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domingo, 28 de junio de 2020

UN PERSONAJE DE FICCION.

En un café de mi barrio,  que acostumbraba frecuentar , conocí una tarde a un tipo extraordinario.
Dijo llamarse Arcadio y a mí, de entrada, me chocó su nombre. Lo encontré como sacado de una novela.
La primera vez que lo vi, estaba sentado a una mesa, con la cabeza hundida entre los hombros y la vista fija en su taza a medio llenar.  Se notaba tan abatido que me dio miedo de que se tratara de un suicida potencial. Decidida a distraerlo de sus penas, me acerqué con mi taza y le pregunté si podía acompañarlo.
Asintió con un gesto, pero apenas me miró.
Al cabo de un rato, para romper un silencio que se hacía pesado, le pregunté:
-¿ Le pasa algo, amigo?
Bien desatinada la pregunta, porque era obvio que estaba desesperado.
-¡ No soy nadie!- gimió mirándome por primera vez- Soy un títere, sin posibilidades de cambiar mi destino...
-No crea, amigo. Todos podemos enmendarle la plana a la mala suerte...Es cosa de voluntad...
-No es el caso mío. Mi vida está decidida de antemano. Digitada y guardada en un disco duro...
-No lo entiendo- respondí.
-Quiero decir que el único que puede cambiar mi suerte es ese cretino que está escribiendo una novela de la cual soy protagonista.
Primero creí que era una broma. Después pensé que talvez se refería a Dios. Y terminé por sospechar que estaba loco.
-No soy un ser real, como usted  - me aseguró angustiado- Soy un personaje de ficción y más encima, protagonista de un argumento idiota... En el segundo capítulo, me fue dado conocer a una mujer divina. El escritor decidió que nos enamoráramos...Creí que nos dejaría ser felices, pero no...
-¿ Por que no?- pregunté, interesada sin poder evitarlo.
-Porque el muy cretino es un mercenario de la literatura. Sabe que lo que vende es la tragedia y la sangre...Así es que en el próximo capítulo,  tendremos un accidente automovilístico y ella morirá.
Aunque fingía tomarlo en serio, confieso que a ratos le creía. ¡ Era tan convincente en su desesperación! 
Terminé mi café y me despedí con una palmadita en el hombro. Ni siquiera pareció notar mi partida.
Días después lo volví a encontrar en el café. Tenía la frente vendada y un brazo en cabestrillo.
-¿ Qué le pasó, amigo?
-¡ El accidente ! - me contestó con rabia-¿ Acaso no le hablé del accidente?
-¿ Y su novia?
-Murió, tal como ese canalla lo había decidido.  Y mi vida también está acabada...¿ Para qué seguir?  Sin embargo, me veo obligado a continuar viviendo, solo porque él lo ha decidido. Quedan varios capítulos más y no sé cuantos dolores me esperan todavía ...
-¿ Y por qué no escapa?
-No puedo ¿ no se da cuenta?  Soy su creación...  Viviré mientras él lo disponga... La única  solución es matarlo!
-¿ Y no desaparecería usted también?
-¡ Claro que sí!  Y eso es lo que quiero. ¡ La vida sin ella me resulta insoportable!
Pagó su café y se alejó, con aire decidido. Sospeché que no volvería a verlo.
Diás después, me llamó la atención una noticia en la página policial.
" Extraña muerte de un conocido escritor de best seller. La policía no encontró señales de que se trate de un homicidio. Tampoco el suicidio parece plausible. Sin embargo, en el computador aparece borrado todo lo que había escrito de su nueva novela.  Los editores están consternados"
Me sentí satisfecha al comprender que por fin Arcadio había logrado liberarse.
En cuanto a la editorial perjudicada, bien podrían  publicar sus novelas inéditas, sus diarios, sus cartas y por último, las composiciones que escribía en el colegio,,,¿ Acaso no es esa la costumbre cuando muere un escritor?


domingo, 21 de junio de 2020

UN CUENTO DE RADIO.

