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domingo, 30 de enero de 2022

OFELIA.

Cuando su padre quedó viudo, el médico llamó por teléfono a Camila y a Ester, para hacerles una advertencia :

  -Muchos viudos sobreviven poco tiempo a su pérdida. Van languideciendo por falta de estímulos y la tristeza termina por minar su salud. Es preciso que le busquen una persona para que lo acompañe y lo mantenga activo.

Así fue como llegó a la casa Ofelia, una mujer de mediana edad y aspecto anodino.

Vestía ropa oscura y su rostro alargado y pálido parecía despreciar los cosméticos.  

Llegaba puntualmente a las ocho , rápidamente se ponía su delantal blanco y el resto del día se entregaba con eficiencia a sus tareas. El anciano, que al principio había la había rechazado con frialdad, terminó por aceptar su compañía.

Por una razón desconocida, la cocinera y la doncella le tomaron antipatía desde el comienzo. Al principio,  le servían las comidas en una bandeja y Ofelia las tomaba en su habitación, mientras el padre y sus hijas lo hacían en el comedor.

Al poco tiempo, el anciano sugirió que Ofelia los acompañara en la mesa.

Se mostraba tan silenciosa y modesta que apenas se notaba su presencia. Solo hablaba si le dirigían la palabra, cosa que las hermanas nunca hacían. Pero, si alguien le formulaba  alguna pregunta, respondía con una sonria dulce que prestaba cierto encanto a su cara deslavada.

A la cocinera parecía resultarle ofensivo tener que servirla y se desquitaba poniendo porciones mezquinas en su plato.  Por su parte, la doncella se demoraba adrede en abrirle la puerta cuando llegaba por las mañanas. Era evidente que le causaba placer dejarla tiritar un rato en la puerta cuando hacía frío.   La espera era todavía más larga cuando estaba lloviendo...

Ofelia soportaba todos los desaires y los abusos con un rostro impasible, pero aveces, un  extraño fulgor se filtraba entre sus pestañas.

El anciano había iniciado una rutina saludable de caminatas matinales y en las tarde, después de su siesta,si alguien pasaba frente a su habítación, escuchaba la voz paciente de Ofelia leyéndole alguna novela.

Un día, Camila y Ester notaron un  sutil cambio en el aspecto de la enfermera. ¡ Había empezado a maquillarse!  Luego le tocó el turno al peinado. El severo rodete en la nuca dio paso a una suave melena enmarcando su rostro.

-¡ Será que ha conseguido novio!- comentó Camila, riendo.

-¿Quién, por favor?  Con esa cara....

Pero, no cabía duda que Ofelia había cambiado. Su ropa oscura era realzada ahora por pañuelos de colores o cuellos de encaje...y ¿ era solo una impresión o había empezado a usar las faldas sobre la rodilla?

Mientras, el padre se notaba cada vez más animado. Ya dormía sin ayuda de somníferos y hacía tiempo que había abandonado la costumbre de quedarse mirando el retrato de la difunta....

-Creo que es hora de que Ofelia se vaya- comentó Ester- Se nota que el papá superó lo peor del duelo y no creo que vuelva a decaer.

-¡ Es cierto!- respondió Camila- La presencia de esa mujer ya no es necesaria.  

Se pusieron de acuerdo para plantear el tema esa noche, a la hora de comida y en presencia de la enfermera.

-Papá- empezó Camila- ¡ No sabes el gusto que nos da verte tan recuperado!

-Pensamos que ya no necesitas más compañía que la nuestra ¿ no crees?

El anciano sonreía en silencio y parecía que no las escuchaba.

De pronto, extendió su mano sobre la mesa y oprimió la de Ofelia. 

-Quiero anunciarles una buena noticia. ¡ Mi querida Ofelia ha aceptado casarse conmigo!

Las dos hermanas palidecieron y se quedaron atónitas mirando a la enfermera.

Esta había cambiado en segundos su aspecto dócil y recatado. Se erguía en su silla con una seguridad y un aplomo casi autoritario. Ambas notaron al mismo tiempo que sobre la pechera de su blusa brillaban las perlas que habían pertenecido a su madre.

-¡ Mi amor!- dijo Ofelia con un retitintín de sarcasmo que solo al anciano le pasó desapercibido- ¡ No seamos egoistas con nuestra felicidad!  No solo tus hijas deben compartirla con nosotros. ¡ También debemos hacerle partícipe al servicio doméstico!  Precisamente hay algunos cambios que he pensado hacer a ese respecto...

Y tocó la campanilla para llamar a quienes tanto la habían humillado.

