Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 28 de febrero de 2011

AMORES DE VERANO. Cuento

"No culpes a la playa"-canta Luis Miguel.  
Pero sí. Yo la culpo de todas maneras.
Porque fue ahí, en la arena, cuando lo vi por primera vez.
Vestido a la más "dueño de yate", yacía tendido leyendo a Hemingway en inglés.
-¡Qué snob!-dije para mis adentros. Pero, más tarde supe que era profesor de Literatura Inglesa y que estaba preparando una clase.
Yo venía desde el hotel, en traje de baño, y como era temprano, la playa estaba casi desierta.
Una mañana gloriosa.
Mar iridiscente, gaviotas decorativas, un barco en lontananza dibujando la línea del horizonte.
Venía dispuesta a darme un baño, desafiando el agua helada y cuando lo ví pensé que no era como encontrar una aguja en un pajar sino un diamante en un arenal.
Arrojé la toalla, estratégicamente cerca y le agregué el resto de mis accesorios.
-¡Puedo dejar mis cosas aquí?-pregunté casual.
Claro, por supuesto-contestó y siguió leyendo ensimismado.
Corrí hacia el mar, soñando que me seguía con la mirada (¡ja!), me lancé bajo una ola y nadé con brazadas  elegantes. El agua gélida me escupió hacia afuera y sacudí mi melena mojada en un gesto a lo Farra Fosets.
El no miraba. Hemingway era más interesante.
Pero, cuando me eché sobre la toalla, tuvo la gentileza de preguntarme lo que era obvio:
-¿Está fría el agua?
Yo daba diente con diente, pero contesté con valor:
-Un poco. .
Y ese fue el comienzo de mi romance unilateral con el profesor Rojo.
Sí, unilateral, porque mi corazón hizo todo el gasto y quedó sobregirado. El se metió la  mano al bolsillo y la sacó vacía. No tenía cambio ni para propina. Se encontraba en bancarrota emocional.
Pero, igual fue memorable.
Nos vimos varios días en la playa. Hablamos de libros, discutimos mil temas. Para mí, fue un desafío intelectual y una hecatombe sentimental. Se me llegaban a trizar los huesos cuando me miraba con sus ojos verdes, mansos como mar en calma. (Yo habría preferido una ola tipo tsunami revolcándome en la arena. )
Fue sólo una semana, pero cuando nos despedimos me pidió mi número de teléfono.
El partió primero y después de eso, las veces que miré el mar, ya no lo ví. Toda la Belleza del mundo había desaparecido.
En Santiago, pasé una semana echada en la cama al lado del teléfono. Al final, una tarde sonó y él me dijo:
-¡Hola, nena!
A la más Humprey Bogart.
Realmente era un poquito snob.
Me invitó a asistir como oyente a sus clases de Literatura Inglesa.
Lo primero que pasamos fue "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad. Fui la única que compró el libro, para congraciarme, claro y me hice muy popular entre la  chiquillería, permitiendo que lo fotocopiaran.
De a poco me fui dando cuenta que el profesor me había invitado para "hacer número", porque tenía pocos alumnos y así, el título del libro se convirtió en "Tinieblas en el corazón".
Cuando íbamos a pasar "El Gran Gatsby" comprendí que para mí la situación se había convertido en "El Gran Chasco" y preferí retirarme.
Le escribí una carta en la que le decía:
Tú sabes que yo esperaba que me quisieras. Ahora, después de cada clase tuya, mi corazón queda tan cansado como si hubiera caminado kilómetros en un desierto. Así es que mejor me alejo de ti"
El me contestó con una más cursi todavía:
"Sufro una crisis existencial terminal. Mi historia llega a sus últimos capítulos y en ellos sólo hay espacio para los recuerdos"
¡Patrañas!
En alas de mi imaginación vuelo atravesando kilómetros y llego a la playa donde lo conocí.
El mismo mar resplandeciente, talvez otro barco, otras gaviotas.
Pero por más esfuerzos que hago, ya no veo a nadie tendido en la arena. Ningún señor con gorra de capitán de yate, ninguna señora de mediana edad con ilusiones románticas. ¿Dónde se habrán ido? Quizás en un álbum de fotos amarillentas los puedas encontrar.

