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domingo, 28 de agosto de 2022

EL VIAJERO.

Ella lo vio salir con una maleta. Se había puesto su abrigo y su viejo sombrero de ala ancha.

-¿ A donde vas?

-Voy  "Allá".

-¿ " Allá"  donde?

-" Allá", donde está la Vida.  Aquí me siento prisionero. Me ahogan estas paredes.

Ella se quedó en silencio. No entendió lo que él quería decir, pero no se extrañó de su partida. Siempre supo que terminaría por abandonarla.

De a poco se habían ido rompiendo los lazos que los ataban. Ahora solo los mantenía unidos la costumbre, como una frazada gris que los envolvía sofocándolos.

Hacía tiempo que lo notaba ausente, sumergido en su introspección y no había podido atravesar el muro que se fue levantando entre ellos.

 Lo miró partir sin un gesto. La puerta se cerró sin ruido a sus espaldas. El la había sostenido hasta el último momento, para que no se golpeara contra el marco.  Tal vez pensó que esa partida silenciosa le haría menos daño a ella.

Pero, su precaución fue inútil, porque un ancho hueco de ausencia se abrió donde antes había estado su cuerpo. La vida de ella se volvió una laguna oscura a la que  iba arrojando las horas, como guijarros que se hundían sin dejar huella.

El partió libre y esperanzado. Caminó durante largo tiempo sin detenerse. Atravesó pueblos grises, envueltos en una niebla de humo o de melancolía. Ninguno de ellos era su meta.

Por fin, divisó a lo lejos la mole de una gran ciudad. Un alto muro la rodeaba y junto a la puerta vio parado un hombre.

-¿ Es esto " Allá" ?- le preguntó ilusionado.

-¡ Oh, no!  -le respondió el hombre, con un dejo de burla en su voz- " Allá " es mucho más lejos. No has recorrido ni un tercio del camino todavía.

-Y esta ciudad ¿ qué es?

-Esto es " Mientras".  Puedes descansar aquí, antes de continuar tu viaje.

A medida que se internaba en la masa gris de edificios, vio a mucha gente caminando delante de él. En sus caras brillaba débilmente la esperanza, como una brasa que crepita antes de extinguirse. 

Al día siguiente salió de la ciudad y siguió caminando sin descanso. Su espalda se fue encorvando y su pelo se volvió gris.  La incertidumbre lo agobiaba pero siguió andando sin alcanzar nunca la meta. Cuando creía distinguir a lo lejos la silueta de una ciudad, al acercarse comprobaba que era un espejismo. Los que marchaban junto a él se iban quedando atrás o se perdían en un recodo del camino.

Un anochecer, cuando creyó que ya no le quedaban fuerzas, entró por fin a una ciudad.

Las calles se veían oscuras y las puertas cerradas, pero vio brillar una luz tras el cristal de una ventana.

Golpeó la puerta y le abrió una mujer de ojos apagados.

-¿ He llegado por fin?  ¿ Es esto ""Allá" ?

No- suspiró ella- Este es el mismo lugar de donde partiste.

La miró sobresaltado y solo entonces reconoció a su mujer. En las arrugas de su cara, vio escrita una historia de soledad y abandono.

Se dejó caer a sus pies y hundiendo la cara en los pliegues de su falda, lloró largamente.





domingo, 21 de agosto de 2022

FUERZA MENTAL.

 Como era de esperar, el reloj despertador cumplió su cometido con despiadada puntualidad y lo arrojó de la cama, de cabeza a la lobreguez del día Lunes

Jorge se sintió cansado de antemano, al solo pensar en lo que le esperaba. Odiaba su trabajo y por sobre todo, odiaba a la gente con la que le tocaba trabajar. Empezando por Olguita, la secretaria, que cada mañana lo saludaba con una sonrisa:  ¡ Buenos días, Don Jorge!  ¿ Como amaneció?

A él, ese saludo le sonaba a pura hipocresía y le daban ganas de contestarle:  ¿ Y a usted, qué le importa?

