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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 30 de septiembre de 2018

HUMO EN TUS OJOS.

Cuando sonó el timbre de la puerta, Javier fue abrir y vio en el umbral a un gordo vestido de traje y corbata.
-Vengo de la Funeraria  "La Quita Penas".  Nos llamaron para organizar el sepelio de don Javier Arismendi.
-¡ Pero, si todavía no estoy muerto!- gritó Javier, consternado.
-Todos dicen lo mismo- suspiró el gordo, resignado pero un poco sarcástico.
Por si acaso, Javier se miró en el espejo del vestíbulo.  Y para su espanto, no se encontró.
En lugar de su imagen vio un delgado hilo de humo que flotaba en el espacio.
-¡ Debe ser mi espíritu!- comprendió de repente- Entonces, es verdad que estoy muerto...
 Ya sin argumentos, dejó entrar al gordo, que se notaba impaciente. Tras de él. entraron dos hombres portando un ataúd.
Rápidamente, pusieron en él los restos de Javier y lo llevaron hasta un carro mortuorio.
- Mi sentido pésame- murmuró el gordo y salió con ellos, sin mirar atrás.
Después del sobresalto inicial, Javier se sintió de pronto liviano como una pluma. Todos los pesares de este mundo lo habían abandonado y decidió gozar de su nueva libertad.
Lo primero que se le ocurrió fue ir a casa de su novia, Laurita.  Quería ver cuanto lo lloraba y si era posible, reconfortarla con alguna señal...
Al llegar a su casa, consideró innecesario tocar el timbre y se deslizó por el ojo de la cerradura.
En el salón estaba ella, vestida de negro, con la frente apoyada en el vidrio de la ventana. Hondos suspiros henchían su pecho...Aquel pecho turgente que había hecho desvelarse a Javier en noches de ensoñación erótica.
Cuando se preparaba a acercarse a Laurita, sonó el timbre de la puerta y ella se dirigió a abrir.
En el umbral  estaba parado el pelmazo de Seferino Almarza, perfumado y peinado con gel, como si viniera a una cita.
Javier se estremeció de rabia. ¿ Qué hacía allí su encarnizado rival?
-Vengo a darte el pésame por Javier. Sé que lo querías mucho- murmuró el pesado, con cara de circunstancia.
-Sí, es cierto- suspiró Laurita y cuando Javier ya se esponjaba emocionado, agregó dudosa- En realidad, lo quería sobre todo porque él me quería a mí. Creo que soy como la luna, que no tiene luz propia y solo refleja la luz del sol. Así soy yo...Únicamente puedo amar cuando me aman.
Seferino cayó re rodillas, presa de un frenesí apasionado y le tomó una mano, cubriéndola de besos.
- ¿ Y crees que podrías reflejar la luz de mi amor?  Sabes que te he amado con locura y solo por respeto a Javier no me atrevía a confesártelo...
Ella se puso pálida y por un momento su cara se pareció a la luna. Pero poco a poco se fue iluminando de un tenue resplandor rosado y abandonó su mano en la manaza de él.  ¡ Ya había encontrado otro sol que le prestara sus rayos!
Javier se retiró colérico. ¡ Qué poco le había durado la pena por su muerte!  Las mujeres son volubles y traicioneras, murmuró. ¡ Los amigos sí que saben ser fieles!
Y decidió ir al bar donde cada tarde se reunía con sus compinches.
Ahí estaban los cuatro, concentrados jugando poker, frente a sus respectivos vasos de cerveza.
-¡ Ya, pues, Pepe, te toca!
-¡No lo pienses tanto, animal!
Se acercó el mozo con un trapo sucio, enrollado en el brazo.
-¡ Chiss!  Yo creía que siquiera iban a guardar un minuto de silencio por su amigo que se murió ayer...
- Justamente, fue ayer. Hoy es otro día y la vida hay que seguir viviéndola.  Que descanse en paz, que yo quiero cansarme otro ratito...
De repente, el mozo vio un hilo de humo que flotaba sobre la mesa.
-¿ Quién estuvo fumando aquí?  Ya saben que está prohibido...
Se sacó el trapo del brazo y empezó a dar golpes en el aire, tratando de dispersar la humareda.
Javier escapó de un salto y se encontró de nuevo en la calle. Sintió que el viento lo arrastraba livianamente sobre los techos.
-¿ A  donde voy? - se preguntó desanimado- ¿ Qué hago ahora con mi  vida...quiero decir, con mi muerte?