viernes, 25 de febrero de 2011

CUENTO EN SEIS CARTAS. Cuento

Querida Nora:
Como has faltado ya dos semanas al taller literario, me bajó la inquietud. Pregunté por tí a  unas  y otras y todas decían haberte visto: "Ayer en el café. Estaba regia", El Miércoles en la librería. Más vieja, eso sí", "El Domingo en misa. Pero, oye, ¿tú crees que es peluca eso? Porque le noté más pelo. "En fín, tú sabes la boquita que se gastan. Más vale que te rías.
Pero, la verdad, Nora, es que te desapareciste. Tu teléfono no contesta y como eres igual de antigua que yo y no tienes ni idea de lo que es un mail, no me quedó otra que escribirte una "carta con estampilla" cosa que me encanta, porque para mí es el sumun de la nostalgia.
¿Qué es de ti, Nora? Por favor, llámame o contesta.
Betty.

Querida Betty:
Gracias por preocuparte. Y qué bueno, porque así me das la oportunidad de desahogarme.
Me ha caído un ladrillo encima. No, con el último temblor no.
Otra clase de ladrillo. Fíjate que mi hijo me llamó desde Iquique para pedirme que aloje en mi casa a un amigo suyo, que viene por unos días a entrevistas de trabajo. No me gustó nada la idea. Más cocina, menos libertad, en fin...
Y ayer llegó el muchacho. Se llama Ignacio y debe andar por los treinta pero representa veinte. Con esas melenas que usan ahora que parece que a la peineta no la ven desde que su mamá los peinaba para llevarlos al kinder. Y la ropa. Igual que una cebolla. Capa tras capa de poleras de distintos colores y distintos largos. Y ellos juran que se ven "cool".
En fin, apareció con una mochila y un aire humilde de perrito con sarna, que suplica que lo acojan a pesar de todo, que me conmovió.
Me tiene trastornada la vida con sus entradas y salidas. Pero no creas que lo atiendo mucho. Apenas lo suficiente para no quedar como desalmada.
No te quise llamar y preferí escribirte para explayarme a gusto.
No te olvides de mí.
Nora.

Querida Nora:
¡Qué espanto lo que me cuentas! Te hemos echado de menos en el taller y al saber que estás alojando a un joven, no faltaron los codazos y las sonrisas maliciosas. Tú sabes cómo son. Mejor reírse Pero les diré que no he sabido más de ti. Así las dejo calladas.
Por favor, sígueme contando los avatares con el tal Ignacio, que ojalá se vaya luego para que reaparezcas en la superficie de la vida. Por el momento, te sentimos como metida en un socavón.  
Betty.

Querida Betty:
Me he demorado en contestarte porque me siento confundida.
Ignacio sigue aquí y lo peor es que ahora lo echo de menos cuando sale. Pero no creas que le hago mucho caso. El se lava su ropa, como es natural.
Ayer metió en la máquina cinco slips y una polera roja. Después vi la ropa colgada en el patio. Ahora los slips son rosados como un sueño romántico.  ¡Pobrecito! No creo que tenga plata para comprarse unos nuevos.
Entra y sale todo el día y yo vivo pendiente de la puerta.  
Lo trato con sequedad y el pobre me mira confundido. Pero
¡Ay! algo está pasando en mi corazón. No puedo creer esta vergüenza.
Nora.

Querida Nora:
No te preocupes. Estas cosas pasan cuando una lleva mucho tiempo sola. No te avergüences y piensa que  él pronto se irá y recuperarás la paz. Aunque talvez ahora ya no quieres que se vaya. . . Escribe por favor. Tienes en mí una amiga en la que puedes confiar.
Betty.