A continuación, se enfrentaba con el corrillo de vendedores en torno a la máquina de café, fanfarroneando y felicitándose unos a otros, por los éxitos de la semana.  Se demoraban ahí por lo menos media hora, hasta que consideraban que ya era tiempo de honrar a algún cliente con su visita.  El resto del día, el ruido continuaba ensordecedor:  Los teléfonos, los cotilleos de las secretarias, la voz del jefe tronando desde su cubículo acristalado...A Jorge

se le antojaba estar metido en un avispero, cuyo zumbido le impedía concentrase en el trabajo. A media mañana, ya estaba de un humor de perros...

Hubo un momento en que dejó su escritorio y en el pasillo chocó con un auxiliar, que llevaba una taza de café. El muchacho tropezó y le vació parte del café en los zapatos. Jorge lanzó un rugido y con gusto le hubiera dado una cachetada. 

El auxiliar, afligido corrió a buscar una toalla de papel e hizo amago de limpiarle los zapatos, pero lo apartó de un empujón y se alejó rezongando. 

En la tarde, el mismo auxiliar entró tímidamente con un paquete. - Don Jorge, vinieron del club de lectores y le trajeron esto...¡ Ojalá sea interesante!

Se notaba que quería hacerse perdonar la torpeza de la mañana. Jorge desenvolvió el libro y vio que el título era " El poder de la Fuerza Mental".

-¡ Oh! Un amigo mío lo leyó- exclamó el auxiliar, asomándose por sobre su hombro- Me contó cosas asombrosas. Parece que si uno se concentra y pone toda la fuerza de su mente en algo, puede conseguir cualquier cosa que se proponga...

-¡Puras tonterías! -pensó Jorge, pero en el Metro se fue leyendo el libro y lo absorbió tanto que se pasó dos estaciones. ¡ Era increíble!  Daba ejemplo de personas que concentrándose, lograban que otras se plegaran a sus deseos. O fijando su atención en un solo objetivo y pensando en ello sin descanso, lo hacían realidad...¡ Era cosa de Fuerza mental y Concentración! 

Ya en su cama, con la luz apagada pensó:  Me voy a concentrar en una sola cosa: En hacer desaparecer de la oficina a todos los idiotas que ahí trabajan. ¡ No quiero tener que ver más sus caras ni oír sus risas de hienas!  Es lo único que deseo y en eso me voy a concentrar...

Y se durmió con la idea deliciosa de una oficina vacía, como un oasis de paz para él

solo. 

Cuando se levantó al otro día, ya no se acordaba y por eso fue que, al bajar del ascensor lo sobrecogió el silencio que reinaba en el pasillo.  En la oficina no había nadie.

Se quedó atónito y por unos segundos, no entendió lo que pasaba. Después se acordó de que se había dormido haciendo fuerza mental para que todos desaparecieran. ¡ Y lo había logrado!.

-¡ Qué maravillosa paz!  ¡ Qué silencio bienhechor!   Los escritorios vacíos...La oficina entera para mí ... 

En una hora despachó todo el trabajo acumulado. Después, no se le ocurrió qué más hacer. Se puso a pensar en la increíble proeza de su mente. ¡ Haber logrado borrarlos a todos solo con la fuerza de su voluntad !  Ya no tendría que escuchar más la cháchara de los vendedores, ni los gritos del jefe...Y sobre todo, se había librado de la cantinela dulzona de Olguita: ¿ Buenos días, Don Jorge!  ¿ Como amaneció?

En la tarde empezó a sentirse extraño. El silencio lo oprimía. El reloj de la pared desgranaba su mazorca de minutos con su tic tac estridente.  A veces le parecía escuchar un ruido...Pero no, en la oficina no había nadie...¿ Y no habría nadie nunca más?

Se fue a su casa dubitativo. Se sentía abrumado por lo que había hecho. Después de todo, sus compañeros de trabajo eran lo único que tenía en su vida solitaria...

Se durmió apesadumbrado. 

Al otro día, al bajar del ascensor, lo sorprendió el bullicio de siempre. Las voces estridentes, las risas, los teléfonos. Desde el pasillo escuchó el monólogo de Domínguez, el vendedor estrella, jactándose de sus logros... ¡ Qué alivio!

