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domingo, 26 de enero de 2020

IDEAS PARA UN CUENTO.

Jorge estaba sentado frente a su computador. Quería mandar un cuento a un concurso  literario y no se le ocurría ningún tema.
De pronto, sonó el teléfono.
Era un desconocido. Alguien que había conseguido su número no se supo como y que le dijo a boca de jarro que estaba harto del tono lúgubre de sus publicaciones.
- Así como va, nunca tendrá muchos lectores-le aseguró- Usted se declara un enamorado de la Muerte. Los amores platónicos son una pérdida de tiempo...¿ Porqué no pasa a la acción y se suicida de una vez por todas?
Jorge quedó sorprendido ante tanta agresividad, pero luego lo encontró divertido y le rogó que le explicara su punto de vista.
-Mire, no le niego que la Vida es una amante traidora y mentirosa -dijo su interlocutor- Pero, que usted haga de la Muerte su amada ideal, es harto arriesgado. Yo me quedo con la Vida...Siempre la he amado.Siempre perdonaba las zancadillas que me hacía y que me arrojaron de bruces en el   barro. Porque luego ella me recogía entre sus brazos y me permitía empezar de nuevo...
 -Usted me da la razón con lo que  dice- respondió Jorge- La Vida es una prostituta que cobra caro, pero que nos entretiene mientras nos llega el momento de conocer a la verdadera amada, eterna e ideal...Es decir, la Muerte.
Ambos encontraron muy atinados sus respectivos argumentos y se despidieron como buenos amigos. No valía la pena discutir, si nunca se pondrían de acuerdo.
Jorge volvió a instalarse frente al computador, repasando la reciente conversación, con la esperanza de sacar ideas para su cuento. Pero comprobó que seguía con la mente en blanco.
Al cabo de una hora, escuchó que tocaban a la puerta. No fue un timbrazo sino unos golpecitos apenas audibles.
Abrió la puerta y en el umbral vio  un señor bajito, de frondoso bigote y aspecto melancólico.
-Perdone si lo interrumpo- susurró- pero, hace un rato hablamos por teléfono...
-¡ Ah!  Usted es el admirador de la Vida- exclamó Jorge de buen humor- ¿ Y viene a seguir convenciéndome de sus bondades?
-No, vengo a contarle la verdad sobre la Muerte, para que no la defienda tanto....
-¿ Y como la sabe usted?
-Porque vengo de allá- respondió con tristeza, señalando el lejano cementerio que se divisaba por la ventana.
-Quiero desengañarlo, antes de que sea tarde- continuó- La Muerte no es lo que la gente cree. No es dormir apaciblemente, aunque tampoco es soñar pesadillas, como creía Hamlet.
Sobrecogido, Jorge lo tomó de un brazo y lo hizo sentarse en un sillón que se hallaba junto a su escritorio.
-La Muerte es seguir viviendo de otra manera, no más. Aunque bien parecida a ésta. Habitamos en una ciudad anticuada y triste.  ¿ Quién se iba a interesar por modernizarla? Los edificios son grises, las calles mal pavimentadas... Y lo peor es que al barrio que me tocó no ha llegado nadie conocido. Pero sería cruel desear que mandaran para allá a algún amigo ¿ no cree?  Aunque entonces sí que la amistad sería eterna....
Jorge se quedó mudo escuchándolo y el hombrecito se secó una lágrima con disimulo.
- Supongo que ahora comprenderá por qué amo tanto la Vida  -suspiró, levantándose.
Perdido en su melancolía,  olvidó  despedirse y salió caminando con desgano.
 Jorge lo vio perderse por el pasillo y  un momento después, habría jurado que se desvaneció.

Se sentó de nuevo frente al computador, esperanzado en que el extraño episodio le  diera alguna idea para su cuento.  Pero ...¡ seguramente el jurado del concurso encontraría el tema demasiado lúgubre! 


domingo, 19 de enero de 2020

HISTORIA DE UNA HOJITA REBELDE.

