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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 28 de abril de 2011

DIA DE CUMPLEAÑOS.

Se llamaba Clarisa y su nombre le gustaba. Porque significaba luz, claridad y ella siempre  había querido que su vida fuera así, luminosa como su nombre. Pero no podía evitar que una sombra de tristeza la acompañara siempre. Más bien la sensación de no haber sido nunca feliz. De que las cosas que pensó que debían llenar su vida, hacerla completa, no lo habían logrado.
Siempre quedaba esa insatisfacción, esa melancolía allá muy al fondo, como si en su corazón hubiera un profundo hueco al que no alcanzaban a llegar los suspiros.
Su nombre, Clarisa, lo debía al personaje de Mrs.   Dalloway, en la novela de Virginia Wolf. Su mamá la estaba leyendo mientras la esperaba y cuando nació le pareció adecuado bautizarla con ese nombre.
Y hoy era su cumpleaños y curiosamente, al igual que Mrs.  Dalloway, se levantó temprano porque ella también iba a preparar "un party". Pero el suyo sería algo sencillo, sólo un té para su hermana y unas amigas.
De todas formas, salió ilusionada a la calle, a comprar flores y recoger la torta que había encargado. Quería que todo resultara un éxito y que su cumpleaños fuera, de la mañana a la noche, cada hora, cada minuto, un día feliz.
Cuando volvió con las flores y la torta, le habló Nancy desde la cocina:
-Sra, llamó Don Julio. No vendrá a almorzar. Su mamá le pidió que fuera a almorzar con ella.
Clarisa se mordió los labios, pero se rehizo en seguida. No quería que Nancy notara su disgusto, que era más que eso. Era dolor. Su suegra sabía perfectamente que ese día era su cumpleaños. Lo había hecho a propósito. Una vez más le demostraba sutilmente su desaprobación, el frío rechazo que le profesó desde que se conocieron.
Acomodó las flores en los jarrones. Crisantemos amarillos que irradiaban luz, como trozos de sol aprisionados en la penumbra del living. . Abrió las cortinas y el esplendor de la mañana entró a raudales.
Su pena se replegó al fondo de su alma, como un animalito asustado que se refugia en su madriguera y al que le han advertido que no salga inoportunamente.
A las cuatro sonó el timbre. La mesa estaba ya puesta, con su mantel blanco de hilo y sus servilletas bordadas. ¡pero era muy temprano para sus invitadas! Y aún no se había vestido.
Nancy abrió la puerta y Clarisa escuchó una voz masculina preguntando por ella.
Rápidamente se pasó la mano por el pelo y salió al vestíbulo.
-¡René! ¡Qué sorpresa!
Mientras lo miraba pensó: Está más viejo. . . Y yo ¡Yo también!
Tu prima Lidia  me dio tu dirección.
Miró la mesa preparada y titubeó:
-¿No te molesto?
-No. Es sólo que hoy es. . . .
-Sí, ya sé. Tu cumpleaños. -dijo René-Y mostró un ramo de violetas que ocultaba trás su espalda.
-¡Violetas!
-Sí, tus favoritas. Ya ves que no me he olvidado.
En su voz había un dejo de reproche y de tristeza.
Clarisa se estremeció y el pasado se vino sobre ella como una enorme ola.
Aquel Verano, René. . . Me pidió que nos casáramos y me fuera con él a Italia. No reuní el valor para dejarlo todo, tuve miedo de la pobreza. . . ¿Por qué fuí tan cobarde? Recordó su amor, el fuego de su pasión, que cuando él partió, se fué apagando de a poco, hasta no ser más que un tibio rescoldo bajo las frías cenizas.
Clarisa siguió con su vida y luego conoció a Julio. Le pidió que se casaran y lo aceptó en seguida. Y habían sido felices, sí, muy felices, se aseguró a sí misma, porfiadamente.
René volvió de Italia como un pintor de renombre. Ella fue siempre a sus exposiciones y dejó su firma en los libros de las galerías:"Felicitaciones. Con afecto, Clarisa".
Ahora, René la contemplaba y parecía adivinar su tribulación, la revelación del por qué de aquella sombra que nublaba su vida.
La tomó de los hombros y le preguntó:
-¿Has sido feliz, Clarisa?
Sonó el timbre y al abrirse la puerta, voces femeninas llenaron el vestíbulo. René se apartó y con un saludo breve a las que llegaban, abandonó la casa.
En el espejo, ella vio su rostro pálido y el rictus amargo de su boca, pero se rehizo en un segundo y recibió riendo los abrazos y los obsequios.
¡Feliz cumpleaños, Clarisa!

lunes, 25 de abril de 2011

HERMOSAS MENTIRAS.