Olguita, la secretaria, apartó la vista del teclado y le dijo con sincero pesar:

- ¡ Lo echamos mucho de menos, ayer, Don Jorge!  ¿ Por qué no asistió al paseo de la oficina?



domingo, 14 de agosto de 2022

FALLAS HUMANAS.

La nave tocó suavemente la superficie de la tierra y el rayo impulsor se desvaneció con un siseo apenas audible.  XT supo que había llegado a destino. Tenía varios conocimientos sobre el planeta y los seres que lo habitaban. Sabía que se llamaban a sí mismos "  Seres Humanos" , pero la información que manejaba sobre ellos le hacía dudar de que ese nombre les quedara bien...

Pensó que debía abrir la escotilla y salir a explorar el terreno. Lo recibió la bóveda del cielo desplegada sobre la nave como un manto resplandeciente de estrellas. Un rápido chequeo le permitió localizar aquella de la cual procedía y eso lo tranquilizó.

XT no tenía cuerpo sólido, era solo una mente que se desplazaba emitiendo un suave fulgor. Si alguien lo hubiera mirado de lejos, habría creído que era una luciérnaga.

Percibió un campo de contornos irregulares y en la distancia, la mole de una ciudad iluminada. Era allá a donde tenía que dirigirse.  Pero, antes, tenía que adquirir forma humana.

Volvió a la nave y examinó un catálogo con apariencias para elegir y se introdujo en la cabina de concreción molecular. Al cabo de unos minutos, salió de ahí premunido de un cuerpo bastante hermoso. Pero, como nunca había tenido uno, se sentía pesado e incómodo. Otro inconveniente era que ahora poseía olfato y se dio cuenta de que había aterrizado en un basural. El hedor era horrible. A lo lejos, unas criaturas peludas se disputaban restos de comida. 

-¡ Perros!- exclamó XT, orgulloso de sus conocimientos. En las pruebas siempre había sacado notas sobresalientes . También en el examen de Biología Humana. Sabía que los hombres pensaban constantemente, pero eran sus emociones las que tendían a dirigir su conducta. Y le daban especial importancia a dos conceptos: Dinero y Poder.

Había otra  palabra que repetían a menudo, Amor. Pero su significado no parecía muy concreto y al parecer solo se trataba de un devaneo superficial.

Ahora debía interactuar con ellos, tomar notas mentales de su conducta y entregar un reporte a su regreso. Otros como él habían venido antes y su trabajo solo sería de un chequeo de rutina.

Cuando entró a la ciudad, se veía como un joven más y las sombras de la noche ayudaban a disimular la belleza de su cara.   Pasó frente a un bar en cuya puerta había un grupo de hombres.

-¿ Tienes sed?- le preguntó uno, tendiéndole una lata de cerveza.

XT sentía los labios secos y se acercó confiado. Pero otro lo tomó violentamente por detrás y le clavó una punta metálica en la espalda.

-¡ Entrega la plata y el celular, si no quieres que te mate!

-No tengo celular ni dinero- respondió XT- No tengo nada.

Lo arrojaron al suelo y varias manos tantearon sus bolsillos. Se escuchó a lo lejos una sirena policial y huyeron en todas direcciones. Varios transeúntes habían presenciado la escena pero ninguno hizo amago de ayudarlo. 

Siguió caminando y llegó a una casa iluminada. Del interior brotaba música. A XT le parecían sonidos cacofónicos, pero se dejó llevar por el ritmo y entró en la casa. Una mujer le salió al encuentro:

-¡ Hola, guapo!- le dijo, abrazándolo- Ven conmigo y yo te haré el amor...

Sus labios oprimieron los suyos, pero de pronto se apartó y lo miró con sospecha:

-Trajiste dinero, me imagino...

-No, no tengo dinero.

-¿ Y qué haces aquí entonces? ¿ Crees que por tu linda cara te va a salir gratis?  Ándate y déjame trabajar.

Lo sacó a empujones hasta la vereda. XT se alejó confundido. Al escuchar la palabra Amor se había sentido expectante. ¡ Por fin iba a conocer su significado!  Pero, para eso había que tener dinero...

Dos veces, en esa noche, le habían pedido dinero. Una, amenazándolo con quitarle la vida y la otra, ofreciéndole amor. No había duda que era muy importante para los humanos...

