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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 29 de diciembre de 2019

MIEDO AL AMOR.

El Invierno se había ido dejando un déficit de lluvias y para Elsa, un superhabit de lágrimas.
Lágrimas de frustración y amargura, mucho más pesadas que las que nacen de la mera tristeza.
Desde su ventana, podía ver los árboles, envueltos en una delicada túnica verde. Estaba formada por millares de brotes, que darían origen a las hojas nuevas. Sin embargo, aún quedaban en los charcos hojas secas del Invierno anterior. Así era su corazón, le parecía a Elsa,  hojas secas y unos tímidos brotes verdes que pugnaban por salir.
Dejaba vagar su mente, pero todas sus ensoñaciones convergían en un solo punto:  La presencia de Arturo en el departamento vecino.
Un hombre alto, de pelo castaño. Se cruzaban a menudo en el ascensor. El saludaba con un movimiento de cabeza, pero su aire severo decía a las claras que no deseaba entrar en familiaridades.
Elsa ya había pasado la barrera de los treinta, pero dentro de ella seguía viviendo la chica de veinte años que se negaba a madurar.
Era esa chica la que vivía atenta al ruido de la cerradura en la puerta vecina.
Elsa luchaba, sin embargo, por no pensar en él. No quería hacerse ilusiones, tenía miedo de ponerse en ridículo. Pensaba que el Amor es una ola que todo lo arrasa. Si le haces frente, te bota, pero si eres prudente y nadas por debajo, puedes salir ilesa del embate destructor.
Así había pasado el Invierno, sin que se cruzaran entre ambos más que unas pocas frases de buena vecindad.
Pero, ahora llegaba la Primavera.
El corazón de Elsa se tornaba imprudente. Arrojaba lejos de sí la frazada protectora y quería salir, desnudo y jubiloso, a enfrentar esa lejana posibilidad...
El también se veía cambiado. Pareció descubrirla. Miró con más atención su cara arrebolada y la blusa fina que envolvía su pecho, en lugar de los pesados sweters que lo habían ocultado hasta ahora...
Al salir del ascensor, la tomó del codo y le dijo:
-¿ Querrías salir más tarde a tomar un café aquí cerca?
Ella hizo un gesto afirmativo y sonrió, incapaz de articular unas palabras. El le dijo que pasaría a buscarla en media hora.
Atolondrada, se miró en el espejo. Pensó en cambiarse la blusa por otra más vistosa, pero no atinaba a hacer nada y nerviosa, daba vueltas por la habitación.
Todo lo que soñó y planeó, parecía volcarse sobre ella como un mar tumultuoso.
No hay que luchar- se decía- hay que dejarse llevar y salir ilesa al otro lado, nadando bajo la ola...
Pero sentía que no lo iba a lograr y que se ahogaría irremisiblemente.
Escribió en una hoja de papel  : Estoy muy cansada. Dejémoslo para otra ocasión.  Y lo sujetó en su puerta con una cinta engomada.
Tendida en su cama, derrotada de ante mano, escuchó los pasos de él detenerse y luego perderse rumbo al ascensor.
Elsa sintió alivio, a pesar de su sufrimiento. Porque tenía miedo. Miedo de la Primavera y del amor.

Su corazón recogió la frazada salvadora y se envolvió en ella, como en una coraza.


domingo, 22 de diciembre de 2019

CUENTO DE NOCHEBUENA.

