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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 25 de octubre de 2015

SOLEDAD.

Juan se sentías tan solo en su departamento, que salió a la calle para ver gente....y se sintió más solo todavía.
¿ Qué mayor soledad puede haber que la de estar rodeado de desconocidos?
Le pareció que andar así por las calles, ignorado de todos, era como caminar envuelto en una  niebla algodonosa.
¡ Ojalá me encontrara con alguien conocido!- pensaba-  Alguien que quizás también salió a la calle para escapar de su soledad ...
Pero una masa anónima lo envolvía.  Era como una boca enorme que lo engullía y se lo tragaba sin masticarlo siquiera.
A lo lejos vio venir a un vecino del barrio al que apenas conocía.
¡ Por fin alguien a quién saludar !
Sacó del bolsillo de su alma su mejor sonrisa, una brillante y nueva, como para día Domingo y se aprestó a desearle las buenas tardes... Pero el vecino, haciendo un vago gesto con la mano pasó de largo. ¡ Iba hablando por celular!
Juan odiaba los celulares, incluso el suyo.  La opinión general era que gracias a ellos la gente estaba conectada como nunca. Pero Juan sentía que era mentira, que todos estaban cada día más solos.
¿ Acaso las personas usaban los celulares para concertar un encuentro?  No, todo lo contrario. Justamente era para evitar ese encuentro y solucionar las cosas por teléfono con mayor rapidez...¿ Qué pasaba con el tiempo que cada vez alcanzaba menos?
¡  Cuantas veces una promesa de charla amena que llenaba de esperanzas su corazón, se había visto interrumpida por la odiosa musiquita...!
-Perdona, tengo que atender- decía su interlocutor, y ahí se acababa todo.
El cálido hilo que los había atado durante un instante, se cortaba con un brusco tijeretazo.
 -Me había olvidado de este asunto urgente...¡ me voy corriendo! ¡ Otro día te llamo!
A Juan le parecía que los muros de su soledad estaban hechos con innumerables ladrillos. Y en cada uno de ellos estaba escrito: " Otro día te llamo".
Masticando sus tristes reflexiones, como si fueran una goma de mascar amarga, se dirigió sin pensarlo, al cementerio.
Muchas veces sus solitarios paseos terminaban ahí.
Caminar entre gente dormida, que tal vez soñaba, ajena ya a las angustias de la tierra, siempre lo apaciguaba.
A lo lejos, entre los cipreses, divisó a alguien. ¡ Qué extraño!- se dijo.
Pero, su sorpresa se acrecentó al reconocer a su amigo Pedro.
¡ Qué tiempo hacía que no lo veía!  Con súbito rubor se acordó de su último encuentro. Había sido él, Juan, el que había pronunciado la odiosa frase : " Otro día te llamo"
Y por supuesto, ese día nunca llegó.
Pedro lo reconoció y una melancólica sonrisa, exenta de rencores, iluminó su cara.
- Amigo ¡ Qué gusto me da verte por acá !
Juan supuso que era otro ser angustiado como él, que buscaba la serenidad de los cementerios.
Se sentó a su lado, sobre la loza de una tumba y conversaron hasta que llegó la noche.
Ningún repiqueteo de celular interrumpió su charla ni Pedro se acordó de pronto que tenía algo urgente que hacer...
-¡ Hacía tanto tiempo que no conversaba así con nadie, sin apuros y sin interrupciones!- exclamó Juan, reconfortado.
-Eso es lo bueno que tiene ésto- respondió Pedro con dulzura - El paso del tiempo aquí ya no importa...
Juan se paró sobresaltado y al querer tomarlo de un brazo, lo notó incorpóreo.

Entonces se le ocurrió leer el nombre que estaba escrito en la lápida y vio que habían estado sentados sobre la tumba de Pedro.    





POEMA DE AUSENCIA.

Ahora que estás lejos,
hay una estrella que tiembla en el fondo de mis ojos.
Aveces, cae en gotas
y se va por la noche convertida en luciérnagas.
Es inútil llamarte.
Mi voz se prende la tañer de las campanas
y se aleja flotando hacia el ocaso.
Cada día te llevará mis besos
la mariposa vegetal de un vilano de cardo.
Ahora que estás ausente,
este amor desolado

exprime sobre mi alma margaritas deshechas.

domingo, 18 de octubre de 2015

UN HOMBRE EN LA CARRETERA.