Cansado, se sentó en un banco de madera que había junto a una cabaña. 

-¡ No sé por qué, se me ocurre que tienes hambre!  ¿ Quieres entrar y compartir mi cena?  Era un anciano el que le hablaba.

-Pero, no tengo dinero- suspiró XT.

-Bien triste debe ser tu vida, si crees que tienes que comprarlo todo.

Lo llevó al interior de la cabaña, donde sobre una mesa humeaba una olla con sopa.  XT comió con avidez. Tenía sed y hambre, pero por sobre todo, tenía deseos de llorar. Un cúmulo de emociones lo agobiaba. Deseó librarse de ese cuerpo y volver a ser una mente, ingrávida y pura, porque los sentimientos humanos lo hacían sufrir.

Se despidió del anciano y volvió a la nave. Esa noche había conocido a muchos seres humanos, pero solo uno le pareció merecedor de ese nombre. Ahora solo quería regresar a su hogar en las estrellas y no volver a la Tierra nunca más.




domingo, 7 de agosto de 2022

EL VIAJE.

La Vida es como ir viajando en un bus. Generalmente, uno se resigna a hacer todo el recorrido, le guste o no.  Es cierto que hay algunos que se bajan sobre andando, antes de llegar al terminal, pero son los menos.

Se viaja colgado de la barra, mirando como desfila el Mundo a través del vidrio, ajeno e inaccesible. Uno va siempre rodeado de caras anónimas, que lo miran sin verlo. Gente de la cual no se puede esperar nada, excepto una mala cara o un empujón, si uno invade su espacio sin querer.

Los pobres vamos siempre de pie. Los ricos, sentados. Me imagino que el conductor estableció esa regla y no tenemos el valor de oponernos a ella. Tampoco sacaríamos nada, creo yo.

Nunca supe como llegué aquí. Me encontré viajando, sencillamente. Sin entender gran cosa, como si me hubiera subido por equivocación, en un paradero que quedó borrado por la niebla.

Al principio iba con mis padres, mudos los tres, con esa resignación que tenemos los pobres. Sufriendo los pisotones y las malas palabras, sin despegar los labios. Y pidiendo nosotros perdón, cuando son otros los que nos empujan.

Ellos se bajaron antes.  Primero fue mi viejo, tan chiquito y encorvado que casi no ocupaba espacio. Parecía que una máquina trituradora lo hubiera estado carcomiendo por dentro. Apenas quedaba de él un pellejito arrugado, cuando se despidió con un gesto y se bajó en una esquina.

Después le tocó el turno a mi madre. Me apretó la mano sin decir palabra y la vi bajarse en un barrio gris, mojado por la lluvia. Se perdió por una calle larga, a la que no se le veía el final ni tampoco el nombre, pero yo sabía bien como se llamaba.

Y seguí vajando solo, buscando a mi alrededor una mirada tibia, algún gesto amistoso, entre tanta cara impávida...

Sin saber como, me fijé en una muchacha de pelo oscuro que iba a mi lado. La masa de gente la había empujado hacia mí y ella se acomodó en el refugio de mi brazo, apretando contra su pecho una carterita humilde. Me miró y vi que tenía los ojos tristes, como si se le hubiera quedado atrapado en ellos algún invierno de su niñez.

Sentí en el corazón una tibieza nueva y me embargó la convicción de que ya no iba viajando solo. Y así seguimos los dos, hombro con hombro, viendo pasar el mundo a través de los cristales. No nos mirábamos, pero sé que nos sentíamos, porque ella llevaba en los labios una sonrisa secreta, que solo yo podía ver.

Luego divisé a un hombre al otro lado del pasillo. Vestía muy elegante y se veía satisfecho, como todos los que tienen el privilegio de viajar sentados.

La miraba a ella, fijamente, y al cabo de un rato, se levantó y le ofreció el asiento. Ella me miró, como dudando y luego aceptó, entre avergonzada y contenta. 

Esa fue la última mirada que me dio. 

Esquivando los pisotones, fui retrocediendo por el pasillo. ¿ Qué podía hacer si no tenía nada que ofrecerle?  Los que viajamos de pie, siempre somos los perdedores.