Querida Betty:
¡Te acuerdas cuando leímos "Los amores ridículos" de Milan Kundera ?.¿Te acuerdas que ahí se hablaba de una mujer que sentía el amor como a los veinte años pero que "estaba encarcelada en su vejez"?
Bueno, este es mi "amor ridículo ", Betty.  Yo soy esa mujer encarcelada por sus años, que se ha enamorado de un joven.
¿Para qué negármelo más? ¿Para qué engañarme diciéndome que me recuerda a mi hijo?
Yo sé que esto no es amor maternal.
Me miro al espejo y estoy plenamente conciente de quién soy. Pero esa frase cruel:"Los amores ridículos" quisiera escribírmela en la frente y en el pecho, para que le sirva de freno a mi corazón.
Me siento la misma Nora de hace veinte años pero la Vida me hizo una feroz traición. Me dibujó un mapa de arrugas en la cara. Es el mapa de los caminos recorridos, de los países visitados. ¿Sabes cómo se llaman esos países? "Tristeza",  "Decepción", Soledad". Domino todos sus idiomas. Soy una políglota  de la desolación.
Pero, no quiero aburrirte más. Esto pasará. Él se va mañana y se irá sin haber sabido nunca lo que llegué a sentir por él. Nunca  sabrá que una noche soñé con él, que también me quería. Pero, en el sueño yo tenía quince años y le pedía permiso a mi mamá.
¿Te ríes, Betty? Sí, riámonos mejor las dos. Riámonos de "Los amores ridículos" y te prometo que el próximo Martes nos vemos en el Taller.
Nora.

domingo, 20 de febrero de 2011

LEYENDO A NABOKOV. Cuento

Estaba leyendo el análisis de Ulises de James Joyce que hace Vladimir Nabokov en su "Curso de literatura Europea". (Clásicos Z. Feria del Libro, por si a alguien le interesa). Y me encontré con que, para ver la vida desde un punto de vista diferente, Nabokov nos aconseja que nos agachemos y miremos hacia atrás  por entre nuestras rodillas.
Nunca se me había ocurrido, así es que solté el libro y me incliné hasta la posición requerida. No ví nada nuevo, pero me mareé y me fui de cabeza al suelo, haciéndome un chichón.
Estaba en eso, sobándome la frente y maldiciendo a Nabokov, cuando  sonó el teléfono.
Era un señor que había obtenido mi número no sé cómo y que me dijo que estaba harto del tono lúgubre de mis cuentos. Que nunca había conocido a nadie que se declarara enamorado de la Muerte. Y que como los amores platónicos son una pérdida de tiempo, yo debía pasar a la acción y suicidarme de inmediato.
Ví una clara mala intención en sus palabras, pero me parecieron sumamente divertidas y lo insté a seguir hablando.
-Mire-me dijo-Yo no le niego que La Vida es una amante traidora y mentirosa. Pero, hacer de La Muerte la Amada Ideal es harto arriesgado. Total, nadie que esté vivo la conoce. Yo me quedo con lo que me es familiar: las retorcidas artimañas de la Vida, las arteras zancadillas con que me arroja de cara al barro para luego recogerme con amor, fingiendo inocencia
Ud. me da la razón entonces-dije yo-La Vida es una seductora prostituta que nos entretiene mientras llega el momento de que conozcamos a la verdadera Amada, eterna e ideal.
Encontramos de lo más atinados nuestros respectivos discursos y nos despedimos como buenos amigos. Volví al libro de Nabokov y casi de inmediato tocaron a la puerta.
No sonó el timbre sino que fueron unos delicados golpecitos apenas audibles.
Abrí la puerta y en el umbral estaba un señor bajito, de bigote y con aspecto triste.
-Perdone-dijo-por interrumpirlo pero sentí que era mi deber venir a decirle la verdad.
-¿Qué verdad, caballero?-dije yo, franqueándole la entrada.
-La verdad sobre la Muerte, eso era lo que quería contarle.
-Y ¿Cómo la sabe usted?
Es que yo vivo allá-me dijo con tristeza-y no es lo que la gente cree. La Muerte no es dormir apaciblemente. Tampoco es soñar pesadillas, como temía Hamlet. La muerte es seguir viviendo de otra manera, pero parecida a esta.
-Allá yo trabajo en una Notaría. -continuó-Todos trabajamos y nos asignan departamentos para vivir. Como está claro que los muertos tienen menos empuje y afán de progreso que los vivos, porque ¿para qué?, allá todo es anticuado y triste. Los edificios son grises, las calles mal pavimentadas. . . Mi único consuelo fue reencontrar a Segismundo, mi gato que se había muerto hace años. Sin él estaría solo, porque al barrio que me tocó no ha llegado nadie conocido. Y sería feo desearle a algún amigo que lo mandaran para allá. ¿No cree?
Me quedé mudo oyéndolo y él se secó una lágrima con disimulo.
-¡No sabe Ud.  lo arrepentido que estoy de haberme muerto! Antes, cuando estaba vivo y sufría me consolaba pensando en la muerte. Pero ahora. . .
Lo interrumpió el sonido del teléfono.
Quise pararme a atender y me caí de la cama. ¡Había estado soñando, con el libro de Nabokov sobre la almohada.