 Pero poco duró su inquietud. Sin darse cuenta,  se fue incorporando suavemente al esmog que flotaba sobre la ciudad  y una lluvia otoñal lo diluyó.


domingo, 23 de septiembre de 2018

EL COLLAR DE PERLAS.

Paulina tenía nueve años cuando llegó Guacolda. La mandaron de una Agencia de empleos para que ayudara en los quehaceres de la casa. Venía del Sur y se peinaba con unas trenzas largas amarradas en la espalda con un cordón. 
Paulina no supo por qué, pero casi desde el principio, le tomó odio.  Tal vez fueron celos, porque su mamá le insistió mucho en que la tratara bien.  Además, aprovechando que podía dejarla con ella, salía  todas las tardes.  Cuando Paulina llegaba del colegio, encontraba  a Guacolda sola sentada en la cocina. De su mamá,  quedaba un vaho de perfume francés flotando en el dormitorio...
A Guacolda le encantaba escuchar la radio, sobre todo los programas de tangos.
Paulina llegaba en silencio y le desenchufaba el aparato, sin que se diera cuenta. La muchacha se quedaba como aturdida y empezaba a mover las perillas o a probar los interruptores creyendo que se había cortado la luz. Con una carcajada,Paulina corría a su dormitorio, para poder reírse más a gusto tirada sobre su cama...   
También se divertía en volver a ensuciar lo que Guacolda limpiaba. A penas la veía salir del baño, entraba con las manos sucias y las frotaba en el lavatorio y en la toalla recién cambiada.
Guacolda se daba cuenta de todo y la miraba con ojos tristes, pero nunca la acusaba. Callada, entraba al baño y limpiaba otra vez, con un aire de perro apaleado que a Paulina le daba más rabia todavía.
Su mamá  casi no paraba en la casa.  Ahora llegaba un auto azul y se estacionaba frente a la puerta, esperándola.
Su papá vivía en un departamento del centro y de vez en cuando,  llamaba por teléfono a Paulina para llevarla a comprarse ropa o a ver una película.
Ella le mentía diciendo que su mamá lo echaba mucho de menos, que no salía a ninguna parte y que lloraba todo el día.  - Papito, por favor vuelve a la casa- le rogaba, pero  él se quedaba callado y  se ponía a mirar el suelo, como si se le hubiera perdido algo.
Su mamá tenía un nuevo collar de perlas, que de seguro se lo había regalado el hombre del auto azul.
Se sentaba frente al espejo y acariciaba las perlas, una por una. Paulina la miraba y pensaba que nunca a ella le hacía cariño así.
Así es que decidió matar dos pájaros de un tiro. Dejar a su mamá sin el collar y lograr que despidiera a Guacolda.
Planeó esconder el collar en un lugar donde nadie pudiera encontrarlo, ni siquiera la policía.
Lo tenía en las manos cuando su mamá entró al dormitorio y sin saber qué hacer, lo tiró dentro de un florero.
La mamá llamó a Guacolda para que entrara a hacer la cama y botara las flores que ya estaban marchitas.
Paulina la vio salir del dormitorio con el jarrón, botar el agua en el fregadero y echar el resto en el cubo de la basura. Por supuesto, no se fijó que entre los tallos y las hojas podridas iba enredado el collar.
Como era de esperar, su mamá acusó a Guacolda de robo y estuvo largo rato interrogándola para saber qué había hecho con las perlas.
-¿ A quién se las entregaste, malvada?  ¿ Se las diste a alguien para que las vendiera?
Guacolda lloraba tanto que se ahogaba y al final,  por lástima o por ahorrarse el mal rato, su patrona no llamó a la policía.
-¡ Ándate mejor, mal agradecida!-  le gritó con rabia.
Paulina vio salir a Guacolda con su maleta vieja amarrada con un cordel. Llevaba los ojos rojos e hinchados y largos suspiros le estremecían el cuerpo.
Por un momento, Paulina pensó decir la verdad y rescatar el collar desde la basura. Pero, en ese momento llegó una niña del barrio  y la invitó a ir a jugar a su casa.
A la mamá la estaba esperando el auto azul estacionado a mitad de cuadra , así es que le dio permiso sin poner inconvenientes y las dos pasaron una tarde feliz.




domingo, 16 de septiembre de 2018

EL POZO DEL TIEMPO.

