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domingo, 30 de octubre de 2016

LA OTRA CIUDAD.

Joel iba manejando su modesto automóvil por una carretera secundaria, cuando al llegar a un cruce, vio que La Muerte venía en su Mercedes Benz, a toda velocidad, por la avda principal.
No hubo manera de evitar el choque.
Ya estaba muerto un segundo después de que el volante se le hubiera incrustado en las costillas.
Pero, alcanzó a oír un crujido como el que se produce al pisar una caja de fósforos vacía o una cáscara de huevo....Su corazón rechinó, borboteó, se saltó un par de latidos y después pareció decir: ¡ al diablo con todo! y se paró definitivamente.
Largo rato después, llegó la ambulancia y Joel vio a dos tipos fornidos llevarse en una camilla lo que quedaba de su cuerpo.
Se sentía liviano y fresco.
Comprendió que La Muerte le había quitado el envoltorio y había dejado su espíritu en contacto directo con el aire un poco frío de esa tarde de Otoño.
Como un caramelo al que se le saca el papel...
También había llegado un coche patrullero y por una hora hubo mucha actividad alrededor del árbol donde el auto de Joel permanecía incrustado.
El lo observaba todo desde el matorral tras el cual se había refugiado. No le cabía duda de que estaba muerto, pero no tenía ninguna pista acerca de lo que vendría a continuación...
¿ Qué hacían los muertos después que se morían?
Le resultaba sorprendente y bastante incómodo seguir sintiéndose vivo y no saber qué hacer ni a dónde ir.
Cuando todos se hubieron retirado, salió de su escondite y echó a andar por la carretera. Trató de hacer auto stop, pero nadie le hizo caso.
-¡ Está claro  que no me ven! - reflexionó Joel  y siguió caminando sin sentir ningún cansancio. ¡ Lo bueno de no tener cuerpo era que no le dolían los pies!
Al llegar a la ciudad, quedó sorprendido. No era la misma que había dejado por la mañana. Era una ciudad diferente, superpuesta sobre la otra. Coexistiendo en el mismo sitio, pero libre de las imposiciones del tiempo y del espacio.
Reconoció la calle por la que iba caminando y comprendió que se encontraba en el barrio de su infancia.
Enfiló rumbo a la casa donde había vivido con sus padres, aunque sabía de sobra que la habían demolido allá por los años ochenta...Pero de lejos la vio, flamante y como recién pintada. Siempre blanca y con sus persianas color marrón.
Se acercó emocionado y pensó en qué pasaría si tocaba el timbre. En ese instante, se abrió la puerta y salió su mamá. Llevaba un vestido de entre casa y apretaba en su mano la infaltable chaucherita de cuero sintético, siempre un poco vacía, a tono con los malos tiempos...
Al ver a Joel, exclamó, entre contenta y enojada:
-¡ Hijito !  No deberías estar aquí. ¡ Devuélvete por donde viniste!  Ya sabes que a tu papá no le gusta que dejes las cosas a medio hacer...Ni la vida a medio vivir.
-¡ Lo siento mamá!  Te aseguro que no fue culpa mía...¡ No me retes! ¡ Estoy tan contento de volver a verte !
    Su mamá lo besó enternecida y siguió caminando.
-¿ A donde vas, mamá?
-A comprar pan.
-¿ Y para qué ?   Se supone que ahora no comemos  ¿no?
-No es para nosotros, tontito. Es para las palomas.
-¿ Que aquí también hay palomas?
-¡ Claro que sí ! Esta es otra ciudad, pero el cielo es el mismo ¿ no ves?
Joel elevó la mirada por sobre los techos y vio el cielo azul salpicado de redondas nubecitas blancas, como si Dios hubiera sacado a pastar su rebaño de ovejas.
En la plaza, desmigaron el pan y de inmediato llegó una bandada de palomas, chocando entre ellas, dándose aletazos y subiendo a las mismas rodillas de su mamá.
-¡ Es evidente que ellas sí nos ven!- pensó Joel, ya más asimilado a su nueva situación.
Había varias personas sentadas en los bancos. Otros caminaban entre los árboles, conversando.
Por el medio de la plaza vieron llegar a su padre. No pareció muy sorprendido de ver a Joel.
-¡ Hola, hijo!- lo saludó con tono solemne y le estrechó la mano. Después señaló un tablero de ajedrez que llevaba bajo el brazo.
-Más tarde jugamos una partidita ¿ te parece ?
El campanario de la iglesia dio las siete, pero ninguno de ellos se movió.  Allí el tiempo no importaba. Nadie tenía apuro por ir a ninguna parte.
Se quedaron sentados tranquilamente, mirando como los últimos rayos del sol centelleaban sobre el agua de la pileta.
Los árboles parecían envueltos en una neblina de oro.   