miércoles, 16 de febrero de 2011

ROSAS ROJAS PARA MONICA. Cuento

Fue un día Lunes cuando vimos llegar a Mónica con dos rosas rojas. También traía un pequeño florero y las puso sobre su escritorio. Todo en silencio pero con gestos que evidentemente perseguían llamar nuestra atención.  
Le dimos en el gusto, claro, porque le teníamos cariño.
-¡Qué lindas tus rosas!-le dijo Patricia-Se vé que te fue bien el fin de semana.
Ella se sonrojó y sonrió como si guardara un secreto demasiado precioso para ponerlo en palabras. Y aunque no dijo nada, se notó que estaba satisfecha por haber logrado impresionarnos.  
Llevaba casi un año en la Sección, y apenas la conocíamos. Una que otra frase trivial en el casino, pero su vida privada seguía siendo un misterio.
Tampoco vimos nunca a nadie llegar a buscarla a la salida o que recibiera algún llamado telefónico. Inclinada en su escritorio, su melenita descolorida le tapaba a medias la cara, siempre absorta en revisar alguna carpeta.
Pero ese Lunes había llegado cambiada. Algo le brillaba en la cara, como una luz que le brotara de adentro.
Nora comentó en el baño:
-La Mónica anda radiante, ni que se hubiera tragado una ampolleta.
Era evidente que el asunto tenía que ver con las rosas.
Lo primero que hacía al llegar era cambiarles el agua y revisaba cada pétalo, con temor de encontrarlo mustio.
Cuando sonaba el teléfono se sobresaltaba y aunque fingía no prestar atención, parecía decaer, incluso disminuir de tamaño cuando resultaba que el llamado era para otra. Y como de por sí era bajita, al final de la semana, con tantos llamados inútiles, apenas parecía sobresalir de su escritorio.
Se fue poniendo mustia de a poquito, igual que las dos rosas. Ya por el Miércoles, empezaron a caer los pétalos sobre sus carpetas. Les cambiaba el agua hasta dos veces al día, como si de la vida de las rosas dependiera una esperanza que a ojos vista se le iba marchitando también.
El Lunes siguiente anduve fuera casi todo el día, visitando unos clientes. Al caer la tarde, cuando volví, ya todas se habían ido.
En el papelero de Mónica ví tiradas las rosas rojas. Y recién me dí cuenta de lo irónico que era ver esas rosas marchitas en la basura, porque justo ese día era San Valentín.