Emily Dickinson dice en un poema que la Belleza y la Verdad son la misma cosa. Pero yo pienso que a veces la Verdad es fría y cruel y que una mentira puede ser hermosa y llevar dulzura a un corazón desolado.
Quiero contarles por qué pienso así.
Fue por los años cincuenta cuando mi hermana Lily y yo entramos a estudiar al Liceo Mixto de B. . . Llegaban muchos niños de localidades aledañas. Almorzaban en el amplio comedor del Liceo y volvían a sus casas por la tarde.
Casi en seguida me hice amigo de Mario. Su papá era dueño de la única zapatería del pueblo.
Se llamaba "La Constancia" y a ella llegaban las últimas novedades de Santiago. Le pregunté a Mario por el nombre del local y me dijo:
-Se llama así porque mi papá es su dueño a fuerza de constancia y de trabajo. Llegó muy pobre desde España, después de la guerra civil. Yo quiero ser como él y no voy a descansar hasta titularme de Ingeniero.
Mario era buenmozo y cuando me habló así, sus ojos castaños chispeaban de entusiasmo. Tenía el pelo ondulado y le caía en bucles sobre la frente y el cuello.
Lo envidiaba un poco por el éxito que tenía con las niñas. Lily me había contado que en el baño de mujeres las murallas estaban llenas de corazones con el nombre de Mario.
Ya empezado el año, llegó al curso una niña nueva. Se llamaba Gabriela y tenía un aspecto raro.  Alta y delgada, con una cara pálida de ojos melancólicos. Se veía mayor y supimos que había pasado un año entero enferma en cama sin poder asistir al colegio. Tenía quince años cuando nosotros recién habíamos cumplido los catorce.
Un tiempo después, Lily, que era una especie de "mensajera del mundo femenino", me contó que ya todas las niñas sabían que Gabriela estaba enamorada de Mario. A nadie le había dicho nada, pero se ruborizaba al verlo y muchas letras "M" decoraban los márgenes de sus cuadernos.
Se lo conté a Mario y se quedó serio.
-Ya lo sé-me dijo-Pero a mí no me gusta. La encuentro flaca y fea. Así es que no me hables más del asunto.
Me dio un poco de pena su respuesta tan dura, sobre todo porque Gabriela me era simpática. Con esa cara tan triste y ese pelo lacio y descolorido cayéndole sobre los hombros. Tenía siempre un aspecto enfermizo y parecía tan delicada que podría ser derribada por un  golpe de viento fuerte.
Ese fin de año nos despedimos de todos. Mario, Lily y yo partíamos a estudiar a Santiago.
Gabriela se acercó tímidamente. El rubor en su cara pálida eran  dos manchones rojos irregulares que no la embellecían en lo absoluto. Le entregó a Mario un libro de regalo. Creo    que era "Corazón". Adentro había un papel con su dirección en el pueblo de N. . . Y más abajo decía:¡Escríbeme!
-Estás loco-me dijo Mario-¿Para qué la voy a ilusionar escribiéndole? Sería una pérdida de tiempo y me voy a dedicar a estudiar.
¿Qué extraña idea me cruzó por la mente?
Sin que Mario lo notara, guardé  el papel con la dirección de Gabriela.
Todo el Verano le escribí. , firmando "Mario". No le hablaba de amor, no. Habría sido un engaño. Le contaba de mis vacaciones que pasé con  él en el fundo de mi abuelo. Casi no era mentir, porque hacíamos las mismas cosas.
Empezó el año escolar en el Internado. Muy exigente, pero superable. En las tardes íbamos a la biblioteca y allí  me hacía un tiempo para escribirle a Gabriela.
Mario me veía y se reía.
-¿A  qué chiquilla andas pololeando, que no me has contado?
¡Ah, si hubiera sabido que escribía en su nombre!
Llegó el Invierno. Ella me decía:
"Estoy en cama hace dos semanas. Creo que me ha vuelto la enfermedad que tuve hace años. Mi hermana me trae tus cartas del correo y son mi gran alegría.
"Ahora llueve. ¿Estarás tú también mirando la lluvia por la ventana? Quisiera creer que piensas un poquito en mí. "
En Septiembre, me llegaron devueltas dos cartas. Lily, que estaba en el secreto, me las traía cuando venía a verme al Internado.
Me preocupé y no supe qué hacer. ¿Se habría agravado la enfermedad de Gabriela?
En Diciembre recibí una carta con letra desconocida. El matasello era del pueblo de N. . . , y me extrañó mucho que viniera a mi verdadero nombre.
La abrí angustiado, presintiendo algo grave. Era de la hermana de Gabriela, para avisarme que ella había muerto.
"No sufrió casi nada -me decía- Fue languideciendo de a poco y en su rostro había una leve sonrisa, como si guardara un secreto o como si presintiera algo hermoso.
"Estuvo inconciente dos días y cuando despertó, se veía distante y desapegada. Su cara tenía una luz nueva, como si hubiera estado viajando por universos que no conocíamos. Entonces me pidió tus cartas. Las tuvo en sus manos hasta el final.
Ella siempre supo que no eras Mario. Pero tu bella mentira la hizo más feliz que si en realidad hubieras sido él. Gracias, Emilio, por lo que hiciste. "
Cuando se recibió de ingeniero, Mario se casó con mi hermana Lily.
¿Cómo no adiviné que ese había sido siempre su propósito?.
El tampoco supo nunca del episodio con Gabriela.

