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domingo, 24 de noviembre de 2019

EL REGRESO DE PABLO.

A media tarde empezó a caer una densa niebla , acortando el día y apresurando el anochecer.
Elisa estaba inquieta. Hacía unas horas que Pablo había partido con sus compañeros en el bus que los llevaría a la mina. Era una rutina vivida ya muchas veces, pero ahora se sentía angustiada, sin saber por qué.
Cruzó la verja de la casa y salió al camino. Tiritó envuelta en su delgada chaqueta, mientras la niebla le dejaba en la piel de la cara, una frialdad viscosa.
A lo lejos ladró un perro y luego la calle volvió a quedar en silencio.
En la penumbra, se recortó la silueta de un hombre que caminaba hacia ella.  El sonido de sus pasos le pareció familiar y extrañada, reconoció a Pablo.
-¿Tú? Pero ¿ qué estás haciendo aquí? ¿ Pasó algo?
-Hubo un accidente- balbuceó él y se abrazó a Elisa, aferrándose a ella con violencia.
Ella notó que tiritaba y lo oprimió contra su cuerpo para darle calor, pero supo que no temblaba de frío sino de espanto.
- Pablo, por Dios ¡ dime qué pasó!  ¡ cuéntame!
-Se cayó el bus al barranco...
-  Y  tú,  ¿como saliste?
-No sé...Parece que salté, porque lo vi todo desde arriba. El bus se partió en dos y quedó despedazado  entre las rocas. Estuve ahí un rato,  esperando oír gritos, pero no escuché nada...¡ Murieron todos, Elisa!  ¡ No se salvó nadie!
-¿ Buscaste ayuda?
-Caminé horas sin encontrar a nadie. No pensaba en nada, solo quería venir a estar contigo. No recuerdo más...
Estalló en llanto, hundiendo la cara en el pecho de Elisa.
-Vamos a la casa, mi amor. Necesitas tomar algo caliente. Estás conmocionado.
Lo tomó firmemente y lo guió sosteniéndolo, porque él tropezaba a cada momento, como si no tuviera fuerza en sus piernas.
En la casa puso a hervir agua para prepararle té, pero Pablo no quiso tomar nada. Dijo que estaba muy cansado y se echó sobre la cama, sin desvestirse.
-Solo quería venir a estar contigo, Elisa...
Repitió lo mismo varias veces, con tono monocorde, hasta que se durmió.
Ella pasó la noche en una silla de la cocina.  No quiso acostarse a su lado, para no despertarlo.
Se quedó tomando té y a ratos dormitando, arropada en un chal, hasta que amaneció.
 En la fría mañana de invierno, eran ya las siete, pero seguía oscuro. Jirones de niebla se pegaban a los cristales de la ventana.
Entonces puso la radio con el volumen bajo. Estaban hablando del accidente.
- Murieron todos los mineros- decía el locutor- A continuación va la lista de los fallecidos.
Cuando escuchó el nombre de Pablo, Elisa dio un grito y corrió hasta el dormitorio.
Iluminada por la primera luz del alba, vio la cama vacía. En la almohada donde la noche anterior había visto reposar la cabeza de él, no había ni una huella.

El teléfono empezó a sonar con insistencia. Sonó largo rato, pero Elisa pensó que daba lo mismo si contestaba o no.


domingo, 17 de noviembre de 2019

LA BUFANDA GRIS.