En medio del firmamento, invisible a los ojos humanos, brillaba una estrella.  Era pequeñita y pálida y por más que se esforzaba, no lograba sacar de sí misma más que un escaso fulgor.
Al anochecer, cuando se encendían las constelaciones, el Señor Dios salía a pasear por el cielo, acompañado de sus ángeles.
La estrellita lo contemplaba desde lejos y titilaba más que nunca, ansiando que El la mirara. Pero sus hermanas mayores la opacaban con su brillo y empujándola a un lado, le decían:
-¡ Quítate de aquí, paliducha! Somos nosotras las encargadas de alumbrar su camino.
Y la pobre estrellita se encogía, humillada  y derramaba muchas lágrimas, que atravesando el cielo, se convertían en luciérnagas.
Pero lo cierto era que el Señor la había notado. Nada se escapaba a sus ojos divinos. Y sonreía con dulzura al notar los esfuerzos que hacía ella por iluminar sus pasos.
Por eso, un día le pidió a sus ángeles que fueran a buscarla.
-Estrellita, ven con nosotros, en seguida. El Señor te llama.
-¿ Para qué será?- susurró ella, asustada- ¿ Me reprenderá porque no logro brillar lo suficiente?
-¡ Al contrario!  Te llama para encargarte una misión. Esta noche alumbrarás un lugar muy importante allá en la Tierra. Y vas a señalarle el camino a los que acudan a saludar al Rey.
-¿ Un Rey, dices?  - y la estrellita tiritó, sobrecogida.
-¡ Sí!  Esta noche nacerá el Rey de Reyes. ¡Y es el Hijo de Dios!
La estrellita gimió, soltando el llanto:
-¿ Y como haré para brillar tanto, si apenas tengo luz?
- No te aflijas- dijo uno de los ángeles y voló hasta el armario donde se guardaba la luz del mundo. Allí estaban todos los materiales que habían sobrado desde el día de la Creación.
Volvió con un balde rebosante de resplandor dorado y lo vació sobre la estrella. Ella quedó empapada de pies a cabeza y cerró los ojos, enceguecida de su propio fulgor.
Cuando pudo mirarse, se vio tan brillante y tan esplendorosa, que no tuvo dudas de que podría cumplir su misión.
Loa ángeles le señalaron un pueblo llamado Belén y le dijeron:
-¡ Brilla, estrellita, brilla!  Eso es todo lo que tienes que hacer.
Ella miró hacia abajo y no pudo encontrar el palacio del rey. Solo vio un humilde establo, donde mugía una vaca y balaban unos corderos.
Pero, divisó a unos pastores que se dirigían hacia allá, diciendo:
-¡ Es ahí!  ¡ Es ahí, donde brilla esa estrella!
Y cargados de regalos, se acercaron al pesebre.
Por un hueco en el techo, la estrellita vio a un recién nacido acostado sobre la paja. Una mujer muy pobre lo arropaba con un pañal . Sobre la frente del niño brillaba una luz que semejaba una corona de oro.
-¡ Sí!  ¡ Ese es el Rey!- suspiró la estrellita, tranquilizada.

Y resplandeció con tantos bríos que se iluminaron los campos y los gallos empezaron a cantar, creyendo que llegaba el nuevo día.


domingo, 15 de diciembre de 2019

MARIA Y JOSÉ.

Cuento de Navidad.

No me cabía duda de que yo estaba enamorado de María, pero no estaba seguro de que ella me quisiera también.
Vivíamos juntos desde hacía casi un año y a pesar de mis ruegos, se negaba a pensar  siquiera en casarse conmigo.
A tono con el discurso feminista que se había puesto de moda, decía que se bastaba a sí misma y que no transaba su libertad por ningún precio.
Al cabo de un tiempo, empezó a ponerse muy linda, sonrosada y resplandeciente. Parecía un durazno acabado de madurar.
Tuve miedo de que esa sorpresiva belleza significara que se había enamorado de otro, pero de repente comprendí que estaba encinta.
Quedé como loco de orgullo y felicidad.
-María:  ahora sí que nos casaremos ¿ verdad?
-¿ Y por qué nos íbamos a casar, si puede saberse?
-Por el niño, digo yo...
-¡ No! Tú no tienes nada que ver aquí. El niño es mío y lo voy a criar sola. Para que sepas, no es tuyo. Es del Espíritu Santo.
Y no la pude sacar de ahí.
Me arrodillé a sus pies, rogándola. Pero ella me hizo un mohín de desprecio. Dijo que no aguantaría presiones y que se iba.
-¿ A donde, María, te vas a ir?
-A Belén, por supuesto. ¿ Donde crees que voy a tener al niño?
Pensé que estaba bromeando, que solo lo decía para hacerme rabiar...Hasta que la vi salir del departamento con una maleta.
El Lunes siguiente fui a preguntar por ella a la Empresa donde trabajaba y me dijeron que había salido con prenatal.
  Ninguna de sus compañeras quiso darme una dirección donde encontrarla.  Todas estaban con la misma cantinela feminista de que las mujeres la llevan y que los hombres estamos de más...
Cuando salí de ahí, cabizbajo, escuché  risitas ahogadas y  cuchicheos triunfantes a mis espalda.
Llegó Diciembre y calculé que se acercaba la fecha del nacimiento de mi hijo.
Una amiga de María se compadeció de mí y me dijo que María estaba inscrita para su parto en la Clínica Belén y que estaba programado para el día 24.
Por esos días había salido en los diarios una noticia que llamó mi atención. Los astrónomos habían descubierto una nueva estrella. Era más bien un cometa que se desplazaba por el cielo y calculaban que por esos días estaría brillando sobre Santiago.
En la fecha señalada, partí a la clínica.  Junto a la puerta cerrada de la habitación de María, vi parados a tres jóvenes. Me dijeron que eran amigos de ella y que trabajaban de ovejeros en Chaitén. Se acercó otro muchacho a darme la mano.
-Soy Angel- me dijo - Yo les avisé a éstos para que vinieran.
Se abrió la puerta y apareció la enfermera.
-Y pueden pasar- nos anunció satisfecha.
Entonces vimos a María, más linda que nunca, sosteniendo a un niñito entre sus brazos.
Tuve miedo de  que me recibiera mal, pero para mi sorpresa, puso cara de alivio al verme. Se veía débil e indefensa, entre las sábanas de la cama...Todo su feminismo agresivo se había batido en retirada.
Cuando nos quedamos solos, puse al niño en la cuna y tomando las manos de María, le rogué de nuevo:
-María ¡ cásate conmigo, por favor! Sé que me necesitas a tu lado.
- Es cierto- susurró ella y derramó una lágrima que sequé con un beso.