domingo, 23 de octubre de 2016

NAUA.

Una mañana, muy temprano, cuando los rayos del sol calentaban apenas, a Julio le dieron ganas de ir a nadar.
La playa estaba desierta. Las olas morían en la arena con suave rumor y en alta mar, el agua resplandecía como un cofre de esmeraldas vaciado por las manos de Dios.
Se adentró un poco en la corriente, tiritando de frío,  pero se sintió vivificado y bien despierto.
Notó que no estaba solo. Una mujer nadaba más allá de  unas rocas y el rítmico movimiento de sus brazos la iba acercando a él.
Cuando estuvo a su lado, le sonrió con espontaneidad y Julio se animó a saludarla.
-¿ También madrugaste? - le preguntó.
Ella se rió sin responder y nadó mar adentro. Julio la siguió, impactado por su belleza.
Tenía la piel de un blanco nacarado, como si nunca se expusiera a los rayos del sol y su pelo,  rubio pálido, se esparcía sobre el agua, semejante a  un manojo de algas.
Nadaron largo rato sin hablar. Cuando Julio le preguntó su nombre, ella dijo llamarse Naua.
-¡ Qué extraño nombre! -comentó Julio- Parece el de una princesa de cuento de hadas.
Por la posición del sol, notó que se había hecho tarde.
-¡ Debo irme!  Me esperan en la oficina. ¿ Vendrás a nadar mañana?
Ella asintió y se recostó lánguidamente contra una roca en la cual reposaba una bandada de gaviotas. Ninguna se alarmó con la cercanía de Naua.
-¡ Parece que te conocen!- exclamó Julio- ¿ O será que tienes algún poder especial?
Apesadumbrado por tener que dejarla, nadó hasta la orilla. Ella no hizo ademán de seguirlo.
Al día siguiente despertó al alba, impaciente por verla otra vez.
De lejos la divisó tendida en la playa. Tenía la cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados y había cubierto el resto de su cuerpo con arena.
-¡ Cúbrete tú también! - le sugirió al verlo- ¡La arena está tibia y deliciosa!
Julio la obedeció y se tendió a su lado.
Hablaron poco. La mayor parte del tiempo permanecieron con los ojos cerrados, disfrutando de los rayos del sol.
Naua no parecía muy deseosa de hablar de sí misma. Sólo le dijo que vivía cerca de ahí y que en  las mañanas iba a nadar a la misma playa.
Cuando Julio se despidió para ir a su trabajo, ella no se movió de su posición sobre la arena.
Empezaron a verse todos los días.
Julio se sentía enamorado. Más bien hechizado.