jueves, 10 de febrero de 2011

EL POEMA SEIS. Cuento

"Te recuerdo como eras en el último Otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma"
De los "Veinte poemas de amor" el número seis siempre fue mi preferido.
Lo leí muchas veces a lo largo de mi adolescencia y la chica de la boina gris adquirió para mí una imagen definida.
La dibujaba en el margen de mis cuadernos y siempre me quedaba igual, como si estuviera copiando una fotografía.
Su pelo oscuro cayendo liso hasta sus hombros, la boina gris inclinada sobre una ceja. Me gustaba dibujarla bajo un árbol del parque. Las hojas secas caían a su al rededor y las luces del crepúsculo llameaban en sus ojos.
Estaba enamorado de ella y fantaseaba con que la fuerza de mi amor lograría traerla a mi vida.
Pero, no estaba preparado para lo que pasó esa tarde.
Iba sentado en el Metro con la vista fija en la oscuridad tras el vidrio. De pronto sentí que frente a mí se había sentado alguien y me estaba mirando.
Volví la vista y creí soñar. Cerré los ojos y los volví a abrir, incapaz de creer que aquella imagen persistiera.
Pero, ella estaba ahí. Incluso sonrió con cierta ironía al notar mi desconcierto.
-¡Hola!-me dijo-Soy Ernestina. Tanto has pensado en mí, tanto me has llamado en tus sueños que he tenido que venir a verte.
-Pero, entonces tú eres. . .
-Sí, soy la chica de la boina gris. Pero no creas que tengo el corazón tan en calma, porque desde que Pablo me puso en el Poema Seis, he inspirado tantas pasiones que estoy agotada.
La contemplé mudo, sin saber qué responderle.
-De todos modos-continuó-Nunca tuve un enamorado tan fiel como tú. Ni nadie supo dibujarme con tanto realismo que pudiera traerme a la vida. Durante años sentí el llamado de
tu nostalgia y al final me decidí a venir.
-Ernestina ¡Dime que eres real y que te quedarás conmigo!
-Al menos esta tarde sí. Iremos al parque a ver las hojas de este último Otoño.
Bajamos juntos del vagón y me atreví a tomar su mano. Caminamos por el parque, envueltos en la bruma otoñal. Las hojas secas parecían crepitar bajo nuestros pies y los charcos copiaban las últimas luces del día.
Entonces, ella me abrazó y me susurró al oído:
-Ahora debo irme.
En la penumbra del atardecer la ví doblar por una calle corta.  Se detuvo  frente a una casa con el número seis y antes de entrar agitó su mano en señal de despedida.
¿Fue todo un sueño? ¿Tuve en realidad en mis brazos a la chica de la boina gris?
Es innecesario decir que he buscado en vano esa callecita corta en las proximidades del parque. Sé que nunca la voy a encontrar.
Mejor, abro el libro en el Poema Seis y repito como una invocación:
"Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma."
Sé que desde algún lugar ella me escucha. Que le llega mi desolada nostalgia y que un día, cuando regrese el Otoño, ella también volverá.

HOGAR, DULCE HOGAR. Cuento

Era tan vieja que no le quedaba otro remedio que creer en Dios.
¿De qué otra cosa podía aferrarse en esas noches en que tenía tanto miedo de la oscuridad como cuando era niña?
No le gustaba el Hogar al que la habían llevado.
Fue tan sorpresivo todo que parecía que había sido ayer ese Sábado en que Braulio, su sobrino,  le indicó que hiciera su maleta. No supo qué poner en ella. Olvidó la mitad de las cosas y sobre el velador se quedó el audífono, que de todas formas ya casi no le servía.
Y atrás quedaron también su piano, la planta de begonia que se había puesto tan bonita y su televisor.
Al principio no se afligió tanto. Creyó que sería cosa de días. Que a lo mejor la querían asustar solamente. Castigarla por haber echado a la Marta. Esa ladrona que le robaba las cosas, que le ponía todo arriba del ropero para que no lo pudiera alcanzar.
Un día estuvo como media hora atascada con la silla de ruedas en la puerta del baño y aunque la llamaba, la Marta se hacía la que no oía y adrede subía el volumen de la radio.  ¡Era tan mala!
Se darían cuenta de que ella tenía razón y la llevarían de vuelta a su casa.
¡Tenía tanto miedo en la noche! Oía toses y gemidos que atravesaban el pasillo y no la dejaban dormir.
Pero mañana. . . Seguro que mañana venía Braulito  a buscarla.
-Todo fue una broma, tía-le diría-para que no sea tan mañosa.
Sí, eso le diría y llegaría en su auto nuevo, tan lindo, para llevarla a su casa otra vez.
En la oscuridad apretó el rosario y quiso rezar, para que todo fuera como antes. Creyó que iba a recitar el Padre Nuestro en voz alta, pero le salió un gemido como de niña y susurró despacito:
-Mamá. . .