Cuando Laura volvió esa tarde a su casa, se extrañó de ver a una señora sentada en el salón, tejiendo a palillo.Llevaba un abrigo gris que casi la envolvía por completo.
Supuso que era una amiga de su mamá y entró a la cocina a preguntarle.
-  Mamá ¿ quién es esa señora que está en el salón, tejiendo?
-¿ Cual señora?  No hay nadie, que yo sepa- le respondió ella, sorprendida.
-Pero ¡ cómo!  Si tú la tienes que haber hecho pasar...
Fueron juntas al salón, a cerciorarse. Allí estaba la señora, que ni siquiera levantó los ojos de su labor. Tejía una larga bufanda gris, que se iba enrollando sobre su regazo.
-Te dije que aquí no hay nadie, porfiada- exclamó su mamá, riendo.
Laura comprendió que solo ella la veía y guardó silencio.
 Su mamá se sentó en un sillón, frente al televisor encendido. Laura, por su parte, extendió sobre la mesa las pruebas escritas de sus alumnos y se puso a corregirlas.
De vez en cuando, levantaba la vista para mirar a la silenciosa tejedora. Ella también le devolvía la mirada sin sonreír y parecía decirle:
-Es a tí a quién he venido a ver ¿ No lo entiendes?
Con el trascurso de los días, Laura se acostumbró a su presencia y una tarde en que su mamá estaba ausente, se atrevió a interrogarla:
-¿ Como se llama usted?
-  Mi nombre es Amargura. ¿ Como es que no lo sabes ?
-¿  Y por qué tendría que saberlo?
- Porque tú me invitaste a venir y me elegiste por compañera.
Laura se quedó en silencio, mirando  esas manos que tejían sin descanso. Ya la bufanda rozaba el suelo y sin embargo,  la mujer vestida de gris no interrumpía su labor.
-¿ Para quién está tejiendo esa bufanda?- le preguntó.
-Para tí, que siempre andas encogida como si tuvieras frío.
Laura no respondió y se fue a su habitación. Allí se tendió en su cama y se puso a pensar en el desierto sin horizontes en que se había convertido su vida.
El único hombre a quién había querido de verdad, la había traicionado. Desde entonces, había perdido la confianza en  las personas que la rodeaban. Se había apartado de todos, cerrando su corazón a cualquier amistad. Si algún hombre le demostraba interés, retrocedía , erizada como un gato. No podía creer que alguien fuera sincero y leal con ella.
A su mente acudió la imagen de Pablo, el nuevo profesor que había llegado al Liceo. En el patio se había acercado a ella un par de veces, tratando de iniciar una conversación, pero Laura le había contestado con secos monosílabos.
Se levantó de la cama y se miró en el espejo. Comprobó que aún  conservaba el atractivo de su juventud, aunque su boca se crispaba sin querer con un rictus de amargura.
Sintió que aún tenía tiempo de abrir una brecha en la muralla de soledad que ella misma había edificado a su alrededor.
Se soltó el pelo, hasta entonces amarrado en la nuca en un moño sin gracia. Lo extendió alrededor de su cara y notó que ese cambio la rejuvenecía. Pensó en la blusa que su mamá le había regalado y que no se había probado siquiera...
Al otro día, se acercó a Pablo en el patio, a la hora del recreo.
-¿ Te has acostumbrado a tu curso? ¿ Se portan bien los chiquillos?
El la miró sorprendido al notar su cambio de actitud. Luego, sus ojos le dijeron que la blusa nueva y el peinado le sentaban muy bien...
Se pusieron a conversar animadamente y el toque de la campana los hizo sentir que las cosas habían quedado inconclusas, que tenían mucho de qué hablar todavía.
Esa tarde, a la salida de clases, Laura lo invitó a su casa a tomar un café. No le preocupaba la mujer de gris que tejía en el salón. ¡ Total, ella era la única que la veía!
Cuando entraron , notó que estaba sentada ahí, como siempre. Ella levantó la mirada de su tejido, con aire de sorpresa y esta vez sonrió.
Empezó a enrollar la bufanda que tenía en el regazo, recogió los palillos y silenciosamente se dirigió a la puerta. Antes de salir, le hizo un gesto de complicidad satisfecha.

Nunca más la volvió a ver.


domingo, 10 de noviembre de 2019

RESABIOS DE HALLOWEEN.

