando solo. Y así seguimos los dos, hombro con hombro, viendo pasar el mundo a través de los cristales. No nos mirábamos, pero sé que nos sentíamos, porque ella llevaba en los labios una sonrisa secreta, que solo yo podía ver.

Luego divisé a un hombre al otro lado del pasillo. Vestía muy elegante y se veía satisfecho, como todos los que tienen el privilegio de viajar sentados.

La miraba a ella, fijamente, y al cabo de un rato, se levantó y le ofreció el asiento. Ella me miró, como dudando y luego aceptó, entre avergonzada y contenta. 

Esa fue la última mirada que me dio. 

Esquivando los pisotones, fui retrocediendo por el pasillo. ¿ Qué podía hacer si no tenía nada que ofrecerle?  Los que viajamos de pie, siempre somos los perdedores.