Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 28 de julio de 2011

NAUFRAGIOS.

José alcanzó a nado la costa sin hacer caso de los gritos de los que se ahogaban. Había aprendido hacía tiempo que en la vida, si uno mira para atrás, pierde.
El grumete lo llamó varias veces mientras se debatía entre las olas. Su cabeza rubia se hundió y emergió  en reiteradas ocasiones. Después no escuchó más sus gritos y presumió que se había ahogado.
El alcanzó la playa y se arrastró por la arena respirando con ansias. Miró hacia el mar y vio como el casco aún se alzaba en un remolino de espuma que se lo tragó rápidamente. Sólo quedó la inmensidad del mar en la cual no vio ningún otro sobreviviente. ¿Cómo pudo ser que él lograra salvarse?
Luego de descansar al sol un rato, se refugió en una choza de pescadores vacía y se tendió sobre un camastro. Antes de dormirse revisó sus documentos y su escaso dinero en la bolsa de hule que llevaba atada a la cintura. Las olas no habían podido arrebatársela.
Se durmió y soñó con su madre.
Cuando despertó era de noche y por una ventana sin vidrios vio el resplandor de las estrellas. Recordó su sueño y pensó que hacía cinco años que no sabía nada de ella. La última vez fue cuando lo visitó en la cárcel y él mismo le pidió que no volviera.
Recordó con cierto remordimiento las cosas duras que le había dicho. Ella lloraba y le preguntaba en un susurro:
-¿Por qué, mi hijito? ¿Por qué?
Con rabia le había respondido a gritos:
-¿Y qué esperaba? ¿No era mi padre un ladrón acaso? ¿No se quitó la vida por cobardía para no enfrentar a la justicia?
-De esa semilla vengo yo.  Y usted. . . . cree seguramente que no sé donde la conoció él. Tuvo suerte que se enamorara  como un idiota y la sacara de ese antro. . .
Ella se cubría el rostro con las manos, vencida por el dolor y la vergüenza.
Pero él había continuado, implacable:
-Con esa herencia, qué esperaba pues, señora.
-¿Sabe? Es mejor que no venga más por aquí si va a venir a llorarme.
Ella salió en silencio, doblada por la pena y el gendarme, antes de conducirla afuera, le lanzó a José una mirada de desprecio.
Tres años estuvo en la cárcel.
Decidió no delinquir más y buscar un trabajo. ¡Por nada del mundo volvería otra vez ahí dentro!
Viajó por mar a otros países, en barcos pesqueros o de carga. Y así fué como se encontraba a bordo del "Amelia"  cuando se produjo el naufragio. Una mala maniobra lo había lanzado contra unos arrecifes.
Cinco años sin verla. A pesar de todo, algo en su corazón lo llevaba hasta ella. Le parecía verla frente a él, llamándolo con sus ojos tristes.
¿Viviría aún donde mismo?
Deambuló una semana por la playa, sin decidirse a partir. Por fin, una tarde tomó el tren que lo llevaría al pueblo donde había pasado su infancia.
Llegó al anochecer y se acercó a la casa de su madre. Vio luz en la sala y espió por una ventana.
Ella estaba sentada en un sillón. Vestía de negro y su pelo se veía gris bajo el resplandor de la lámpara. Le dio fastidio verla acompañada de dos vecinas.
¡Viejas entrometidas! No quería que lo vieran.
Entró por la cocina y subió en silencio hasta su dormitorio.
Su cama estaba intacta, como siempre la mantenía ella. Pero no vio la botella de agua en el velador ni la ropa limpia doblada sobre la silla. ¿Habría dejado de confiar en que volvería?
Maquinalmente abrió la puerta del ropero y lo vio vacío.
¿Había regalado su ropa? ¿O la había vendido por necesidad?
Sintió rabia y frustración.  ¡Ya le reclamaría cuando se quedara sola!
Escuchó el ruido de la puerta de calle. ¡Por fin se iban!
Bajó y vio a su mamá sentada junto  a la mesa. Lloraba y no pareció verlo cuando se paró frente a ella.
-¡Mamá!-la llamó.
Pareció no oírlo. Dobló la cabeza sobre sus brazos y José notó que sostenía en su mano una fotografía. En ella aparecía él, de cinco años, sentado en su regazo.
La llamó varias veces pero ella nunca levantó la cabeza y al final vio que se había dormido.
La dejó ahí y subió la escalera. Ya le hablaría al día siguiente.
Despertó temprano y se asomó al jardín. Abajo estaba su madre, vestida de luto, cortando unas rosas blancas. Luego la vio salir y supuso que iba al cementerio.
Se vistió de prisa y corrió tras ella. La vio dirigirse a la tumba de su padre. ¡Claro! ¿A dónde más iba a ir?
Pero con sorpresa vio que al lado había una nueva lápida. Allí colocó su madre la mitad de las rosas y llorando, apoyó sobre ella sus manos ya marchitas.
Se acercó por detrás y leyó su propio nombre grabado en el mármol. La fecha de su nacimiento y la del día del naufragio del "Amelia".
Más abajo decía:
"Aquí yace mi hijito adorado. Fue la felicidad de mi vida".

