Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 1 de octubre de 2023

CINTAS DE COLORES.

Hortensia amarraba imaginariamente las semanas en paquetitos y las apilaba en la alacena de su corazón.  La mayoría, atadas con cintas grises porque, en la monotonía de su vida, ese era el color predominante. Si algún día alguien la llamaba por teléfono, abriendo una brecha en su soledad, entonces la ataba con una cinta verde . Seguramente, con la esperanza de que hubiera algún llamado más...

Y esa semana en que la llamó aquel hombre a quién tanto había amado, le puso una cinta rosada.  ¡ Roja, no!  Porque adivinaba que había sido un llamado casual. Seguramente él había encontrado su número en una agenda vieja y la había llamado en un impulso que no volvería a repetirse.

Y así pasaba el tiempo, amarrando las semanas en paquetitos. Sentada en la orilla de la Vida,  como al borde de un muelle. Viendo pasar los barcos a lo lejos y mirando el agua, a ver si llegaba una botella con mensaje...

Quizás en la orilla opuesta, en otro muelle, había alguien que también miraba el agua. Era algo que no podía saber.

Hasta que hubo una semana que sí la amarró con cinta roja.  Fue la de ese viernes mágico, en que  " él" apareció en su vida. 

En la casa que quedaba justo enfrente de la suya,  la viuda de don Ramiro Alfaro, puso una pensión para personas solas. Eso al menos decía el letrero que apareció un día en su ventana.

Primero llegaron dos universitarios de pelo largo y cara de hambre crónica.  Luego, una ancianita llorosa a quién fue a dejar un hijo que no volvió nunca más.

Hasta ese viernes de prodigio en que se detuvo un Uber en la puerta de la pensión y se bajó un hombre con una maleta.

No era viejo, pero tampoco joven. No era buenmozo, pero tampoco feo.

En las ventanas vecinas, varias cortinas se corrieron expectantes e  igual número de pechos femeninos exhaló un suspiro.

Hortensia se mantuvo impasible y no suspiró. Porque en principio no se dio cuenta de que el tiempo se había detenido y que su vida había dado un vuelco.

Con los días lo supo, porque su corazón empezó a jugarle malas pasadas cuando lo veía aparecer.  Se le desbocaba como un caballo chúcaro y luego se detenía de golpe, como si le dijera :  Hasta aquí llegamos, Hortensia. Despídete de la Vida. Y luego reanudaba su andar a tranco lento, seguramente burlándose de haberle dado un susto.

Sencillamente era el Amor, esa fuerza irresponsable que se le había metido en el pecho, ocasionando el total estropicio de su serenidad.

Empezó  a salir a barrer temprano su trecho de vereda, para verlo partir a su trabajo. 

Barría con tal ahínco, que una nube de polvo se formaba a su alrededor y él, al pasar, la miraba de reojo,   seguramente sorprendido de tanto afán.

Otro día se le ocurrió salir con un jarro de agua y rociar la vereda antes de ponerse a barrer. Entonces, él pudo verla nítidamente, por primera vez y le lanzó un buenos días con voz de barítono.  A Hortensia se le aflojaron las rodillas y respondió con un murmullo, ruborizada hasta las orejas.

Nunca hubo nada más que aquellos saludos matinales.

A las preguntas disimuladas de las vecinas, la dueña de la pensión contestaba con monosílabos egoístas. A parecer, no quería competencia en los favores del viudo. Porque era viudo, eso sí. Al menos se dignó soltar aquella información tranquilizadora.

-¿ Se dan cuenta de lo asombroso que es el destino?  Se ha dado la coincidencia de que los dos somos viudos- suspiraba ella y sus cuatro papadas se estremecían de emoción.

Pero, al parecer, el destino no estaba decidido a tomar parte en el asunto, porque no hubo novedades para ningún corazón en aquella cuadra.

Al cabo de unos meses, el viudo salió con su maleta y subió a un Uber que lo esperaba en la 

vereda. Fue el jueves de una semana cualquiera y Hortensia la amarró con una cinta negra.

