Una
mañana, muy temprano, cuando los rayos del sol calentaban apenas, a Julio le
dieron ganas de ir a nadar.
La
playa estaba desierta. Las olas morían en la arena con suave rumor y en alta
mar, el agua resplandecía como un cofre de esmeraldas vaciado por las manos de
Dios.
Se
adentró un poco en la corriente, tiritando de frío, pero se sintió vivificado y bien despierto.
Notó
que no estaba solo. Una mujer nadaba más allá de unas rocas y el rítmico movimiento de sus
brazos la iba acercando a él.
Cuando
estuvo a su lado, le sonrió con espontaneidad y Julio se animó a saludarla.
-¿
También madrugaste? - le preguntó.
Ella
se rió sin responder y nadó mar adentro. Julio la siguió, impactado por su belleza.
Tenía
la piel de un blanco nacarado, como si nunca se expusiera a los rayos del sol y
su pelo, rubio pálido, se esparcía sobre
el agua, semejante a un manojo de algas.
Nadaron
largo rato sin hablar. Cuando Julio le preguntó su nombre, ella dijo llamarse
Naua.
-¡
Qué extraño nombre! -comentó Julio- Parece el de una princesa de cuento de
hadas.
Por
la posición del sol, notó que se había hecho tarde.
-¡
Debo irme! Me esperan en la oficina. ¿
Vendrás a nadar mañana?
Ella
asintió y se recostó lánguidamente contra una roca en la cual reposaba una
bandada de gaviotas. Ninguna se alarmó con la cercanía de Naua.
-¡
Parece que te conocen!- exclamó Julio- ¿ O será que tienes algún poder
especial?
Apesadumbrado
por tener que dejarla, nadó hasta la orilla. Ella no hizo ademán de seguirlo.
Al
día siguiente despertó al alba, impaciente por verla otra vez.
De
lejos la divisó tendida en la playa. Tenía la cabeza apoyada sobre sus brazos
cruzados y había cubierto el resto de su cuerpo con arena.
-¡
Cúbrete tú también! - le sugirió al verlo- ¡La arena está tibia y deliciosa!
Julio
la obedeció y se tendió a su lado.
Hablaron
poco. La mayor parte del tiempo permanecieron con los ojos cerrados,
disfrutando de los rayos del sol.
Naua
no parecía muy deseosa de hablar de sí misma. Sólo le dijo que vivía cerca de
ahí y que en las mañanas iba a nadar a
la misma playa.
Cuando
Julio se despidió para ir a su trabajo, ella no se movió de su posición sobre
la arena.
Empezaron
a verse todos los días.
Julio
se sentía enamorado. Más bien hechizado.
Deseaba
saber más de su vida, pero ella se mostraba siempre reservada. Muchas veces, se
reía sin contestar a sus preguntas y nadaba lejos de él, rehuyéndolo.
Un
día, julio no resistió más la fuerza de su pasión y le dijo que la amaba.
Trató
de abrazarla, pero ella se escurrió como un pez y se sumergió, no dejándose ver
por un minuto o dos.
Cuando
emergió, se veía seria y triste.
-¡ No
puede ser, Julio! Lo lamento. Es mejor que te vayas ahora...Déjame sola, por favor.
Julio,
herido y humillado por su rechazo, se apartó de ella y nadó hacia la orilla.
Desde
lejos, la vio recostada en la misma roca llena de gaviotas, que parecían
acariciarla con sus alas.
Ese
día, no pudo trabajar. La veía en todo momento frente a él, jugando en las olas
y riendo, con sus labios rojos como el coral.
Al
atardecer, lleno de melancolía, dejó que sus pasos lo llevaran hasta la playa.
El
sol iba descendiendo entre arreboles y parecía ansioso por sumergirse en el
mar.
Desde
lejos vio a Naua sentada sobre la roca.
Los
rayos dorados envolvían su cuerpo, que él veía entero por primera vez. Entonces
pudo comprobar lo que hacía tiempo había adivinado.
Sus
piernas estaban cubiertas por una especie de apretada túnica de escamas
plateadas y su pies eran dos aletas.
Desde
el borde de la arena, donde moría la espuma, la llamó angustiado:
-¡
Naua!
Ella
lo miró y una sonrisa misteriosa jugueteó en sus labios. A Julio le pareció que
había un dejo de crueldad en ese gesto de su boca.
De
pronto, empezó a cantar.
Su
canto se elevó por sobre el estruendo de las olas y era el sonido más
maravilloso que Julio había escuchado jamás.
Pensó
que era la voz de un ángel o de una
diosa de los abismos, porque ningún ser humano podría cantar así.
Su
corazón latía muy despacio y se sentía débil, como si su cuerpo desfalleciera
de amor.
El
canto de Naua era un hilo dorado que lo iba envolviendo y lo amarraba,
reteniéndolo en el borde del mar.
De
pronto, sin dejar de cantar, ella abrió los brazos, como ansiosa de recibirlo
en ellos.
El
hilo dorado pareció tirar de él y sin vacilar, se arrojó de cabeza entre las
olas.
Nadó
largo rato, con los ojos fijos en la roca donde estaba ella. Pero le parecía
que la veía cada vez más lejos y sus piernas, acalambradas , se negaba a seguir
moviéndose.
Una
ola lo sumergió y no tuvo fuerzas para salir a flote. Cerró los ojos y se dejó
llevar por la fuerza que lo arrastraba hacia las profundidades.
Me gustó este cuento de sirena...
ResponderEliminaresa magia que hace que ese misterio nunca muera...
de hecho he escuchado historias en el campo, donde dicen que también han visto sirenas de río...
y otras cosas mágicas...
Lo malo es que el pobre amante es siempre el que pierde...o gana ...
no se, todo depende de como se mire...
abrazos amiga.
Amiga escritora,tus historias son nignas de editar en un libro de cuentos,es la que más me gusta
ResponderEliminarTe felicito por tu originalidad
Un fuerte abrazo
No debemos de olvidar que todos formamos parte de ese conjunto
ResponderEliminarQuerido Juan, no entendí tu comentario. ¿ De qué conjunto somos todos parte? ¿ Del conjunto de idiotas que se enamoran de sirenas? jaja
ResponderEliminarAmiga escritora,celebro te gusten las músicas de España,
ResponderEliminarel color de las castañuelas,no es muy normal,estas la compre en un comercio chino,las queria usar para mis fotografias
Un fuerte abrazo
Tu pasión son las letras,pero todavia queda dentro de tu personalidad,ese romatisismo que posee la pubertad.
ResponderEliminarCuando esas tierra pertenecian a España,creo que los españoles dejaron parte de sus genes.
Nuevamente tu comentário a esa fotografia,salieron de tus sentimiemtos de poeta
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