lunes, 25 de julio de 2011

ELEGIA.

El lápiz a pasta, después de donar hasta la última gota de su sangre azul a la Literatura, o en palabras más corrientes, después de haber vomitado una notable cantidad de cuentos, falleció.
Anemia aguda, fue el diagnóstico.
Al funeral asistieron el corrector, que derramó abundantes lágrimas blancas y el block de papel roneo, al cual la emoción lo llevó a comportarse más rayado que nunca. No en vano habían compartido una vida.
El notebook, en cambio, se reportó enfermo. Una jaqueca en el disco duro.
Pero, se comentó que nunca lo había estimado, que los celos lo corroían.
Por otra parte, el lápiz de pasta siempre se había mostrado altivo con él. No sólo por su sangre azul sino porque se consideraba el verdadero autor de los cuentos. Mal que mal, era él quién los ponía en el papel. El notebook sólo actuaba como copista.
Nunca se conmovió con la música y las luces de colores que él desplegaba para encandilarlo con su magia casi galáctica.
-Un advenedizo sin historia. Mi trayectoria, en cambio, viene desde el siglo pasado, con mi ilustre antecesor, el Birome. Además, yo pertenezco al mundo del arte. La Literatura es la razón de mi vida.
Todo esto lo comentaba en voz baja, pero con suficiente volumen para que lo escuchara su adversario.
El lápiz de mina y la goma de borrar trataron de pasarse al bando del noteboock, pero éste los rechazó con desprecio.
-Somos de distintas épocas-les dijo-Yo estoy en plena juventud y Ud.  ya no tienen futuro.
Así es que los dos, para demostrarle su resentimiento al orgulloso y su aprecio sin rencores al fallecido, mandaron una corona de virutas.
Cuando lo enterramos, no lloré, lo confieso. ¡He perdido tantos! Pero me alegré de haberlo dejado creer que era él quién inventaba los cuentos. Al fin y al cabo, los escribía con la sangre de su corazón. Murió creyendo que yo sólo cumplía el humilde papel de sostenerlo en mi mano. . .
Dulce mentira que lo acompañó hasta su muerte.
Y nunca sabrá, tampoco, que ya tiene un sucesor.
Pero, en mi apuro, he cogido un lápiz a pasta verde.
¿Escribiré con él cuentos cargados de esperanza o amargados de bilis?
El tiempo lo dirá.

CAMPANITAS EN LA NIEVE.

