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domingo, 27 de febrero de 2022

UN CORREO DE NORA.

Querida Betty, no me sirvió de nada vacunarme.  Este es sencillamente otro virus, el del resfrío común, que no perdona a nadie.

Así es que estoy en cama, tomando limonada caliente con aspirinas y confiando en eliminar al enemigo, a fuerza de transpirar...

Tengo la cabeza embotada y mi cerebro debe parecerse a una coliflor hervida,  pero quiero sacar fuerzas para contarte los últimos avatares de mi vida sentimental.

Conocí en el barrio a un hombre de lo más atrayente. Alto, flaco , con algunas canas en las sienes y una profunda arruga en el entrecejo, como si lo carcomiera una secreta angustia existencial. Una especie de Hamlet cuarentón y sin un Yorik que le llevara el amén en sus elucubraciones. Su misterio me fascinó, qué quieres que te diga.

Cuando me invitó a salir, quise averiguar su estado civil y le disparé un obús de inmediato.

-No salgo con hombres casados.

-Soy viudo- suspiró, melancólico y clavó la vista en la punta de sus zapatos, como si ahí estuviera escrito el obituario de la difunta.

Salvado el primer obstáculo, renuncié a la artillería pesada y acepté la invitación.

Fuimos varias veces a tomar té, café, jugos de fruta y todos los líquidos disponibles en el barrio, menos los alcohólicos, porque siempre nuestras citas eran a tempranas horas de la tarde. ¿ Qué hacía él después?  Era otra cosa que se añadía a su misterio...

El canoso atormentado me gustaba cada día más y en las noches, con frecuencia antes de dormirme,  algún mal pensamiento me hacía ruborizarme en la oscuridad.  Eso te lo confieso a tí no más, porque tenemos confianza.

Una tarde en que estaba en la peluquería, ví pasar a mi secreto amor a través de la vidriera.

-¡ Ahí va el marido de la señora Julieta!  ¡ Tan regio que lo han de ver!-  suspiró la peluquera, mientras me hacía el brushing.

-¿ Cual señora Julieta?- pregunté yo, con un hilo de voz y atragantada por la revelación.

-Esa señora alta, que se pasea por la cuadra con un perrito pequinés. Usted tiene que haberla visto...

¡ Claro que la había visto!  Flaca, con el pelo teñido de color azabache, siempre vestida de oscuro...A menudo la había relacionado con la bruja de algún cuento infantil.

Y resultaba que era la esposa del viudo. O sea que él y yo, habíamos estado todo el tiempo, como Hansel y Gretel, comiéndonos la casita de chocolate de la bruja.  ¡ Con razón siempre me invitaba a sentarnos en el fondo del salón de té, bien lejos de la entrada. No fuera cosa que nos olfateara el perrito pequinés....¡ Qué cínicos son los hombres!  ¿ No crees, Betty?

Menos mal que me resfrié y caí en cama, en lugar de caer en el abismo de la decepción. Ahora, si lloro, te aseguro que es por culpa del romadizo, porque ese mentiroso no se merece ni una lágrima mía. 

Cuando mejore, daré vuelta la página del libro de cuentos. Ya no seré Gretel. comiendo confites ajenos, sino " la reina de las nieves"  y le clavaré una astilla de hielo, directo en el corazón.

Vuelve pronto, porque estoy sola y aburrida. Un abrazo de Nora. 





domingo, 20 de febrero de 2022

UN AÑO SIN TIEMPO.

A Isabel la habían mandado a estudiar a un internado, durante la enfermedad de su mamá.  En un marzo lluvioso, llegó a un edificio gris que se desdibujaba en la niebla.  La recibió una monja de expresión severa, que se presentó como Sor Paulina.  Sin sonreír  ni una sola vez, la condujo al dormitorio que compartiría con otra alumna.

Apenas la dejó sola, Isabel apretó su frente contra el vidrio de la ventana. La habitación estaba en un segundo piso y abajo había un jardín, flanqueado por un muro muy alto.

Al otro día se presentó su compañera de pieza. Era una niña que venía de otro país y en las noches lloraba, con la cara apretada contra la almohada. Isabel también lloraba, pero era un llanto sin lágrimas,como  una lluvia fría que caía sobre su corazón.

