Ordenando antiguos documentos guardados en una caja, me
encontré sorpresivamente una carta sin enviar.
Se la
había escrito a mi muy querido amigo, Gustavo, a quién no veía desde hacía
mucho tiempo. ¿ Como fue que se había quedado traspapelada y que nunca la envié?
El sobre se veía ajado y la estampilla no
tenía ya ningún valor .
Abrí
con cuidado el sobre y la leí. Estaba escrita por la muchacha atolondrada que
era yo en ese entonces, para un joven
que ahora no existía. Pensé que
seguramente se habría convertido en un señor maduro, con papada, a quién no
sería capaz de reconocer en la calle si me cruzara con él.
La
única solución sería echar la carta en
uno de esos antiguos buzones que había
en las esquinas, para que viajara al
Pasado y encontrara al Gustavo de
nuestra juventud. Pero ¿ donde hallar un buzón de aquellos?
Los
recordaba muy bien. Eran redondos, pintados de rojo y desde lejos parecían un
hombrecito gordo tocado con un sombrero chino.
Con el paso del tiempo, la gente escribió cada vez menos cartas y se
acostumbró a comunicarse vía
Internet. Entonces los buzones
empezaron a desaparecer de la ciudad, volviéndola cada vez más prosaica y más
solitaria.
¡ Es imposible detener el Progreso! Nadie querría hacerlo, excepto los
nostálgicos como yo....
Salí
a caminar con la carta en el bolsillo.
Era
un atardecer dorado y transparente, pero noté que la calle, de a poco iba quedando envuelta en niebla.
Desconocí
el lugar, me sentí perdida y sin saber como, me encontré caminando por un
barrio antiguo que no creía recordar.
La
niebla seguía cayendo y los contornos difusos de las casas me hacían sentir que
estaba inmersa en un sueño.
A lo
lejos, divisé en una esquina la silueta inconfundible de un buzón de
correo. Incrédula, corrí hacia él.
Mi sorpresa
fue aún mayor cuando escuché que me hablaba:
-¡
Qué bueno que me traes una carta!- dijo- Ponla aquí- y abrió su bocota como si
esperara recibir un caramelo.
Le
eché mi carta y él suspiró satisfecho.
-¡Tenía
mi panza vacía! Ahora casi nadie escribe...
-Pero
¿ estás seguro de que podrás enviarla?
-Pues,
claro! - afirmó, ligeramente ofendido- El cartero pasa por aquí cada tarde, a retirar la correspondencia.
Miré
a mi alrededor y noté las fachadas antiguas, los faroles de hierro y en la
calle, los rieles de un tranvía. No dudé de que en ese barrio el tiempo se
había detenido hacía por lo menos, veinte años.
-¿ Y
crees que él me responda?- le pregunté, ilusionada.
-Sí
tú lo recuerdas, seguro que él también te recuerda a ti.
Lo
rodeé con mis brazos y estampé un beso en su mejilla de metal. No se ruborizó
porque no podía ponerse más rojo de lo que ya era, pero miró para otro lado,
incómodo.
Me
alejé por donde había llegado y a poco andar noté que la niebla se levantaba y
que el sol daba de lleno en los edificios modernos que me eran familiares.
Pasaron
algunas semanas y me fui olvidando del
extraño episodio. Terminé por pensar que había soñado despierta.
Hasta
que un día, escuché una voz en el teléfono:
-¡
Aló! ¿ Lily? Soy Gustavo...¿ Te acuerdas
de mi?
-¡
Claro que sí! Y ¿como me ubicaste?
-Le
pedí tu número a un amigo común...¡ Tenía tantas ganas de saber de ti!
Nunca
le dije nada, pero siempre pensé que aquella carta olvidada durante tantos
años, había encontrado una mágica forma de llegar a su destino.
Que lindo amiga
ResponderEliminares como decidirse en estos tiempos a escribir una carta a un amigo lejano y que yo lo tengo...
me imagino que le gustaría mucho tener una carta mía...
que es muy diferente a escribir en la red
Y que lindo ese buzón, yo le recuerdo también.
un hermoso regalo de vida.
Cuidate mucho.