UNA CARTA PERDIDA.

Habían pasado veinte años. El pueblo estaba muy cambiado.
Busqué la casa en la que habíamos vivido, pero ya no estaba. En su lugar había una reja que resguardaba un jardín y al fondo, un chalet blanco.
Aferrada a los barrotes de esa reja estuve un rato llorando. Mis padres, mi hermana, todos los seres que más amé ya no estaban conmigo.
Seguí caminando en dirección a la plaza. Con sorpresa, ví que el Correo funcionaba en el mismo lugar, una casa antigua frente a la Gobernación. Entré sin pensar, buscando recuerdos y mi impresión fue grande al ver al mismo encargado, detrás del mostrador. Canoso, con sus ojos cansados rodeados de arrugas, el Sr. Cereceda me miraba sonriente.
Por supuesto, no me reconoció y cuando le dije mi nombre, se quedó mudo durante unos segundos.
-Pero, claro!-exclamó al fin -Las señoritas M. . . Me acuerdo mucho de Uds. Sobre todo de su hermana Gloria. ¡Era tan linda! No sería posible olvidarla. . . Y Ud.  ¡Pero si se fue de aquí cuando era una niñita!
No quise decirle que mi hermana había muerto. ¿Para qué entristecerlo inútilmente?
De pronto se dio un golpe en la frente, como si se acordara de algo.
-Ud. no lo va a creer, señorita. –dijo -Después que Uds. se fueron, llegó una carta a la casilla de su hermana. Yo no supe a dónde re expedirla y se fue quedando, quedando en el cajón de mi escritorio. ¿Me creerá que aún la guardo?
Rebuscó entre unos papeles y sacó un sobre ajado y un poco amarillento.
-Tome, aquí está. ¡Nunca perdí la esperanza de poder entregársela! A ella le dará mucho gusto recibirla después de todo este tiempo. ¡Si creo que es de un novio que ella tenía en esos años!
Miré el remitente: Alberto S. . . . Y una dirección en Rancagua.
La tomé en silencio y me despedí apenas pude. No quería que él viera mis lágrimas, mi tremenda emoción al recibir esa carta.
Me acordaba de Alberto. No lo había conocido, pero durante meses había visto a mi hermana ir al correo a retirar sus cartas. Las recibía en una casilla porque no quería que mi papá la sorprendiera teniendo correspondencia con un joven. ¡Era tan estricto!
Luego, sorpresivamente nos fuimos a Santiago. Un nuevo trabajo para mi papá y para nosotras, un internado de monjas.
Ella lloró muchas veces leyendo las cartas de Alberto en el frío dormitorio del colegio. Pero, ya no pudo escribirle más. Quizás no quiso hacerlo. Talvez prefirió olvidarlo, ya que las circunstancias los habían separado tanto.
Pero, las cartas amarradas con una cinta rosada permanecieron  en el cajón de su cómoda, incluso después que se casó.
Su pieza había quedado intacta. Nadie tocó sus cosas y después que ella murió, se convirtió en un santuario.
Muchas veces ví a mi mamá sentada en el borde de su cama, con el rostro levantado, como si buscara un invisible rayo de luz en la penumbra de su ausencia. Nunca me atreví a interrumpir esos momentos de solitario recogimiento en los que talvez ella sentía que se comunicaba con Gloria en alguna forma.
Cuando murieron mis padres y se deshizo la casa paterna, recogí muchos recuerdos y entre ellos el paquete de cartas.
Y ahora recibía ésta, que parecía venir desde un pasado remoto.
-"Entréguesela, señorita. Ella estará tan contenta. . . "
Me senté en un banco de la plaza con la carta estrujada entre mis manos. ¿Tenía derecho a abrirla?
Imaginé que Gloria se inclinaba sobre mi hombro, expectante.
-¡Ya, hermanita! Veamos qué me dice Alberto. . .
Rasgué el  sobre y fue como si desde veinte años atrás me llegara la voz melancólica de un muchacho que decía:
"Querida Gloria, ¿Por qué no me has escrito más? Pienso que talvez quieres olvidarme. ¿O estás enferma? Soy tan egoísta que preferiría eso. Pero, sólo un poquito enferma ¿no? con tal de no creer que ya no me recuerdas. . . "
Por un segundo pensé ir a Rancagua. Buscar a Alberto. Contarle lo que había pasado, decirle que ella había muerto. Pero ¡No!
Habían pasado tantos años. Quizás ya no la recordara. O por el contrario, aún pensara en ella con nostalgia y en su mente la imagen de Gloria permaneciera inalterable en toda la belleza de sus quince años.
¿Para qué desvanecer esa ilusión, causándole un dolor innecesario?
Volví a Santiago más triste que antes, rodeada por los fantasmas de nuestra juventud.
En una cajita tenía las fotos de Gloria y el paquete de cartas.
Desaté la cinta rosa y le agregué esa otra, sintiendo que al hacerlo, en cierto modo se la entregaba a Gloria y  así dejaba de ser "una carta perdida".

