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domingo, 31 de enero de 2021

LA AMIGA INCONDICIONAL.

Juan había llegado a creer que la Muerte lo favorecía. Que le tenía simpatía, no sabía por qué.  No podía ser casualidad que todos los que lo ofendían o le hacían daño, acabaran de morir al poco tiempo.

Era un asiduo lector del obituario del periódico y cuando sus ojos hallaban un nombre odiado, reía con amarga satisfacción:

-¡ Me humilló!  ¡ Me arrebató lo que yo quería y ahora está muerto!  En cambio, yo sigo vivo...

A veces, el difunto era alguien que había conocido en su infancia, hacía más de treinta años. Pero Juan no olvidaba las ofensas. Su corazón sangraba por muchas heridas infectadas que solo  se cerraban en ese momento glorioso en que la Muerte le hacía justicia.

Cuando eso pasaba, se sentía poderoso, omnipotente como Dios.

-¡ Es mi odio el que los mata!- decía, convencido- Es mi mano la que dirije la guadaña de la Muerte.  Ella es mi amiga y me brinda este desquite. ¡ Nadie que me ofenda puede seguir viviendo!

Una tarde se había sentado en el paradero de buses de la esquina de su casa.  Pensaba dirigirse al parque a respirar aire fresco.

De repente, notó que a su lado se había sentado una mujer extraña.  Llevaba un abrigo oscuro que le llegaba a los pies y un sombrero de ala ancha que le tapaba los ojos.

Cuando pasaba un automóvil, un destello de luz alcanzaba su cara. En la penumbra del atardecer, mostraba una palidez terrosa en contraste con sus labios, de un vivo color rojo.

Se movió un poco hacia él y Juan notó que lo miraba de soslayo y le sonreía.

-Perdón? ¿ Nos conocemos?- le preguntó, intrigado.

- ¡ Por favor, Juan!  ¡ Me extraña tu pregunta!  Soy tu amiga de tantos años....La que te va limpiando el camino a medida que avanzas. ¿ Acaso no me has estado siempre agradecido porque hago justicia por tí?

-Eres la Muerte, entonces...

-¡ Por supuesto!  ¿ Quién otra?

-No me dirás que vienes a buscarme...

-Todavía no, amigo- se rió la Muerte- Estoy aquí esperando el próximo bus, porque en él viene alguien que nos interesa a los dos.

-¿ Un enemigo mío, entonces?

-¡ Claro!  Es Pedro.

-Pero  ¡ si Pedro es mi mejor amigo!

-Eso creías tú. En realidad, no siempre eres perspicaz en la elección de tus amistades.  Pedro se bajará en este paradero porque se dirige a tu casa.

-¿ Va a buscarme?

-No. Precisamente va porque sabe que tú no estás.  Se puso de acuerdo con tu mujer para que se escapen juntos esta noche.

En ese momento, se detuvo un bus en la esquina y Juan vio bajar a Pedro, quién portaba una maleta.

Agilmente saltó de la pisadera hacia la calle. Pero, el bus retrocedió bruscamente frente a otro que se le atravesaba y atrapó a Pedro bajo sus ruedas.

Juan lanzó un grito al escuchar un crujir de huesos. La gente corrió a presenciar el accidente y algunos tomaban fotos con sus celulares. Se lucirían frente a sus amigos con esa primicia...

El chofer se bajó del bus con el rostro contraído por el horror.

-¡ No fue mi culpa!- gemía- Tuve que retroceder para esquivar a la otra máquina...

-Ya ves-  susurró la Muerte al oído de Juan- Te he librado de otro enemigo...Uno del que ni siquiera sospechabas...Ahora tienes el camino libre.

Juan, conmocionado aún, se dirigió a su casa.

Al entrar, vio a su mujer en traje de calle, que se dirigía hacia la puerta.

-Acabo de ver morir a Pedro- le informó, con voz inexpresiva- Lo atropelló un bus en la esquina.

La mujer abrió la boca como si fuera a gritar y cayó de rodillas sobre la alfombra. Toda la sangre pareció retroceder de su cara, dejándola de un blanco grisáseo.

Jun pasó por su lado sin mirarla y se dirigió al dormitorio.  Sobre la cama de ambos, vio una maleta a medio llenar. 

Con calma, fue sacando los vestidos de su mujer y volviendo a colgarlos en el closet.

Aún se sentía impactado por la muerte de Pedro, pero una sonrisa de triunfo vagaba sobre sus labios.





domingo, 24 de enero de 2021

UN CASO MUY DIFICIL.

El doctor M... , conocido psiquiatra, recibió un llamado lelefónico que lo dejó intrigado.