Mi mamá se lo pasaba leyendo novelas, como escape, me imagino, para tanto desengaño.
No sé cual estaba leyendo en el tiempo en que yo nací, pero lo cierto es que decidió ponerme el extraño nombre de Cristabel.
Mi papá se oponía, claro. El quería que me llamara Amalia, como mi abuelita, porque el complejo de Edipo había sido el motor de su vida.
Pero triunfó la extravagancia literaria y me encontré caminando por el mundo precedida de ese  nombre como de un sonido de campanas de cristal. Porque ese era el significado que yo le daba y me maravillaba llamarme así.
Sin embargo, en el colegio recibía tantas burlas que opté por hacerme llamar María, que era el segundo nombre que el cura me obligó a llevar, so pena de dejarme sin bautismo.
Vivíamos en una casa grande con dos quintas. En la primera había paltos y manzanos y en la segunda, limoneros.
Nunca supe si mi mamá usaba el jugo de los limones para la ensalada o para echárselo en las heridas. Porque era un ser hosco y resentido, como una gata atrapada en una pelea de tejado, que luego se tiende en un rincón a lamerse las desgarraduras  de la batalla.
Mi papá, cuyo complejo de Edipo ya mencionado lo había hecho incapaz de amar a una mujer, había decidido amarlas a todas.
Se lo veía poco por la casa. Del trabajo pasaba  a cambiarse de ropa y perfumarse para volver a salir en busca de su plato de carne correspondiente al menú del día.
Era buenmozo, aunque bajito,  y cantaba y bromeaba a toda hora, talvez para ocultarnos una vida interior  cuyo acceso  nos negaba y una vida exterior que también nos escondía  con ahínco.
Yo lo amaba a la distancia y entre una madre hosca, concentrada en su resentimiento y un padre buenmozo y alegremente cínico, lo prefería mil veces a él.
Cuando niña, entraba a su dormitorio para verlo perfumarse antes de salir, mientras cantaba. Y
mi corazón parecía derretirse, derramando la miel de mi adoración no correspondida.
Mi madre, en la cocina, guardaba silencio y talvez se solazaba en alguna oscura  fantasía relacionada con el cuchillo con el que despresaba el pollo para la cena.
Yo me miraba en el espejo y susurraba mi nombre: Cristabel. Automáticamente sonaban campanillas de vidrio y el aire a mi alrededor se volvía frío y diáfano como en un día de nieve.
En el pueblo se sabía todo y las aventuras de mi padre llegaban en susurros incluso hasta los amigos de mi edad. Ellos lo seguían en bicicleta y luego me describían, cruelmente, la casa a la cual  había entrado luego de besar a la mujer hambrienta que lo esperaba en el umbral.
Eran las horas en que se suponía que él permanecía jugando poquer en el Club Social, lo cual mi mamá fingía creer, mientras su amargura aumentaba,  reforzada, talvez, por el jugo de los limones del huerto.
Cuando crecí y salí del colegio, volví a llamarme libremente Cristabel, seduciendo con mi hermoso nombre a más de algún incauto. Yo era bajita como mi padre, pero había heredado de él ese singular encanto que nos hacía ser como una ampolleta encandiladora de polillas.
Pero había amado tanto a mi padre infiel que no pude querer a ningún  hombre y como él, decidí amarlos a todos, o por lo menos, a la mayor cantidad de ellos, ya que para una mujer la libertad era menor y la censura social mayor,  en aquel entonces.
Y esa es mi historia.
Tuve un nombre hermoso, un padre hermoso también, pero una vida fea. No es grato querer amar y no poder. Ir por el mundo chamuscando las alas de las polillas y ver que con el tiempo, el fulgor de la ampolleta disminuye   y como consecuencia, la asiduidad de las polillas también.
Al final, vivir en un mundo solitario y frío como un día de nieve, en el cual aún resuenan las canciones de mi padre y las campanitas de cristal de mi maravilloso nombre.

PATOS SALVAJES.