Sonreía con dulzura, pero súbitos relámpagos de odio se filtraban entre sus pestañas.  




domingo, 23 de enero de 2022

CARTAS DE AMOR.

Rufino estaba aburrido de ser cartero. Caminaba el mismo número de cuadras, bajo sol abrasador o lluvia gélida, pero cada vez tenía menos cartas que repartir. Y puras cuentas, de esas que se botan al papelero con rabia y casi sin leer.

¡ En cambio antes,  la gente esperaba con ansias la llegada del cartero, que traía una carta del novio o del hijo, desde el extranjero!  Ahora todos se comunicaba por internet... ¡ Los correos electrónicos habían matado el romanticismo!

Se lo dijo la señorita Mariana, que siempre abría la puerta para recibir las cuentas y de paso, conversar un poco.  Rufino pensaba que la pobre no tenía nadie con quién hablar y de pura soledad abría su puerta cuando él pasaba, aunque no esperara carta de nadie.

Se lo confirmó ella misma, cuando se embaló sin rubor en un monologo melancólico:

-¡ Qué ganas de recibir cartas como las de antes!  Esas con sobre y estampilla.... Ahora todo se hace via internet o por celular...  ¡ Y mientras más medios de comunicación inventan, la gente está más sola !

Rufino, de puro sentimental y aburrido, decidió escribirle una carta.  Y así darle una ilusión por qué vivir a la pobre señorita Mariana... Eso fue lo que pensó, al menos.

¡ Tan flaca y sin gracia!  ¡ Y tan sin esperanzas de subirse a algún tren!  Parada en el andén, mirando no más, y con la boletería cerrada hacía rato.

Recordó que en sus charlas ella le había hablado de su juventud en un pueblo del Sur llamado Marchigüe y urdió una fantasía de la cual a ella, tan sin experiencia, le sería difícil dudar... Inventó a un tal Juan Perez, antiguo admirador suyo y ahora radicado en la Capital.  Este Juan, por un azar del destino, bien poco probable, se habia conseguido su dirección y venciendo su timidez, se atrevía a escribirle...

Le resultó fácil redactar una carta, echando mano al romanticismo algo cursi de las novelas que leía su mamá. Cuando le fallaba la inspiración, se acordaba de las rimas de Bequer y agarraba nuevos bríos.

La primera carta fue corta y respetuosa, como corresponde a un caballero cincuentón, de pueblo chico y que no quiere mostrarse confianzudo. O que no sabe todavía qué terreno pisa y espera la respuesta de ella para darle ímpetus a su corazón...

 La señorita Mariana  dio vueltas la carta entre sus manos, con sorpresa no exenta de temor. ¿ Quién podía escribirle a ella ?  ¿ Y quién sería ese remitente cuyo nombre no le traía ningún recuerdo?

Rufino se mostró alentador:

-¡ Ábrala para salir de dudas, pues, señorita!  ¿ Como sabe si es un viejo amigo del cual se olvidó?

A los pocos días, la vio parada en la puerta, esperando su llegada.

-¿ No hay nada para mí?  - preguntó, entre ansiosa y ruborizada.

Rufino entendió que había dado en el clavo. Se sintió apóstol de una nueva religión. De ahora en adelante, su misión en la vida era darle ilusiones a la señorita Mariana.  Dios le tendría en cuenta esta buena acción, para contrarrestar las otras, inconvenientes de mencionar...

Por varias semanas, le escribió cartas románticas. Astutamente, se fue revelando como un hombre tímido, que eludía un encuentro por temor a decepcionarla.  " El paso de los años no ha sido muy benévolo conmigo- escribía- En cambio usted, estoy seguro de que sigue tan hermosa como siempre "

La entrega de las cartas se transformó en un rito. Ella salía a la puerta radiante. Se había ondulado el pelo y retocado las canas. Sus mejillas sonrosadas por la exitación y sus ojos brillantes, le daban un aire de renovada juventud.

Rufino empezó a dudar. ¿ No estaría llevando las cosas demasiado lejos? ¿ Y si ella se cansaba de aquella correspondencia platónica y proponía un encuentro? 

La verdad era que se estaba aburriendo del juego. Al principio había sido entretenido, pero estaba resultando cansador. Ya no se sentía apóstol de nada y cada día le daba más flojera tener que escribir. Además, la ruborizada emoción de la señorita Mariana, al principio conmovedora, ahora le parecía ridícula.

Dejó pasar una semana sin escribirle.

Cuando ella extendió confiada su pobre mano, le puso en ella la cuenta de la luz y un folleto de un Laboratorio dental.