SUEÑOS. Poema Infantil

Soy un árbol.
Mis brazos son dos largas ramas
levantadas hacia el viento.
No tengo piés
o están atados bajo mi matizada túnica.
Soy un árbol.
Pero antes era una niña.
Me quedé dormida siendo niña
y desperté siendo árbol.
No sé cual de los dos ha sido el sueño.
Nunca sé cual es el sueño.
Quizás cuando despierte
creeré que estoy dormida
y he empezado a soñar.
-Pero, dime:
¿Por qué tus dedos están unidos con membranas
y corre un agua luminosa bajo tu piel?
¿Por qué en tu voz hay batir de olas
como si tuvieras en la garganta un caracol marino?
Porque yo era un pez
antes de ser un hombre.
Me quedé dormido siendo pez
y desperté siendo hombre.
No sé cual de los dos ha sido el sueño.
Nunca sé cual es el sueño.
Quizás cuando despierte
creeré que estoy dormido
y he empezado a soñar.
-¡Mira Está anocheciendo
y es como si el día estuviera bajando los párpados..
Pronto él tendrá también
su propio sueño.
 Ven conmigo a la Tierra Azul
donde no se despierta más.

LA MUERTE. Poema

Vi a una mujer hermosa
venir hacia mí desde la bruma.
Su pelo era oscuro
y tenía el aroma de la flor del jacinto.
Bajo su piel se deslizaba
un río de luz violeta.
Ella era como un vaso
conteniendo una estrella.
Pasó a mi lado sin verme
y mis dedos en vano
quisieron tocar su túnica.
Cuando cruzó por el bosque
se congelaron los pájaros.
Y el silencio pasó sobre las  voces,
enterrándolas bajo el musgo.
Esa mujer hermosa
que venía desde la bruma....
Su cabello se mecía como las algas
en la profundidad de los mares.
Y su paso era tan liviano
que no dejó ninguna huella.
Quise mirar sus ojos
pero ella bajó los párpados.
Esquivó mi mirada
porque aún no era el tiempo
de acogerme en sus brazos.
Pero supe que me amaría,
porque la luz violeta de su sangre
iluminó por un instante
el latir apresurado de su corazón.



sábado, 5 de febrero de 2011

CARTA AL AMIGO DE MI BLOG.

Me imagino que estás de vacaciones, pero cuando vuelvas, por favor lee alguno de mis cuentos y dame tu opinión.
Me quedé en Santiago tipeando en mi note-boock y vi  como se vaciaba el edificio en que vivo y luego la ciudad entera. Así es que si me pones algo en mi blog me  vas a ayudar a romper con la Soledad.  (No, mi prima no. ) Con esa Señora vestida de gris que se me sienta al lado en el Metro semi vacío y camina a mi lado por la calle, codo a codo. Todo el tiempo me mira de soslayo, insinuante, esperando que le converse. Y claro, caigo en la trampa y termino hablando por la calle como una idiota. Menos mal que hay otros que pareciera que hacen lo mismo, pero ellos van hablando por celular. Eso me ayuda a pasar desapercibida.
Pero igual, te necesito para romper esta amistad no deseada.
No sabes lo cansada que estoy de soplar vilanos de cardo y tirar botellas al mar. Nadie contesta y esta señora de que te hablo se me cuelga del brazo cada vez con mayor confianza. Me ha tomado afecto, claro, como no conoce rivales que le disputen mi compañía.
Así es que, ya sabes ¡Sería tan bueno que me escribieras algo en el blog.
¿Cómo no va a haber un cuento o un poema que siquiera sea digno de discusión?
Prefiero que lo encuentres malo, que lo hagas pedazo antes de saber que no lo has leído.
Quizás tú también alguna vez supiste como es andar con La Señora de  gris pegada a los talones, esperando tus indeseadas confidencias y guiñándote el ojo con la complicidad que une a los abandonados.  