Era Adela, una amiga de juventud, que le hablaba con evidente angustia:

-No sé qué hacer con mi hermano Nestor. No entiendo lo que le pasa. Casi no sale y lo veo caminar por la casa con paso lento, arrastrando los pies como un viejo.  Creo que está deprimido..¡ El, que era tan entusiasta y estaba tan lleno de proyectos!

El médico le prometió pasar a verlo, después de la consulta.

Al llegar a la casa, Adela lo hizo entrar con premura:

-Le he dicho que venías y no ha puesto objeciones...Tal vez porque ya no reacciona ante nada y eso me desespera más todavía.

Al entrar al dormitorio de Néstor, lo vio pálido y tenso y lo que más le llamó la atención fue la fuerza con que se aferraba a los brazos del sillón.

El doctor se sentó frente a él y lo miró con cariñosa atención:

- Me dice Adela que en el último tiempo has estado sintiéndote mal...

El joven guardó silencio.

-Lo mejor sería que te relajaras. ¿ A qué le tienes miedo?

Siguió el mutismo de Nestor, acompañado de una mirada de angustia.

-¿ Por qué te aferras al sillón?  Me gustaría que soltaras las manos y las pusieras flojas sobre tus rodillas.

-¡ No puedo!- gimió él.

-¿ Por qué? ¿ Qué te pasaría si lo haces?

-¡ Esto!- gritó Néstor y a la par que soltaba las manos de los brazos del sillón, se elevó por los aires hasta tocar el techo.

El doctor M. lo miraba atónito.

-¿ Hace mucho que te pasa ésto? -le preguntó, tratando de dominar su asombro.

-Hace meses ya...Empezó de a poco...Al principio era una sensación de ingravidez. Sentía mi cuerpo liviano y lo atribuí a un estado de ánimo positivo. ¡ Qué estúpido!  Llegué a pensar que era cosa de la primavera ...Hasta que un día al despertar, me encontré flotando junto a la lámpara, a ras del techo. Me costó mucho bajar, porque me elevaba una y otra vez, como un globo.  Al fin, logré asirme a la cabezera de la cama y recuperar el equilibrio.

-¿ Has estado soñando algo especial?- le preguntó el médico- Tú sabes que soñar que se vuela se asocia a deseos eróticos reprimidos...

Pero ¡ yo no estaba soñando!  ¡ estaba bien despierto!- exclamó Nestor, ofuscado.

Le relató entonces su lucha por ocultar a los ojos de los demás lo que le estaba ocurriendo.  Sentía vergüenza y miedo.   ¿ Lo irían a encerrar?  ¿ Lo someterían a experimentos?

Bien sabía él que la gente reacciona con odio frente a cualquiera que se atreva a ser distinto...

Pronto notó que no lograba, pese a sus esfuerzos, mantenerse a ras del suelo. Optó por buscar dos grandes piedras y ponerlas en sus bolsillos. Así podía caminar, pero su andar se volvía lento y dificultoso. Prefirió no abandonar más su dormitorio, a menos de que fuera indispensable.

El doctor se quedó pensativo, sin saber qué decir ante un caso tan insólito.  Para ganar tiempo y descartar   alguna anomalía física, lo examinó, pero no encontró nada.

Al final, optó por lo más razonable:

-Creo, Nestor, que debes aceptar tu condición y dejar de ocultarte de la gente. Libérate y sé feliz. Si lo tuyo es volar...¡ entonces vuela!

El joven lo miró con cautela, como dudando. Pero, poco a poco su rostro se distendió en una ancha sonrisa. Soltó sus dedos engarfiados en los brazos del sillón y se elevó en el aire, atravesando la ventana.

Se volvió hacia el médico y le hizo un gesto de adios con la mano.

-¡ Gracias!-  le gritó emocionado.

luego voló cada vez más alto y se perdió en el resplandor dorado del atardecer. 




domingo, 17 de enero de 2021

ENVIDIA.

Isabel marcó el número de Verónica para preguntarle si podía ir a verla.

-¡ Por supuesto!   Ven a las siete a tomar un trago conmigo.

Esperó que el reloj de la oficina marcara las seis y descolgó su abrigo del perchero.  Con desaliento se fijó en lo gastada que estaba la tela... 

Apenas pisó la vereda, se desató una lluvia torrencial.  Muy pronto, las delgadas suelas de sus zapatos empezaron a dejar pasar el agua y sintió que los pies se le helaban. Confió en que Verónica hubiera mandado encender la chimenea...

Le abrió la mucama y echó una mirada de soslayo a sus zapatos embarrados. Isabel se sintió levemente humillada, pero levantó la barbilla con determinación.

Verónica salió a recibirla con una copa en la mano. Sus mejillas estaban rojas.

-¡ No pude esperarte para servirme un trago!  Hace tanto frío- se rió, tratando de justificarse.

-¡ Qué gusto me da verte! - la abrazó Isabel- ¿ Como está tu marido?