Todo empezó la mañana en que, al despertar, encontré varias plumas blancas entre las sábanas de mi cama.
-La ventana está abierta-pensé-Y anoche entró un pato salvaje.
Pero estaba cerrada.
Empezaba recién la Primavera y aún no había llegado a la laguna la bandada que venía desde el Sur. Cada año esperaba con ansias el día en que aparecían  en el cielo los patos salvajes, volando en un triángulo perfecto. Golpeando sus alas vigorosas y rítmicas, descendían sobre el agua. Se posaban en ella con suavidad, cansados y contentos de haber llegado por fin. La bandada estaba intacta, ningún cazador la había diezmado con su escopeta.
Me pasaba horas sentado en la ribera viéndolos retozar. Se llamaban entre sí con suaves graznidos y yo trataba en vano de entender su lenguaje. A veces se acercaba a mí el guía de la bandada y estirando su cuello, me picaba  delicadamente una oreja. Yo me reía y lo rodeaba con mis brazos, sin que él hiciera el menor amago de alejarse.
Pero ese año no habían llegado aún.  ¿Cómo explicar esas plumas entre las sábanas de mi cama?
Me bañé apurado y bajé corriendo a la cocina, donde me esperaba la abuelita.
-¡Rápido, niño, que se enfría la leche!-me amonestó sonriendo.
Ella me quería mucho, desde el día que me encontró envuelto en una colcha de plumas, en el umbral de su cabaña.
Siempre le pedía que me contara la historia y ella la repetía complacida:
-Fue una mañana de Primavera. Me acuerdo que recién el día anterior habían llegado los patos a la laguna. Te tomé en mis brazos y al no ver a nadie que pudiera haberte dejado ahí, entré a la casa contigo y desde entonces eres mi nieto.
Partí a la escuela corriendo y esa tarde vi la bandada  de patos descender sobre la laguna. Disminuían de a poco la rapidez de su vuelo y se posaban sobre el agua acariciada por el sol.
Corrí hacia ellos y sus graznidos amistosos me saludaron. El guía nadó hasta la orilla y posó su cabeza sobre mi hombro.
-¡Qué casado estoy!-pareció decir-Ha sido un viaje muy largo.
A la mañana siguiente, cuando me bañé, vi que el agua de la tina quedaba salpicada de plumas. Toqué mi espalda y mis hombros y noté que la textura de mi piel había cambiado.
Decidí no decirle nada a la abuelita y me vestí apresuradamente  antes de que ella entrara a mi pieza.
A partir de entonces, el cambio fue muy rápido.
Al despertar, vi que mis brazos se habían trasformado en alas. Asustado, me puse el sweter y estiré las mangas para cubrirlos completamente. La abuelita no notó que bebí la leche de la taza como pude, sin alzarla de la mesa. Ni que salí corriendo con el pan entre los dientes.
Durante el día, mi cuerpo se fue cubriendo de plumas blancas.
Al volver de la escuela, corrí a la laguna. Los patos retozaban en el agua con júbilo y al verme, me saludaron como a uno de ellos. Por primera vez, entendí lo que me decían:
-Mañana partiremos al lago más grande que hay detrás de  la montaña. ¡Sí! Mañana partiremos.
Al día siguiente ya fue imposible ocultarle mi secreto a la abuelita.
Entré volando a la cocina y ella me miró con asombro.
-¿Qué es eso, niño! ¿Que no ve que chocará con la lámpara? Baje de ahí a desayunar, para que vaya a la escuela.
Quizás porque era muy viejita y ya había visto tantas cosas, no parecía asombrada.
Descendí y la rodeé con mis alas.
-Abuelita, ya no podré ir más a la escuela. Me he convertido en un pato salvaje.
-Es cierto, hijito -dijo ella- Cuando te encontré en el umbral aquella mañana, envuelto en esa colcha de plumas, supe que no me durarías toda la vida.
-Abuelita, hoy los patos se van al lago que hay detrás de  la montaña y me llaman para que vaya con ellos.
Picoteé suavemente su cuello, haciéndole cosquillas y ella se rió entre las lágrimas.
-No llores. Tú sabes que la próxima Primavera volveré.
Cuando la bandada se dispuso a volar, el guía me llamó a su lado y talvez notando la nostalgia de mis ojos, ordenó que diéramos una vuelta completa sobre la cabaña de la abuelita.
Ella estaba en la puerta, agitando su pañuelo blanco. La miré largamente y fue lo último de la tierra que vi, antes de que voláramos hacia el ocaso.

jueves, 21 de julio de 2011

LA SEÑORA EN LA VENTANA.