Deseaba saber más de su vida, pero ella se mostraba siempre reservada. Muchas veces, se reía sin contestar a sus preguntas y nadaba lejos de él, rehuyéndolo.
Un día, julio no resistió más la fuerza de su pasión y le dijo que la amaba.
Trató de abrazarla, pero ella se escurrió como un pez y se sumergió, no dejándose ver por un minuto o dos.
Cuando emergió, se veía seria y triste.
-¡ No puede ser, Julio! Lo lamento. Es mejor que te vayas ahora...Déjame  sola, por favor.
Julio, herido y humillado por su rechazo, se apartó de ella y nadó hacia la orilla.
Desde lejos, la vio recostada en la misma roca llena de gaviotas, que parecían acariciarla con sus alas.
Ese día, no pudo trabajar. La veía en todo momento frente a él, jugando en las olas y riendo, con sus labios rojos como el coral.
Al atardecer, lleno de melancolía, dejó que sus pasos lo llevaran hasta la playa.
El sol iba descendiendo entre arreboles y parecía ansioso por sumergirse en el mar.
Desde lejos vio a Naua sentada sobre la roca.
Los rayos dorados envolvían su cuerpo, que él veía entero por primera vez. Entonces pudo comprobar lo que hacía tiempo había adivinado.
Sus piernas estaban cubiertas por una especie de apretada túnica de escamas plateadas y su pies eran dos aletas.
Desde el borde de la arena, donde moría la espuma, la llamó angustiado:
-¡ Naua!
Ella lo miró y una sonrisa misteriosa jugueteó en sus labios. A Julio le pareció que había un dejo de crueldad en ese gesto de su boca.
De pronto,  empezó a cantar.
Su canto se elevó por sobre el estruendo de las olas y era el sonido más maravilloso que Julio había escuchado jamás.
Pensó que era la voz de un ángel  o de una diosa de los abismos, porque ningún ser humano podría cantar así.
Su corazón latía muy despacio y se sentía débil, como si su cuerpo desfalleciera de amor.
El canto de Naua era un hilo dorado que lo iba envolviendo y lo amarraba, reteniéndolo en el borde del mar.
De pronto, sin dejar de cantar, ella abrió los brazos, como ansiosa de recibirlo en ellos.
El hilo dorado pareció tirar de él y sin vacilar, se arrojó de cabeza entre las olas.
Nadó largo rato, con los ojos fijos en la roca donde estaba ella. Pero le parecía que la veía cada vez más lejos y sus piernas, acalambradas , se negaba a seguir moviéndose.