miércoles, 20 de abril de 2011

ISAMU.

Me ha invadido en estos días una tristeza irremediable al pensar que ya no estás.
Me parece que camino en medio de una niebla que te oculta a mis ojos. Te busco entre la gente sabiendo que tu rostro no se me aparecerá más.
¿Por qué te dejé ir?
Éramos tan jóvenes. Yo jugaba a enamorarme y tú...No sé si me quisiste.
Recuerdo tus silencios y tu sonrisa un poco escéptica. Nunca me dijiste nada. Tenías esa contención, esa delicadeza propia de tu raza, que entonces yo no comprendía.
Un día decidí no seguir más. Me llamaste algunas veces y aceptaste cortésmente mis torpes pretextos. Luego, no supe más de ti.
Años después, un día se cruzaron nuestros trenes. Ambos íbamos de pié y nos miramos.
Había pasado mucho tiempo, pero me reconociste en seguida. Lo supe porque tu mirada se hizo intensa y un leve gesto de sorpresa alteró tus rasgos.
Dos trenes que se cruzan en un túnel. Dos miradas. Y eso fue todo.
Ahora ya no estás sobre la tierra. Aunque te busque por las calles y los parques, no te podré encontrar.
Estás más allá de mi alcance, perdido tras de esta niebla que parece envolverme.
Podría yo ser como la princesa del cuento, que gastó siete pares de zapatitos de hierro, recorriendo el mundo en busca de su amado. Pero, tampoco entonces te hallaría.
No sé si habrá una nostalgia más abrumadora y desolada que ésta, de los amores inconclusos. Esos que no fueron pero pudieron ser y dejaron flotando un interrogante, una posibilidad hermosa, apenas entrevista.
El último tren que habías de tomar se fue hace mucho tiempo.¿En qué estación descendiste?
¿A qué lugar ignoto llegaste?
El mío ya no volverá a cruzarse con el tuyo. Ya no miraré tus ojos a través de un cristal empañado.
Pero también un día   me bajaré en esa misma estación en que la niebla devoró tu imagen.
Pisaré el andén en que se acaba la vida y te veré parado ahí.
Pero estarás esperando a otra. Y yo pasaré de largo.

lunes, 18 de abril de 2011

LA MUJER DE LA ISLA.

