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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 26 de abril de 2020

COMIENDO MORAS.

En el jardín del edificio donde ella vivía , crecía una morera. De todos los árboles que había allí, era el que más le gustaba. Redondo como un paraguas verde, en Octubre se cargaba de frutos maduros.
Una tarde en que estaba practicamente colgada de una rama, tratando de alcanzar una mora, pasó por ahí el nuevo arrendatario.
-¿ Qué está haciendo ?- le preguntó, como si no fuera evidente.
-Estoy sacando moras- respondió ella- ¿ Quiere una?
-¡ Gracias!- aceptó y se la metió a la boca, que por cierto, tenía bastante grande- ¡ Ojalá que me traiga suerte y me vaya bien en el amor!
- No tiene nada que ver...
-¿ Como que no?  Mora- amor. Son dos palabras que tienen las mismas letras.
Días después se encontraron en el ascensor. Ella pensó que era más feo que una pesadilla de esas que se tiene por comer mucho de noche. Quizás era un príncipe convertido en sapo por el hechizo de  una bruja  y solo el beso de una princesa lo podría desencantar.
Pero, había en él un cierto encanto humorístico, como si se burlara de su propia fealdad.
Al verla, le contó que se había mudado dos pisos más abajo que ella.
-Si miro para arriba de noche y usted se asoma, creeré que es una estrella más.
Conversando, se pasó de largo y ella no tuvo más remedio que invitarlo a un café en su departamento.
-Me llamo Romelio- dijo en voz baja, como avergonzado de su nombre.
-No se preocupe- dijo ella- el mío es peor. Me llamo Leia, como la princesa de Star War. Mis papás eran fanáticos de la saga...
-Pero ¡ Leia suena muy lindo!- suspiró Romelio-Y como lo lleva una princesa, está muy bien puesto.   
Y así, entre café y moras, fue creciendo la amistad.
Una tarde, la llamó por teléfono y le pidió que se asomara al balcón.
Ella lo hizo y vio subir hasta su piso un globo lleno de helio que portaba una flor. Sujeta en el tallo, había una nota.
-Princesa Leia, espero que " leia" este mensaje. ¿ Aceptaría cenar conmigo mañana?  Firmado Han Solo, ¡ ay! muy solo.
Aunque ella todavía andaba volando torcido, con un ala rota por un desengaño de amor, decidió aceptar la invitación. El despliegue de ingenio de Romelio la había cautivado.
A la noche siguiente fueron a una pizzería que ponía mesitas en la vereda. Soplaba un vientecito de primavera, cargado de polen, así es que muy pronto estuvieron los dos estornudando. Pero, eso les dio motivo para reírse mucho y Leia sintió que el olvido llegaba provisto de una aguja y le daba varios puntos a la herida de su corazón.
Al volver al edificio, cruzaron por el jardín y se detuvieron bajo la morera.
El la tomó de los hombros y la miró intensamente, con sus ojos melancólicos.
Leia cogió su cara fea entre sus manos y lo besó.

Y surtió efecto.  Al conjuro del beso, el hechizo maligno se rompió.  Cuando abrió los ojos y lo miró, vio que él se había convertido en un príncipe. ¡ No hay magia más poderosa que el Amor!


domingo, 19 de abril de 2020

PINTURA BLANCA.