Joel no pudo seguir estudiando porque su familia era pobre. En el pueblo no había oportunidades, así es que viajó a San Fernando, a trabajar como ayudante de su tío Juan, que era jardinero.
Todos los días salían temprano y se iban a una enorme casa rodeada de parques que había en las afueras. Siempre tenían mucho que hacer. Don Pedro, el patrón, era muy exigente. Todas las mañanas salía al jardín a darles órdenes. No faltaban los arbustos que podar, las flores de temporada que plantar y el riego, que llevaba mucho tiempo, con todos los prados que había rodeando la casa y la piscina.
Joel se sentía intimidado. ¡Nunca había visto tanto lujo!
Al medio día los llamaban a la cocina y almorzaban con Fabiola, la cocinera gorda y risueña y Nancy, una chiquilla flaca que le ayudaba en las tareas más elementales.
Parecía que el caballero vivía solo en la inmensa casa, pero un día que Joel regaba los rosales, vio una señora en una ventana del segundo piso. Era rubia y tan bonita, pensó, como el cuadro de la Madonna que su mamá tenía en el dormitorio.
La señora lo miraba fijamente a través de los cristales, como si quisiera decirle algo. Trataba de abrir la ventana, pero al parecer no le alcanzaban las fuerzas.
Al otro día, a la hora de almuerzo le preguntó a Fabiola quién era esa señora tan linda que nunca bajaba al jardín.
La mujer se puso seria.
-¿Quién?. Arriba no hay nadie. En esta casa sólo vive don Pedro.
Pero Joel vio que Nancy le hacía un guiño y negaba con la cabeza en forma casi imperceptible.
Apenas pudo la llamó afuera y la interrogó.
-Sé que hay alguien arriba, porque Fabiola le sube la comida, pero nunca la he visto. Viene a verla un doctor, cada quince días. Pero es mejor que no preguntes nada.
Desde entonces, Joel procuraba trabajar siempre cerca de la casa y miraba al segundo piso, esperando ver a la señora.
Un día ella logró abrir la ventana y le arrojó un pañuelo que envolvía un objeto pesado. Era una pulsera envuelta en un papel:
-¡Me tienen secuestrada! ¡Ayúdame a salir!
Joel quedó consternado. La señora lloraba asomada al alféizar y juntaba sus manos en un gesto de súplica. Luego, pareció oír un ruido en la habitación y retrocedió asustada. Alguien cerró bruscamente la ventana.
-¿Qué hacer? Joel no le dijo nada a su tío pero decidió salvar a la señora. ¿Cómo podían ser tan crueles y tenerla encerrada así? Eran órdenes del señor de la casa y todos tenían que fingir que no sabían nada.
Varios días después, ella se logró asomar y Joel le hizo señas. Como pudo, moduló en silencio:"Esta noche" y le mostró sus dedos indicando las once.
Esa tarde se despidió antes de su tío y fingió salir, pero se escondió en el cobertizo de las herramientas.
Espero ahí que cayera la noche y las horas se le hicieron eternas. Por un tragaluz entraba un rayo de luna y los pájaros nocturnos se llamaban entre las ramas.
-¿Habría entendido bien sus gestos la señora?
A las once salió silencioso. Su tío había dejado encendidos los faroles del jardín pero la casa estaba oscura. Tomó la escalera larga que ya antes había visto tras el parrón y la afirmó en el alféizar. La ventana se abrió sin ruido y la señora se asomó al jardín. Con cuidado empezó a bajar los peldaños. Llevaba un abrigo y una pequeña cartera.
Al llegar abajó sonrió y le apretó la mano.
-¡Gracias!-le dijo emocionada-No me dejan salir y tengo que ir al colegio a buscar a Laurita.
-¿Ahora, de noche?-objetó Joel.
-Tomaré el tren y llegaré mañana. Ella está interna en un colegio de Santiago.
De pronto gimió, abriendo su cartera vacía:
-Pero no tengo dinero ¿Cómo voy a comprar el pasaje?
Joel no dudó en echar mano al bolsillo y le entregó su salario semanal que su tío acababa de pagarle. .
-La reja está cerrada, señora, pero mi tío y yo tenemos llave de la puerta del fondo. Espéreme allá mientras guardo la escalera.
Salieron en silencio a la calle desierta. La señora lo abrazó. Un velo de lágrimas cubría su rostro y más que nunca se parecía  a la Madonna del cuadro, esa que pintan con un puñal clavado en el corazón.
-Laurita me está esperando y ellos no me dejan ir a buscarla. ¡Gracias por haberme ayudado!.
Se perdió en la sombra, camino a la estación y Joel volvió a la casa de su tío. Estaba feliz y orgulloso de su hazaña. Casi no durmió de lo sobreexitado y contento que se sentía.
Al otro día, al llegar a la casa de Don Pedro, vieron dos autos en la entrada. Uno era el del médico y el otro se notaba que era de Investigaciones. Dos hombres hablaban con el patrón, que estaba pálido y se veía desesperado. Fabiola lloraba y detrás de ella se escondía Nancy, comiéndose las uñas. Al ver a Joel le dirigió una mirada extraña, como si adivinara que él sabía algo.
El tío Juan se acercó a Fabiola y en voz baja le preguntó qué pasaba.
-Se perdió la Señora.
-¿Cual Señora?
-La esposa de Don Pedro, que está enferma hace años. Perdió la razón cuando la niña Laurita murió en el incendio que hubo en el Internado. Don Pedro no quiso  hospitalizarla y la teníamos aquí. Yo la cuidaba como podía pero había que encerrarla. . Su obsesión era ir a  Santiago a buscar a Laurita. . Y si ahora ha ido para allá no va a encontrar nada. Las ruinas que quedaron del incendio las demolieron hace años.  ¡Pobre señora! ¿Qué irá a ser de ella ahora? Se va a perder en Santiago, tan distinto que está. . .
Y Fabiola rompió de nuevo en llanto, tapándose la cara con el delantal.
Joel sintió que se desmayaba. Buscó una silla y Nancy, en silencio le pasó un vaso de agua. Sus ojos acusadores no se apartaban de su cara.
El resto del día se hizo eterno. Trabajaron en el jardín como siempre, pero sin saber lo que hacían.
En la casa, el doctor se quedó acompañando a Don Pedro y en la tarde volvieron los de Investigaciones.
Interrogaron a Fabiola y al tío Juan. Joel lo escuchó decir que no, que su sobrino y él nunca habían visto a la señora. No sabían siquiera que vivía ahí.
Joel se afanaba guardando las herramientas en el cobertizo. Con la cabeza baja para que no le vieran la cara, pero sintiendo como todo el tiempo lo seguían los ojos burlones de Nancy.
Esa misma noche le dijo a su tío que se devolvía al Sur, que su mamá estaba enferma y quería ir a acompañarla.
Apenas amaneció se fue a la estación y se sentó en un banco.
Con las primeras luces de la mañana llegó un tren y Joel creyó ver bajarse a la señora llevando de la mano a una niñita rubia. Se paró como un rayo y corrió hacia ellas pero la visión se desvaneció en el humo de la locomotora y se encontró parado en el andén desierto.
Nunca supo si la habían encontrado. . .

