Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 29 de marzo de 2020

LA VIDA DE JUAN.

Juan se acostó desanimado. Empezaba un nuevo año, sin muchas expectativas. Y el que acababa de terminar, le parecía que había sido intrascendente.
El amor le había pasado por el lado, mirándolo de reojo, sin detenerse. Y el éxito lo había palmoteado en la espalda, con gesto prometedor, pero había pasado de largo.
Días de trabajo monótono, compañeros que no eran amigos y tardes solitarias en su departamento, conectado a la Red...
Muchas veces pensaba que internet era como un vasto mar sin orillas, en el que flotaban miles de náufragos pidiendo socorro sin voz.
Se dio unas vueltas en la cama, lanzó hacia atrás las sábanas, sofocado por el calor, y al final se durmió.
En su sueño, creyó que estaba despierto y que se levantaba a mirarse en el espejo, sin saber por qué.
Allí se vio a sí mismo convertido en un viejo. Su cara estaba plagada de arrugas y su pelo, ya escaso, raleaba sobre la frente. ¿ Qué había pasado?  ¿ Como era posible que su vida hubiera trascurrido en un instante, sin que él la hubiera vivido?
Abrió la puerta y salió a la calle, desesperado.
Atardecía y se encontró en un parque donde reinaba el Otoño. Una bruma fría envolvía los árboles casi desnudos y una alfombra de hojas secas crujía bajo sus pies.
Vio en una banco a una mujer solitaria. Su expresión era amarga y tenía sus manos vacías sobre su regazo, en señal de abandono. Por sus mejillas, se deslizaban lentamente unas lágrimas.
Juan se sentó a su lado, tratando de prestarle algún consuelo. Somos dos que sufrimos- pensó- Tal vez podamos darnos ánimo.
La mujer esbozó una mueca y lo increpó con rabia:
-¿ De qué quieres consolarme tú, si eres el culpable de mi desgracia?
-¿ Qué dice?  Pero, si no la conozco...¿ Quién es usted?
-  ¡Soy tu Vida y niegas conocerme ! ¡ Hay que ver la desfachatez!
Y ante la mirada atónita de Juan, continuó con su monologo:
- Si me ves sola, es porque no supiste amar. Dilapidaste tu juventud en amores fugaces, sin querer comprometerte nunca.
-Pero ¡si yo quería amar!
-Dí más bien que querías que te amaran, sin dar nada a cambio.
A continuación, la mujer lo miró con rencor y le mostró su vestido andrajoso y sus manos vacías.
-Pero ¡ si he trabajado duramente!  Lo que pasa es que la suerte me ha sido esquiva...
- La verdad es que  siempre perseguiste el éxito y competiste ferozmente con otros. Pero nunca trataste de superarte a ti mismo. Te conformaste con ser mediocre y confiaste más en la buena suerte que en el esfuerzo.  Y para colmo, me condenaste a la soledad.
-¿ Qué dices?  Pero, si tengo muchos amigos...
 -¿ Amigos por internet?  Crees que tienes muchos, pero no conoces a ninguno. Te resultan más cómodas esas amistades sin compromiso. Nunca has estrechado una de esas manos ni escuchado una voz que pronuncie tu nombre con cariño. No es calor humano el que vas a encontrar pulsando las teclas de tu computador.
Juan bajó la cabeza, sin hallar argumentos para contradecir sus sarcasmos.
La mujer se levantó del banco y con una última mirada de menosprecio, se perdió entre los árboles.
Juan, angustiado, quiso seguirla...y entonces despertó.
Saltó de la cama y fue a mirarse en el espejo.
Por supuesto, se vio joven como en realidad era.

Pensó que tenía mucho tiempo por delante, para enmendar sus errores. ¡ El año recién empezaba!  ¡ Muchas cosas buenas podían pasar!


domingo, 22 de marzo de 2020

UN ENCUENTRO INESPERADO.

