El
Invierno se había ido dejando un déficit de lluvias y para Elsa, un superhabit
de lágrimas.
Lágrimas
de frustración y amargura, mucho más pesadas que las que nacen de la mera
tristeza.
Desde
su ventana, podía ver los árboles, envueltos en una delicada túnica verde.
Estaba formada por millares de brotes, que darían origen a las hojas nuevas.
Sin embargo, aún quedaban en los charcos hojas secas del Invierno anterior. Así
era su corazón, le parecía a Elsa, hojas
secas y unos tímidos brotes verdes que pugnaban por salir.
Dejaba
vagar su mente, pero todas sus ensoñaciones convergían en un solo punto: La presencia de Arturo en el departamento
vecino.
Un
hombre alto, de pelo castaño. Se cruzaban a menudo en el ascensor. El saludaba
con un movimiento de cabeza, pero su aire severo decía a las claras que no
deseaba entrar en familiaridades.
Elsa
ya había pasado la barrera de los treinta, pero dentro de ella seguía viviendo
la chica de veinte años que se negaba a madurar.
Era
esa chica la que vivía atenta al ruido de la cerradura en la puerta vecina.
Elsa
luchaba, sin embargo, por no pensar en él. No quería hacerse ilusiones, tenía
miedo de ponerse en ridículo. Pensaba que el Amor es una ola que todo lo
arrasa. Si le haces frente, te bota, pero si eres prudente y nadas por debajo,
puedes salir ilesa del embate destructor.
Así
había pasado el Invierno, sin que se cruzaran entre ambos más que unas pocas
frases de buena vecindad.
Pero,
ahora llegaba la Primavera.
El
corazón de Elsa se tornaba imprudente. Arrojaba lejos de sí la frazada
protectora y quería salir, desnudo y jubiloso, a enfrentar esa lejana
posibilidad...
El
también se veía cambiado. Pareció descubrirla. Miró con más atención su cara
arrebolada y la blusa fina que envolvía su pecho, en lugar de los pesados
sweters que lo habían ocultado hasta ahora...
Al
salir del ascensor, la tomó del codo y le dijo:
-¿
Querrías salir más tarde a tomar un café aquí cerca?
Ella
hizo un gesto afirmativo y sonrió, incapaz de articular unas palabras. El le
dijo que pasaría a buscarla en media hora.
Atolondrada,
se miró en el espejo. Pensó en cambiarse la blusa por otra más vistosa, pero no
atinaba a hacer nada y nerviosa, daba vueltas por la habitación.
Todo
lo que soñó y planeó, parecía volcarse sobre ella como un mar tumultuoso.
No
hay que luchar- se decía- hay que dejarse llevar y salir ilesa al otro lado,
nadando bajo la ola...
Pero
sentía que no lo iba a lograr y que se ahogaría irremisiblemente.
Escribió
en una hoja de papel : Estoy muy
cansada. Dejémoslo para otra ocasión. Y
lo sujetó en su puerta con una cinta engomada.
Tendida
en su cama, derrotada de ante mano, escuchó los pasos de él detenerse y luego
perderse rumbo al ascensor.
Elsa
sintió alivio, a pesar de su sufrimiento. Porque tenía miedo. Miedo de la
Primavera y del amor.
Su
corazón recogió la frazada salvadora y se envolvió en ella, como en una coraza.