No sabía cuantas horas llevaba manejando. Se había propuesto cubrir en dos días la distancia que la separaba de la Capital.
 Tenía una entrevista de trabajo y pensaba llegar con tiempo suficiente para pasar antes a la casa de su madre.  Ahí se refrescaría y se cambiaría el vestido por un traje más formal que llevaba en una maleta.
De pronto vio a un hombre parado al borde de la carretera. Le hacía señas para que lo llevara.
Se veía pálido y cansado, pero la miraba confiado mientras alzaba la mano.
No quiso parar. Jamás se le ocurriría llevar a un hombre cuando iba sola. Y menos ahora- pensó- que hay tantos asaltos y robo de vehículos.
Por el espejo retrovisor lo vio empequeñecerse en la distancia. Notó que le sonreía con una mueca más bien triste que la hizo sentirse mal. Luego, en una vuelta del camino, lo perdió de vista.
Continuó manejando sin descanso. Pensó detenerse junto a una bomba de bencina y tomar un café mientras le llenaban el estanque.  A lo lejos, divisó una y aminoró la velocidad.
Iba a frenar, cuando vio al mismo hombre haciéndole señas para que lo llevara. Estaba parado en ese lugar, aunque hacía por lo menos una hora que lo había dejado atrás. La miraba fijamente y le señalaba la carretera con la mano.
Tuvo miedo y apretó el acelerador.
¿ Quién era ese hombre y por qué la perseguía?  ¿ Y como era posible que estuviera en la bomba de bencina si hacía más de una hora que lo había visto a la salida de un pueblo?
Seguramente otro automovilista lo había llevado un trecho y lo había dejado en la bomba de bencina, para que probara suerte.
Todo tiene una explicación- se dijo, tratando de calmarse- Pero, no sabía por qué seguía sintiéndose angustiada.
Tenía clavada en la mente la cara del hombre, con su sonrisa triste que parecía esconder un sarcasmo, como si lo divirtiera su negativa a llevarlo.
Siguió manejando sin parar hasta que empezó a oscurecer. Recordó que no había comido  nada, pero no sentía apetito.
  Pensó hacer un alto en algún pueblo y buscar alojamiento en un motel.
Distinguió unas luces y aminoró la marcha. Pero, parado al borde del camino estaba de nuevo el hombre.
Esta vez, su terror la hizo pensar que enloquecería.
- ¡ No puede ser!   ¡ No puede ser!- repetía llorando mientras aceleraba.
Manejó toda la noche sin detenerse.
Al amanecer, se detuvo al borde del camino y quiso llamar a su madre.
No quería asustarla, pero necesitaba desahogarse, hablarle de esta aterradora coincidencia que no tenía explicación.
Tomó el celular con mano temblorosa.
- ¡ Aló!
Le respondió una voz desconocida.
- ¡ Aló!  ¡ Aló!    ¿Hablo con la casa de Elvira Rivas?
- Sï, señorita.
-¿ Me pone con ella, por favor?
-Imposible. La señora está sedada. El médico me dijo que la deje dormir.
-¿ El médico, dice usted?
-Sí, señorita. Yo soy su enfermera. No la puedo despertar, está muy delicada...
-¿ Qué dice?  ¿ Qué le pasa?
-Ayer le avisaron de la muerte de su hija y tuvo un colapso.
-Pero, si yo soy su hija, no le entiendo...
La mujer aparentaba no escucharla y seguía hablando como si se deleitara en los pormenores del drama.
-Sï, como le digo. La hija se mató en un accidente en la carretera. Primero atropelló a un peatón y luego chocó contra un árbol...
Dejó el celular sobre el asiento.  La voz seguía dándole detalles del accidente. Cerró los ojos sin entender nada.
Cuando los abrió,  el hombre estaba parado al lado de la ventanilla. Por primera vez se fijó en que su traje estaba lleno de polvo y desgarraduras, como si lo hubieran arrastrado por el suelo.  Un hilo de sangre seca le ensuciaba la mejilla.

- Señorita  ¿ me lleva? Creo que los dos vamos para el mismo lugar.

domingo, 11 de octubre de 2015

CAROLINA.