Se aproximaba la llegada de la Primavera y sin embargo, aún quedaba una hoja seca sujeta en una rama.
Había resistido ahí todo el Invierno, sin resignarse a dejarse caer. El viento, con su soplo helado y el granizo con sus dedos de escarcha, habían pugnado por desprenderla, pero la hojita rebelde, seguía aferrada a la rama desnuda.
El árbol había empezado a cubrirse de brotes nuevos.
-¿ Qué sería de mí si me soltara ahora?   ¿ A donde iría , a estas alturas? 
Ya todas sus hermanas habían caído hacía tiempo. Algunas habían volado lejos y otras se habían ahogado en los charcos de la lluvia, sin un rumor.
Pero la hojita había gemido, había tiritado y se había aferrado a la rama, sin querer aceptar su destino.
Ahora se veía rodeada de una nube fresca de brotes nuevos y se preguntaba qué haría ella ahí, con su vestido viejo.
Los brotes, de un verde radiante, la humillaban.
-¿ Qué pretendes quedándote aquí, pordiosera?  Tus harapos desentonan junto a nuestros vestidos de seda.
 Bajo el árbol, pasó un viejo melancólico, arrastrando los pies. Era el Invierno que partía.
Se iba triste, porque sabía que no era bienvenido en ninguna parte.
-¿ A donde vas, Invierno?- le preguntó la hojita, desde lo alto de su rama.
-Voy al hemisferio Norte- respondió el viejo y una bocanada de aire frío salió de su boca y le escarchó los bigotes.
-¿ Y qué vas a encontrar por allá?
-Me encontraré con el Otoño, que ya parte. Desprenderé las hojas secas que aún queden en los árboles. Las haré volar y danzar sobre los campos mojados.
-¡ Entonces, llévame contigo!  Allí estaré con mis hermanas y volaré y danzaré con ellas!
La hojita se desprendió sin esfuerzo y cayó sobre el hombro del anciano.

Ahí se sujetó con fuerza y juntos emprendieron el largo viaje. Se hicieron mutua compañía y conversaron de muchas cosas trascendentales, pero lo que dijeron, se los contaré en otra ocasión .


domingo, 12 de enero de 2020

EL REGALO.