Fue un grupo pequeño de turistas los que pedimos ir a la isla.  
Se veía tan cerca desde la playa, pero a medida que navegábamos, parecía que se iba alejando cada vez más.
En la proa iba sentada una mujer sola. Llamaba la atención su gesto triste, sus grandes ojos clavados en las olas, escudriñándolas. Tal parecía que quisiera arrancarles algún secreto. En su mirada había rabia y desesperación.
Cuando desembarcamos, la ví tomar un camino que orillaba las rocas y entrar en una casa.
Ese día recorrimos la isla, que era salvaje y hermosa. El guía nos llevó a las ruinas de un castillo que se alzaba misterioso, enfrentando el mar. El resto era bosques de pinos, y un pequeño pueblo, con Iglesia y escuela, rodeando el muelle.
Al atardecer me aparté del grupo cuando ví de lejos, sentada en una roca, a la mujer triste que viajara con nosotros esa mañana.
Me acerqué a ella y me senté a su lado. Clavaba sus ojos en el agua con la misma fiebre y la misma ansiedad que le viera en la lancha.
-¿Espera Ud. algo?-le pregunté.
Espero que me devuelva a mi hijo. Me dicen que ya no volverá. Que su bote lo hallaron destrozado allá en esas rocas. Pero sé que no es verdad.
En el rugido de las olas oigo que me llama. Vengo en las noches a esperarlo y nunca la oscuridad me cubre entera. Siempre hay alguna estrella que con su titilar me hace señales.
Dicen que la mar es cruel, pero yo sé que es buena. Tiene un regazo de madre para acunar a sus hijos. Si tiene tantos ¿Por qué querría también el mío?
La miré con pena y no supe qué contestarle. Ella no se dio cuenta cuando me alejé en dirección al pueblo.
Caía la noche y un viento salobre me mojaba los labios. Rugía el mar y en su bramido se perdía el grito de las gaviotas.
A lo lejos, la mujer permanecía en la roca y cuando empezó a caer la noche, aún podía divisar su silueta recortada contra la fosforecencia de la espuma.
Me acerqué al hombre que servía las mesas en el único bar de la isla.
-¿Lleva muchos años aquí?-le pregunté.
-Desde que nací, pués, señorita- me dijo riendo.
-Entonces habrá conocido al hijo de la señora. De la que está en esa roca.
-No, señorita, si ella nunca ha tenido un hijo.
Llegó sola a esta isla hace ya muchos años. Al principio la veíamos correr en la playa. Cantaba y bailaba como si jugara con un niño.
Después empezó a ir a la escuela, a la hora en que terminaban las clases. Salían los niños y ella los miraba uno a uno, como buscando a su hijo, hasta que el último se iba.
Y ahora está con ese delirio de que su hijo salió a pescar con los demás hombres. Y se vá a esperarlo todas las tardes a la playa. Se queda ahí hasta la noche, aunque gente compasiva trata de hacerla volver.
-Pero ¿Y no tiene parientes?
Recibe cartas del continente, con plata, creo yo. También viaja ella a veces, pero siempre vuelve sola. Tan sola como hace años, cuando llegó a la isla.
Se le ha ido la vida soñando con ese hijo. Al principio era un niñito pero pasaron los años y ya es un hombre. Ahora es un pescador que el mar no le devuelve.
-¿Qué cree, Ud. , señorita?¿Qué será este delirio?
Se quedó pensando unos momentos y después exclamó:
¡Y cómo  sabe Ud. si en un día de éstos no lo vemos  llegar en su bote!. Alto y rubio, como ella dice que es. Con la red llena de pescados y saludándola desde lejos.
-¿Cómo podríamos vivir si no creyéramos en los milagros?
-Es cierto-le dije yo-¿Cómo podríamos?

jueves, 14 de abril de 2011

NORA SE ARRANCA OTRA VEZ.

Querida Betty:

¿Que qué estoy haciendo en San Fernando? Sencillamente se trata de una huida estratégica.
Resulta, amiga, que conocí a alguien de quien sospeché que podría llegar a enamorarme. Y a estas alturas de mi vida, no sé si sería trágico o ridículo.
Tan tranquila que estaba yo con mi tallercito, mis clasecitas, mis tecitos conversados hasta quedar con la lengua crespa. . . . y he aquí que doblando una esquina de mi vida, aparece él. Medio melón en la cabeza. . . . No, eso es de Piazola. Pero que se apareció de súbito, eso sí.
Pelo canoso, flaco, desgarbado, más bien una percha de la cual colgaba una chaqueta. . . . Y yo, que estaba a punto de hacer mis votos definitivos y entrar a un convento, sentí que los cimientos de mi cordura se trizaban. En resumen, terremoto grado nueve.
¿Que quién es este hombre con tal capacidad sísmica?
Mi nuevo corredor de propiedades.
Socio del anterior, nuevo en la oficina, qué sé yo. . .
Tuve que ir para allá por "un asunto de gastos comunes" y me hicieron esperar en la antesala.
Revistas y caramelos. Me eché uno a la boca, pensando descontarlo del almuerzo comiendo sólo una hoja de lechuga, cuando en eso se abre la puerta y aparece él.
Sentí un escalofrío, como si me pasaran una coronta de maíz por la nuca.
¿Y qué hizo ese canalla destructor de honestidades femeninas?
Me miró con ojos chisporroteantes (estilo corto circuito doméstico) y me hizo sentir que la atracción era mutua.
Se paró y salió a recibirme. Es tan alto que cuando se inclinó me pareció una jirafa con tortícolis. Y yo, que tengo debilidad por los altos y flacos. . . Calculé que si me empinaba, le llegaría justo hasta el nudo de la corbata. Ese cálculo fue porque se me presentó la interesante imagen de yo dándole un beso en el ascensor, al más puro estilo de la Sharon Stone.
Conversamos un rato y quedó de pasar "en persona por mi departamento a traerme los papeles" y "quizás si habría tiempo de conversar una tacita de café".
Mi corazón daba de repente unos latidos medio chúcaros y sentía en el pecho una rigidez extraña, como si tuviera el esófago almidonado.
Volví a la casa como sonámbula. Primero me prohibía: ¡No, no! Después me daba permiso:¡Sí, sí! Y me lo pasé toda la noche desvelada, viendo venir hacia mí una ola tipo tsunami que arrasaría con toda mi paz interior.
Anticipé todo lo que pasaría. . . Y me ví después, sola de nuevo, achicando  el mar de mi amargura con un dedal.
¿Y qué hice?
Hice la maleta.
Y aquí estoy, en casa de mi prima, dándole de comer a los pollos y acompañándola a jugar canasta con las señoras de la acción católica.
Ya sé, Betty, lo que me dirás. Que me escondo detrás de mis temores. Que corro arrancando de la Vida. Y es cierto. Corro porque no quiero que me alcance. Tiene los dientes afilados y voraces y si la dejo me hará trizas y después escupirá las sobras.
Y no quiero sufrir otro descalabro. Ya tuve suficientes como para dejar en vergüenza a la propia  Madame Bovary.
El próximo Lunes vuelvo a Stgo. Ahí me cuentas la tarea que nos dieron en el taller.
Acongojada pero firme
Nora.

