Llevaba
mucho tiempo amando a René. Para ser exactos, desde que tenía diecisiete años.
Nuestro
romance había tenido algunos altibajos. Más bajos que "altis" , en
realidad.
Nuestros
caracteres chocaban, despidiendo chispas, pero esas mismas chispas generaban
llamas de reconciliación.
En
los intervalos de nuestra relación, me había enamorado de varios otros, pero
siempre seguía amándolo a él. Mirándolo
todo el tiempo con el rabillo del ojo de mi corazón.
¿ Qué
magia tenía que lo hacía atemporal e irreemplazable?
Nuestro
último reencuentro había durado poco y de nuevo me encontraba caminando sola
por la vida, con la sensación de hallarme incompleta. Alguien andaba por ahí, bebiéndose la mitad
del oxígeno que yo necesitaba para vivir.
Una
noche, soñé que le escribía una carta en la cual le decía que lo echaba de
menos y que de todas las personas que conocía, él era el único cuya ausencia me
hacía doler el corazón.
Cuando
desperté, me asusté de haber hecho tamaña tontera, pero me tranquilicé al
pensar que solo había sido un sueño. Me alegré tanto, que le mandé un correo
electrónico contándole la anécdota. En otras palabras, le escribí para
decirle cuanto de me alegraba de no
haberle escrito.
A los
pocos días, me contestó diciendo que estaba equivocada. Que efectivamente le
había mandado una carta. Que el cartero se la había entregado junto con la
cuenta del gas y que no sabía cual de las dos cosas le había caído más mal.
Quedé
ofendida e intrigada. No comprendía en qué momento ese sueño podía haberse
convertido en realidad.
Varias
noches después, volví a soñar lo mismo.
Me vi
inclinada sobre una página en blanco, tratando de poner ahí mis sentimientos.
Pero por más que escribía, el lápiz no dejaba ni una huella sobre el papel. Al
final, cansada de luchar, metía la hoja en un sobre y así, tal como estaba, la
iba a dejar al buzón.
Cuando
desperté en la mañana, me acerqué a mi escritorio y ví ahí una esquela y varios
sobres sin ocupar. ¡ Entonces, era verdad que le escribía en sueños! No cabía duda de que era sonámbula...
¿Qué
pasaría ahora? ¿ Me llegaría otro correo
sarcástico?
No
sabiendo como controlar la manía epistolar que me venía durante el sueño,
decidí no dormir.
Me
pasaba las noches leyendo o viendo películas. Cuando empezaban a cantar los
pájaros, sentía que había podido sortear el peligro otra noche más.
Durante
el día, andaba chocando contra los postes del alumbrado y me quedaba dormida
colgada de la barra del autobús.
Aguanté
una semana sin acostarme en mi cama, durmiendo a ratos en los cines o en los
asientos del Metro...¡ En cualquier lugar donde no tuviera un lápiz ni un papel
al alcance de mi mano!
Hasta
que la tarde del Sábado, en mi casa, no resistí más . Me eché en el sofá
envuelta en una manta y me entregué al sueño más profundo que había disfrutado
jamás.
Escuché
varias veces el sonido del timbre de la puerta, pero no le hice caso.
Al
rato, empezaron a golpear y ahí no resistí más y medio arrastrándome, fui a
abrir.
En el
umbral estaba René.
-¿
Por qué no me has vuelto a escribir?- me preguntó con descaro.
-Pero
¡ como! Si dijiste que mi carta te había caído más mal que una cuenta impaga...
-Sí,
pero cambié de opinión...La última que me mandaste venía en blanco, pero me
dijo más cosas de las que tú crees. He terminado por entender que tampoco puedo olvidarte.
Yo
apenas lograba tener los ojos abiertos. Seguía enrollada en la manta creyendo
que la presencia de René en mi puerta era parte de un sueño.
Al
ver mi cara desencajada, se preocupó de repente:
-¿
Qué te pasa? ¿ Estás enferma?
Ni
loca le iba a decir que llevaba una semana sin dormir para evitar escribirle.
-Estoy
bien- respondí, disimulando- Es que anoche los vecinos tenían una fiesta y no
me dejaron pegar un ojo con la bulla...