Ella palideció. El fingió no darse cuenta.

A la semana siguiente, se repitió la escena. Esta vez, los ojos de la señorita Mariana se llenaron de lágrimas y ahogando un sollozo, cerró su puerta de golpe.

Rufino comprendió la magnitud del estropicio que había desencadenado.

Incapáz de seguir soportando el espectáculo de ese mudo dolor, pidió en la Oficina de Correos que le cambiaran el recorrido.

Durante un tiempo tuvo miedo que algún compañero le contara sobre el drama de un suicidio en el edificio que antes atendía...Pero no hubo novedades  y como la memoria es frágil, muy pronto se  olvidó de todo.  





domingo, 16 de enero de 2022

LA INUNDACION.

Lucía no podía conciliar el sueño, pensando en Juan.

Lo había conocido hacía pocas semanas. El había llegado al pueblo, manejando su camión, para comprar la cosecha de manzanas.

Se quedó dos días en el hotel, frente a la plaza y aparecía muy temprano en los huertos, para controlar a los cosechadores.

Lucía lo había visto el primer día, tendido en el pasto, a la orilla del río. Mordisqueaba un tallo de alfalfa y veía pasar las nubes, con los párpados semi entornados. Ella estaba en la otra orilla, cortando flores y lo miraba con disimulo.  Veía su pelo rubio lanzar destellos por entre los tallos de hierba. El seguía tendido, pero una cierta tensión de su cuerpo indicaba que estaba conciente de su presencia.

La tarde siguiente se volvieron a encontrar y en un acuerdo silencioso, empezaron a caminar en la misma dirección, separados por la corriente. Cada tantos pasos, se miraban serios. Ningún gesto, ninguna señal pero ambos sabían que iban juntos, separados por la anchura del río.

Al llegar al puente, lo cruzaron al mismo tiempo y se juntaron en el medio.

- Me llamo Juan.

-Yo, Lucía.

Y comprendieron de pronto, en un solo estremecimiento de su piel y de su corazón, que estaba enamorados.

Pero, el que piensa que las cosas del Amor se dan fáciles, es que no ha amado todavía.

Juan le dijo que se iba al día siguiente, que su trabajo era recorrer la zona comprando la cosecha. Y que debía apurarse, porque unas nubes bajas y abultadas presagiaban una lluvia temprana.

Ella lo miró con sus ojos llenos de preguntas y aunque no formuló ninguna, él le respondió a todas que sí. Y que volvería a buscarla.

Al día siguiente, al anochecer, se descargó la lluvia y borró con su cortina densa los contornos del paisaje.

El abuelo de Lucía había viajado hacía unos días a la Capital, por negocios y ella estaba sola con su perro Capachito.   Tarde, en la noche, al ver que no amainaba el aguacero, empezó a tener miedo. 

Con la luz del día la despertó un sonido diferente.  El río se había desbordado y el agua estaba entrando a su dormitorio.

Sus zapatitos flotaban indecisos, como no sabiendo si quedarse o salir a recorrer el mundo.

Se vistió rápidamente y fue a la cocina a buscar una botella con agua y unos pedazos de pan.

Tomó en sus brazos al perrito, que gemía suavemente y a través del altillo, se deslizó hasta el tejado.  Un desierto de agua rodeaba la casa y era evidente que el río seguía subiendo. No sabía qué hora era  pero un resplandor perlescente se insinuaba detrás de los cerros.

Apretó a Capachito contra su pecho y le dijo, más que todo para reconfortarse a sí misma:

-¡ No te asustes!  ¡ Pronto amanecerá y vendrán a rescatarnos!

Vieron escombros de casas flotando en la corriente y una cerda que acababa de parir, pasó sobre una tabla, amamantando a sus crías.

Estuvieron todo el día en el tejado, esperando. Lucía le dió agua al perrito y juntos mordisquearon unos pedazos de pan. Al atardecer, se discipó el manto de nubes y aparecieron las estrellas.  Llegó la noche, serena y limpia y la luna, como una moneda de oro rodó sobre las aguas.

Lucía vio venir un gran barco blanco, lleno de gente. Traía muchas luces y música, y la gente que estaba a bordo, le hacía señas. Pero, cuando entre ellos divisó a sus padres que habían muerto hacía tiempo, comprendió que estaba soñando.

Capachito le había puesto la cabeza en el regazo y se quejaba suavemente. 

Al amanecer, se escuchó el nítido sonido de unos remos. Un bote se acercaba rápidamente y ahora sí que no era un sueño. 