Era el mes de Febrero, pleno verano, y el edificio estaba casi desierto.
Marina bajó al jardín interior y se sentó en un banco. Le daba un poco de verguenza que alguien la viera ahí, tan sola en esa noche de Sábado. 
Si alguien la veía, adivinaría que no tenía ninguna cita, que nadie la había invitado a ninguna fiesta...y la miraría con lástima.  De solo pensarlo, se sentía humillada.
Si  ella dijera que le gustaba estar sola,  nadie le creería, aunque era la verdad.
Un agua oscura de tristeza había ido anegando de a poco su corazón. Pensaba que la Vida había pasado por su lado, ignorándola. ¿ En qué momento se habían acabado las oportunidades y desaparecido las ilusiones?
Aunque el jardín ya estaba totalmente oscuro, todavía el conserje no había encendido los faroles. 
De pronto, al otro extremo, bajo el árbol de morera vio brillar la brasa roja de un cigarrillo.
¡ Vaya!  Había otro solitario ahí.  ¿ Quién sería?
Escuchó una carraspera varonil, la que al menos le informó el sexo de su incógnito vecino.
¡Ahí tiene su bronquitis crónica!- se burló Marina en silencio- Sería tiempo de que dejara de fumar...
De golpe, se encendieron las luces y ambos se miraron sorprendidos.
-¡ Marina!  Pero, si eres Marina...¿ y qué haces aquí?
-Bueno, yo vivo aquí ¿ y tú?
-Yo también ¡qué coincidencia! Me cambié para acá hace dos semanas.
Ella guardó silencio, mirándolo incrédula. ¡ Cuantos años habían pasado y cuanto había deseado volver a verlo!
-Noto que estamos solos los dos en noche de Sábado- se burló él- ¡ Qué fracasos sociales estamos hechos! ¿ No crees?
Y se rió con esa risa seductora que Marina  había amado y que había luchado tanto por olvidar...
-¡ Pero, no!  -exclamó ella, aguijoneada por el orgullo y el recuerdo humillante de su abandono - ¡ Solo estaba haciendo tiempo mientras mi novio llega a buscarme! 
Miró su reloj y se fingió alarmada- ¡ Ya son las diez!  Se va a enojar si no me encuentra vestida para salir.
Recogió sus llaves y se despidió apresuradamente.
-¡ Otro día hablamos!

Y subió a su departamento, a ver la televisión.



domingo, 15 de marzo de 2020

EL LIBRO DE AUTOAYUDA.

Genaro caminaba desganado y con cara de asco, como un zombie a dieta vegetariana.
Al verlo siempre deprimido, sus amigos le hacían el quite.  Uno de ellos había escuchado que la depresión se pega, igual que el cáncer...Así es que al cruzarse con él en la calle, pasaban de largo, como apurados y le soltaban una palmadita en la espalda.
-¡ Hola, viejo!   ¡ Voy atrasado!  ¡ Otro día hablamos!
Pero uno más generoso, o que venía saliendo de una depresión parecida, lo invitó a un café y le recomendó que leyera un libro de autoayuda.
-¡ No sabes lo bien que me hizo!- le aseguró- Anduve meses como ampolleta fundida y ahora tú me ves ¡ la vida me cambió!
-No creo que leer un libro me ayude- suspiró Genaro- No tengo ni ánimo de atarme los cordones de los zapatos...
-Cualquier libro no, pero yo te  estoy hablando de éste. ¡ El autor es un tipo macanudo!  Viene de vuelta de todos los problemas.... ¡ Conoce el  secreto para  alcanzar la plenitud en la vida! 
Le anotó todos los datos en un papel y se alejó rápidamente. No fuera que el roce con Genaro y su depresión lo hicieran retroceder en su convalecencia...
Genaro no creía en ese tipo de terapias, pero con una frase fatalista del tipo: ¿ y qué puedo perder si ya lo perdí todo? entró a una librería y lo compró.
Al principio, lo hojeó con desconfianza y una sonrisa desdeñosa se le instaló en los labios. Pero, sin darse cuenta, fue cayendo en una especie de hechizo.
El escritor le pareció un tipo simpático, que hablaba con sinceridad en un idioma comprensible. Uno a uno iba enumerando los peldaños de una larga escalera que parecía conducir al bienestar emocional.  Solo se necesitaba tenacidad y fe para lograr los objetivos...
" No importa cuantas veces te caigas, solo importa que te levantes otra vez"  Ese era la frase más repetida a lo largo del libro.
 Genaro sentía que de a poco, al influjo de esas palabras, iba emergiendo de un pozo oscuro y que arriba, cada vez más cerca, resplandecía una luz.
Lo convirtió en su libro de cabecera, en su evangelio personal...
Sus amigos notaron el cambio y volvieron a acercarse.
-¡ Viejo! ¡ Qué gusto verte!  ¿ Nos tomamos una cerveza al salir de la pega?
Genaro decía a todo que bueno y aceptaba sus veleidades con generosa ironía. Había aprendido a conocerlos en sus horas amargas y sentía que su único amigo era el autor del libro de autoayuda.
En la contratapa aparecía su fotografía:  un tipo de mediana edad, con los ojos chispeantes de optimismo y la expresión serena de quién ha superado todos los escoyos que pone la vida.
Una noche entró solo a un bar, a tomar una cerveza. Relajado, observaba a la gente, cuando vio en un rincón a un hombre que se notaba deprimido.  Con la cabeza baja y una mano sobre los ojos, permanecía inmóvil frente a un vaso a medio llenar.
Genaro se sintió impulsado a acercarse a él. Tal vez podría ayudarlo, contarle su experiencia...
-Amigo ¿ lo puedo acompañar?
El otro no respondió y continuó con la cara tapada con una mano.  Genaro no se acobardó y se sentó frente a él, llevando su cerveza.
-Amigo, lo noto desanimado...Quizás tenga ganas de desahogarse.
-No tengo ganas de nada. La vida es un asco. Querría estar muerto.
-Pero , hombre ¡ la cosa no puede ser tan grave que no tenga remedio!  Yo tuve una experiencia parecida y ahora usted me ve, soy otro hombre...Quisiera recomendarle el libro que me salvó.
-¿ Un libro, dice? ¿ Me está tomando el pelo?- rugió el hombre.