Porque ese día había muerto su amor, tal como había vivido: inadvertido y sin esperanzas.

Pasaron varias semanas en que nadie salió a barrer el polvo de la vereda.

Luego Hortensia volvió a su rutina de atar paquetitos con cintas grises y apilarlos uno sobre otro, en la alacena de su corazón.





domingo, 10 de septiembre de 2023

UN SUEÑO ATERRADOR.

Juan había tenido un sueño que lo había dejado inquieto y preocupado.

Soñó que caminaba en la noche por una calle desierta y veía tendido en el suelo a un hombre, aparentemente desmayado.  Se acercaba a ayudarlo, pero el hombre se alzaba de pronto y le rodeaba el cuello con unas manos que parecían garras. Se despertó gritando y durante todo el día, lo dominó una sorda angustia que le impedía concentrarse en su trabajo.

Días después, se encontró en su automóvil, detenido frente a un cruce de trenes.  Una luz roja le avisaba que venía un convoy.  Había empezado a llover y una densa cortina de agua le dificultaba la visión. Pero aún así,  distinguió un bulto con forma humana, que yacía caído junto a las vías. 

Su primera reacción fue bajarse a auxiliarlo, pero entonces se acordó de su sueño. ¿ Y si había sido premonitorio?  ¿ Si fue una advertencia para que tuviera cuidado?

En ese momento, el tren pasó rugiendo y al cabo de unos segundos, se apagó la luz roja y se levantó la barrera. Juan aceleró y cruzó las vías sin mirar atrás.

Al día siguiente, vio en el diario una noticia pequeña, que lo dejó consternado:

"Un hombre fue encontrado muerto anoche, junto a la línea del tren. La autopsia arrojó un infarto. El médico forence opinó que un oportuno auxilio pudo haberlo salvado."

Juan se sintió embargado por angustiosos remordimientos. ¿ Por qué no me bajé?  ¿Como pude creer que mi sueño había sido una advertencia?  Pude haberlo auxiliado y por un temor estúpido lo abandoné sin hacer nada.

No le contó a nadie lo que había pasado, pero en todo el día no pudo concentrarse y  le pareció que todo en el trabajo le salía mal.

Días después, le tocó de nuevo cruzar la línea del tren.  Había empezado a llover y como siempre a esa hora, la luz roja y la barrera baja avisaban que se acercaba un tren.  La lluvia le impedía ver con claridad, pero estuvo seguro de distinguir a una persona caída junto a las vías.  ¡ No puede ser!  ¡ Otra vez!   ¡Tiene que ser una alucinación !

Dio un grito y sin vacilar, bajó del automóvil. Corrió hacia el hombre caído, que gemía pidiendo ayuda. Se inclinó para abrirle el cuello de la camisa, pero el hombre se levantó de pronto y le atenazó la garganta. Otro se acercó por detrás y le golpeó la cabeza.

Aturdido, sintió que varias manos le revisaban la ropa y le arrancaban la billetera y el celular. Luego lo arrastraron y lo pusieron sobre las vías del tren.  

Quiso gritar, intentó moverse, pero su cuerpo no le obedecía.   Lo último que oyó fue el estrépito del tren que se abalanzaba sobre él, desde la negrura de la noche.




domingo, 3 de septiembre de 2023

LA MALDICION.

 Mariela tenía quince años y pensaba que nunca podría olvidar a Edmundo. Hasta su nombre, propio del protagonista de una novela romántica, contribuía a hacerlo inolvidable.  Lo repetía en voz baja, a solas en su dormitorio y le parecía que su dulce sonido  hacía eco a los latidos de su corazón.

Pero, él mismo le había rogado que lo olvidara. ¿ Cómo era que habían llegado a eso?