lunes, 18 de julio de 2011

MENSAJES SIN DESTINO.

"En cuanto a escribir, sé que escribo bien y eso es todo. No me sirve para que me quieran. "
Esto lo escribió Alejandra Pizarnik, poeta argentina, en l97l, un año antes de buscar la muerte.
"No sirve para que me quieran. "Esa es la triste realidad.
El año pasado empecé a escribir para que me quisieran.
Me convertí en la fiera de mi propia alma. A zarpazos y dentelladas la destrocé y con cada pedazo de ella hice un cuento.
Este año creí mejorar. La Tristeza tomó su maleta  y partió a la estación. Fue una ausencia muy corta. No encontró, parece, otro corazón tan pasivo como el mío que se dejara pintar  con sus betunes oscuros. O no había otra mujer  que mantuviera su puerta abierta con tanto descuido para franquearle el paso.
La gente sola que va por la calle no comparte con nadie su tesoro aborrecible. Lo aprieta contra su pecho sin importarle que la muerda y la desgarre. Su soledad es la compañera que le impide estar sola. Al menos tiene algo propio en medio de tanto ajeno.
Así es que vamos por un mundo de gente sola que camina en línea recta hacia la Muerte. No se miran ni se hablan: Nada debe distraerlos de su introspección feroz.
Yo también voy con ellos. Algunos se apresuran y llegan primero al embarcadero. Cada día parte una nave sobre cuya borda se asoma una muchedumbre de rostros tristes. La lista de pasajeros está en el obituario de los periódicos.
Así es que de eso se trata todo. De la Soledad. De escribir para poder llegar a alguien.
Muchas veces comparé mis cuentos con esas botellas que los náufragos arrojan al mar con un mensaje. Tantas botellas flotando en océanos grises. ¿A qué playa llegaron?¿Quienes fueron aquellos que leyeron su llamado de socorro y lo dejaron sin respuesta?
Se cansó mi mano de sostener el lápiz y se cansó mi corazón de sostener la esperanza. .

LILY ROSE.

Ese atardecer entré al cementerio como de costumbre. Me gustaba recorrer los senderos entre las tumbas y mirar las estatuas. Mi favorita era la que representaba a un ángel que lloraba apoyado sobre la pared de un mausoleo. Siempre me llegaba hasta él y me sentaba en un banco a contemplarlo.
Se respira tanta paz, es tan consolador el silencio de los que duermen. Nunca entenderé que alguien tenga miedo de permanecer en un cementerio. Precisamente ahí están los que no pueden hacerte daño. Fuera de sus rejas te enfrentas al peligro de los seres violentos que aún viven.
El crepúsculo envolvió las tumbas con su sombra azulada y un viento frío atravesó el ramaje de los cipreses. Me levanté del banco y caminé hacia la salida. Pronto cerrarían las puertas.
De pronto, escuché nítidamente el llanto de un niño. Sobresaltado, miré en derredor y no lejos divisé una pequeña figura sentada en una tumba.
Me acerqué a ella y ví que era una niña. Llevaba un vestido blanco y el pelo peinado en bucles. Tendría cinco o seis años.
Al verme me dijo llorando:
-Tengo frío y miedo. ¿Por qué me dejaron aquí?
-¿Quienes te dejaron?-pregunté horrorizado.
-Mis papás. Se fueron llorando y me dijeron que pronto volverían. Pero está tan oscuro aquí y tengo tanto frío. . .
No supe qué hacer. Miré en todas direcciones y no ví a nadie. ¿Dónde buscar a quienes la habían abandonado?
-Ven conmigo-le dije-Encontraremos a tus padres.
-No-dijo ella-Debo esperarlos aquí. Me prometieron que volverían pronto.
-¿Y cómo te llamas?-le pregunté sin saber ya qué decir.
-Me llamo Lily Rose. ¿No ves que aquí está escrito mi nombre?
Levantó los pliegues de su falda y me mostró el epitafio de la tumba donde estaba sentada.
Leí grabado en el mármol:
"Aquí yace nuestra adorada hijita
Lily Rose. "
La miré con sorpresa y dolor. Ella, al verme conmocionado, me dijo:
-No te preocupes. Estoy segura de que vendrán. Lloraban tanto cuando se fueron. . .
Me alejé de allí tan turbado que equivoqué varias veces el camino. Por última vez miré hacia atrás y ví como la niña levantaba su mano en un gesto de adiós. Después, las sombras la borraron por completo.