Carlos se sentía viejo y desencantado. Nadie en la Empresa en que trabajaba parecía tomar en cuenta sus sugerencias.  Quizás porque estaba rodeado de jóvenes que se sentían dueños del mundo  y que parecían venir de vuelta cuando él  recién empezaba a andar.
Le aterraba jubilarse y quedarse en un banco del parque alimentando a los pájaros. Pensaba que todavía podía ser útil y aportar ideas nuevas.
Un domingo se fue a pasear por el campo, masticando su melancolía. Iba tan distraído, que no miró donde pisaba y resbaló al interior de un pozo.
Estaba seco, pero era bastante  profundo y comprendió que no podría salir por sus propios medios.
Estuvo gritando un rato, pero solo le respondía el mugido de alguna vaca.
Alguien tendrá que pasar por aquí, pensó Carlos y decidió gritar cada cierto tiempo, por si acaso...Sentado en la tierra húmeda, veía pasar en lo alto unas nubes redondas y blancas, como pintadas en un decorado.  Cuando la luz empezó a disminuir y comprendió que anochecía, perdió la esperanza de que lo rescataran. Pero  gritó una vez más, pidiendo socorro.
Entonces, por el borde del pozo  se asomó un chiquillo pecoso llevando un sombrero de paja.
Era el vaquero que había ido a buscar su vaca, para llevarla al establo.
-¡ Tírame una soga! - gritó Carlos.
El niño lo miró un rato, como si le costara entender la situación, pero al fin le aseguró que iría a buscar ayuda.
Angustiado, Carlos lo vio desaparecer del  brocal. 
Pasó el tiempo y no vino nadie.  Agotado de tanto gritar, cerró los ojos y terminó por adormecerse.
Lo despertó el resplandor de la luna llena que, al iluminar las paredes del pozo, le mostró la entrada de un túnel.
¡ Qué raro!  se dijo Carlos. ¿ Como no lo había notado antes?  ¿  Y a donde irá a dar este pasaje?
Se echó a andar y le pareció que no salía nunca del estrecho conducto, en el que apenas cabía semi encorvado.  Pero, al final, el túnel se abrió y se trasformó en una llanura de pasto crecido. A lo lejos humeaba un volcán.
Asombrado, divisó en la distancia a un grupo de hombres peludos, vestidos con cueros de animales. Arrastraban penosamente por una colina, un bloque de piedra.
-¡ Pobres!- pensó Carlos- ¡ Todavía no han inventado la rueda!
Vio en el suelo un tronco delgado y con una piedra afilada cortó de él  dos rodajas. Se demoró mucho rato, pero cuando terminó de plasmar su idea, los cavernícolas seguían arrastrando el bloque colina arriba.
A gritos los llamó, mostrándoles las improvisadas ruedas que había fabricado.
Les mostró para qué servían, empujándolas por la tierra. Al principio no parecían entenderle, pero luego se avalanzaron sobre él y lo lanzaron por los aires, dando gritos de júbilo.
Esa noche se sentó con ellos junto al fuego. Observó que comían la carne cruda y adivinó que aún no se les había ocurrido cocinarla sobre las brasas.
Arrojó un trozo a las llamas y de inmediato un delicioso olor se expandió por el aire. Carlos lo retiró del fuego y con chasquidos de lengua y gruñidos, lo saboreó.
Esta vez, los cavernícolas entendieron al vuelo la sugerencia y al poco rato, todos masticaban con deleite.
Luego, lo lanzaron de nuevo por los aires y lo vitorearon a gritos.
Carlos recordó las miradas desdeñosas y las sonrisas escépticas de sus compañeros de oficina.
¡ Qué distinto era el respeto reverente que le manifestaban estos hombres comparado con la actitud de los vanidosos "milenials"  que creían saberlo todo!
Poco a poco les iré  transmitiendo mis conocimientos a estos melenudos -suspiró con satisfacción y se envolvió en una piel de mamut para pasar la noche junto a la hoguera.
Pero, lo sobresaltaron unos gritos.
-¡ Caballero!  ¡ Caballero!  ¡Despierte, que lo venimos a sacar! 
En el borde del pozo estaba el vaquero, acompañado de dos hombres que portaban una escalera.
-¡ Mejor me quedo aquí!-  alcanzó a gritar Carlos, pero luego miró las paredes del pozo y notó que no había ningún túnel.
Había tenido un sueño muy grato y ahora le  correspondía volver a la prosaica realidad.



domingo, 9 de septiembre de 2018

MEJOR NO VOLVER.