Al levantar su cara congestionada por la rabia, Genaro lo reconoció. Era el autor del libro de Autoayuda.


domingo, 8 de marzo de 2020

MARINO DE MAR BRAVÍO.

Mi mamá tenía apenas diecisiete años cuando me llevaba en su vientre.  Así es que se puede decir que crecimos juntos. Ella en medio de un mundo hostil y yo acurrucado dentro de ella.
La pobre lloraba mucho en esos días. De modo  que mi crecimiento fue un tanto zarandeado, como si navegara en un mar tormentoso. Pero yo era buen marinero y me aferraba con fuerza a mi barquita. ¡ Ninguna ola me iba a arrojar fuera de ella!
Por fin se produjo mi desembarco en este mundo.  Ella me apretó fuerte entre sus brazos, llorando siempre y yo le prometí que me apuraría en crecer y construiría un dique que la protegiera de los oleajes traicioneros de la Vida.
Cuando cumplí los dieciocho, tal vez inspirado por las sacudidas oceánicas de mi gestación, decidí hacerme marinero.
Fue así como conocí muchos países, algunos tan extraños que ni en mis sueños infantiles habría podido imaginar. Dí la vuelta al mundo varias veces, pero fue en un país vecino  en el que conocí a un hombre al que tampoco habría soñado llegar a conocer.
Era un borracho, de esos que llaman " un perdido". Se pasaba los días dormitando en los bares, con la cabeza caída junto a un vaso vacío. A ratos se ponía a mascullar y a suspirar, como si una pena secreta lo carcomiera como un ácido.
Cuando se le acababa el dinero, salía al muelle a descargar bultos y con lo poco ganado, regresaba al bar a emborracharse de nuevo.
Una noche lo vi en la mesa de siempre, contemplando con melancolía su vaso vacío. Se veía que no le quedaba ni un cobre con qué pagarse otra ronda y que se moría de sed.
Apiadado, pagué dos coñac y me senté frente a él a beberme el mío.
Cuando habló, me quedé sorprendido a comprobar por su acento, que éramos compatriotas y me puse a escuchar su monologo con mayor interés.
Fue desgranando de a poco su melancolía y sin darse cuenta, terminó por contarme su vida.
Cuando le pregunté si tenía familia, una mueca de amargura le torció la boca.
-¡ No tengo familia, amigo....pero pude tenerla!  Eso es lo que me está matando...El remordimiento y la verguenza... ¡Pensar que la quería y la abandoné como un cobarde!
¡ Yo quería ser libre, quería vivir!  Ella lloraba tanto, con las manos protegiendo su vientre...y yo me fui sin mirarla siquiera.
-¿ Y no volvió a verla?
-Me arrepentí después, créame...La busqué, pero no pude encontrarla.
-¿ Y como se llamaba ella?
-Emelina, así se llamaba...Emelina.
El nombre de mi madre me atravesó el pecho como una lanza.
El borracho continuó hablando, sin notar mi emoción.
-Lo que más lamento, amigo, es no haber conocido a mi hijo... ¡Si lo tuviera delante, le
 pediría perdón!
Pude decirle que Emelina era mi madre, que yo era el hijo al que había rechazado...Pero me acordé como lloraba ella cuando me llevaba en su vientre, de como habíamos luchado los dos contra los embates del mar bravío...

Dejé unos billetes sobre la mesa mugrienta y me alejé sin mirar atrás.  


domingo, 1 de marzo de 2020

DOLOR DE OIDOS.