miércoles, 13 de julio de 2011

TONOS GRISES.

Me extrañó esa tarde al volver a mi casa ver a una señora tejiendo en el living. Vestía de gris y llevaba una especie de mantilla de igual color que le cubría el pelo.
La supuse amiga de mi mamá y entré a la cocina para preguntarle:
-¿Quién es esa señora que está en el living?
-¿Cual señora?-respondió ella sorprendida.
-Pero ¡Cómo! ¿Acaso tú no la hiciste pasar?
-Que yo sepa no ha venido nadie.
Fuimos juntas a cerciorarnos. Allí estaba ella y no levantó los ojos  de su labor. Pude ver claramente que tejía una larga bufanda gris que se iba enrollando sobre su regazo.
Mi mamá se rió y me dijo:
-¿Te das cuenta de que no hay nadie aquí?
La mujer misteriosa levantó la vista y me sonrió levemente, con un gesto de burla y conmiseración.
Comprendí entonces que yo era la única que la veía y guardé silencio.
Mi mamá y yo nos sentamos con nuestras respectivas labores. Ella bordaba la funda de un cojín y yo corregía las pruebas de mis alumnos. Sin embargo, a ratos levantaba la vista y miraba a nuestra silenciosa compañera. Ella también me miraba con aquella sonrisa agridulce y parecía decirme:
-Es a tí a quien vine a ver. ¿No lo has entendido?
Me acostumbré a su presencia y un día en que estábamos solas, le pregunté:
-¿Cómo te llamas?
-Melancolía-respondió-¿Cómo es que no lo sabes?
-No entiendo por qué habría de saberlo.
-Porque tú me invitaste a venir y me elegiste por compañera.
Guardé silencio y me quedé mirando sus manos que tejían sin descanso. Ya la bufanda gris caía hasta el suelo y  sin embargo ella no terminaba su labor.
-¿Para qué la tejes?
-Es para que te abrigues, ya que siempre tienes frío.
Miré dentro de mi alma y ví un paisaje aterido. Árboles desnudos temblaban bajo la garúa. ¿Nunca hubo sol que entibiara esas pobres ramas sin hojas?
Sí, hacía muchos años. Cuando era joven y él todavía me amaba.
Ahora estaba sola y mis cabellos empezaban a encanecer. Mi vida eran las clases en el Liceo, la corrección de las pruebas y el regreso a mi casa al atardecer. Me había apartado de todos, cerrando mi corazón a cualquier amistad  y retrocediendo ante la menor muestra de interés de algún hombre. No podía creer en nadie después de esa cruel decepción.
Pensé en Pablo, el nuevo profesor que había llegado a hacer clases de Historia. En la cafetería se había acercado a mí tantas veces con frases amables que respondía con monosílabos.
Fui a mi cuarto y me miré al espejo. Aún no era vieja. Todavía tenía tiempo de abrir una brecha en la muralla que yo misma había edificado.
Del closet saqué la blusa bordada que me había regalado mi mamá. No me la había puesto todavía. Ensayé un peinado nuevo, soltando mi pelo siempre atado en la nuca en un moño sin gracia. .
Al día siguiente me acerqué a Pablo en el recreo.
-¿Te acostumbras aquí?-le pregunté sonriendo.
El me miró sorprendido y en sus ojos noté que apreciaba el cambio de mi aspecto.
Empezamos a conversar y descubrimos tantas cosas que nos acercaban. El toque de la campana nos hizo sentir que algo quedaba inconcluso.
En la tarde, al salir del Liceo lo invité a tomar un café a mi casa. No me preocupaba la mujer de gris. Total, era yo la única que la veía.
Cuando entramos, estaba como siempre, sentada tejiendo. Levantó la mirada y sonrió en forma misteriosa. Una ligera burla pasó por sus ojos, pero su boca esbozó un gesto dulce. Empezó a enrollar la bufanda que tenía sobre el regazo, recogió sus ovillos y silenciosamente se dirigió hacia la puerta. Al pasar por mi lado, me hizo un leve gesto de adiós con su mano.
Hace bastante tiempo que ya no viene por aquí.

lunes, 11 de julio de 2011

TANGO QUE ME HICISTE MAL.