Al principio, todo había sido perfecto. Edmundo no dejaba pasar un día sin llamarla ni dos sin correr a verla. Parecía que le faltaba el aire cuando ella no estaba cerca.  ¡ Todo era maravilloso!   Mariela  pensaba que ninguna novela de amor de las que había leído por cientos, se podía comparar a lo que estaba viviendo junto a él.

Pero, todo empezó a cambiar. De a poco, Edmundo se fue poniendo distante y silencioso, como si algo le preocupara. Ya no la llamaba tan seguido y hasta dejaba pasar una semana sin ir a verla.

-¿ He hecho algo que te haya molestado?- preguntaba ella, compungida.

-No, Mariela. No eres tú, soy yo.

-¿ Entonces ya no me quieres?

-¡ Al contrario!  Estoy loco por tí. No creí que existiera una chica tan perfecta como tú en el mundo...

-¿ Y entonces?

-Precisamente porque te quiero tanto es que tengo que alejarme de ti. 

-¿ Por qué? ¿ Qué te pasa?

-No me vas a creer...Parece imposible que algo así ocurra en la época en que vivimos...Pero sobre mí pesa una maldición terrible.

Mariela lo miró incrédula y empezó a reír, creyendo que era una broma, pero la expresión en la cara de Edmundo la hizo enmudecer.

-Todos los hombres de mi familia han heredado esta maldición.  Ya empiezo a sentirla en mí. En las noches de luna llena siento que una fuerza oscura me domina...Lucho desesperadamente contra ésto, pero sé que es en vano...

-¿ Qué quieres decir?- preguntó ella, asustada.

-Que soy un hombre lobo ¿ comprendes?  Y si me quedo a tu lado, terminaré por hacerte daño.

Se cubrió la cara con las manos y se alejó, corriendo. Desde lejos, le gritó:

-¡ No se lo cuentes a nadie, por favor!

 Justo en ese instante, la luna apareció entre las nubes y rodó por el cielo como una moneda de oro.  Mariela, llorando de pena y de miedo, se alejó calle abajo y nunca a nadie le contó se experiencia. ¡ El le había rogado que no lo delatara!

Pero, tratar de olvidarlo le parecía un esfuerzo demasiado grande para su corazón. A veces, en noches de luna llena, creía escuchar a lo lejos el aullido de un lobo. ¡ Es Edmundo!- se decía- El sufre porque todavía me ama y no puede acercarse a mí...

Probablemente no se trataba más que de un perro vago, pero Mariela era demasiado romántica para conformarse con esa explicación.

Al año siguiente, al Liceo llegó una niña que venía de otra comuna. Se llamaba Georgina y de inmediato se hicieron amigas. 

Se llevaban muy bien y pronto Mariela notó que su nueva amiga jamás tocaba el tema sentimental. Seguramente venía saliendo de un desengaño amoroso y no quería hacerle confidencias...Durante un tiempo respetó su silencio, pero cuando ya hubo entre las dos total confianza, se decidió a preguntarle.

Georgina titubeó.

-Es un secreto que no me pertenece-suspiró- Cuando nos separamos, él me pidió que no se lo contara a nadie.

Un timbrazo de alarma sonó en la mente de Mariela y aguzó el oído:

-Al principio pensé que había dejado de quererme- continuó Georgina- pero él me aseguró que no, que todo lo contrario, que yo soy la chica más perfecta que existe en  el mundo... Pero, que tenía que alejarse, porque sobre su familia pesaba una maldición que ya duraba generaciones...

Mientras Georgina hablaba, Mariela se iba poniendo roja, luego pálida y en seguida roja otra vez, a medida que la rabia y la humillación se alternaban en ella. Su amiga, con los ojos nublados por las lágrimas, continuaba su relato sin fijarse en ella.

-Me dijo que en las noches de luna llena, una fuerza oscura se apoderaba de su cuerpo. Que si seguíamos juntos, terminaría por hacerme daño...Temía llegar a convertirse en...

- En lobo ¿ no es cierto?

-¿ En lobo?   ¡ No!  ¿ Como se te ocurrió eso? ¡ Tenía miedo de transformarse en vampiro!