Una ola lo sumergió y no tuvo fuerzas para salir a flote. Cerró los ojos y se dejó llevar por la fuerza que lo arrastraba hacia las profundidades.    


domingo, 16 de octubre de 2016

LA RUBIA EN EL BALCON.

Apenas empezó el semestre, Renato y varios compañeros formaron un grupo de estudio.
Susana, una de las niñas, ofreció su casa para que estudiaran los Sábados en la tarde.
Por la dirección que les dio, Renato se dio cuenta de que se trataba de uno de los barrios más exclusivos de la capital.  Se sintió inseguro, porque él era un muchacho de provincia, que vivía durante el año escolar en una pensión modesta, al otro extremo de la ciudad.
Tomó el Metro y luego tuvo que caminar varias cuadras, para ahorrarse el colectivo.
Desde lejos, vio que era una casa enorme, de dos pisos, rodeada de jardines. Las rosas trepadoras casi cubrían por completo la reja.
Iba a tocar el timbre, cuando miró por casualidad a una ventana del segundo piso y vio a una niña preciosa, de pelo rubio, que parecía estar mirándolo.
¿ Sería una hermana de Susana?
Una mucama de uniforme le abrió la puerta, pero Renato no alcanzó a sentirse cohibido, porque llegaron dos compañeros más y Susana salió a recibirlos con una sonrisa.
Subieron al segundo piso a estudiar en la biblioteca. A  cada instante Renato creía ver aparecer a la rubia del balcón. Pensaba que estaría muy cerca y que en algún momento, Susana la llamaría para presentársela. Pero pasó la tarde sin que nada de eso ocurriera.
Y Renato, en presencia de los otros compañeros, no se atrevió a preguntar nada.
El Sábado siguiente, la vio de nuevo. Notó que apoyaba la frente en el vidrio, como si escudriñara la calle, esperando a alguien.
Renato creyó sentir sus ojos fijos en él y vio en sus labios una sonrisa que parecía confirmarle que era a él a quién estaba esperando.
Llegaron los otros compañeros y se pusieron a estudiar de inmediato. Pero Renato se distraía continuamente creyendo escuchar un ruido o una voz provenientes de la pieza contigua.
En un descanso que hicieron para tomar café, se pusieron a hablar de sus familias y Susana se quejó de la soledad que representaba para ella ser hija única.
¿Quién era entonces la niña rubia?  ¿ Su prima, una amiga?  ¿ O era que se la había imaginado?
Bien sabía que no, pero de nuevo se sintió inhibido y no preguntó nada.
 El Sábado siguiente le quedó clara una cosa. Susana lo miraba con interés especial y coqueteaba con él. ¿ Como preguntarle por la otra sin parecer impertinente?
Pasaron la prueba de matemáticas con éxito y Susana lo invitó a él solo, un viernes, para que revisaran los ejercicios.
Al llegar a la casa, levantó la vista hacia la ventana, ansiosamente, pero no había nadie. Se sintió muy desanimado, porque había confiado en que esa sería una oportunidad única que se le presentaba para conocerla.  
Susana estaba muy locuaz y afectuosa. Pronto dejaron a un lado los cuadernos y se pusieron a conversar.
De pronto, ella puso su mano sobre la de Renato y mirándolo a los ojos, le dijo con sencillez:
-Renato, tú me gustas.
El se quedó callado y ella, al cabo de un momento, retiró su mano. Se la notaba turbada y sus mejillas enrojecieron.
Para disimular se levantó rápidamente y llamó a la mucama para que les llevara un café.
Renato se atrevió entonces a decirle:
-¿ Sabes, Susana?  Varias veces he visto en un balcón de tu casa a una niña rubia....Me imagino que será tu prima....Y me gustaría mucho conocerla.
Susana lo miró un momento, como si no entendiera y luego se puso a reír.
-¡ Así que te gustaría conocerla!  ¡ Claro!  ¿ Como no?
Abrió la puerta de la habitación vecina y lo condujo al interior.
Allí, sentada en un sillón, había una muñeca de tamaño natural.
- Me la trajo mi papá de París, cuando tenía once años. Le puse Coppelia. Ya sabes, por el ballet. Ese que trata de un mago que fabricó una muñeca y la sentó en el balcón. Todos los hombres del pueblo se enamoraban de ella y despreciaban el amor de las jóvenes de carne y huesos...

Y continuó riendo burlonamente, mientras Renato, rojo de humillación, contemplaba a la muñeca, que parecía devolverle la mirada con sus ojos de porcelana azul. 


domingo, 9 de octubre de 2016

LA AVENTURA DE MANUEL.