Al terminar el año escolar, a Rubén lo ascendieron de profesor a director de escuela y lo trasladaron a  B..., un pueblo pequeño cercano a la capital.
Era soltero y no tenía otras ataduras sentimentales que sus ancianos padres, que no dependían economicamente de él.  Así es que se dispuso a empezar una nueva vida.
El primer escollo fue encontrar alojamiento, pero casi en seguida surgió la posibilidad de arrendar una vieja casa que permanecía desocupada desde hacía meses.
-Aquí funcionó durante mucho tiempo la Tesorería Comunal - le informó el dueño -  pero ahora se trasladó a un costado de la Gobernación.
-Y antes ¿ quiénes vivían aquí ?
- Una familia muy agradable. Pero, hace más de veinte años que se fueron a Europa.
Rubén recorrió la casa y le pareció demasiado grande para él solo. Sin embargo, lo cautivaron el jardín interior y la arboleda, donde se alternaban manzanos y ciruelos en un estallido de verdor.
Sus días de trabajo en la escuela eran agradables. A medio día almorzaba con los niños que viajaban desde pueblos vecinos y sólo al atardecer regresaba a la vieja casa.
Un jardinero se ocupaba del riego y del control de la maleza. En el jardín crecían rosales y había un macizo de lirios morados y blancos que Rubén bautizó de inmediato como " Los lirios de Van Gogh " .
Una tarde en que leía en la galería, vio a una niñita jugando entre los rosales. Perseguía inútilmente a una mariposa color limón.
Ruben salió al jardín extrañado, pues no sabía quien era ni por donde había entrado.
Ella lo miró con la confiaza absoluta que a veces tiene los niños en la bondad de los grandes. Se notaba que nadie le había hecho daño nunca y para ella el mundo eran un lugar seguro donde vivir.
-¡ Hola!- lo saludó sonriendo- Soy Carolina ¿ Tú vives aquí ?
- Sí ¿ Y tú?
-Yo también.  Vivo con mis papás y mi hermano, pero él está interno en un colegio de Santiago.
Rubén se quedó en silencio y no la quiso contradecir. Seguro que la niña vivía en una de las casas vecinas y como era tan pequeña no sabía expresarse bien.
-Ahora voy a cortar algunas flores para hacerle una casita a las hadas.
Se alejó corriendo hacia un extremo del jardín, donde habían brotado unas margaritas.
El resto de la tarde Rubén la vio entregada a sus juegos secretos.  A veces, la niña levantaba su rubia cabecita y le hacía una seña con la mano, sonriendo.
Rubén se distrajo con su lectura y no supo cuando ella se fue. En cosa de un momento, había desaparecido.
Intrigado, fue a investigar los contornos del jardín y de la arboleda. Revisó el muro de adobes que los rodeaba, pero no encontró ni una puerta ni una abertura por donde la niña pudiera haber entrado.
Muchas tardes volvió Carolina a jugar al jardín.
En una ocasión, le mostró una diminuta muñeca y le dijo:
- Mira, con estas ramitas le voy a hacer una casa a mi muñeca. Esta hoja grande será su cama y estos pétalos de lirio, las sábanas. ¿ Te gusta?
Y así parloteó dulcemente durante un rato,en cuclillas a la sombra de un rosal.
Un día, Rubén se encontró con el propietario de la casa y le habló de la niña.
-¡ Qué raro!- se extrañó él- En esta cuadra no vive nadie con niños. Solo ancianos jubilados. Aunque en el almacén de la esquina hay un niño de unos once años,llamado Francisco...
-¡ No ! Mi amiga es una niñita rubia ....Tendrá unos seis años, creo yo...
- No me lo explico. Pero,  su descripción me hace recordar a la familia que vivió antes aquí. Ellos tenían una niñita rubia muy linda....
-¡ Pero, usted me dijo que eso fue hace veinte años !
-Claro. Y esa familia se fue después a Europa. La niña debe ser ahora una preciosa mujer.
El misterio no fue aclarado y Rubén siguió recibiendo periódicamente las visitas de su pequeña amiga.
Aveces pasaban varios días en que no aparecía y luego, sin ninguna explicación, regresaba alegre y radiante  a saquear los lirios y las rosas, para construir sus casitas para las hadas.
 Pasó el verano y súbitamente, la niña dejó de venir.
Rubén la esperó en vano y el jardín le pareció triste y desolado sin su presencia. 
Llegaba el otoño y a ratos llovía.
 ¿ Donde estará Carolina?- se preguntaba Rubén.
Una tarde, al volver de la escuela, vio a una joven parada frente a su casa.
- Señorita ¿ busca a alguien?
Ella lo miró con unos ojos confiados y serenos que a Rubén le recordaron otros ojos, vistos no hacía mucho...
-La verdad es que no busco a nadie. Yo viví en esta casa cuando era niña y necesitaba volver a verla.
-Pase usted, por favor. No parece que haya cambiado mucho. Por lo menos el jardín y la arboleda se mantienen iguales gracias al cuidado del mismo jardinero.
El rostro dulce, rodeado de cabellos rubios se iluminó.
- ¡Muchas gracias!  No demoraré mucho.
Rubén la dejó sola y de lejos la miró recorrer los senderos del jardín, pensativa, acariciando aquí y allá los pétalos de las flores que a causa del frío,  empezaban a marchitarse.
Cuando se acercó a él, para despedirse, Rubén le ofreció una taza de café. Sentía la urgencia de retenerla.
-Vengo de Londres- dijo ella, frente a una taza humeante- Vivo allá con mi familia desde que nos fuimos de aquí. Es primera vez que viajo a Chile y sentí la necesidad imperiosa de ver esta vieja casa...Creo que estoy obsesionada con ella. Casi todas las noches sueño que vengo a jugar aquí...
-¿ Dice usted que sueña?
¡ Sí!  Me veo niña de nuevo...Noche tras noche se repite el mismo sueño...Soy niña otra vez y estoy jugando en el jardín. ¡  Lo veo todo tan nítido !
-  ¡Y te llamas Carolina! - exclamó Rubén, sin darse cuenta de que había empezado a tutearla.
-¿ Cómo lo sabe?- empezó a preguntar ella, pero luego lo miró a los ojos y dijo con certeza- Ya nos conocimos antes ¿ no es cierto ?
- Has estado viniendo aquí cada vez que soñabas...En Londres era de noche cuando aquí era de día...   -murmuró Rubén -  Y venías como la niñita que fuiste, así que puedo decir que te conozco desde hace mucho tiempo.
Se miraron sonriendo y en un  acuerdo tácito, volvieron a salir al jardín.