Navegaba directamente hacia ella y cuando estuvo cerca, el hombre que remaba gritó su nombre:

- ¡ Lucía!

Era Juan, que venía a buscarla.





domingo, 9 de enero de 2022

LOS PATOS SALVAJES.

Todo empezó la mañana en que, al despertar, Juanito encontró plumas blancas entre las sábanas de su cama.

-La ventana se quedó abierta- pensó- y anoche entró un pato salvaje.

Pero, estaba cerrada.

  Además, empezaba recién la Primavera y aún no había llegado a la laguna la bandada que procedía del Sur.

 Cada año, Juanito esperaba con ansias el día en que aparecían en el cielo los patos salvajes. Volaban en un triángulo perfecto, golpeando sus alas vigorosas y suavemente descendían sobre el agua. Se veían cansados y contentos de haber llegado por fin. ¡ La bandada estaba intacta!  Ningún cazador la había diezmado con su escopeta...

Juanito se pasaba las horas en la orilla, mirándolos retozar. Se llamaban entre ellos con suaves graznidos y el niño trataba en vano de entender su lenguaje. A veces, el guía de la bandada se acercaba nadando hasta él y estirando su cuello, lo picoteaba suavemente en la oreja.  Juanito lo rodeaba con sus brazos y el pato se quedaba quieto,sin hacer el menor amago de alejarse.

Pero, ese año no habían llegado aún. ¿ Como explicar esas plumas blancas entre las sábanas de su cama?

El niño se bañó apurado y bajó corriendo a la cocina donde lo esperaba su abuelita.

-¡ Rápido, que se te enfría la leche!- lo amonestó ella, sonriendo.

La anciana había cuidado de él desde el día en que lo encontró, envuelto en una colcha de plumas, en el umbral de su cabaña.

Juanito le pedía siempre que le contara la historia y ella la repetía complacida:

-Fue una mañana de Primavera. Me acuerdo de que recién el día anterior habían llegado los patos salvajes a la laguna. Te tomé en mis brazos y al notar que no había nadie que te reclamara, entré contigo a la cabaña y desde entonces, eres mi nieto.

El niño partió a la escuela corriendo y esa tarde vio a la bandada de patos descender sobre la laguna. Iban disminuyendo de a poco la rapidez de su vuelo y se posaban sobre el agua acariciada por el sol.

Se acercó a ellos y lo saludaron con graznidos amistosos. El guía nadó hasta la orilla y posó su cabeza sobre el hombro de Juanito.

-¡ Qué cansado estoy!- parecía decir- ¡ Ha sido un viaje muy largo!

A la mañana siguiente, cuando el niño se bañó, vio que el agua de la tina quedaba salpicada de plumas. Tocó sus hombros y su espalda y notó que la textura de su piel había cambiado.

Decidió no decirle nada a la abuelita y se vistió apresuradamente.

A partir de ese día, los cambios se sucedieron muy rápido.

Una mañana, al despertar, vio que sus brazos se habían transformado en alas. Asustado, se puso el sweter y estiró bien las mangas, para cubrirlas completamente.

La abuela no se percató de que  había bebido un poco de leche, a duras penas, sin poder coger la taza. Ni de que había salido corriendo con el pan entre los dientes...

Durante el día, su cuerpo se fue cubriendo de plumas blancas.

Al volver de la escuela, corrió a la laguna. Los patos retozaban en el agua con júbilo y al verlo, lo saludaron como a uno de ellos. Por primera vez, entendió lo que le decían:

-¡ Mañana partiremos a un lago más grande que hay detrás de las montañas!  ¡ Mañana partiremos!

Al día siguiente, ya fue imposible ocultarle su secreto a la abuelita.

Entró volando a la cocina y ella lo miró con asombro.

-¡ Qué es eso, niño?  ¿ Que no ve que va a chocar con la lámpara?    Baje de ahí a desayunar, para que se vaya a la escuela.

Tal vez porque era vieja y había visto tantas cosas, no parecía asombrada.

-Abuelita, ya no podré seguir yendo a la escuela. Me he convertido en un pato salvaje.

-Es cierto, mi hijito- respondió ella- Cuando te encontré aquella mañana en el umbral de mi cabaña, supe que no me durarías toda la vida.

-Abuela, esta tarde, los patos se van a un lago que hay detrás de la montaña y vendrán a buscarme para que me vaya con ellos.

Le picoteó el cuello, suavemente, haciéndole cosquillas y la anciana se rió entre lágrimas.

-No llores, abuelita. Tú sabes que en la próxima Primavera volveré.