Empezaron las clases y lograron en parte distrerla de sus pesares. Su papá la llamaba frecuentemente y le aseguraba que su mamá estaba mejor. Le pedía que estudiara, pero Isabel no podía concentrarse y las monjas la castigaban con frecuencia.

Llegó la Primavera y el jardín del colegio floreció en una explosión de colores y aromas. Ella quería salir, pero como siempre, estaba castigada. Era Domingo, casi todas las otras niñas habían ido a sus casas, pero Isabel debía estudiar en la biblioteca, porque el Lunes habría prueba de matemáticas.

-¡ El mundo es tan hermoso, madre! -se quejó ante Sor Paulina- ¡ Estoy segura de que Dios quiere que yo baje al jardín!

La monja se volvió bruscamente y le dio una bofetada. Entonces Isabel decidió huir.

Metió una muda de ropa en su mochila y a media noche bajó por una enredadera que cubría el muro. Se dejó caer sobre el pasto húmedo y se deslizó por la pequeña puerta que el jardinero acostumbraba a dejar sin llave.

Durmió en un banco de la estación de trenes, hasta que amaneció. Eran las seis de la mañana cuando una locomotora entró bufando y rechinando en el andén.  Isabel subió al tren sin averiguar a donde se dirigía. Estaba segura de que la conduciría a su hogar.

El tren viajó todo el día, cruzando sin detenerse por campos desconocidos. Luego cambió el paisaje y empezó a llegar una brisa con olor a mar. Isabel tenía hambre y una mujer que viajaba frente a ella, le dio una manzana y un pedazo de pan. 

El tren se detuvo por fin frente a un embarcadero y la niña vio un barco que recogía pasajeros para llevarlos a una isla. isabel subió con ellos, porque no sabía a donde ir. Se daba cuenta de que se había alejado mucho de su casa y que se encontraba perdida. A cada momento hacía más frío, así es que sacó un sweter de su mochila, pero aún así no paraba de tiritar.

Había una mutitud en el muelle, esperando la llegada del barco.  Al verla sola e indecisa, se le acercó una muchacha alta vestida con una chaqueta de hule:

-¿ Buscas a alguien?

-No conozco a nadie, no sé a donde ir- balbuceó Isable y soltó el llanto.

-Me llamo Salka Balka y trabajo en la Conservera. Ven conmigo a mi casa. hace demasiado frío para que te quedes parada ahí.

Mientras se alejaban, el barco hizo sonar dos veces la sirena y se apartó del muelle, perdiéndose en la niebla.

-¡ Tengo que volver!- exclamó Isabel- En mi casa no saben que me fui del Colegio y mi mamá está enferma...

-Lo siento- dijo Salka- El barco volverá en la Primavera. Viene solo tres veces al año.

Al día siguiente, la llevó a trabajar con ella en la Conservera. Había largos mesones al aire libre, donde veinte mujeres o más, destripaban el pescado y lo echaban a barriles con sal.

Arriba planeaban las gaviotas y sus gritos ensordecían la charla de las mujeres. Salka trabajaba a su lado, cantando alegremente, sin reparar en sus brazos enrojecidos por el frío y la salmuera.

-¿ Donde estamos?- le preguntó Isabel.

-Esto es Oseyri, en el fiordo de Axlar.

- Y no está en Chile ¿ verdad?

-No- se rió Salka- Esto es Islandia, cerca del Polo Norte.

Isabel no entendía como podía haberse alejado tanto de su colegio y de su hogar. Estaba en otro país...y tendría que esperar meses para poder volver. ¡ Era tan irreal todo lo que le pasaba!  Recién en Primavera volvería el barco para cargar el pescado salado y llevarlo al Continente. ¿ Qué habría pasado mientras?  ¿ Qué pensarían sus padres al enterarse de su fuga?

Salka le prestó ropa de abrigo y los Domingos iban juntas a pasear por la playa.  La muchacha cantaba y su voz fuerte y ronca flotaba sobre los picos de las montañas.   En los días de viento huracanado, no podían salir de la casa ni las lanchas de los pescadores adentrarse en el mar.

Pero llegaron los días verdes y azules que presagiaban la Primavera y una brisa fresca traía el aroma de las primeras flores que brotaban en los campos. Una mañana escucharon a la gente que corría hacia el muelle, alborozada. ¡ Era el barco que llegaba por fin!