SU ESPALDA EN LA OSCURIDAD. Cuento

Era a principios del setenta y tres. Yo no entendía bien lo que pasaba, pero en la calle había gritos y desórdenes y al final, no nos mandaban al colegio. Mi papá dijo que mejor nos íbamos a Perú, que en Lima le habían ofrecido trabajo.
Allá todo era distinto, más tranquilo, y al principio las cosas iban bien.
Mi mamá, los Domingos hacía empanadas, para que nos acordáramos de Chile. Pero, después ya no hizo más y empezó a ponerse rara. Lo peor fue cuando le dio por salir de noche con la nana. -A tomar aire-decía. Pero volvían bien tarde, riéndose, y a veces traían una botella de pisco y se quedaban tomando en el comedor.
Mi papá se hacía el dormido. O a lo mejor dormía de veras, cansado de trabajar todo el día. Pero lo cierto es que nunca le dijo nada.
Después llegaron noticias de Chile. Allende había muerto y los militares estaban ordenando el país. El papá estaba contento. -Ahora podemos volver-decía y se notaba que creía que todo se iba a arreglar.
Una tía nos había cuidado la casa y estaba igual de linda, con el patio lleno de plantas y a mí hasta el cielo me parecía más bonito que el que veíamos en Perú.
Pero, en las tardes, cuando volvíamos del colegio, mi mamá estaba encerrada en su pieza y la nana decía que no teníamos que molestarla.
Nos servía la once y mientras la tomábamos nos quedaba mirando como con lástima y desprecio. Una mirada que a mí me hacía mal.
Al principio venían las amigas de mi mamá y se reían harto. Pero la que más se reía era ella con esa risa que tenía ahora, que no paraba nunca y a veces terminaba en llanto.
Un día vino la tía Paula y se encerraron en el dormitorio. Oí que le gritaba:
¡No puedes seguir así!
Y después un ruido de vidrios rotos. ¿Sería la botella de pisco que siempre estaba en el velador?
Mi papá llegaba bien tarde y se sentaba a fumar en el living.
Yo obligaba a mi hermana chica a que hiciera las tareas, por si él le preguntaba, Pero nunca se las pidió.
Hasta que una noche oí gritos en el dormitorio. Desde el pasillo oscuro vi a mi papá salir con una maleta.
Corrí tras él y me agarré a su chaqueta llorando.
-¡Papito, no te vayas!
Pero él se soltó y lo último que vi fue su espalda perdiéndose en la oscuridad de la calle.
Tiempo después a mi mamá la internaron y mi papá volvió a la casa. Pero estaba indiferente y apenas nos miraba. Era como si siempre nos estuviera volviendo la espalda.
Aunque estuviera frente a mí, yo creía ver su espalda perdiéndose en la oscuridad como aquella noche. Y se me iba formando adentro como un grito silencioso que me desgarraba el pecho:
¡No te vayas, papá!

NOSTALGIA. Poema

Firme a mi corazón quisiera atarte.
¡No te vayas volando hacia el olvido!
Y dime que podré siempre mirarte
desde El país de Ayer en que he vivido.

Aunque la niebla se vaya haciendo espesa,
creo que no podrá borrar tu cara.
Con papel de mis versos haré un barco
para cruzar el mar que nos separa.

Tejida de nostalgia haré la vela
y que el viento la empuje con presteza.
Espérame en tu puerto, que algún día
tú me verás llegar con mi tristeza.