- ¡Oh, Pablo!  Seguro que está en una reunión de negocios. Pronto llegará.

Su voz sonaba poco convencida y se notaba en ella un dejo de amargura.

-Me he comprado varias cosas lindas ¿ Las quieres ver?

Con los vasos en la mano pasaron a una habitación cuyos muros estaban revestidos de armarios. Verónica abrió uno y le mostró una hilera de elegantes trajes y vestidos. Isabel pensó que seguramente el precio de uno solo sería equivalente al arriendo que ella pagaba por un mes.

-Hay algunas cosas que ya no me pongo...No sé si querrías...

Titubeó, temiendo haberla ofendido, pero Isabel había aprendido hacía tiempo que la pobreza y el orgullo no van del brazo por la vida.

Verónica elijió al azar una fina chaqueta y la instó a que se la probara.

-¡ Te sienta de maravilla!- exclamó y llamó a la mucama para que se la envolviera.

Bebieron varios cocteles y cuando por fin Isabel creyó prudente despedirse, había dejado de llover. ¡ Le costaba tanto salir de ahí!  El fuego en la chimenea, las alfombras mullidas, todo la retenía y demoraba el momento de enfrentarse a la realidad.

Mientras caminaba hacia su casa, apretaba contra su pecho la chaqueta regalada. Mientras, su mente le enumeraba los lujos que rodeaban a su amiga. Los ramos de rosas traídos de la florería, las lámparas de cristal, los armarios repletos de vestidos sin usar...No pudo evitar que la enviadia destilara su veneno en su corazón.

Pero, fue solo un segundo. En seguida reaccionó y su cariño por Verónica se impuso sobre el resentimiento.  Pensó con preocupación en cuanto licor había bebido su amiga esa tarde y lo sobreexitada y nerviosa que se veía.

Mientras, Verónica se había sentado en un sillón, con los ojos fijos en el reloj, que inexorable avanzaba hacia las diez de la noche. De nuevo Palo faltaba a comer sin avisarle...

No pudo evitar sentir envidia por su amiga. Soltera y libre de hacer lo que quisiera. Parada aún frente a la puerta del porvenir...

En cambio la suya se había cerrado a sus espaldas. ¿ Qué más podría esperar, excepto monotonía y soledad?

La amargura la envolvió como una manta sofocante que le impedía respirar.

Escuchó el ruido que hacía la mucama en la cocina y con el pretexto de hacer juntas la lista del supermercado, se dirigió hacia allá. Por lo menos tendría alguien con quién conversar, mientras  entretenía su inutil espera.



domingo, 10 de enero de 2021

SANANDO A MI DOCTOR.

Empezaba mi segundo año como estudiante de Leyes, cuando me vino la más feroz de las depresiones.

Lo primero fue descubrir que no quería estudiar esa carrera y lo segundo fue sentir que no tenía la menor idea de cual era mi vocación.

Empecé a dormir mal y a sentirme mareada.Y cuando se me empezaron a olvidar las cosas, entendí que había llegado la hora de acudir a un psicoanalista.

Una amiga, que había tenido problemas similares, me recomendó al Dr. B.

Y así fue como una tarde me vi instalada en un sillón, frente a un hombre flaco de lentes, que me miraba con atención. Una moderna grabadora reemplazaba al block y al lápiz, con que los caricaturistas les gusta dibujar a los psiquiatras.

Nos observamos durante un rato. Pensé que sería él el que empezaría la conversación y esperé en silencio. Pero, al verlo echar una mirada furtiva a su reloj, rompí mi mutismo y empecé a contarle mi problema.

Descubrí que era más fácil de lo que pensaba y pronto me encontré vomitando mi frustración, con las mejillas rojas por la violencia de mi catarsis. Hable como veinte minutos sin que él emitiera ni un sonido.

Se terminó el tiempo y quedé citada para una nueva sesión.

Al salir, todavía turbada, fui llevada bruscamente a la realidad por la voz de la secretaria:

-La consulta son cincuenta mil pesos, señorita- dijo sin arrugarse.

A pesar de que me pareció muy caro el tratamiento, seguí yendo varias veces más.  ( Pagaba mi papá, que había sido el de la idea de que estudiara Leyes)

A medida que iba sintiendo que mis ideas se aclaraban, haciendo desaparecer mi angustia, empecé anotar al doctor cada vez más distraído.

Se notaba que luchaba por poner atención a mis palabras, pero sus ojos se escapaban a vagar por el cielo raso. Una profunda arruga le partía en dos el entrecejo.

De pronto, se tapó la cara con las manos y emitió un gemido.

-¡ No se preocupe, doctor!- le dije- Si estoy casi bien...

-¡ No es usted! ¡ Soy yo!- exclamó desesperado.

Demás está decir que me quedé atónita.