Cuando a uno le pasa algo inesperado que viene a perturbar su vida, lo primero que hace es rebelarse : ¿ Por qué a mí ?
Pero, en el caso de Manuel, era todo lo contrario. Sentía que en su vida jamás pasaba nada, ni bueno ni malo. Todas las cosas interesantes le ocurrían a los demás.
Hasta que vivió algo tan increíble, que no pudo contárselo a nadie, por temor a que lo tomaran por loco.
Fue una tarde en que había salido a pescar y como el mar estaba en calma y la pesca era floja, se quedó dormido.
 Fue muy lejos de la playa. El agua tenía un color azul profundo y hacia el horizonte, bandadas de gaviotas marcaban la presencia de alguna ballena que nadaba bajo  la superficie.
Manuel despertó con un violento chapoteo junto a la lancha y al principio creyó que había atrapado a un pez muy grande.    Pero, una mano muy blanca desenganchó el anzuelo enredado en sus cabellos...Que por cierto eran verdes...Y a continuación, se asomó por la borda una niña encantadora que lo miró sonriendo.
Lo primero que Manuel pensó fue que había naufragado en algún barco e inútilmente, buscó restos en los alrededores. No había nada. Y además, la niña no se veía ni asustada ni exhausta.
Le tendió la mano para ayudarla a subir a la lancha y entonces casi se desmayó. De la cintura hacia abajo tenía una cola cubierta de escamas relucientes.  ¡ Era una sirena !
Ella lo miraba con malicia y en un momento, pareció que iba a ponerse a cantar.
Manuel se aterró. Ya sabía lo que les pasaba a los hombres que escuchaban el canto de una sirena. ¡ Se lanzaban de cabeza al mar y se ahogaban sin remedio !
Así es que, lo más suavemente que pudo, la hizo callar cubriéndole los labios con su mano.
Ella lanzó una risita y se echó en el fondo de la lancha. Parecía querer decirle algo, pero era evidente que no podía hablar.
Manuel la miraba asombrado. Tenía los ojos y el pelo verdes como las algas y la piel tan blanca como el nácar. Era preciosa y no podía apartar los ojos de su cara.
Echó a andar el motor y rápidamente se dirigió a la playa. Anochecía ya y no había nadie que pudiera verlo.
Envolvió a la sirena en un trozo de lona y la llevó en los brazos a su casa, que no estaba lejos de la orilla.
Vivía solo y esta vez se alegró de no tener que darle explicaciones a nadie.
Llenó la tina del baño con agua de mar y la puso ahí, esperando que se acostumbrara a vivir con él.
¡ Se había enamorado sin remedio y sabía que si la escuchaba cantar, se volvería loco!  Afortunadamente, ella no hizo otro intento...Sólo se reía y para Manuel, era como escuchar música. En esa risa estaba el rumor de las olas y el soplo del viento sobre el mar.
A la mañana siguiente, se levantó al alba para ir a buscarle algo de comer.  ¡Seguramente tendría hambre!
En la puerta de su casa tropezó con un montón de gatos que maullaban frenéticos. Seguramente el olor de la cola de la sirena les había abierto el apetito....
Los ahuyentó a escobazos y partió al almacén a comprar unas latas de sardinas. Por el camino,  encontró a una vieja que vendía flores y le compró un ramo.
La sirena lo recibió con muestras de alegría y se comió las sardinas  en un segundo. Y como no sabía lo que eran, se comió también las flores.
Pero Manuel notó muy pronto que a su amada la consumía la nostalgia por el mar.
Se arrastraba fuera de la tina dejando un rastro de gua salada y se acodaba en la ventana, mirando la playa. El rumor de las olas y el grito de las gaviotas le arrancaban lágrimas silenciosas.
En las noches, cuando Manuel encendía la televisión, tratando de distraerla, le quitaba de la mano el control remoto y buscaba documentales que mostraran el océano.  Después se deslizaba hacia la tina y ahí lloraba hasta el amanecer.
Desolado, Manuel comprendió que tenía que dejarla partir.
Un anochecer, la envolvió otra vez en un trozo de lona y la llevó en la lancha hasta alta mar.
La sirena le rodeó el cuello con los brazos y trató de arrastrarlo al agua con ella.  Manuel se soltó como pudo, aunque por un instante se sintió tentado de hundirse en sus brazos. ¡ La amaba tanto!
Pero se sobrepuso y la sirena, después de mirarlo con tristeza, desapareció en el mar.
La melancolía lo puso enfermo y ya no quiso salir a pescar.
Muchas tardes fue a sentarse en la arena, con los ojos fijos en las olas. Esperaba que ella se asomara un instante siquiera...Lo devoraba la nostalgia de ese amor imposible.

¿ Cómo iba a hacer ahora para olvidar su aventura?  Hubiera querido no haberla conocido nunca. Y a menudo se preguntaba:  ¿ Por qué a mí ?  


domingo, 2 de octubre de 2016

LOS ZAPATOS DE JOSÉ.