domingo, 10 de abril de 2011

QUINCE AÑOS Y LA LLUVIA.

Hace días que llueve.

Sobre todo al atardecer y ya sé entonces que no va a venir. Igual me quedo detrás de la  ventana, con la frente pegada al vidrio, mirando como pasa la gente apresurada. Corren protegiendo sus paraguas del viento, sin poder evitar pisar los charcos que inundan la vereda. Y la tarde se va poniendo de un color azul-violeta, y miles de gotitas suspendidas en los árboles brillan como diamantes. A mí la lluvia antes me gustaba, pero ahora ya no me gusta más.

Se encienden los focos y la débil luz amarillenta ilumina la calle que va quedando desierta.

Mi mamá me grita que hasta cuando voy a estar ahí, que mejor me pongo a estudiar de una vez. Le digo que ya voy, pero sigo esperando.

En Abril él venía en bicicleta y me tocaba suavecito el vidrio de la ventana. Entonces salía a encontrarlo y nos poníamos a caminar, pisando las hojas secas. El sujetando el manillar de su bicicleta y yo a su lado, callada. Y tan feliz como si tuviera un árbol de Navidad lleno de luces dentro del corazón. Y quizás era así porque él me decía que mis ojos brillaban mucho. Y un día que una hoja cayó volando y se me pegó en el pelo, él me la sacó suavemente y vi que a escondidas la guardó en su bolsillo.

Pero ahora hace días que llueve sin parar y él no viene. ¿Será por la lluvia o me habrá olvidado?

No. Es porque llueve, yo sé. Sólo porque llueve. Pero mañana será un día hermoso. Mañana va a salir el sol, estoy segura!.

miércoles, 6 de abril de 2011

UN AÑO SIN TIEMPO.

(Tarea del Taller)