Julián vivía recordando el Pasado. Pensaba que su niñez había sido la única época en que había sido feliz.  Que en el Presente, solo había conocido el fracaso, la traición de los amigos y el desamor.
No advertía que los recuerdos pueden ser engañosos. Que  a menudo consisten en  hermosas mentiras que nos contamos a nosotros mismos para consolarnos de la decepción.
Inmerso en la melancolía del ayer perdido,  el hoy le era indiferente y el mañana, sencillamente, no existía para él.
Tal vez por eso, un día , al cruzar una esquina, no vio la luz roja y un autobús lo atropelló.
Quedó inconsciente, tendido sobre el pavimento mientras los transeúntes lo miraban horrorizados, creyéndolo muerto.
Llegó una ambulancia y lo transportaron a un Hospital.
El golpe en la cabeza lo había sumido en un desmayo profundo, pero una parte de su mente permanecía activa. No recordaba el accidente y le pareció extraño que de pronto la calle hubiera desembocado en un bosque sombrío.
Caminó por un sendero y llegó hasta un muro cubierto de musgo. Distinguió una puerta en cuyo dintel había un letrero en que se leía : " AL PASADO".
-¡ No es posible!- exclamó alborozado-  ¡Quiere decir que detrás de ese muro está mi vida, los momentos felices que ansío recobrar!
Empujó la puerta presuroso, pero frente a él solo vio una llanura blanca y vacía. No había suelo ni cielo. No había nada.
Observó que junto al umbral estaba un viejo con un tarro de pintura blanca y una brocha. Terminaba de borrar los últimos vestigios de color y sonreía satisfecho al ver su obra.
-¡ Como!  ¡ Usted lo ha borrado todo!  ¿ Por qué lo hizo?
-Lo hice para que entiendas que vivir en el Pasado es una cobardía. Te lo pasas fabricando recuerdos  de  una felicidad que nunca viviste, porque no tienes valor de enfrentar la realidad.
-Pero ¡ yo quería reencontrarme con mi infancia, con mis padres..!  ¡ Quería volver a vivir  los únicos momentos  en que fui dichoso y usted me lo ha impedido!
En un arranque de ira, se arrojó sobre el viejo, queriendo pegarle, pero sintió que la imagen se diluía entre sus dedos y se encontró solo frente al desierto blanco.
Mientras, el cubo se había volcado y la pintura corría como un río hacia la puerta y empezaba a borrarla.
Alcanzó a adelantar un pie y traspasó el umbral antes que desapareciera.
Se encontró en una camilla de hospital.
De espaldas a él y sin notar que había despertado, conversaban dos médicos.
-Sí, se salvó por milagro- decía uno- pero el daño en su cerebro no le pronostica una buena calidad de vida...
-Pero,  es un daño muy parcial- objetaba el otro- Solo tiene lesionada la zona donde se almacenan los recuerdos

-¡ No es tan sencilla la cosa, mi estimado colega ! Piense en lo que enfrentará este hombre cuando despierte. Una amnesia total....Como se dice vulgarmente, ha quedado con la mente en blanco.


domingo, 12 de abril de 2020

UNA CARTA SIN ENVIAR.

Ordenando  antiguos documentos guardados en una caja, me encontré sorpresivamente una carta sin enviar.
Se la había escrito a mi muy querido amigo, Gustavo, a quién no veía desde hacía mucho tiempo. ¿ Como fue que se había quedado traspapelada y que nunca  la envié?
 El sobre se veía ajado y la estampilla no tenía ya ningún valor .
Abrí con cuidado el sobre y la leí. Estaba escrita por la muchacha atolondrada que era yo en ese entonces, para un joven  que ahora  no existía. Pensé que seguramente se habría convertido en un señor maduro, con papada, a quién no sería capaz de reconocer en la calle si me cruzara con él.
La única solución sería  echar la carta en uno de esos antiguos  buzones que había en las esquinas,  para que viajara al Pasado y encontrara al  Gustavo de nuestra juventud. Pero ¿ donde hallar un buzón de aquellos?
Los recordaba muy bien. Eran redondos, pintados de rojo y desde lejos parecían un hombrecito gordo tocado con un sombrero chino.  Con el paso del tiempo, la gente escribió cada vez menos cartas y se acostumbró  a comunicarse vía Internet.   Entonces los buzones empezaron a desaparecer de la ciudad, volviéndola cada vez más prosaica y más solitaria.
 ¡ Es imposible detener el Progreso!   Nadie querría hacerlo, excepto los nostálgicos como yo....
Salí a caminar con la carta en el bolsillo.
Era un atardecer dorado y transparente, pero noté que la calle,  de a poco iba quedando envuelta en niebla.
Desconocí el lugar, me sentí perdida y sin saber como, me encontré caminando por un barrio antiguo que no creía recordar.
La niebla seguía cayendo y los contornos difusos de las casas me hacían sentir que estaba inmersa en un sueño.
A lo lejos, divisé en una esquina la silueta inconfundible de un buzón de correo.  Incrédula, corrí hacia él.
Mi sorpresa fue aún mayor cuando escuché que me hablaba:
-¡ Qué bueno que me traes una carta!- dijo- Ponla aquí- y abrió su bocota como si esperara recibir un caramelo.
Le eché mi carta y él suspiró satisfecho.   
-¡Tenía mi panza vacía! Ahora casi nadie escribe...
-Pero ¿ estás seguro de que podrás enviarla?
-Pues, claro! - afirmó, ligeramente ofendido- El cartero pasa por aquí cada  tarde, a retirar la correspondencia.
Miré a mi alrededor y noté las fachadas antiguas, los faroles de hierro y en la calle, los rieles de un tranvía. No dudé de que en ese barrio el tiempo se había detenido hacía por lo menos, veinte años.
-¿ Y crees que él me responda?- le pregunté, ilusionada.
-Sí tú lo recuerdas, seguro que él también te recuerda a ti.
Lo rodeé con mis brazos y estampé un beso en su mejilla de metal. No se ruborizó porque no podía ponerse más rojo de lo que ya era, pero miró para otro lado, incómodo.
Me alejé por donde había llegado y a poco andar noté que la niebla se levantaba y que el sol daba de lleno en los edificios modernos que me eran familiares.
Pasaron algunas semanas y  me fui olvidando del extraño episodio. Terminé por pensar que había soñado despierta. 
Hasta que un día, escuché una voz en el teléfono:
-¡ Aló! ¿ Lily?  Soy Gustavo...¿ Te acuerdas de mi?
-¡ Claro que sí!  Y ¿como me ubicaste?
-Le pedí tu número a un amigo común...¡ Tenía tantas ganas de saber de ti!