Vaya, innovó en el libreto el muy cínico, pensó Mariela, mientras la rabia hervía en su pecho, como la lava de un volcán.

-Me pidió que lo olvidara- se condolía Georgina-pero, no puedo...En las noches me duermo repitiendo su nombre.

-¡ Edmundo!- murmuró Mariela, sin darse cuenta.

.¿ Como? ¿ Que lo conoces?

-¡ No! ¿ Como se te ocurre? Se me vino a la mente, no más.  Debe ser porque estoy leyendo " El conde de Montecristo" y el héroe se llama Edmundo...¡ Qué coincidencia!  ¿ verdad?




domingo, 27 de agosto de 2023

NARANJAS.

 Después de varios meses de cesantía, Juan había encontrado un empleo en el cementerio. Siempre  le había tenido más miedo a los vivos que a los muertos, así es que no lo inquietaba trabajar en un lugar que a otros les habría parecido lúgubre.

Desde el principio, tuvo a su cargo el mantenimiento del Patio 38.  Era un recinto pequeño, más bien un jardín, en el que las lápidas parecían un detalle más del decorado. Crecían ahí numerosos árboles. Había cipreses melancólicos de hojas oscuras y acacias florecidas que perfumaba el aire. Juan tendía a olvidar que estaba en un camposanto, hasta que un ángel de piedra que se alzaba  en la entrada, se lo recordaba llorando sin consuelo.

El Domingo era su día libre, de modo  que casi nunca veía a los deudos. Pero el Lunes, varias lápidas aparecían adornadas con flores frescas, mientras que otras seguían desnudas en su abandono.  

Juan pensaba que en ellas  yacían  personas que habían vivido solitarias y que se habían llevado su soledad hasta allí, para que les hiciera compañía.

Compadecido, sacaba entonces algunas flores de las tumbas afortunadas y las ponía en aquellas a las que nadie había visitado.

-¡ No se van a enojar si les saco unas pocas flores!- decía- Los muertos son más generosos que los vivos... Tal vez porque aquí han aprendido que aferrarse a las cosas materiales no sirve para nada.

En el extremo más alejado del patio, junto a un sepulcro abandonado,  crecía un naranjo. Cuando Juan llegó, ya estaba cargado de naranjas doradas que resplandecían entre las hojas verdes. Pronto maduraron tanto que empezaron a caer sobre la lápida. Parecía que el viejo árbol  quería adornarla con sus frutos, ya que nunca nadie acudía a ponerle una flor.

Un día, Juan tuvo un sobresalto. Vio numerosas cáscaras de naranja esparcidas en el pasto, junto a la tumba.

-¿ Quién habrá sido el bribón que se las comió y dejó aquí la basura? ¡ Bien miserable tiene que ser para venir a comerse las naranjas del cementerio!

Decidió vigilar para ver si veía algún extraño merodeando por ahí. En todo el día no vino nadie, pero al otro día volvió a ver esparcidas cáscaras alrededor del naranjo.

-¡ No, señor!  ¡ A mí no me van a hacer la misma gracia otra vez!- gruñó Juan, indignado. Decidió quedarse en el cementerio esa noche, vigilando. Tenía que descubrir al culpable de esa diablura que a él le parecía una profanación.

Premunido de un termo  con café bien cargado,  se sentó sobre una lápida. Pertenecía a una señora muy empingorotada, cuyo nombre estaba seguido de un rosario de apellidos ilustres. ¡ Perdone la confianzudez, doña!-  se disculpó Juan- Pero tengo que sentarme, porque creo que esta noche puede ser larga...

 A lo lejos tañía dulcemente una campana, como llamando a la oración y en la rama de un árbol, un búho lo miraba con sus ojos redondos.  Juan tomaba grandes sorbos de café, para mantenerse despierto. Reinaba un silencio espeso y aterciopelado, pero  transcurrían las horas y el ladrón de naranjas no aparecía por ninguna parte.

