Cuando su padre quedó viudo, el médico llamó por teléfono a Camila y a Ester, para hacerles una advertencia :
-Muchos viudos sobreviven poco tiempo a su pérdida. Van languideciendo por falta de estímulos y la tristeza termina por minar su salud. Es preciso que le busquen una persona para que lo acompañe y lo mantenga activo.
Así fue como llegó a la casa Ofelia, una mujer de mediana edad y aspecto anodino.
Vestía ropa oscura y su rostro alargado y pálido parecía despreciar los cosméticos.
Llegaba puntualmente a las ocho , rápidamente se ponía su delantal blanco y el resto del día se entregaba con eficiencia a sus tareas. El anciano, que al principio había la había rechazado con frialdad, terminó por aceptar su compañía.
Por una razón desconocida, la cocinera y la doncella le tomaron antipatía desde el comienzo. Al principio, le servían las comidas en una bandeja y Ofelia las tomaba en su habitación, mientras el padre y sus hijas lo hacían en el comedor.
Al poco tiempo, el anciano sugirió que Ofelia los acompañara en la mesa.
Se mostraba tan silenciosa y modesta que apenas se notaba su presencia. Solo hablaba si le dirigían la palabra, cosa que las hermanas nunca hacían. Pero, si alguien le formulaba alguna pregunta, respondía con una sonria dulce que prestaba cierto encanto a su cara deslavada.
A la cocinera parecía resultarle ofensivo tener que servirla y se desquitaba poniendo porciones mezquinas en su plato. Por su parte, la doncella se demoraba adrede en abrirle la puerta cuando llegaba por las mañanas. Era evidente que le causaba placer dejarla tiritar un rato en la puerta cuando hacía frío. La espera era todavía más larga cuando estaba lloviendo...
Ofelia soportaba todos los desaires y los abusos con un rostro impasible, pero aveces, un extraño fulgor se filtraba entre sus pestañas.
El anciano había iniciado una rutina saludable de caminatas matinales y en las tarde, después de su siesta,si alguien pasaba frente a su habítación, escuchaba la voz paciente de Ofelia leyéndole alguna novela.
Un día, Camila y Ester notaron un sutil cambio en el aspecto de la enfermera. ¡ Había empezado a maquillarse! Luego le tocó el turno al peinado. El severo rodete en la nuca dio paso a una suave melena enmarcando su rostro.
-¡ Será que ha conseguido novio!- comentó Camila, riendo.
-¿Quién, por favor? Con esa cara....
Pero, no cabía duda que Ofelia había cambiado. Su ropa oscura era realzada ahora por pañuelos de colores o cuellos de encaje...y ¿ era solo una impresión o había empezado a usar las faldas sobre la rodilla?
Mientras, el padre se notaba cada vez más animado. Ya dormía sin ayuda de somníferos y hacía tiempo que había abandonado la costumbre de quedarse mirando el retrato de la difunta....
-Creo que es hora de que Ofelia se vaya- comentó Ester- Se nota que el papá superó lo peor del duelo y no creo que vuelva a decaer.
-¡ Es cierto!- respondió Camila- La presencia de esa mujer ya no es necesaria.
Se pusieron de acuerdo para plantear el tema esa noche, a la hora de comida y en presencia de la enfermera.
-Papá- empezó Camila- ¡ No sabes el gusto que nos da verte tan recuperado!
-Pensamos que ya no necesitas más compañía que la nuestra ¿ no crees?
El anciano sonreía en silencio y parecía que no las escuchaba.
De pronto, extendió su mano sobre la mesa y oprimió la de Ofelia.
-Quiero anunciarles una buena noticia. ¡ Mi querida Ofelia ha aceptado casarse conmigo!
Las dos hermanas palidecieron y se quedaron atónitas mirando a la enfermera.
Esta había cambiado en segundos su aspecto dócil y recatado. Se erguía en su silla con una seguridad y un aplomo casi autoritario. Ambas notaron al mismo tiempo que sobre la pechera de su blusa brillaban las perlas que habían pertenecido a su madre.
-¡ Mi amor!- dijo Ofelia con un retitintín de sarcasmo que solo al anciano le pasó desapercibido- ¡ No seamos egoistas con nuestra felicidad! No solo tus hijas deben compartirla con nosotros. ¡ También debemos hacerle partícipe al servicio doméstico! Precisamente hay algunos cambios que he pensado hacer a ese respecto...
Y tocó la campanilla para llamar a quienes tanto la habían humillado.
Sonreía con dulzura, pero súbitos relámpagos de odio se filtraban entre sus pestañas.