Querida Nora:
Ya estaría bueno que te vinieras de Talcarehue. Tanto aire de campo te va a arrebatar. El smog de Santiago es mucho más saludable.
No, si te lo digo de puro picada porque no estás aquí para contarte mis penas. Al fín decidí escribirte a ver si poniéndolas en papel logro ordenar mis ideas.
Tú, allá, dirás:
-¡Ya anda la Betty enamorada de nuevo!
-¿Cómo adivinaste?
Pero esta vez sí que es un amor sin esperanzas. . .
Creo que si abriera la jaula de mi pecho y dejara volar a mi corazón, iría derecho a posarse en su hombro. Pero no para cantarle sino para darle un feroz picotazo en la oreja por estúpido.
¡Sí! Harto estúpido para no darse cuenta de lo enamorada que estoy de él!
Aunque a veces creo que sí lo nota y su vanidad se relame como quién cucharea en un frasco de miel, viendo mis ojos clavados en él y escuchando los suspiros que se me escapan cuando pasa.
Entré a clases de tango porque la Marilú me contó que iban unos tipos regios. Y le hallé la razón porque de entrada lo ví y me vino un cortocircuito neuronal que ni te cuento. Te juro que por unos segundos no supe ni como me llamo.
En eso entró el profesor y sin decir agua va puso una milonga y nos ordenó en parejas.
Se vio que todas trataban de ponerse cerca del buenmozo para que les tocara por compañero.
Al fin la afortunada fue una rubia desabrida que se ruborizó de satisfacción y nos lanzó una mirada burlona. Quedó claro que no era yo la única sensible a los encantos del galán.
Me tocó por pareja un gordito que sudaba mucho y se esmeraba en hacer los pasos más complicados. El profesor lo aprobaba con los ojos. A mí se me enredaban los tacos y se me corrían los puntos de las medias, pero por más que trataba no lograba seguirlo con gracia.
Mientras, el otro se adueñaba de la pista, apretando férreamente la cintura de la rubia. Ella se dejaba estrujar feliz y ya se creía la "Malena canta el tango como ninguna", cuando era por pura casualidad que le había tocado ser su pareja.
A todo eso, lo mío ya era amor a primera vista, porque mirando las canitas de sus sienes y sus ojos verde oliva, se me ponían crespas las rodillas y no había modo de seguir al gordito.
El profesor ordenó cambio de pareja y me tocó con él. Bailamos un tango acompasado y me las arreglé mejor para coordinarme. (Hasta el fin del mundo te seguiría-pensaba yo.)
Me miró directo a los ojos y me preguntó mi nombre.
-Be-Be-Be-tty- Tartamudeé  y él sonrió, entre burlón y conmovido.
Sí, ahí fue cuando se dio cuenta de que me tenía embobada. Así es que si no me mira y se hace el que no sabe, es de pura vanidad, el muy engreído.
He ido a cinco clases y no progreso en el baile. En lo otro, menos.
El profesor me tiene entre ojos y el gordito de la milonga se ha propuesto enseñarme a como dé lugar. Siempre se las arregla para ser mi pareja y sudando más que nunca, me mira a los ojos y me aprieta como si quisiera arrancarme una confesión.
-¿Y qué podría confesarle excepto que me duelen los pies y que mi corazón se desangra viendo a lo lejos a mi galán bailando con la rubia?
Mejor no sigo. La clase que podría haber sido entretenida se ha convertido en una pena de bandoneón.
Los Jueves en la tarde hacen clases de Flamenco. Te entregan unas faldas largas llenas de vuelos y es cosa de girar y taconear aunque  tengas menos gracia que un avestruz con tortícolis.
Creo que me voy a cambiar para allá. Renunciaré al Tango, pero sé que Carlitos Gardel en el cielo me sabrá disculpar. .
¿Te inscribirías conmigo en Flamenco?

Esperando tu regreso, Betty.