Isabel abrazó a Salka y ella se quedó en el muelle, agitando su mano hasta que el barco se perdió mar adentro. Fue un día de navegación y muchas horas de tren, pero Isabel estaba ansiosa de recuperar su vida. ¿ Qué le dirían en el colegio?  ¿ Qué castigo inventaría Sor Paulina?

Era de noche cuabdo subió de nuevo por la enredadera que la llevaba a su habitación. Vio a la niña extranjera, que cansada de llorar, dormía con el pelo esparcido sobre la almohada.

Al escuchar un ruido, se incorporó y la miró soñolienta:

-¡ No te olvides que mañana tenemos prueba de matemáticas!

Isabel miró el calendario sobre el escitorio y vio que era el mismo Domingo en el que decidiera escaparse del colegio.

¡ Había sido un año sin tiempo, talvez vivido en un sueño o en otra dimensión!

Se acostó en silencio y antes de dormirse, recordó que Salka Balka era el personaje de una novela que había leído un Verano atrás.





domingo, 13 de febrero de 2022

CELEBRANDO SAN VALENTÍN.

Se aproximaba San Valentín y Claudia confiaba que este años Pablo la saludaría. El año anterior, había tenido que viajar a provincia por la enfermedad de su padre y habría sido demasiado esperar que se acordara de llamarla...

¡ Pero esta vez, sí, seguro que lo iban a celebrar!

Hacía dos años que vivían juntos y ella sentía que se complementaban bien y que su amor se había ido fortaleciendo.  Nunca discutían y su vida se deslizaba como un río manso...Sin embargo, a veces Claudia se preguntaba si esa rutina sin emociones no sería una mala señal.

Pasaban los días y Pablo no planificaba una salida especial ni parecía inquietarse por comprarle algún regalo.  ¿ Estaría preparando alguna sorpresa?  ¿ Aprovecharía el Día de San Valentín para pedirle que se casaran?

La víspera, Claudia no pudo más y le preguntó tímidamente:

-¿ No haremos nada especial mañana?

-¿ Qué pasa mañana?- preguntó él, sin despegar la vista del periódico.

-¡ Mañana es San Valentín, Pablo!  ¡ Es imposible que lo ignores!

-¡ Ah!  Esa tontería....Pura propaganda comercial para hacer gastar a la gente. ¡ No pensarás que voy a morder ese anzuelo ¿ no? 

Claudia se quedó callada y una profunda tristeza innundó su corazón. Todas sus ilusiones cayeron rotas, como un cristal destrozado por un puño.  Dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

El Día de San Valentín, Pablo salió apurado en la mañana y le advirtió:  

-No me esperes a comer. Tengo una reunión en la oficina y puede que me desocupe tarde...

Claudia pasó todo el día triste en el trabajo, viendo llegar mensajeros con flores o escuchando llamados que hacían reir o suspirar a sus compañeras. Fue la única que no recibió nada.

Al anochecer llegó al departamento oscuro y se dejó caer en un sofá, sin encender la luz.

Pero, no pudo soportar la soledad y decidió salir. ¡ Celebraría en un restaurant, aunque tuviera que hacerlo sola!

Se puso su más lindo vestido y se maquilló con esmero.  Se acordó del restaurante donde había estado comiendo con Pablo, hacía unos años y se dirigió hacia allá.  El local estaba profusamnete iluminado y habían colocado ramos de claveles rojos en cada mesa.

Eligió una pequeña, en un rincón y pidió el menú y una botella de champaña.

Lentamente las mesas  fueron ocupadas por parejas de distintas edades.  Ya era tarde cuando entraron los últimos enamorados. Ella era una rubia elegante, que reía de las bromas de su compañero. El era Pablo.

Desde su rincón en penumbra, Claudia los observaba. Lo vio a él sacar de su bolsillo un paquete envuelto en papel dorado.  Ella lo abrió impaciente y extrajo del envoltorio un frasco de perfume. Se lo aplicó tras las orejas y le salpicó a él unas gotas en la punta de la nariz. Ambos se rieron al unísono.

Claudia llamó al mozo y pagó la cuenta. Preguntó si habría una salida lateral para no tener que atravesar el salón...

Al llegar al departamento, sacó un par de maletas y metió toda su ropa que estaba en el closet.  Sobre el velador de Pablo, para que él supiera que había estado ahí, dejó la boleta de su consumo en el restaurant. Lo más caro había sido la champaña con la que había brindado a solas.