A Isabel la mandaron a un internado durante la enfermedad de su madre. Su papá estaba demasiado absorbido por su trabajo en la Fundición para preocuparse por ella.
En un Marzo lluvioso llegó al edificio gris  que se desdibujaba en la niebla. La recibió una monja de rostro pétreo que dijo llamarse Sor Paula. Sin una sonrisa la condujo al dormitorio que compartiría con otra niña.
Apenas se quedó sola, Isabel apretó su frente contra los vidrios de la ventana. Era un tercer piso y abajo había un jardín. Luego una muralla y más allá la Estación a donde  había llegado. Al otro día se presentó su compañera de pieza. Era una niña rubia que venía de otro país. En las noches lloraba con la cara apretada contra la almohada. Isabel fingía no oírla. Ella también lloraba, pero sin lágrimas. Su llanto era una lluvia fría que caía dentro de su corazón.
No supo como trascurrió ese Invierno. Llegó una carta de su papá asegurándole que su mamá mejoraba y pidiéndole que estudiara mucho. Pero no podía concentrarse y  sus notas eran cada vez más bajas. Sor Paula la castigaba frecuentemente y se notaba que reprobaba todo cuanto Isabel hacía.
Llegó la Primavera y el jardín floreció con una explosión de perfumes y colores. Ella quiso salir pero estaba castigada. Debía estudiar en la biblioteca durante todo el Domingo. El Lunes había prueba de matemáticas. -Pero el mundo es tan hermoso, madre-le dijo a Sor Paula-¿Cómo Dios no va a querer que yo vaya a disfrutarlo?
La monja se volvió bruscamente y le dio una bofetada.
Entonces Isabel decidió huir del colegio.
Metió en su mochila un sweter grueso y una muda de ropa y la escondió entre los rosales del jardín. A media noche bajó por la enredadera que cubría la muralla y se dejó caer en silencio sobre el pasto húmedo. Cogió la mochila y se deslizó por la pequeña puerta que usaba el jardinero. No estaba con llave.
Se encontró en la estación y dormitó en un banco hasta que amaneció. Eran las seis cuando el primer tren se detuvo en el andén. Isabel subió sin saber a dónde se dirigía. Sólo quería irse y pensaba vagamente que de algún modo llegaría a su casa.
El tren viajó durante dos días por campos desconocidos. Luego cambió el paisaje y empezó a llegarle una brisa con olor a mar. Tenía hambre, aunque una mujer que viajaba frente a ella le había dado una manzana y un trozo de pan.
El tren se detuvo frente a un embarcadero y vio que un barco de carga recogía a algunos pasajeros. Isabel subió a bordo con ellos porque no tenía otra cosa que hacer. Cada vez hacía más frío y se arrebujó en su sweter, pero aún así tiritaba. No le cabía duda de que se había alejado cada vez más de su casa. Todo le resultaba extraño y no sabía donde se encontraba.
Llegaron a una isla donde la Primavera era fría y el viento helado enrojecía los rostros de la gente. Había una multitud en el muelle esperando con ansiedad la llegada del barco. Isabel no supo a donde ir y se quedó tiritando aferrada a su mochila.
-¿Buscas a alguien?-le preguntó una muchacha alta que llevaba botas de goma y una chaqueta de hule.
-No sé-dijo Isabel-No conozco a nadie.
-Soy Salka Valka y trabajo en la Conservera. Si quieres, vienes conmigo a mi casa. Hace demasiado frío para que te quedes parada ahí.
Mientras se alejaban, el barco hizo sonar dos veces su sirena y empezó a apartarse del muelle.
Isabel se alojó en casa de Salka, que era pobre pero acogedora. Un gatito ronroneaba junto a la estufa y unos tulipanes florecían en el alféizar de la ventana.
-Apenas llegue otro barco debo irme-dijo Isabel-En mi casa no saben que dejé el colegio.
-Pero no llegará ninguno hasta la próxima Primavera. Viene una vez al año, con el correo y las provisiones.
Isabel se  echó a llorar pensando en su mamá. Se enfermaría más si sabía de su escapada. Las monjas le avisarían a su papá apenas descubrieran su ausencia.
-¿Qué puedo hacer?
-No puedes hacer nada -dijo Salka- Sólo esperar que el barco llegue. Mientras, puedes trabajar conmigo en la Conservera.
Había largos mesones al aire libre donde veinte mujeres o más destripaban el pescado y lo iban echando en barriles con sal. Le dieron a Isabel unas botas y un mandil de hule. Nadie objetó su presencia.
Arriba planeaban las gaviotas y sus gritos ensordecían la charla de las mujeres. Salka, a su lado, trabajaba cantando sin reparar en sus manos enrojecidas por el frío y la salmuera.
-¿Donde estamos?-preguntó Isabel.
-Esto es Oseyri, en el fiordo de Axlar.
Pero, ¿dónde está esto?
_Esto está en Islandia.
Isabel no comprendía cómo podía haberse alejado tanto de su colegio, de su casa, de todo. Era tan irreal lo que le pasaba. Estaba en otro país y tendría que esperar un año para volver a su casa. En la Primavera un barco llegaría a cargar el pescado salado para llevarlo al Continente Pero ¿qué habría pasado mientras? ¿Qué pensarían sus padres al enterarse de su fuga?
Salka le prestó ropa de abrigo para enfrentar el Invierno y los Domingos iban juntas a pasear por la costa. Salka cantaba:
Gaviota se llama el pájaro
que está en la playa.
Como seda brilla su cabecita.
Gaviota se llama el pájaro
y es un hermano tuyo.
Su voz fuerte y ronca se iba con el viento por sobre los picos de las montañas. A veces improvisaba una danza con sus gruesos zapatones claveteados y luego se echaba a reír como avergonzada de su niñería.
En los días de viento huracanado no podían salir de la casa ni las lanchas de los hombres adentrarse en el mar en busca del pescado.
Pero llegaron los días verdes y azules que presagiaban la Primavera y una brisa fresca traía el aroma de las primeras flores que brotaban en la falda de las montañas.
Una mañana luminosa escucharon que la gente corría alborozada hacia el muelle. ¡Era el barco que llegaba!
Isabel abrazó a Salka y esta vez sí lloró, pero de emoción y de alegría. Ella agitó su mano desde el muelle hasta que el barco se alejó mar adentro y luego se encaminó a la Conservera para continuar el trabajo.
Fueron largos días en el mar y en el tren, pero Isabel estaba ansiosa de recuperar su vida. ¿Qué le dirían en el Colegio? ¿Qué castigo le daría Sor Paula?
Era de noche cuando se deslizó otra vez por la puerta del jardinero. Con la mochila en la espalda volvió a subir por la enredadera. En el dormitorio, vio a la niña extranjera durmiendo con su pelo de oro extendido sobre la almohada.
Sin querer hizo un ruido que la despertó. La niña se incorporó y le dijo soñolienta:
-No te olvides que mañana es la prueba de matemáticas.
Isabel miró el calendario sobre el escritorio y vio que marcaba el Domingo doce de Septiembre, el mismo día que ella había decidido escapar del colegio.
Había sido un año perdido en el tiempo, talvez vivido en otra dimensión.
Se acostó en silencio y antes de dormirse pensó en Salka Valka. De pronto recordó que era un personaje de una novela que había leído en las vacaciones del Verano pasado.