Cuando la bandada se dispuso a volar, el guía lo puso a su lado y tal vez al notar la nostalgia en sus ojos, ordenó que dieran una vuelta completa sobre la cabaña de la abuela.

Ella permaneció allí, agitando su pañuelo blanco hasta que la bandada se perdió en el ocaso. 




domingo, 2 de enero de 2022

FANTASMAS EN LA LLUVIA.

Pablo creyó escuchar un tenue rumor de pasos que venía desde el jardín.  Se acercó a la ventana y miró a través de los vidrios empañados. Pero, era la lluvia que llegaba sigilosa en medio de la penumbra del anochecer.

Con sorpresa, vio a una niña de unos doce años, sentada bajo un árbol.  No llevaba paraguas y levantaba con deleite la cara para mojársela a gusto. ¿ Como abría entrado sin abrir la reja?

Pablo salió, algo molesto:

-¿ Por qué te mojas así?  Vas a enfermarte...

Ella lo miró sonriendo y le respondió:

-¡ Te aseguro que eso no podría pasarme a mí!

¡ Claro, se cree invulnerable, como todos los chiquillo!- pensó él.

-¿ Por qué no entras, mejor?- le preguntó.

Cuando ella se paró del banco para seguirlo, notó que llevaba un abrigo demasiado grande para ella.

-¡ Saliste a mojarte con el abrigo de tu mamá!

-No. Es mío. Ella me lo compró así, para que pudiera servirme cuando creciera...La pobre no podía adivinar que yo no tendría tiempo de crecer...

Pablo no puso atención a lo que la niña decía y la invitó a sentarse en un sofá. Vio como un charco de lluvia iba creciendo alrededor de sus zapatos.

-¡ Está dejando de llover!- dijo ella- Es hora de que me vaya. No olvides que la lluvia me trajo y con ella tengo que volver.

Salieron al jardín y Pablo, antes de verla diluirse en las sombras, le preguntó:

-¿ Como te llamas?

- Me llamo Lilí.

Cuando la niña hubo desaparecido, Pablo pensó en las cosas que había dicho y le pareció que hablaba en enigmas. Pero pronto se olvidó de ella.

Al cabo de unos días, volvió a llover y al anochecer, la divisó de nuevo sentada bajo el árbol.

Al verlo, Lilí se levantó de golpe y corrió a abrazarlo. Apoyó confiadamente la cabeza sobre su pecho.

-¡ Tú eres mi primer amor!- suspiró ingenuamente.

-Lilí, dime ¿ por qué sólo vienes cuando está lloviendo?

-¿ Es que aún no has entendido?  Es la lluvia la que me trae, porque fue ella la que me llevó hace un año. El pavimento estaba resbaladizo y un auto no pudo frenar...Los que morimos en un día de lluvia, solo cuando llueve podemos regresar.

Pablo quedó anonadado. Le pareció que la niña hablaba con mucha naturalidad de algo que a él le parecía siniestro.

Volvió varias veces durante aquel invierno y un día le dijo: 

-Mañana es el aniversario de mi muerte.

Pablo la abrazó emocionado.

-Dime, Lilí. Si para tí el tiempo no parece existir ¿ no conoces alguna forma en la que yo pueda retroceder contigo hasta ese día y evitar que mueras?

-Es posible- reflexionó ella- Hay una brecha  que se abre cada vez que vengo hasta tí ¿ Por qué no podría ser a la inversa y que tú retrocedas conmigo?

-¡ Dime la hora y el lugar del accidente!  ¡ Yo llegaré antes, para impedir que ocurra!

Aquel día se repitió la lluvia de hacía un año. Pablo salió de la casa apurado, pero alguien lo retuvo en la vereda, cogiéndolo de un brazo.

-¡ Pablo, espera!  Necesito hablarte...

-¡ No puedo ahora!  ¡ Déjame!

Al fín logró soltarse de la mano que lo retenía y echó a correr por la calle mojada.

Miró su reloj y vio que las manecillas marcaban el minuto exacto. Le faltaban unos metros a para llegar cuando escuchó un chirriar de frenos y un golpe sordo.

La gente corría hacia la esquina, gritando que llamaran a una ambulancia.

-Ya es tarde- dijo uno-¿ No ven que ya está muerta?

Pablo vio a LIlí  sobre el asfalto, retorcida  como una muñeca rota. La lluvia iba empapando su abrigo demasiado grande...

Dio un grito y quiso abrazarla. Pero, en ese instante, la brecha en el tiempo se cerró y se encontró llorando de rodilla, en la calle desierta.