  Se preparaba para dejar su puesto de vigilancia y marcharse a su casa, cuando lo sorprendió un leve roce que provenía de la lápida.  La vio deslizarse de a poquito y por el hueco apareció una mano pequeña, muy blanca, casi transparente. Tanteó el pasto con dedos sigilosos, como si buscara algo.

Al parecer, lo encontró, porque cogió dos naranjas y retrocedió con ellas al interior de la fosa.

Juan pensó que si no hubiera estado sentado, se le habrían doblado las piernas y hubiera caído al suelo como un costal de plomo. Pero se recuperó de inmediato, porque a él nunca lo habían asustado los fantasmas.

Se acercó a leer el epitafio de la tumba. Supo entonces que ahí estaba enterrada una niña que había vivido apenas durante diez años y que había muerto hacía más de un siglo.

-¡ Pobre niñita!- se condolió Juan- ¡ No pudo comerse todas las naranjas a las que tenía derecho!  ¡ La Muerte mezquina no se lo permitió...!

Conmovido, se secó una lágrima. En ese momento, por el hueco en la fosa volaron por los aires las cáscaras de las naranjas y aterrizaron sobre el pasto.  La lápida se corrió suavemente y volvió a su sitio, sin un rumor.

Aclarado el misterio, Juan se fue a descansar a su casa. Antes de quedarse dormido, decidió no contarle a nadie su aventura, para que no lo creyeran loco.

Pero, desde ese día, se esmeró en cuidar el naranjo, regándolo más que los otros árboles, para que así las naranjas se dieran más jugosas. 



 

domingo, 20 de agosto de 2023

LA AMIGA DE JUAN.

Juan había llegado a creer que la Muerte lo favorecía. Que le tenía simpatía, no sabía por qué.  No podía ser casualidad que todos los que lo ofendían o le hacían daño, acabaran de morir al poco tiempo.

Era un asiduo lector del obituario del periódico y cuando sus ojos hallaban un nombre odiado, reía con amarga satisfacción:

-¡ Me humilló!  ¡ Me arrebató lo que yo quería y ahora está muerto!  En cambio, yo sigo vivo...

A veces, el difunto era alguien que había conocido en su infancia, hacía más de treinta años. Pero Juan no olvidaba las ofensas. Su corazón sangraba por muchas heridas infectadas que solo  se cerraban en ese momento glorioso en que la Muerte le hacía justicia.

Cuando eso pasaba, se sentía poderoso, omnipotente como Dios.

-¡ Es mi odio el que los mata!- decía, convencido- Es mi mano la que dirige la guadaña de la Muerte.  Ella es mi amiga y me brinda este desquite. ¡ Nadie que me ofenda puede seguir viviendo!

Una tarde se había sentado en el paradero de buses de la esquina de su casa.  Pensaba dirigirse al parque a respirar aire fresco.

De repente, notó que a su lado se había sentado una mujer extraña.  Llevaba un abrigo oscuro que le llegaba a los pies y un sombrero de ala ancha que le tapaba los ojos.

Cuando pasaba un automóvil, un destello de luz alcanzaba su cara. En la penumbra del atardecer, mostraba una palidez terrosa en contraste con sus labios, de un vivo color rojo.

Se movió un poco hacia él y Juan notó que lo miraba de soslayo y le sonreía.

-Perdón? ¿ Nos conocemos?- le preguntó, intrigado.

- ¡ Por favor, Juan!  ¡ Me extraña tu pregunta!  Soy tu amiga de tantos años....La que te va limpiando el camino a medida que avanzas. ¿ Acaso no me has estado siempre agradecido porque hago justicia por tí?

-Eres la Muerte, entonces...

-¡ Por supuesto!  ¿ Quién otra?

-No me dirás que vienes a buscarme...

-Todavía no, amigo- se rio la Muerte- Estoy aquí esperando el próximo bus, porque en él viene alguien que nos interesa a los dos.