Hizo un esfuerzo  por serenarse y luego me explicó, con voz quebrada:

-¡ No sé qué hacer con mi vida! ¡ He perdido la vocación!  Ya no puedo seguir atendiendo a mis pacientes...

-No, doctor. Si a mí me ha ayudado mucho...

No me hizo caso y siguió gimiendo: 

- ¡Usted no sabe!  Me siento tan confundido...Ya no duermo... Me receté unos ansiolíticos pero no me han dado resultado.

-¡ Hable, doctor! ¡ Desahóguese!- le dije con firmeza y saqué un blok y un lápiz que llevaba en la cartera.

Durante media hora me habló de su infancia, de la severidad de su padre, de esa profesión abrumadora que le estaba devorando la vida... 

Al final, se calmó y me miró algo turbado.

-¡ No sabe qué bien me ha hecho contarle mis problemas!

-Me alegro, doctor, pero se acabó el tiempo. Son cincuenta mil pesos.




domingo, 3 de enero de 2021

VIAJES POR MAR.

Por frases sueltas escuchadas a mis abuelos y una que otra palabra amarga soltada por mi madre, supe que mi padre nos había abandonado a los dos, antes de que yo naciera.

No hice preguntas y fingí no interesarme por el tema, pero al cumplir los dieciocho años, decidí partir en busca del patán que nos había regalado el portazo del abandono.

Tomé la decisión cuando un día encontré su fotografía olvidada entre unos papeles. Podría haber creído que era yo mismo, si el tipo no hubiera llevado esa ropa pasada de moda ni estuviera apoyado en una palmera de una plaza que yo nunca había visto.

Detrás de la fotografía había una dedicatoria medio borrosa:  " de Facundo, con amor"

Ahí comprendí por qué yo llevaba ese nombre  que sonaba como un trueno en la distancia.

Aparte de la dedicatoria había una fecha de hacía diecinueve años y el nombre de un pueblo desconocido.

-¿Este es mi papá? -le pregunté a ella por pura retórica, porque la respuesta  saltaba a la vista.

Ella rompió a llorar con tanto desconsuelo que parecía que, en cada sollozo, arrojaba por la boca un pedazo del corazón.

Llegó mi abuela corriendo y la abrazó. Por sobre su cabeza me lanzó una mirada de furiosa recriminación.    Al  ver la fotografía en mi mano lo comprendió todo y me echó de la habitación. Sus labios apretados me advertían que no contestaría ninguna pregunta.

Así fue como entendí que las cosas tenía que averiguarlas por mi cuenta.

El pueblo de la fotografía quedaba lejos, en el sur. Una mañana me subí a un tren y no me bajé hasta que leí su nombre en una estación, escrito en un madero carcomido por las lluvias.

Me interné en la calle principal y llegué al correo. En el mesón había un viejo y  pensé que podría ayudarme.

Le alargué la fotografía de mi padre y le pregunté:

-¿ Lo conoce?

Al principio me miró enojado.  Quizás creyó que era una foto mía y que estaba tomándole el pelo. Después reaccionó:

-¡ Ah!  Usted es el hijo...

-¿ Lo conoce?

-Sí, hace clases en la Escuela. Pero hoy es Sábado, así que estará en su casa, allá en la isla.

Me señaló el horizonte, donde solo vi un mar friolento arropado por una frazada de niebla.

-¿ Como llego allá?

-Tiene que arrendar una lancha. Mi compadre Pedro lo puede llevar....

Había neblina y el mar estaba embravecido, a tono con las condiciones metereológicas que llevaba en mi corazón.

Desembarqué medio mareado y preguntando, llegué a una casa humilde en las afueras.

Cuando Facundo me abrió la puerta, le alargué la fotografía con la dedicatoria medio borrada por las lágrimas de mi madre .

El me miró atónito y después se puso a llorar.

Lloraba tanto, que lo empujé hacia el interior de la casa y lo obligué a sentarse en una silla. Cuando me pareció que había llorado lo suficiente, le pregunté :  ¿ Por qué nos abandonaste?

-¡Yo quise volver!- suspiró- ¡ Estaba arrepentido!  Pero ella me cerró la puerta y tu abuela me dijo: ¡ Aquí no lo necesitamos !  

-¿ Y en dieciocho años ni siquiera te picó la curiosidad  ?

Se paró y se acercó a tocarme la cara. Frente a frente, no sabíamos quién de los dos era el que se estaba mirando en un espejo...

Lo ayudé a llenar una maleta. LLoraba tanto que toda la ropa le fue quedando mojada.

Después, sin mediar  palabras, lo llevé al embarcadero donde nos esperaba la lancha.

No sabía qué iba a decir mi mamá cuando se lo pusiera delante, pero eso ya se vería. 

Lo primero era atravesar ese mar bravío y pisar tierra firme de una vez  por todas.