Paulina
tenía nueve años cuando llegó Guacolda. La mandaron de una Agencia de empleos
para que ayudara en los quehaceres de la casa. Venía del Sur y se peinaba con
unas trenzas largas amarradas en la espalda con un cordón.
Paulina
no supo por qué, pero casi desde el principio, le tomó odio. Tal vez fueron celos, porque su mamá le
insistió mucho en que la tratara bien.
Además, aprovechando que podía dejarla con ella, salía todas las tardes. Cuando Paulina llegaba del colegio,
encontraba a Guacolda sola sentada en la
cocina. De su mamá, quedaba un vaho de
perfume francés flotando en el dormitorio...
A
Guacolda le encantaba escuchar la radio, sobre todo los programas de tangos.
Paulina
llegaba en silencio y le desenchufaba el aparato, sin que se diera cuenta. La
muchacha se quedaba como aturdida y empezaba a mover las perillas o a probar
los interruptores creyendo que se había cortado la luz. Con una
carcajada,Paulina corría a su dormitorio, para poder reírse más a gusto tirada
sobre su cama...
También
se divertía en volver a ensuciar lo que Guacolda limpiaba. A penas la veía
salir del baño, entraba con las manos sucias y las frotaba en el lavatorio y en
la toalla recién cambiada.
Guacolda
se daba cuenta de todo y la miraba con ojos tristes, pero nunca la acusaba.
Callada, entraba al baño y limpiaba otra vez, con un aire de perro apaleado que
a Paulina le daba más rabia todavía.
Su
mamá casi no paraba en la casa. Ahora llegaba un auto azul y se estacionaba
frente a la puerta, esperándola.
Su
papá vivía en un departamento del centro y de vez en cuando, llamaba por teléfono a Paulina para llevarla
a comprarse ropa o a ver una película.
Ella
le mentía diciendo que su mamá lo echaba mucho de menos, que no salía a ninguna
parte y que lloraba todo el día. -
Papito, por favor vuelve a la casa- le rogaba, pero él se quedaba callado y se ponía a mirar el suelo, como si se le
hubiera perdido algo.
Su
mamá tenía un nuevo collar de perlas, que de seguro se lo había regalado el
hombre del auto azul.
Se
sentaba frente al espejo y acariciaba las perlas, una por una. Paulina la
miraba y pensaba que nunca a ella le hacía cariño así.
Así
es que decidió matar dos pájaros de un tiro. Dejar a su mamá sin el collar y
lograr que despidiera a Guacolda.
Planeó
esconder el collar en un lugar donde nadie pudiera encontrarlo, ni siquiera la
policía.
Lo
tenía en las manos cuando su mamá entró al dormitorio y sin saber qué hacer, lo
tiró dentro de un florero.
La
mamá llamó a Guacolda para que entrara a hacer la cama y botara las flores que
ya estaban marchitas.
Paulina
la vio salir del dormitorio con el jarrón, botar el agua en el fregadero y echar
el resto en el cubo de la basura. Por supuesto, no se fijó que entre los tallos
y las hojas podridas iba enredado el collar.
Como
era de esperar, su mamá acusó a Guacolda de robo y estuvo largo rato
interrogándola para saber qué había hecho con las perlas.
-¿ A
quién se las entregaste, malvada? ¿ Se
las diste a alguien para que las vendiera?
Guacolda
lloraba tanto que se ahogaba y al final,
por lástima o por ahorrarse el mal rato, su patrona no llamó a la
policía.
-¡
Ándate mejor, mal agradecida!- le gritó
con rabia.
Paulina vio salir a Guacolda con su maleta vieja amarrada con un cordel. Llevaba los
ojos rojos e hinchados y largos suspiros le estremecían el cuerpo.
Por
un momento, Paulina pensó decir la verdad y rescatar el collar desde la basura.
Pero, en ese momento llegó una niña del barrio
y la invitó a ir a jugar a su casa.
A la
mamá la estaba esperando el auto azul estacionado a mitad de cuadra , así es
que le dio permiso sin poner inconvenientes y las dos pasaron una tarde feliz.
Es una delicia leer tu cuento,tus fantasias superan a tu personalidad
ResponderEliminarNada que decir o mucho...
ResponderEliminarLos errores de los padres , la pagan siempre otros
en este caso la nana...y por hoy el colegio, los profesores a quienes acusan , los hacen culpables de no enseñarle a sus hijos e hijas...
Un desastre !
Pero bien por aquella mujer, que sale de ese círculo enfermizo.
Estés muy bien