-¿ Un enemigo mío, entonces?

-¡ Claro!  Es Pedro.

-Pero  ¡ si Pedro es mi mejor amigo!

-Eso creías tú. En realidad, no siempre eres perspicaz en la elección de tus amistades.  Pedro se bajará en este paradero porque se dirige a tu casa.

-¿ Va a buscarme?

-No. Precisamente va porque sabe que tú no estás.  Se puso de acuerdo con tu mujer para que se escapen juntos esta noche.

En ese momento, se detuvo un bus en la esquina y Juan vio bajar a Pedro, quién portaba una maleta.

Ágilmente saltó de la pisadera hacia la calle. Pero, el bus retrocedió bruscamente frente a otro que se le atravesaba y atrapó a Pedro bajo sus ruedas.

Juan lanzó un grito al escuchar un crujir de huesos. La gente corrió a presenciar el accidente y algunos tomaban fotos con sus celulares. Se lucirían frente a sus amigos con esa primicia...

El chofer se bajó del bus con el rostro contraído por el horror.

-¡ No fue mi culpa!- gemía- Tuve que retroceder para esquivar a la otra máquina...

-Ya ves-  susurró la Muerte al oído de Juan- Te he librado de otro enemigo...Uno del que ni siquiera sospechabas...Ahora tienes el camino libre.

Juan, conmocionado aún, se dirigió a su casa.

Al entrar, vio a su mujer en traje de calle, que se dirigía hacia la puerta.

-Acabo de ver morir a Pedro- le informó, con voz inexpresiva- Lo atropelló un bus en la esquina.

La mujer abrió la boca como si fuera a gritar y cayó de rodillas sobre la alfombra. Toda la sangre pareció retroceder de su cara, dejándola de un blanco grisáceo.

Jun pasó por su lado sin mirarla y se dirigió al dormitorio.  Sobre la cama de ambos, vio una maleta a medio llenar. 

Con calma, fue sacando los vestidos de su mujer y volviendo a colgarlos en el closet.

Aún se sentía impactado por la muerte de Pedro, pero una sonrisa de triunfo vagaba sobre sus labios.




domingo, 13 de agosto de 2023

LA MEJOR AMIGA.

Siempre se juntaban a estudiar, Nancy y Félix, la pareja más atractiva del campus y Claudia, la matea del curso. Eran un trío inseparable.

Claudia sabía que la buscaban solo por sus buenos apuntes y la intuición que tenía para adivinar qué problemas iban a aparecer en los controles.  Seguramente habrían preferido estar solos, pero Claudia era " un mal necesario" que tenían que aguantar, si es que querían aprobar el semestre...

Ella se tragaba las humillaciones con tal de estar cerca de Félix. Se había enamorado de él desde el principio y los celos le carcomían el corazón como un ácido.

Nancy parecía sospecharlo y le divertía. La trataba con la condescendencia que su belleza irresistible le otorgaba. No era competencia para ella. A veces, por hacerla rabiar, la llamaba " cerebrito".  Claudia lo soportaba todo y se consolaba pensando que en el fondo, Nancy le tenía envidia. Su físico era un talismán que le abriría muchas puertas, pero que no le bastaría para cumplir sus ambiciones. Su sueño era ir a doctorarse al extranjero.

Se lo había dicho a Claudia en secreto,  pidiéndole que no se lo mencionara a Félix. Porque él solo quería titularse pronto, para poder trabajar y casarse con Nancy.  Se lo  confesó a Claudia,  una tarde en la cafetería,  sin sospechar el dolor que le causaba.

-¡ Ay, amiga!  ¡Estoy enamorado de veras !  ¡ Ojalá ella me quisiera como yo la quiero!  Lo único que ansío es titularme para pedirle matrimonio...

En ese momento llegó Nancy, rodeada de esa aura dorada que parecía emanar de su cabello y de su piel. Félix se paró de un salto Y Claudia sintió que un chorro de hiel le llenaba la garganta, subiéndole desde el corazón.