Mucha gente, después de morir, no se sentía feliz al llegar al cielo.
La verdad era que no se resignaban a haber muerto. Sentían que habían dejado cosas sin hacer, palabras sin pronunciar...¡ No era tiempo aún para dejar la tierra!
Les parecía que sus vidas habían sido demasiado cortas y querían volver para vivir otro poquito.
Así es que a un costado de la puerta celestial se habilitó una oficina para atender las quejas.
Era un ángel quien llenaba las fichas de los disconformes. Por supuesto, todos aducían motivos generosos para querer volver a la tierra. Cuidar a los padres ancianos, decir : te quiero a alguien a quién no se había sabido amar, hacer testamento a favor de algún pariente empobrecido... Ninguno habría reconocido que quería volver para vengarse de quién lo había ofendido o matar al que le había destrozado la vida.
Alina pidió regresar a la tierra porque amaba a su marido y no había alcanzado a vivir para amarlo lo suficiente. Solo tres años había alcanzado a estar a su lado y su amor había quedado a medio vaciar, como un pote de miel que amenaza con desbordarse.
-¡ Déjame volver!- le suplicó al ángel-Yo sé que el me amaba también y que me necesita.
El ángel sonrió conmovido y estampó su firma en el salvoconducto.
Segundos después, Alina se encontró en la estación del Metro. En medio de la multitud divisó a varios de los que habían estado en el cielo, pidiendo regresar. Un delicado resplandor azul que flotaba sobre sus cabezas los hacía reconocibles para quién compartía su secreto.  Era polvo del cielo, que se les había pegado en el pelo, sin que se dieran cuenta.
Alina corrió hasta su casa, empujada por la fuerza de su amor. Pero ¡ ay! por la ventana vio a su amado, acompañado por otra mujer. ¿ Tan luego la había reemplazado?
Con paso lento se volvió a la estación, sin saber a donde ir ni qué hacer ya con su vida recuperada.
En un banco vio a un hombre que se cubría la cara con las manos. Un tenue resplandor azul se filtraba por entre sus dedos.
-¿ Qué te pasó?- le preguntó Alina.
-Volví a mi casa- dijo el hombre- Quería ser otro, no el alcohólico que fui en mi vida anterior. Pensé que podría resarcir a mi mujer por tantos años de sufrimiento. Pero la vi cantando, mientras ponía la mesa, libre de esa mueca de miedo que tenía cuando me veía llegar. Los niños jugaban tranquilos, sin temor a los golpes...Comprendí que están mejor sin mí y que los haría desgraciados si volviera.
Mientras se contaban sus penas, vieron acercarse a un viejo que arrastraba los pies, desanimado. Su pelo resplandecía con un destello azul.
-¿ A ti también te fue mal? - le preguntaron.
-Llegué a mi casa. Iba feliz de volver a vivir un tiempo más junto a mis hijos- suspiró el anciano- Pero los ví en torno a la mesa, disputándose la herencia.  Mi hijo, el más joven, a quién yo adoraba, gritó con rabia:
-¡ Soportamos su avaricia tantos años!  ¡ Ahora nos llegó el tiempo de disfrutar!
Los tres se miraron en silencio, agobiados por su fracaso.
- ¿ Creen que el ángel nos recibirá de vuelta?- preguntó Alina.
- ¡Claro que sí!- le respondieron los otros-  Con solo mirarnos lo comprenderá todo...
Se encaminaron hacia el río. Rugía el agua turbia que arrastraba los deshechos de la ciudad hacia el mar.
Se cogieron de las manos y se internaron en la corriente.  Las olas los atraparon en sus brazos fríos y los sumergieron con rapidez.
Por unos instantes, sobre el agua flotó un tenue resplandor azul, pero se disipó en el aire sin que nadie alcanzara a notarlo. 




domingo, 2 de septiembre de 2018

UN ANGEL EN EL CLOSET.