Era la noche de Halloween, pero Mariela estaba sentada frente a su computador, haciendo una tarea de Estadística.
Oía pasar grupos de disfrazados, tocando cornetas, rumbo a alguna fiesta en el barrio.  Era tarde y los últimos niños que pedían dulces, se habían ido a dormir hacía rato.
Agotada, apagó la lámpara del escritorio y se quedó sentada en la bienhechora oscuridad. Le dolía la espalda y se estiró, tratando de relajarse.
Entonces vio una pequeña brasa roja ardiendo en la sombra que rodeaba el sillón y un hilo de humo que subía, manoteando en las tinieblas.
-¿ Quién está ahí?- gritó alarmada.
Encendió la lámpara y vio a un hombre enmascarado que fumaba, recostado en el respaldo.
-Y usted ¿cómo entró?- le preguntó enojada. Por la máscara, dedujo de inmediato que era uno de los que andaban celebrando Halloween.
-Perdone- respondió el enfiestado, con toda calma- Andaba paseando por aquí y vi encendida la luz de su departamento. Me dieron ganas de entrar a fumarme un cigarrillo.
-Eso no explica que haya entrado sin usar la puerta ¿ no cree?
-Es que soy un fantasma y eso me simplifica mucho las cosas.
Mariela no se asustó. Le habría dado  más miedo que fuera un vivo que hubiera entrado a saquear...
-¡ Ah!  Un fantasma. ¿ Y qué le trae por estos barrios?
-No se olvide que es noche de Halloween.  Los difuntos aprovechamos siempre la ocasión para venir a dar una vueltecita. Nostalgia la llaman, qué quiere que le diga...Además, entre tanto zombie de mentira pasamos desapercibidos.
-¿Y como te llamas?- le preguntó Mariela, que decidió tutearlo para entrar en confianza.
-Cuando morí, me llamaba Juan Carlos y tenía veintiocho años. Bueno, los sigo teniendo, porque ya las tortas con velitas se acabaron para mí. Las últimas velas que tuve fueron las de mi funeral.
Se levantó del sillón y cortesmente, apagó la colilla del cigarro en un cenicero.
-Me gustaría ir a bailar un rato a la discoteca de la esquina. ¿ Te gustaría acompañarme?
-Es que no tengo disfraz...
-No importa. Échate harina en la cara, píntate un chorreo de sangre en la boca y quedarás automáticamente incorporada al gremio de los vampiros.
 Mariela se puso su vestido negro y partieron sin demora a la discoteca.
Apenas llegados, el fantasma la tomó en sus brazos y se lanzaron a la pista. Bailaba muy bien y era tan liviano que parecía que no tenía cuerpo...Lo cual, después de todo, era cierto.
En el baño, Mariela se encontró con su amiga Paula.
-¡ Que regio el tipo con que viniste!  ¡ Como de otro mundo!  ¿ De donde lo sacaste?
Mariela no contestó porque no se le ocurrió qué decir y Paula la miró enojada:
-¡ Egoísta!  ¡ Ni que te lo fuera a levantar!
La noche corrió rápida, como un río de champaña que se va por el desague.
Cuando empezó a amanecer, el fantasma la tomó por el codo con su mano enguantada y le dijo:
-Me tengo que ir. Si no, en el cementerio no me van a dar permiso para salir este otro año. No puedo abusar....
Frente a la puerta de su edificio, Mariela le pidió:
-¿ Podrías quitarte la máscara?  Me gustaría conocerte mejor.
El vaciló un momento y luego, con un gesto de disgusto, se quitó la máscara y la tiró a la cuneta.
Mariela vio entonces que sobre el cuello de su camisa no había nada. Solo la  silueta de un farol  todavía encendido en la luz sucia del amanecer.
La invadió una tristeza infinita y le tendió sus brazos en una muda disculpa.
El recogió la máscara y se la puso. De inmediato recuperó su identidad.
-Nos vemos el próximo halloween- dijo con soltura y se alejó calle abajo sin mirar atrás.

En la esquina, se detuvo para encender otro cigarrillo. ¡ Total, a esas alturas, el peligro de cáncer lo tenía sin cuidado!


domingo, 3 de noviembre de 2019

UNA APUESTA EN HALLOWEEN.