Nunca le dije nada, pero siempre pensé que aquella carta olvidada durante tantos años, había encontrado una mágica forma de llegar a su destino.


domingo, 5 de abril de 2020

DIAS DE HOSPITAL.

El sopor de la fiebre mantenía mis párpados cerrados. Aunque trataba de  estar despierta, a ratos me daba cuenta de que me había puesto a  soñar. Entonces dejaba de luchar y me abandonaba a la dulzura de ese sueño.
Me veía entrando a la vieja casa en la que había vivido cuando joven. Todo estaba como siempre.  El piano en el salón,  flores en el comedor y en la pieza de estar, el sillón junto a la ventana. Sentada en él, mi madre cosía.
Me arrodillaba a su lado y en silencio, ponía mi cabeza sobre su regazo.  En todo momento yo sabía que estaba soñando, porque ella murió hace muchos años.
De repente, en el sueño se introdujo un rumor de voces. Ya despierta por completo, agucé el oído y distinguí la voz de mi hijo.
-Doctor- preguntaba-  ¿Es normal que no despierte todavía?
-No se preocupe, ella está bien. Ya el virus dejó su sistema, lo peor pasó.
Las voces se alejaron y una mano de mujer tomó mi brazo para acomodar la aguja con el suero.  Mi cabeza ya no reposaba en las rodillas de mi madre, sino en la almohada de una cama de hospital.
Abrí los ojos y la enfermera me sonrió, aunque se notaba fatigada. La pandemia estaba minando su energía, como la de todos, también.
- Va mejorando-me dijo- y aliviada,volví a dormirme en busca de otro sueño.
Me vi caminando por la carretera de tierra que conducía a la casa de campo en que viví mis primeros años. Abrí el portón y divisé el sauce que crecía junto a la noria. Hacía mucho frío y noté que empezaba a nevar.
Volví a ser la niña de cinco año que gritaba alborozada:
-¡ Mira, mamá!  ¡Helados para las muñecas!
Vi a mi papá caminar apurado hacia el limonar, temiendo que la helada hubiera quemado los brotes nuevos.
La imagen se borró y el ardor en mi garganta me arrancó un gemido.
Vino la enfermera y añadió un analgésico al suero que caía gota a gota.
La penumbra iba creciendo tras la ventana de la sala de Hospital.
Me obligué a mantener los ojos abiertos, pero los párpados me pesaban....Y entonces, no sé si fue un sueño o realidad, mi madre entró despacito y se puso a coser junto a mi cama.