Te
confieso que quería que murieras. El odio me desgarraba el pecho, como un
animal salvaje. Sentía que no podría vivir en paz mientras tú caminaras sobre
la tierra.
En
las noches, me desvelaba pensando que, allá en tu cama, tú dormías tranquilo
mientras a mí me torturaba el insomnio.
Quizás soñabas, pero en tus sueños jamás aparecería yo.
Cuando
iba por las calles, tenía miedo de encontrarte y sin embargo, mis ojos te
buscaban
entre
la gente. Quizás quería verte una vez más, antes de que mi odio te matara.
Porque
había concebido la idea de que a fuerza de odiarte, te lograría matar. Y me concentraba en ese pensamiento, hasta
agotar mis fuerzas.
Todos
los días, abría el periódico en la página del obituario y buscaba tu nombre,
mientras me mordía los labios, hasta hacerlos sangrar.
¡ Aún
vives ! pensaba, después de la inútil
búsqueda. Y el día se me volvía negro, como
una noche sin estrellas. Solo tu muerte podría hacerme vivir...
¡
Hasta que un día, leí tu nombre en la lista de fallecidos, por fin!
No
podía creerlo. Pensaba que mi hambre de tu muerte me
traicionaba los ojos ...Pero, no ¡ allí estabas!
Trastornada
por una feroz alegría, busqué tu
obituario:
"
Comunico con enorme pesar el fallecimiento de mi amado esposo"
Y la
dirección de la Iglesia donde velarían tus restos.
Me
vestí de negro y partí. ¿ Por qué no? Yo
también soy tu viuda.
En
silencio me uní al grupo de los dolientes. Nadie reparó en mi presencia.
De a
poco, me fui acercando hasta tu ataúd abierto.
Desfallecida, volví a mirarte, después de tanto tiempo. Tu pelo había
encanecido un poco, pero tu cara era tan hermosa como siempre. Llena de serenidad, libre de la rabia fría
con que me habías mirado por última vez.
De a
poco me fui deslizando entre la gente, hasta que quedé parada al lado de tu
mujer legítima.
Lloraba,
con la cabeza hundida en el pecho y los ojos cerrados.
Ahora
somos dos, le dije en silencio. Al fin y al cabo, siempre fuimos dos. Solo que tú lo amabas y yo lo aborrecía. Pero
éramos dos, caminando tras la sombra que su cuerpo proyectaba sobre la tierra.
El
eligió ir de tu mano y a mí me apartó con el pie. De las dos, tu fuiste la afortunada.
Eso
le dije en silencio, mientras las dos llorábamos, junto a tu ataúd.
Sí,
yo también lloraba. Pero al mismo tiempo crecía en mí el júbilo . ¡ Lo había logrado!
Porque
tengo la total certeza de que fue mi
odio el que te mató.