A través de los vidrios de la ventana, vimos una enorme estrella, muy brillante, posada sobre el techo de la Clínica Belén.


domingo, 8 de diciembre de 2019

MIGUITAS DE PAN.

Cuento finalista en el Concurso " Confieso que he vivido"   

Nunca pude olvidar a Andrés...Aunque no estoy segura de que quisiera olvidarlo.
A través de los años,  por diversos conductos, siempre iba recibiendo noticias de él.
Ya fuera un amigo común,  que me mostraba una postal recibida desde algún país de Europa, o una pequeña nota en el periódico, donde un crítico de Arte, comentaba su última exposición de pintura : "  Andrés M..., el renombrado pintor expresionista, nos deleita una vez más con sus obras."
En otra ocasión, alguien me hizo llegar anónimamente un catálogo de la muestra que se presentaba en esos momentos.
Así, cada cierto tiempo tenía una nueva pista de su trayectoria, como si Andrés quisiera hacerme saber a donde estaba.  Eran las miguitas de pan del cuento de Hansel y Gretel, que él iba dejando por el camino, para que yo las siguiera....
Pero, los pájaros del tiempo se comían las migas sin que  hiciera nada por acercarme a él.
Lo había amado profundamente, pero había sido yo la que quiso alejarse. Me había sentido imposibilitada de acompañarlo en su vida bohemia e  incapaz luego de soportar la vorágine de su éxito.  Me fui quedando atrás, retrocediendo hacia las sombras, mientras él avanzaba hacia la luz de la fama.
Al principio me resigné a la soledad, a sentirme siempre excluida del coro de  aduladores que lo rodeaba.  Me acostumbré también a las despedidas en el aeropuerto, al beso rápido y a su impaciencia al constatar mis lágrimas.
Pero, llegó el momento en que no tuve el valor de seguir siendo su sombra, esa mujer anónima que pesaba cada vez menos en su vida. Y así, de a poco, nos fuimos distanciando.
Vi dolor en sus ojos la última vez que nos despedimos en el aeropuerto. Sé que lamentaba dejarme, porque aún me quería,  pero la despedida fue breve. Primó  su preocupación por el embalaje donde viajaban sus obras.   ( ¿ Resistiría los malos tratos del bodegaje en el avión? )
Cuando regresó al país, no fui a recibirlo y así nuestras vidas se convirtieron en dos líneas paralelas destinadas a no cruzarse más.
Pero, él iba echando miguitas de pan en el camino, para que pudiera seguirlo.
Nunca pensé que ese camino, igual que en el cuento de Hansel, conducía a la casa de la bruja malvada. Esa casa de la que nadie volvía a salir.
Un encuentro fortuito con un amigo suyo me trajo la noticia : Andrés estaba muy enfermo.
-Ojalá solo sea agotamiento- comentó él- por esa vida tan agitada que lleva.
¡ Miguitas de pan en el camino!  ¡ Síguelas!  ¡ Averigua qué pasa, antes de que sea demasiado tarde!
Pero no hice nada y él entró a la casa de la bruja y la puerta siniestra se cerró a sus espaldas.
Una breve noticia en el periódico :  Se agrava la enfermedad del reconocido artista  plástico Andrés M...
Pájaros negros llegaron volando y se comieron las últimas miguitas de pan con que él me señalaba sus pasos. La enfermedad mortal, como la bruja del cuento, lo atrapó en sus fauces y lo devoró sin remedio.
Un obituario...El dolor de los amigos...Una exposición póstuma de sus cuadros más recientes.  Y eso fue todo.
En las tardes de lluvia, salgo a caminar sin rumbo. Ya no sé a donde buscarlo .... 
 No hay miguitas de pan que me señalen sus pasos.  Ni tampoco hay un camino que pudiera llevarme a donde él  ahora está.


domingo, 1 de diciembre de 2019

NATACHA ESTUDIA PERIODISMO.