UN DIA PARA MI.

(Tarea del Taller)

Todos los días me miraba al espejo y decía: Este día haré sólo  cosas que me gusten. Este día lo voy a dedicar a hacerme feliz.
Pero nunca podía.
Hasta que una noche me dije:
-¡Basta de masoquismo! Será mañana.
Primero iría al Parque de las esculturas a ver la nueva exposición. Tomaría el último sol del Otoño y me pasearía entre los árboles.
Al medio día me atiborraría de comida chatarra en el Mac Donnald. ¡Al diablo el colesterol, la piel grasosa y el kilo de más en la cintura!
En la tarde iría al cine y luego a la Feria del Libro a comprar esa novela que tanto deseaba. Era cara, lo sé, pero¿ acaso no sería la reina de mi propio día. ?Y la realeza no tiene problemas de presupuesto.
Amanecí contenta y mientras me peinaba frente al espejo sonó el teléfono.
Era Betty, mi amiga del taller.
Casi no le reconocí la voz. Estaba prácticamente afónica y casi no podía hablar entre los ataques de tos que la sacudían.
-Nora-gimió-Perdona que te moleste, pero estoy en cama y necesito que me compres algunas cosas. ¿Podrías pasar por aquí camino al Supermercado?
La mañana se fue volando entre hacer las compras, sacar al perrito, preparar té con limón y ordenar la cocina.
-¿Y el almuerzo?-pregunté.
-No te preocupes. Yo me levanto más tarde a prepararme algo.
Sobre el velador había una bolsita de papel con algunas aspirinas.
-¿Quién te atiende? ¿El Doctor Chapatín?
La miré con lástima.
La nariz le goteaba como pilón descompuesto y sus ojos eran apenas unas ranuritas de luz entre los párpados hinchados.
Pareces un japonés con radioactividad-le dije-No te levantas por ningún motivo.
Preparé una sopa de sobre y terminamos tomándola en el dormitorio mientras en mi mente se desvanecía la imagen lujuriosa de la hamburguesa gigante y la bolsa de papas fritas.
La dejé durmiendo y partí a recuperar lo que quedaba de mi día.
En la estación del Metro vi sentada a una viejita llorando. Era tan chiquitita que primero la tomé por una bolsa de trapos que alguien había abandonado.
-¿Qué le pasa, señora?
-¡AY! mi señorita. Es que me escapé del Hogar. Quería ir a Buin a ver a mi hermana. Después me acordé que se murió el año pasado y ni la casa queda, porque se cayó con el terremoto. Ahora quiero volver al Hogar pero no sé para qué lado tomar el Metro.
Le averigüé que se trataba del Hogar San Enrique, en la Estación El Parrón, de la Gran Avenida. No estaba tan lejos. Once estaciones más allá, no más.
Llegamos allá y para que no la retaran me hice pasar por su sobrina.
En el patio había profusión de globos y un toldo de colores sobre una mesa engalanada. Celebraban el cumpleaños de otra viejita.
Unas señoras de una fundación lo habían preparado todo y me invitaron a acompañarlas. De aquí nos vamos a otro Hogar-me dijo una. -Hay un viejito de cumpleaños en el Hogar Las Torcazas.
Pasamos la tarde cantando e improvisando juegos y adivinanzas.
A todo eso ya eran las seis y quería volver a esperar la llegada de mis hijos. ¿Qué dirían al encontrar la casa a oscuras y a su mamá presuntamente raptada por un ovni?
Me reí al pensar que ese era el día que había dedicado a mí misma. Se  había esfumado y ya casi anochecía. Pero me di cuenta de que estaba contenta. Más contenta que si hubiera cumplido con todo mi itinerario de felicidad privada.