¡Feliz día de San Valentín, Claudia!





domingo, 6 de febrero de 2022

VISITAS DE MEDIANOCHE.

Hacía días que no lograba escribir ningún cuento.  Ideas vagas llegaban a mi mente de vez en cuando, pero se disolvían como niebla al sol.

Una noche estaba sentada frente al computador, quizás buscando inspiración en la borra del café, cuando escuché suaves golpecitos en la puerta. Antes que me hubiera levantado a abrir, entró una niña, llevando bajo el brazo un oso de peluche bastante sucio y ajado.

-¡ Hola!- me saludó con soltura y se acomodó en el sofá, dejando colgar sus piernas- Veo que estás con sequía literaria.

-¿ Y como sabes tú?

-Bueno, porque estoy de vacaciones y no te he dictado ningún cuento donde aparezcan niños.

-¿ Como que no me has dictado ningún cuento ?- le pregunté molesta.

-  No te enojes....Veo  que crees que eres tú la que los escribe.

-   Pero mis cuentos no tratan  solo de niños.También tengo otros temas  ¿ no?

-Sí, pero las personas que te ayudan con los otros, también están de vacaciones.

No acababa de decir eso, cuando la puerta se abrió de nuevo y entró un anciano. Caminaba lento, encorbado por el peso de una enorme maleta.  

-¡  Buenas noches !  Pasé a verte porque supe que estás afligida por falta de inspiración.

-¡ No me diga que usted también me hace las tareas!- exclamé con impertinencia, sin poderlo evitar.

-No todas- suspiró paciente, ignorando la molestia en mi voz- Pero  te ayudo con los cuentos en los que aparece gente vieja,  sola y sin cariño.  Son vivencias mías que te voy traspasando.  Si no ¿ como podrías escribirlas?  Todavía te falta experiencia en  sufrir...

-¿ Y qué lleva en esa maleta?

-Son mis recuerdos. Casi todos tristes, por eso es que pesan tanto.

Mientras el anciano hablaba, una figura leve, casi transparente, atravesó la puerta sin necesidad de abrirla. Era una mujer pálida, envuelta en un traje gris. A ratos, su cuerpo parecía disolverse en la penumbra de la habitación. También llevaba una maleta.

-  ¡Buenas noches!- saludó a todos con una inclinación de cabeza.

-Lamento haberte dejado sin inspiración en estos días-  me dijo- Pero estaba preparando mi viaje de vacaciones.

-Perdone, pero ¿ quién es usted?

-Creí que lo sabías...Soy la que te dicta los cuentos donde aparecen fantasmas y personas que ya no están en este mundo, pero se niegan a morir.

-Y ahora ¿ a donde va?

-Bueno, cuando uno ha muerto, puede ir a cualquier parte, así es que voy a la playa, a reunirme con mis papás. Todos los veranos nos juntamos a orillas del mar, como cuando yo era niña.- 

-¿ Y qué lleva en esa maleta?

-Solo los deseos y los sueños que no alcancé a cumplir cuando vivía.

-¿ Y para qué los guarda, si no los podrá realizar?

-Porque son los únicos lazos que me unen a este mundo. Si los suelto, me disolveré en la nada y dejaré de existir.

-Pero  ¡si ya no existe!

-¡ Claro que existo!  ¿ Acaso no me ves? 

Los miré a los tres sentados en el sofá. La niña me sonreía, apretando al osito entre sus brazos. El anciano había dejado su maleta en el piso, y libre ya de la carga, respiraba aliviado. El espectro del traje gris trataba de mostrar serenidad , pero se notaba ansioso por emprender el viaje.

-¿ Quieren decir ustedes que me he estado engañando y que nada lo he escrito por mis propios medios?

-¡ Oh, no! ¡ No te menosprecies!  Los cuentos de mujeres tristes y decepcionadas son todos originales tuyos...

-Pero, se ve que en estos días me falta inspiración.

-¿ Y por qué no te vas también de vacaciones?

-¿ Y a donde iría ? ¿ Y con quién?

Se quedaron callados los tres y me miraron con lástima.

-¿ Ves que es cierto lo que te decimos?  Los cuentos que tratan de mujeres sin ilusiones, todos esos los escribes tú.