Rubén se arrepentía tanto de haber aceptado la apuesta...  ¡Tenía que haber sido idea de Nestor! ¡ Siempre dándoselas de ingenioso y arreglándose para quedar al margen y que fueran otros los perjudicados! 
Más que todo, le habían hecho caso  porque no tenían nada que hacer la noche de Halloween.  Estaban aburridos de disfrazarse de zombies y de ir a bailar a la discoteca. ¡ Siempre lo mismo!  Había que probar algo nuevo...
Entonces Néstor les propuso hacer un sorteo.  El perdedor tendría que pasar la noche en el cementerio.
Y fue Rubén el que sacó la pajita más corta.  ¡ Cuando no, si tenía tan mala suerte!
-¡ Apuesto que no te atreves!- lo desafió Néstor.
Tuvo que disimular el miedo para que no lo trataran de gallina.
Lo fueron a dejar hasta la misma puerta, evitando así que  hiciera alguna trampa.
-¡ Está cerrado!- exclamó Rubén, con indecible alivio.
-¡ No creas que te libraste tan fácil!- se burló Nestor- Aquí faltan unos barrotes en la reja y te puedes meter...
Lo hicieron pasar por el agujero, empujándolo hacia adentro sin piedad.
-¡ Ya, Rubén!  Aquí te vamos a estar esperando cuando amanezca y no creas que nos vas a poder hacer tontos.
Se vio caminando entre las tumbas, helado de terror, mientras la luna lo miraba, amarilla y fría como la cara de un muerto.
Lo invadió una angustia sorda y fuertes escalofríos empezaron a sacudirlo a intervalos.
La hilera de lápidas se recortaba bajo la luz de la luna y a Rubén le recordaba la dentadura de una calavera . Todo se confabulaba para acrecentar su terror:  un viento helado que hacía crujir las ramas de los cipreses y el grito ronco de un pájaro , que a ratos, cortaba en dos la noche.
-¡ NO tengo miedo! ¡ No tengo miedo!- repetía Rubén en voz alta- ¡ Los fantasmas no existen!  Si me encuentro con un vivo, ahí sí que sería grave. Seguro me mata para quitarme el celular...
Siguió caminando con paso más firme, hasta que de pronto vio una figura sentada sobre una tumba.
Al principio creyó que era un ángel de piedra, de esos que ponen para velar el sueño de los muertos. Pero, al acercarse, vio que se trataba de un joven.
Estaba encogido y con la cabeza baja.
-¿ Qué t pasó, amigo? - le preguntó Rubén- ¿ Tú también hiciste alguna apuesta?
-Sí- respondió el muchacho, con un susurro apenas audible.
Cuando levantó la cara, Rubén notó que estaba pálido como un cadáver.
Para darle ánimo, se sentó a su lado sobre la sepultura. Lo sobresaltó el olor turbio que despedía, como a tierra mojada y podredumbre.
Este pobre debe llevar horas aquí, pensó, porque ya se le pegó la fetidez del cementerio.
-¡ No te aflijas!- lo animó- Conversando, el tiempo se nos pasará rápido...Yo, apenas aclare me largo  ¿ y tú?
-Yo me tengo que quedar aquí.
-Pero ¿ acaso no apostaste pasar la noche en el cementerio y nada más?
-No. Yo aposté en en juego de la ruleta rusa y perdí. ¿ Ves?
Y apartando un mechón de pelo pegajoso que le cubría la sien, le mostró un agujero redondo, ennegrecido por la pólvora.
Rubén dio un salto y no paró de correr hasta que llegó a la reja.
Empezaba a amanecer y una luz lechosa hacía nítidos los contornos de las cosas.
Se deslizó por entre los barrotes y salió a la calle.  No había nadie esperándolo.

-¡ Traidores!- exclamó rabioso- ¡ Seguro que se fueron a bailar a la discoteca!