Pedro y José habían pasado la tarde jugando tenis y como siempre, José había alternado cada jugada con quejas de todo y de todos, especialmente de su mujer.
-¡ No tienes idea de lo pesada que puede llegar a ser!- rezongaba- Siempre de mal humor, todo el tiempo haciéndome reproches...¡ No me dan ganas de volver a mi casa!
- Pero, José ¿ no tendrás tú un poco de culpa también en las desaveniencias?   Nunca te veo salir con  Isabel. Te quedas bebiendo en el Club hasta que llega la noche... Si fueras más gentil con ella, si le demostraras tu cariño...
-¡ Es que ya ni sé si la quiero!   Siento que perdí la ilusión...Todo lo mío le desagrada. ¡ Es probable que ella también haya dejado de amarme hace tiempo!
-  No te enojes, pero pienso que eres tú el que está fallando en esta relación. Yo conozco a Isabel y me consta que es dulce y encantadora.
-¡ Ja, ja!   No sabes de lo que estás hablando. No puedes ponerte en mi lugar.. .¡Solo si estuvieras en mis zapatos podrías entender lo que me pasa !
Terminaron de jugar y fueron al vestuario a cambiarse.  José estaba tan furioso que se dejó puestas las zapatillas y salió, olvidando sus zapatos en el casillero.
Pedro los miró un rato y se acordó de lo que su amigo le había dicho:
-¡ Tendrías que estar en mis zapatos para comprenderme!
En un impulso extraño , se los puso y automáticamente sus pies lo condujeron a la casa de José, sin que él pudiera dominarlos.
Cuando iba llegando, la puerta se abrió y apareció Isabel con cara afligida:
-¿ Otra vez vienes bebido?
Pedro comprendió que, a los ojos de Isabel, él era José. Al calzarse sus zapatos,  literalmente " se había puesto en su lugar."
Decidió seguir la corriente.
- ¡ No, Isabel!  Todo lo contrario...Me vine temprano para estar contigo. Quiero que nos tomemos una bebida, tranquilos los dos, para que conversemos.
Ella lo miró atónita, pero un resplandor de alegría apareció en sus ojos.
-¿Lo dices en serio?  Hace tanto tiempo que no conversamos...
Pedro entró y preparó unos cócteles. Luego se sentaron en el jardín y miraron rodar la luna por el cielo, como una moneda de plata.
-Sé que he sido poco comprensiva contigo, José- suspiró Isabel- He sido dura y te he criticado mucho, pero es que veo como te alejas de mí  y eso me hace sentir humillada y triste...
-¡No, Isabel!  ¡No me alejo de tí !  Sigo enamorado como el primer día en que nos vimos. Es preciso que los dos pongamos algo de nuestra parte para salvar esta relación.
Al ver la sonrisa de ella, confiada y feliz, Pedro sintió que ya había ayudado lo suficiente a su amigo y que era hora de devolverle los zapatos...
-¡ Se me quedaron los lentes en el Club!- mintió, tanteando sus bolsillos- Voy y vuelvo en seguida, mi amor.
Al entrar al Club, miró en dirección al bar y vio a José en una mesa, bebiendo con cara de amargado.
Pasó rápidamente en dirección a los camarines y devolvió los zapatos a su casillero. Se calzó los propios y salió sin que nadie lo viera.
Al rato, José entró y se los puso.  Mientras caminaba en dirección a su casa pensaba en el mal recibimiento que seguramente iba a darle Isabel.
-¡ Si al menos una vez me recibiera con amor !- exclamó, apesadumbrado- Sé que la quiero todavía y que estaría dispuesto a cambiar si ella fuera más cariñosa conmigo...
Abrió la puerta e Isabel se arrojó en sus brazos:
-¡ Mi vida! ¡ Qué alegría me da verte!  Sé que te habías ido hace poco rato, pero ya empezaba a echarte de menos...  
José la miró incrédulo, porque le constaba que había pasado toda la tarde y una parte de la noche lejos de su casa.

Pero decidió saborear el beso que ella le estaba dando, sin hacerle preguntas.