Mi mamá estaba leyendo " La guerra y la Paz"  mientras me esperaba, así es que cuando nací, me bautizó como Natacha. A algunos les parece un nombre algo raro, pero es porque no han leído la novela...Y son muchos, a decir verdad.
En mi casa siempre hubo más libros que alimentos, así es que desde chica pensé en estudiar algo relacionado con Literatura. Al final, me decidí por Periodismo.
Dejé mi ciudad natal y me vine a estudiar a Santiago. La tía Cármen, hermana de mi mamá, me ofreció alojamiento.
Era una señora simpática, pero apenas nos veíamos. Yo partía temprano a la Universidad y ella se marchaba después a su  "Taller de Teatro para la tercera Edad "
Me decía que había entrado a ese taller haciendo trampas, porque todavía no cumplía la edad reglamentaria...Yo me hacía la que le creía, para hacerla feliz y le decía: ¡ Tía, te van a pillar porque tú apenas representas cincuenta años!
Ella sonreía complacida y se iba a la cocina a prepararme un queque, para que me repusiera de tanto estudio.
En resumen, nos llevábamos muy bien y yo la hallaba entusiasta y divertida.
Hasta que una tarde volvió de su taller acompañada de un tipo alto, canoso y nada de mal parecido.
Yo estaba leyendo el el living cuando entraron y la tía Carmen nos presentó:
-Natacha. Andrés.
Al escuchar mi nombre, él me dijo:
-¡ Condesa Rostova!  ¿ Qué hace usted tan lejos de Moscú?
Tomó mi mano y me la besó con ceremonia. La tía Cármen, que solo leía a Isabel Allende, no entendió nada y pareció sorprendida. En cambio yo, quedé flechada ahí mismo y sentí que había encontrado mi alma gemela.
Cuando se fue, la Tía hizo un par de pasos de baile (  de minué, me imagino), dio unos grititos ahogados y se dejó caer en el sillón.
-¡ Ay!  ¿ No es maravilloso?- suspiró- Lo ponen de galán en todas las obras que representamos. Nos tiene locas...Me van a matar cuando sepan que logré invitarlo a venir...
Me habría olvidado facilmente de Andrés, a pesar de ese primer flechazo, sino hubiera empezado a frecuentar la casa de la tía Cármen. Ella estaba eufórica. Se miraba durante horas en el espejo, ensayando peinados y dándose golpecitos en la papada con crema lechuga.
Pero ¡ ay! Yo tenía bien claro a quién venía a ver Andrés...
Por respeto a los sentimientos de mi tía, me escabullía a mi dormitorio apenas él llegaba.
Sobre su cara caía un velo de decepción y hastío, mietras la pobre tía revoloteaba a su alrededor, ofreciéndole " cafecitos", " traguitos" o lo que tú gustes, Andrés...
Un día, me fue a esperar a la salida de la Escuela y me invitó a un café.
-Natacha- me dijo- voy a ser muy directo, porque a mi edad, la vida pasa cada vez más veloz y no es cosa de perder el tiempo. Quiero que sepas que me he enamorado de tí.  Tú tienes veinte años y yo sesenta. Eres la Primavera y yo el Invierno. Pero, creo, Natacha, que serás la última pasión de mi vida y sus llamas sean las más quemantes.
Quedé abrumada por tamaña elocuencia. ¡ Nunca nadie me había hablado así!  También me sentí orgullosa de haber conquistado a un hombre maduro, culto y buenmozo por añadidura. ¡ Imposible compararlo con los giles que tenía por compañeros en la Facultad!
-Cuando supe tu nombre- continuó ël- te identifique de inmediato con la Natacha de Tolstoi. Pero temo que yo seré tu príncipe Bolkonsky, y como a él, en la novela, me romperás el corazón.
No dije nada. Solo tomé su mano entre las mías y se la apreté con fervor.
El romance duró un año y algo más.
Por supuesto, no tuve más remedio que irme de la casa de la tía Cármen, cuando ella descubrió la verdad. Se fue llorando a su pieza llamándome traidora, mala pécora, víbora y muchos otros insultos victorianos.
 Nuestro amor fue muy lindo, pero contrariamente a lo que había vaticinado Andrés, no fui yo quién le fui infiel, sino él quién me abandonó.
No fue algo brusco. Más bien se fue alejando de a poco, como alguien que se interna por un sendero y se pierde en la distancia, sin decir adiós.
Lloré bastante al sentir que me abandonaba. Le pregunté muchas veces por qué, pero él nunca me explicó nada.
Al cabo de un tiempo, e imitando a Natacha Rostova, me consolé pensando que algún día llegaría  el Pedro Bezukhov que me deparaba el destino y que ese sería mi verdadero amor.

Todavía lo estoy  esperando.