Josefina había despertado recién, cuando por la ventana de su dormitorio entró un joven llevando una maleta.  Usaba un sombrero de ala ancha y un traje de corte muy anticuado.  Se sentó a los pies de su cama y suspiró con alivio, como si viniera llegando de un largo viaje. Luego le sonrió amistosamente y se quedó en silencio, sin darle ninguna explicación.
Ella lo miraba atónita.
Por un momento pensó que continuaba dormida y soñando. Pero no podía ser porque, al mismo tiempo le llegaban desde la cocina los ruidos que hacía su mamá preparando el desayuno. El reloj marcaba las siete y quince.
El joven pareció recordar  que la cortesía exigía que se quitara el sombrero y una espesa mata de cabellos dorados cayó sobre sus hombros. De inmediato, Josefina sospechó que era  un ángel.
-Perdón-le dijo, algo amoscada- ¿ Podrías explicarme, por favor...?
-Me escapé del cielo. Eso es todo- respondió él, con mucho desparpajo.
- Si de verdad eres un ángel  ¿ donde están tus alas?
El se quitó la chaqueta y un par de resplandecientes alas blancas se desplegaron con suave rumor, llenando una buena parte del dormitorio con su luz.
-Y, ¿por qué te escapaste del Cielo , si puede saberse ?
-La verdad es que estaba aburrido.  Allá no pasa nunca nada. No hay ni penas ni alegrías. Una Hermosa Nada, eso es el Cielo. Y a Dios no lo veíamos nunca...
- Pero  ¿donde está ?  ¿ Que acaso no vive ahí?
-Sí, pero el Cielo es tan grande...Cada cierto tiempo corría el rumor de que El se acercaba. Corríamos empujándonos unos a otros, para llegar a la nube de la cual surgía una música prodigiosa. Creo que era Mozart el que la tocaba...Pero, nunca alcanzábamos a verlo.  Solo una luz que brillaba a lo lejos y después se extinguía...
-¿ Y por eso te escapaste?
-No solo por eso. Fue por el vacío de no sufrir. Echaba de menos la incertidumbre de la Tierra. No quería esa felicidad rosada e insípida como los postres que sirven en el hospital...Quería volver a estar vivo.
-Pero , para haberte ido al cielo tendrás que estar muerto ¿ no?
-Bueno, pero no se me nota mucho . Y si me mezclo con la gente,   creo que pasaré desapercibido.
Josefina miró el reloj y le dijo que tenía que levantarse para ir al colegio.
-No querría ser descortés - agregó-  pero ¿ donde piensas quedarte?
-En tu closet podría ser ¿ no crees?
Josefina no estaba segura de que fuera una buena idea. Se imaginó a su mamá entrando más tarde a guardar la ropa lavada y pasando un susto tremendo ...No pudo evitar reírse ante la imagen.
Estuvo muy distraída toda la mañana en clases, pero cuando volvió en la tarde, su mamá estaba muy tranquila en la cocina picando tomates y el ángel no se veía por ninguna parte.
Al otro día lo vio sentado en un paradero de buses.  Llevaba la chaqueta muy abrochada y el sombrero calado hasta las cejas. Solo Josefina parecía notar el bulto en su espalda y los resplandores dorados que brotaban aquí y allá, bajo el ala de su sombrero...
-¿ A donde te diriges?- le preguntó en voz baja.
-Voy a buscarme un trabajo. Cuando vivía en la tierra era gasfiter y conservo todas mis habilidades. En mi maleta ando trayendo las herramientas de mi oficio.
-¿ Y crees que vas a poder quedarte en la Tierra para siempre?
-Ese " Para siempre"  solo existe en el Cielo y es lo que lo hace tan aburrido.  En cambio, aquí todo es " Mientras". Nunca sabes lo que pasará mañana y esa incertidumbre es lo más estimulante de la Vida...
Se subió al bus por la puerta trasera, porque no tenía con qué pagar su pasaje y como mucha gente hacía lo mismo, pasó inadvertido.
No volvió a saber de él...
Pero cada vez que se averiaba alguna cañería y su mamá exclamaba:  ¡ ¡Hay que llamar a un gasfiter!  Josefina temblaba de emoción esperando ver entrar por la puerta al ángel escapado del cielo...
Pero, eso nunca sucedió .