El pálido sol del otoño envolvía los árboles con un nimbo dorado.   


domingo, 4 de octubre de 2015

MIEDO DE AMAR.

A los quince años, Pablo empezó a sentirse muy fatigado en clase de gimnasia.  Los latidos del corazón se le aceleraban al máximo y perdía fuerza en las piernas.
Sus padres lo llevaron al médico y los exámenes arrojaron una falla cardíaca congénita.
- No se asusten- dijo el doctor- Este muchacho no corre ningún peligro, siempre que lleve una vida tranquila. Nada de ejercicios violentos ni  de emociones fuertes.
-Pero ¡ cómo!- exclamó Pablo, enojado- ¡ Voy a vivir como un viejo de cincuenta años!
El doctor lo miró con dureza:
-¡ Peor sería que no llegaras a los cincuenta años !  ¿ No crees?
Desde entonces sus padres lo cuidaron como si fuera un frágil cristal a punto de quebrarse. No le exigían ningún esfuerzo y para que no se alterara, le daban el gusto en todo.
Esto último no era difícil, porque Pablo no deseaba nada. Se sentía abatido y todo le daba lo mismo. Desarrolló un carácter taciturno.
Ya que no podía hacer deportes, se volvió un lector apasionado. Todas las tardes, al volver del Liceo, se encerraba en su pieza a leer.
Una tarde calurosa, en que estaba sentado en la puerta de su casa, con un libro en la mano, frente a él se detuvo una chica.
-¡ Hola! - le dijo con soltura- Soy Lucy, tu vecina. ¿ Vamos a andar en bicicleta?
-No puedo andar...-alcanzó a decir Pablo y luego se corrigió- No tengo bicicleta.
-¡ Bah!   ¡Qué lata !  Pero, no importa. Vamos a pie hasta la Plaza y nos tomamos un helado.
Pablo no se pudo negar. Ni tampoco quería, porque desde el primer momento la había encontrado encantadora.
Mientras caminaban , la miraba de reojo y se sentía cada vez más atraído por ella. Era pecosa, con hoyuelos en las mejillas y no se cansaba de charlar, lo que resultaba muy cómodo a Pablo,  a quién no se le ocurría nada que decir.
Como no asistía a fiestas, no había tenido la oportunidad de alternar con chicas y no sabía como tratarlas.
Compraron helados y se sentaron en un banco de la Plaza. La suave brisa de la temprana primavera les llevaba el olor de los aromos, florecidos en todo su esplendor.
Pablo pensó que hacía tiempo que no se sentía tan bien y se le escapó un suspiro de satisfacción.
Cuando se despidieron en la puerta de la casa de ella, Lucy se puso de puntillas y lo besó.
Pablo enrojeció y su corazón empezó a latir violentamente.
Tuvo miedo. El médico le había dicho que evitara las emociones.... Pero ¿ cómo abstenerse de vivir?
Rabioso, quiso rebelarse contra todos los cuidados de inválido que le habían prodigado hasta ese entonces y que él había aceptado con resignación.
 Pero, poco le duró su rebeldía. Esa noche, en su cama, un dolor sordo en el pecho lo mantuvo desvelado  " Es un aviso"-pensó.
A la mañana siguiente le dijo a su mamá que quería irse unos días al campo, a la casa de su tío.
Le dijo que había quedado cansado de los exámenes de fin de curso y en Santiago hacía mucho calor.
Se quedó allá todo el verano.
Esa fue la única posibilidad de amar que tuvo en su vida.