Todas las tardes, Julio pasaba a buscarla a la oficina y se iban tomados de la mano , en la frescura del atardecer.
Laura lo amaba con locura y no podía evitar decírselo, una y otra vez. Julio sonreía y le respondía : Yo también. Y eso era todo. No parecía notar en los ojos de Laura la insatisfacción que le producía su falta de calor.
Una tarde, pasaron frente a una tienda. Era más bien un baratillo, en cuya vitrina se exhibían diversos objetos, muñecas, pañuelos, cajitas de música... En una bandeja, había varios anillos.
-¡ Mira Julio! ¡ Qué lindos!  Sobre todo ese, con la piedra roja.
-Si te gusta tanto,  te lo regalo.
La dependiente de la tienda sonrió satisfecha.
-¡ Qué intuitiva esta niña!  ¿ Como adivinó que es un anillo mágico?
Julio comentó, sardónico:
- No se preocupe, se lo vamos a comprar...No necesita atribuirle un valor agregado.
-No es más que la verdad- respondió la mujer , irritada -  La magia del anillo solo la perciben los verdaderos enamorados.
Laura se lo probó y notó que le ajustaba perfectamente, como hecho a la medida. Por supuesto, era un anillo modesto y la piedra roja solo brillaba gracias al azogue. Pero ella estaba feliz. ¡ Julio le hacía tan pocos regalos!
Esa noche, no pudo quitárselo. Lo sentía adherido firmemente a su dedo, como si le hubieran brotado garfios de acero que se incrustaran en su piel.  Al final, desistió del intento y se durmió con él.
Al otro día seguía igual de apretado y Laura, sin querer, recordó las palabras de la vendedora. Había dicho que era mágico... ¿ Y si lo era, de verdad ?
A la hora de la colación, fue de nuevo a la tienda. Acodada en el mostrador, estaba la mujer.
-Señora- le dijo con cierta vacilación, temiendo parecerle ingenua- Quisiera que me explicara lo que dijo ayer del anillo, porque lo cierto es que no puedo quitármelo. ¡ Como si tuviera un  encantamiento!
- Lo tiene, porque es verdad que es mágico. Yo lo llamo el anillo del desamor.
-¿ Y por qué?  - preguntó Laura, sobresaltada.
-Porque lo sentirás apretado a tu dedo mientras el hombre que te lo regaló te siga amando. Pero, si un día te traiciona, se soltará con total facilidad.
Laura la miró atemorizada.
-¿ Y de qué te afliges, niña? ¿ Acaso no estás segura de su amor?  Lleva el anillo con confianza y  sé feliz.
Laura ya no vivió tranquila. Se sorprendía a cada instante comprobando si el anillo estaba suelto. Pero, se tranquilizaba al notarlo siempre apretado a su dedo y entonces,dichosa creía ver que la piedrecita roja  titilaba como una estrella.
Hasta que un día, notó que él había cambiado. Sus ojos parecían rehuir su mirada y un mohín de fastidio alteró sus rasgos, cuando ella le reprochó su frialdad.
-¡ Son ideas tuyas, Laura! ¿ No te demuestro en mil formas que te quiero?  ¿ Acaso no te regalé ese anillo?
En ese preciso instante, el anillo resbaló del dedo de Laura y cayó en la vereda, tintineando.
Ella se quedó paralizada de horror. El se agachó a recogerlo y trató de ponérselo de nuevo.
Ella retrocedió, escondiendo su mano tras la espalda.
- ¡ No lo quiero, Julio!  ¡ Quédate con él!
Y se alejó calle abajo, sollozando.
El se quedó en la esquina, haciendo rodar el anillo entre sus dedos, pero no trató de seguirla.
La piedra roja lanzó un destello, como de brasa que se apaga y de golpe, perdió todo su brillo.

Julio lo vio deslucido y ordinario y tras un momento de vacilación, lo arrojó a la cuneta. Pensó que su nueva conquista era más exigente y tendría que regalarle algo mejor. 


domingo, 5 de enero de 2020

CARTAS DE AMOR PARA CLARA.