A Juan le habían asignado en la radio un programa literario, de media hora. Nada más, porque la gente lee cada vez menos y no creían que fuera a tener mucha audiencia. Le tocaba justo antes de que Zelma iniciara su espacio de Horóscopo y consejos sentimentales.
De todos modos, recibía algunos mails y llamados telefónicos que iba respondiendo durante el programa.  Le sorprendió mucho que le llegara una carta por correo. Era un sobre blanco, chiquito y con letra de mujer. ¿ Quién sería esa antigualla que todavía mandaba cartas manuscritas?
Se echó el sobre al bolsillo y solo se acordó de abrirlo a la hora de acostarse.
La carta la firmaba una tal Elena y le decía que era una fiel auditora de su programa.  Que le gustaba mucho la voz de Juan y que mientras lo escuchaba, se imaginaba que estaban juntos, tomándose un café y comentando libros.
Era la típica mujer solitaria, de mediana edad, con la mente echada a perder por la literatura romántica. Eso al menos fue lo que pensó Juan, algo despectivo.
Ella le daba su dirección, por si quería contestarle. De correo electrónico no decía nada, como si estuvieran a mediados del siglo veinte...
Juan no pensaba escribirle, pero a la tarde siguiente, mientras comentaba el último libro de Vargas Llosa frente al micrófono, se imaginó a Elena, atenta a la radio, escuchándolo con interés.
Sin saber por qué, se la imaginaba bajita, delgada, con cabello castaño. ¿ Y donde viviría?  Seguro que en una de esas casas antiguas, en el barrio estación. De esas con una mampara de vidrio y un patio interior embaldosado y con plantas en maceteros.
A juzgar por lo reacia que era a lo moderno, tendría entre treinta y cinco y cuarenta años. Soltera, solterísima....Y quizás si hasta viviría con una tía vieja...
Y fue con esa mujer, fruto de su imaginación, con quién empezó una correspondencia que duró varias semanas.
Hasta que al fin, ella le pidió que se juntaran a conversar en un café del centro. Fiel a sus fantacías novelescas, le dijo que ella iría vestida de azul y que él, para poder reconocerlo, llevara un libro en la mano.
Juan se sentó en una mesa y puso ostenciblemente una novela  de Cortazar junto a él.
Al rato entró una mujer alta, morena,más bien regordeta y vestida de azul eléctrico. Avanzó hacia él sonriendo y moviendo las caderas.  Juan se sintió primero incrédulo y luego decepcionado. Elena no era en absoluto la mujer menudita y delicada que se había imaginado.
Tomaron café y conversaron un rato. Acabó por reconocer que  era simpática y atractiva y de a poco, fue sintiendo que la imagen que se había hecho de Elena iba retrocediendo hacia el olvido dejando en su lugar a esa mujer morena y sensual que lo envolvía con su charla.
Se despidieron quedando de juntarse a la semana siguiente, en ese mismo café.
Pero en la noche, al llegar a su departamento, Juan buscó las cartas de Elena. Las volvió a leer y se le hizo más patente la sensación de que algo no encajaba. O quizás la culpa era de él, que había creado una mujer ficticia que se ajustaba más a sus sueños románticos.
Se volvieron a encontrar en el café y una vez más, Juan rechazó hacia el fondo de su mente la figura delgada de pelo castaño. La vivacidad de Elena y su atractivo sensual fueron ganando terreno y desplazando a la otra, por completo.
Pero, el Lunes, en la radio lo esperaba una carta. Reconoció la letra enseguida.
Ella le contaba que ya estaba recuperada de su enfermedad, que hacía una semana le habían dado el alta en la Clínica...Había lamentado tanto, decía, no haber podido acudir a su cita en el café, pero esperaba que su amiga Isabel le hubiera dado el recado.
¿ Sería tan amable de ir a visitarla?  La dirección estaba en el reverso del sobre....
Era una calle corta en el Barrio estación. Una casa antigua, con una mampara de vidrio esmerilado. Le abrió una anciana que se presentó como la tía de Elena.
Lo guió por una galería hasta un patio lleno de plantas. Allí, sentada en un sillón de mimbre y arropada con una manta, estaba la mujer menudita, con melena castaña.
Su cara se iluminó al verlo y exclamó:

-¡ Qué alegría, Juan! ¡ Por fin podemos conocernos!


domingo, 14 de junio de 2020

MAÑANA LLUVIOSA.

Había estado soñando con el mar. Pero la imagen se borró, como si una ola barriera de la playa los últimos vestigios de mi sueño.
Abrí los ojos y vi una mañana gris y lluviosa detrás de la ventana.
-Temuco- pensé- Esto es Temuco.
Había llegado hasta ahí, porque la plata del pasaje no me alcanzaba para ir más lejos. Había tenido que guardar también algo para pagar esa pieza de pensión, mientras encontraba un trabajo.
No conocía a nadie y no sabía lo que iba a hacer. Por lo pronto, me abrigué más con las frazadas y pensé que era demasiado temprano para empezar a preocuparme.
A mi mamá le había dejado una nota diciéndole que viajaba...Que no se angustiara y que luego la llamaría.
A él, ni una palabra.
Ya habría tiempo para que se enterara que el pobre animalito triste había escapado de la jaula. ¡ Qué sorpresa!  ¿ No?
Iría seguramente a preguntar a mi trabajo, a la casa de mi mamá...y nadie sabría decirle donde estaba.  Era ese pequeño triunfo amargo el que me permitía sonreír mientras las lágrimas me bañaban la cara.
El había dicho que me quería, pero que al niño no. Que en ese momento no quería compromisos, que ya habría tiempo más adelante para planificar una familia...
-¡ Hemos estado tan bien hasta ahora!  ¿ Para qué complicarnos la vida? No puedes dudar de que te quiero...Seguiremos juntos...Pero esta casualidad desgraciada es algo que se puede remediar.
¿ El niño era desechable, entonces?
Hice mi maleta una noche y al otro día, de madrugada, partí.
Había cobrado mi último sueldo y renunciado a un trabajo que no me gustaba. No había llegado a tener ningún amigo ahí, así es que me fui sin despedirme de nadie.
-Temuco- Esto es Temuco.
Levanté el visillo algo raído y contemplé llover sobre la ciudad desconocida. Una mole gris que me ofrecía un destino incierto o que quizás no tenía nada que ofrecerme.
¡ Buscar trabajo era lo primero!  El resto se vería después...
Puse mi mano con dulzura sobre mi vientre aún liso.