Sus papás iban a salir solos el fin de semana, así es que llevaron a Pablito a la casa de la abuela.
El estaba indignado, porque en ese barrio no conocía a nadie y no tendría con quién jugar. Lo único que salvaba era la piscina...Así es que se quedó metido en el agua hasta que oscureció y se enfermó de otitis.
La abuela le dijo que lo tenía merecido por porfiado, pero esa noche lo escuchó llorar y llegó a ponerle en los oídos unos tapones de algodón empapados en aceite caliente.
-Este remedio me hacía mi mamá cuando yo era chica- le advirtió- Así es que aguanta, porque te va a hacer bien.
Pablito trató de imaginarse a la abuela cuando era chica...¿Qué época sería esa? Se la imaginó envuelta en pieles, arrancando de un mamut...pero no, eso era exagerado. Después  la visualizó bordando la primera bandera de Chile, junto a doña Javiera Carrera y ahí le pareció mejor.
A pesar de los tapones de algodón, los oídos le dolían mucho. En la oscuridad, trató de darse valor  fantaseando que era un soldado metido en una trinchera de la Primera Guerra Mundial y que lo habían herido las esquirlas de una granada.
De repente, alguien gritó a su lado : ¡ gas! ¡ gas! y todos se apuraron en ponerse las máscaras que les había entregado el capitán...
Pero de nada le valió imaginar que era un soldado heroico, porque los oídos le dolían cada vez más y sin querer, soltó el llanto.
En seguida entró la abuela. Esta vez se le ocurrió echarle en las orejas el humo de su cigarrillo.
-Lo tibieza del humo te aliviará- le dijo-pero Pablito sospechó que era un pretexto para fumar, porque el médico se lo había prohibido.
A pesar de todo, al otro día, amaneció mejor y salió a vagar por la cuadra.
Tenía un zumbido en los oídos como si tuviera puesta  una escafandra y lo hubieran bajado al fondo del mar.
Le llegaban los sonidos de la calle como a través de un muro de agua.
-¡ No se vayan tan pronto! ¡ No me dejen!- oyó de repente una voz quejosa. Miró para todos lados y no vio a nadie. Pero luego, un montón de vocecitas infantiles contestaron a ese ruego:
-¡ No podemos quedarnos más!  El Otoño  llegó hace rato...
Pablito se dio cuenta de que se trataba de un árbol que conversaba con sus hojas.  Vino un soplo de viento y todas salieron volando.
¡ Adios! ¡Adios!- gritaron al unísono.
Siguió caminando y esta vez escuchó un susurro débil que parecía venir del suelo.
Vio a una abeja que flotaba en un charco :
-¡ Socorro!  ¡ Sálvame, por favor!
Pablito tomó una rama y se la alcanzó para que trepara por ella.
-¡ Gracias!- suspiró la abejita- En cuanto se me sequen las alas, podré volver a volar.
-¿ Y qué haces por este barrio, tan lejos de tu colmena?
-Buscando flores para hacer miel. Pero cada vez hay más cemento y menos flores...
Ensayó a mover sus alas y al cabo de unos segundos, emprendió el vuelo y desapareció.
A todo eso, Pablito ya se había dado cuenta de que la otitis le había hecho a sus oídos un efecto mágico. Ahora escuchaba cosas que nunca antes había podido oír.
En el umbral de una puerta, vio sentado a un gato amarillo. Este lo miró con aire  indiferente y despectivo , como suelen hacer los gatos.
-¡ Hola, Micifuz!- lo saludó Pablito, tratando de caerle simpático.
-No me llamo así- respondió el gato con desprecio-Me llamo Genaro y soy el dueño de la niña que vive aquí.
Pablito quedó pasmado de asombro:
-¿ Así que eres el dueño de una niña?
-Sí, y sería bueno que se apurara en llegar porque ya es la hora de servirme mi leche.
En eso, apareció una niña cargada con una mochila escolar. Al ver al gato, lo tomó en sus brazos y le besó la nariz. El gato se enroscó y ronroneó, mirando de soslayo a Pablito, con aire de triunfo. Juntos entraron en la casa.
En ese momento, escuchó la voz de la abuela que lo llamaba y vio el auto de sus padres detenido en la vereda.
-¡ Te traje unas gotas para los oídos!- anunció su mamá.

A los pocos días, ya estaba sano y dejó de escuchar voces. Nunca supo si lo había imaginado  y por las dudas no se lo contó a nadie, para que no lo acusaran de mentiroso.