Raúl pensaba que su oficio de cartero se había vuelto monótono y sin gracia.
Ahora la gente se comunicaba vía internet y a él solo le tocaba entregar cuentas y documentos. Nada parecido a esas cartas manuscritas de antes, que solían llevar buenas noticias o una ilusión a quién las recibía.
 Tiempo atrás, él se sentía orgulloso de ser cartero y poder contribuir, de vez en cuando, a la felicidad de alguien. Ahora era lo contrario, muchas veces le tocaba recordarle a la gente  deudas que no podían pagar y terminaban por verlo como un enemigo.
Al entrar a uno de los edificios que atendía, revisó  la correspondencia que llevaba y se alegró de ver que había una carta para Clara...
Podría haberla echado por debajo de su puerta, pero tocó el timbre, esperando entusiasmado, a que ella abriera.
Apareció en el umbral y Raúl pensó que estaba más linda que nunca.
Hubiera querido entregarle un ramo de flores, pero en lugar de eso, le alargó un aviso de Cobro del servicio de Impuestos internos.
Ella lo recibió en silencio y se le escapó un suspiro. Luego, avergonzada de haber exteriorizado su desaliento, se rió y le soltó una broma:
-¡ Ojalá algún día me trajera una carta de amor!
 Sus ojos chispeaban de risa, pero Raúl notó que sus labios se curvaban hacia abajo sin que ella pudiera evitarlo, traicionando así su insatisfacción y su melancolía.
Le dieron ganas de decirle:  ¡ Yo mismo le escribiría una carta de amor si usted me lo permitiera!
Al atardecer, camino a su casa pensó: Pero, claro ¿ como no se me ocurrió antes? ¡ Le escribiré esa carta  que a ella le gustaría recibir!  Lo haré en forma anónima, por supuesto, y así podré decirle libremente cuanto me gusta y lo mucho que pienso en ella...
Pasó a una librería y compró una esquela y algunos sobres. Ya en su habitación, desplegó los materiales sobre la mesa. Tomó el lápiz, ansioso de poner en el papel románticas frases que la conmovieran, pero no se le ocurrió ninguna.
No era muy versado en escritura ni había leído libros en los cuales pudiera buscar inspiración. 
Al final, escribió lo que muchas veces había pensado al mirarla:
Señorita Clara:
Usted es linda y simpática. Me gustaría mucho conocerla mejor.
No se ofenda si le digo que pienso mucho en usted.
Firmó con una simple J..., para despistarla y que no sospechara de él.
Le puso una estampilla al sobre y la ensució un poquito con tizne para que pareciera que llevaba el timbre de Correos.En seguida la mezcló con el resto de las cartas que tenía que repartir en el edificio.
Dejó pasar una semana y le escribió otra.
Clarita:  ¿ Puedo tutearte?  El martes me tocó subir contigo en el ascensor. Te vi tan linda que pensé que había llegado la Primavera...Será porque tu cara se parece a una flor.
 Estaba orgulloso de sí mismo. Pensaba que cada día las cartas le salían mejor. Quizás porque cada día se acrecentaba el amor que sentía por ella...
Esa vez decidió entregársela en persona. ¡ Quería ver su expresión cuando la recibiera!
Cuando abrió la puerta, se impresionó de verla tan cambiada. Se había cortado el pelo y lo llevaba rizado aureolando su cara. Además, se había pintado los ojos y se había puesto pintura de labios. ¡ Estaba preciosa!
Se ruborizó al recibir la carta de manos de Raúl, y él, haciéndose el inocente le preguntó:
-¿ Serán buenas noticias, señorita Clara?
-¡ Sí!  ¡ Creo que sí!- exclamó ella y apretó el sobre contra su pecho.
Lo que Raúl no sabía era que Clara había estado atando cabos y adquiriendo una certeza cada vez más grande de que su admirador tenía que ser un vecino del edificio.
Luego, al leer la frase sobre el encuentro en el ascensor, estuvo segura. Y esa J de su nombre...Tenía que averiguar los nombres de los solteros que vivían en su piso.
Días después, Raúl se equivocó y deslizó bajo su puerta un sobre de cobranzas dirigido a un tal Jaime. ¡Era el tipo buenmozo que vivía dos puertas más allá!
Clara recordó las veces que habían coincidido en el ascensor. Las miradas de soslayo que él le dirigía cuando se cruzaban...¡ Tenía que ser él!
Y ahora se le presentaba la ocasión de hablarle cuando fuera a entregarle la cuenta deslizada bajo su puerta. 
La invadió una dulce emoción. Sabía que vivía solo, igual que ella.  Pensó que sin duda era tímido y no había encontrado otra forma de dirigirle la palabra más que a través de esas cartas anónimas.  ¡ Nunca se las mencionaría cuando hablaran...!  No querría, por ningún motivo, hacer que se avergonzara...
Se peinó sus rizos y se echó otra capa de carmín en sus labios.  Ensayó frente al espejo su más linda sonrisa y luego se dirigió decidida al departamento de Jaime.
Al día siguiente, Raúl se encontró con Clara en el pasillo del edificio. Había estado pensando que ya era el momento de confesarle que era él su admirador secreto.
-Esta vez no le tengo carta, señorita Clara.
-¡ Oh!  No importa  ¡ Ya no es necesario!  El y yo conversamos ayer y esta noche vamos a salir juntos. ¡ Gracias,  señor cartero, por servirnos de Cupido!