-  Nadie sabe todavía que estás aquí...¡ Vamos a vivir , mi niño!   Solos nunca estaremos los dos. 


domingo, 7 de junio de 2020

VISITAS INDISCRETAS.

Juan adivinó que le quedaba poco tiempo de vida, cuando gente desconocida empezó a ir al verlo al Hospital, fuera de las horas de visita. De más está decir que en horas de visita no iba nadie...
La primera que apareció fue una gordita que llegó toda sofocada y se dejó caer en la silla junto a su cama, abanicándose con el pañuelo.
-¡ Ay! ¡ Ay!- suspiró- No le extrañe que me falte el aire. Me morí de un ataque al corazón y no he podido recuperarme...
Juan la miró estupefacto, dudando de si estaba despierto.
Entró la enfermera a darle su medicina y actuó como si la gorda fuera invisible. Ella se arregló el velo del sombrero y lo miró con complicidad, sin inmutarse por el desaire.
Juan comprendió que él era el único que la veía y sintió que un escalofrío lo recorría hasta la punta del dedo gordo. ¿ Sería la Muerte que venía a buscarlo?
-Mire, m´hijo - le dijo ella, como adivinando su espanto- Vine por un ratito, no más. Soy la encargada de entregarle  el "Manual de supervivencia en el Otro Mundo". Porque algo me dice que pronto lo tendremos por allá...
Sacó de su cartera un libro de tapas grises y se lo entregó.
-Es necesario que lo lea con atención- le advirtió- La gente llega allá sin preparación ninguna. Al principio no aceptan la verdad y se lo pasan buscando una puerta para regresar a este mundo. Otros se votan a bromistas y gozan espantando a la gente con apariciones ectoplasmáticas...Hágame caso y dele una lectura.
Se levantó de la silla resoplando y sin agregar nada más, se esfumó por el pasillo en penumbra.
Juan metió el libro bajo la almohada y decidió leerlo al día siguiente, cuando se encontrara más repuesto de la perturbadora visita.
Al despertar lo buscó inútilmente. Con sorpresa y alivio,  solo halló una mancha de ceniza en la sábana, como si alguien hubiera apagado  ahí la colilla de un cigarro.
-¡ Fue una pesadilla!- pensó tranquilizado. Pero, poco le duró la calma.
Días después, recibió otra visita fuera de horario. Esta vez era un flacuchento, de terno y corbata. Tenía los ojos hundidos, como dos pozos de agua oscura en un desierto amarillo.
Al notar el sobresalto de Juan, sonrió con tristeza.
-No se asuste, amigo. Vine a acompañarlo un rato, para que no se le haga tan larga la tarde.
Se quedó absorto mirando caer la lluvia a través de la ventana.
-Allá también llueve- le informó, como respondiendo a una pregunta- Se va a costumbrar, se lo aseguro. Hay más gente con quién conversar que a este lado...Aquí nadie tiene tiempo ¿ no cree?
Aunque Juan persistía en su mutismo, continuó sin amilanarse:
-Todos los días llegan buses repletos de gente nueva. Ahora, con la pandemia, imagínese usted como han aumentado los pasajeros... Es cosa de ir al paradero a darles la bienvenida, para que se acostumbren al barrio.
Miró a Juan con simpatía y le dio unos golpecitos cariñosos en la mano.
El la retiró fastidiado y le contestó de mal modo:
-Es que yo no tengo ganas de irme todavía...
-No se preocupe, amigo. Las irá teniendo de a poquito. La Muerte no anda a tirones con la gente. Y es tan sabia, que al llegar toma la cara de la mamá de uno. Por eso resulta tan dulce seguirla. ¿ Quién no querría volver a dormir en su regazo?
Empezaba a anochecer y en la sala común aún no encendían las luces. El flaco se diluyó en la sombra sin que Juan se diera cuenta.

El se había criado en un orfanato. Nunca había visto a su madre. ¡ Ahora por fin la iba a conocer!  No dejaba de ser un consuelo...