Pasaron los años. Sus padres murieron y se quedó solo.
Entonces se entregó por completo a su profesión de arquitecto, evitando cualquier emoción que pudiera alterar la gris uniformidad de su vida.
Y así llegó a los cincuenta años.
Una tarde en que estaba sentado en un banco del parque, se sentó a su lado una mujer.
No la miró, pero sentía su presencia y un extraño perfume que le recordaba el musgo y los líquenes de un bosque, lo envolvió agradablemente.
-Desde aquí se escucha claramente el rumor del río- dijo ella con naturalidad.
Pablo se volvió a mirarla y vio que era hermosa. Morena, de rostro pálido, muy delgada. Iba envuelta  en un abrigo gris que le rozaba los tobillos.
Ese año, el otoño había llegado muy pronto y una brisa fría les llegaba en ráfagas, por entre los árboles casi desnudos.
Ambos se quedaron en silencio. Pablo sentía la proximidad de la mujer en cada fibra de su cuerpo. Emanaba de ella una serenidad tan dulce, que calmaba su espíritu.
No podía evitar mirarla de reojo cada cierto tiempo y ella le devolvía la mirada con franqueza y le sonreía. En su sonrisa tranquila no se notaba ninguna  segunda intención ni un amago de coquetería.
A Pablo le parecía como si hubieran estado destinados a encontrarse y  esa fuera la culminación de una larga espera.
Pero, de nuevo tuvo miedo de amar.  Sabía que su corazón no podría resistir una emoción violenta. Que tenía que elegir entre amar o vivir. Y quería vivir....Aunque fuera una existencia vacía y sin alicientes.
Se levantó del banco, y esbozando un leve gesto de despedida, se alejó.
Ella lo miró en silencio. Su sonrisa se hizo levemente irónica. Pero no dijo nada.
Pablo decidió no volver a ese banco del parque, aunque era su favorito.  Tenía miedo de volver a encontrarla.
La tarde siguiente, buscó otro rincón sombrío, bajo un árbol desnudo. A sus pies, una alfombra de hojas doradas parecía crepitar, como si el sol de la tarde la incendiara.
Al poco rato, sintió que alguien se sentaba a su lado y un aroma de bosque y musgo lo envolvió como un manto. No necesitó mirarla para saber que era ella.
¿ Cómo lo había encontrado?
La miró queriendo interrogarla, pero ella le sonrió apaciblemente.
-Aquí también se está muy bien- comentó- Es tan bueno disfrutar de este último sol, que aún entibia...
Esta vez, Pablo  no sintió deseos de huir.  Al contrario, quiso hablar. Confiarle a ella su temor de amar. Ese temor que había hecho su vida tan triste, como una ciudad gris en la que siempre llueve...
Ella lo escuchó en silencio y cuando Pablo enmudeció,  puso su mano sobre la suya, envolviéndola en una caricia.
- A mí puedes amarme, Pablo. Puedes entregarte a mi sin recelo.
El la miró asombrado de que conociera su nombre y en la profundidad insondable de sus ojos, vio  la verdad de su destino.
-Eres la Muerte ¿ verdad?
- Sí, soy la Muerte. Pero también soy la amada que tanto anhelaste encontrar.
Pablo se entregó a sus brazos y ella depositó un beso frío en sus labios ardientes.

En ese instante, su corazón dejó de latir.