Corrió la noticia de que iban a otorgarse dos becas para una Universidad extranjera.   Había que rendir un examen y Nancy le rogó a Claudia que la preparara en secreto, sin que Félix lo supiera. 

  Todas las noches se juntaban en la casa de Claudia. Se amanecían resolviendo ejercicios y al otro día partían a la Universidad, caminando como sonámbulas.  A Claudia ningún sacrificio  le parecía excesivo , con tal de separar a su rival de Félix. 

Ella la abrazaba agradecida. 

-¡ Nunca pensé que fueras tan buena amiga!  Perdóname si alguna vez te molesté con sobrenombres ofensivos...

Dio el examen con éxito y consiguió la beca.

Para Félix fue un golpe. Discutieron airadamente.  El lloró y ni siquiera fue a despedirla al aeropuerto.  Claudia sí la acompañó. Quería cerciorarse de que  realmente se iba...

Sin Nancy, Félix andaba como un autómata. Se aferraba a Claudia buscando consuelo y le hablaba de su dolor sin descanso. No había forma de que cambiara de tema. Claudia lo escuchaba con paciencia, segura de que el tiempo haría su trabajo y terminaría por olvidar.

Poco a poco, él fue recuperando su alegría. Siguieron estudiando juntos y sacando buenas notas gracias a los esfuerzos de Claudia. En la cafetería, Félix ya no nombraba a Nancy. Hablaban de sus estudios y hacían planes para el porvenir.

-¡ No sabes cuanto me ha servido tu compañía! - le repetía él, tomando su mano por sobre la mesa- ¡ Sin ti no habría sido capaz de salir adelante!

Claudia sentía que lo estaba logrando. La calidez en sus ojos seguramente era el preludio de un sentimiento más hondo. ¡ Eran tan afines! ¡ Se comprendían tan bien!  Era imposible que él no lo notara...

Un día,  Félix la llamó expresamente para que se juntaran en un café.

-¡ Tengo algo que decirte!- anunció riendo, y su voz temblaba de entusiasmo y de emoción.

¡Ahora! pensó Claudia ¡ Ahora!  ¡ Por fin ha comprendido que me ama!

Cuando se encontraron, él la recibió contento. Se notaba ansioso de abrirle su corazón.

- Claudia- empezó ruborizado- Tú has sido mi apoyo durante todo este tiempo. Me ayudaste a olvidar a Nancy y quiero que seas la primera en saber que he vuelto a encontrar el amor.  Un amor de verdad. No como ese otro, que resultó falso y traicionero.

Se abrió la puerta del café y entró una chica rubia. Un nimbo de oro parecía emanar de sus cabellos y de su piel.

-¡ Perdona, mi amor, si me atrasé!- exclamó, besando a Félix- ¡ No me perdería por nada conocer a tu mejor amiga!  




domingo, 6 de agosto de 2023

UN CUENTECITO DE HORROR.

Andrea había llegado a Santiago, desde provincia,  a  cursar el primer semestre de pedagogía en Historia. Se alojaba en casa de una familia que  arrendaba habitaciones a estudiantes de la Universidad cercana.

Era una casa antigua, en un barrio periférico. Los techos eran altos, los cuartos enormes y ninguna estufa lograba calentarlos. Pero lo más anacrónico era el sótano, al que se bajaba por una empinada escalera con olor a orina de gato.

Cuando Andrea llegó, resultó ser la única pensionista. 

La familia se componía de un matrimonio de mediana edad y dos hijos ya adultos: Manuela y Alfredo.  Manuela estudiaba una profesión desconocida y Alfredo no hacía nada.  Siempre estaba sentado frente al televisor sin sonido, con cara inexpresiva y unos ojos vacíos que parecían no ver.

Sin embargo, sorpresivamente su rasgos se crispaban sin motivo aparente, como si una tormenta salvaje se estuviera incubando en su interior.

Andrea nunca había visto a un asesino en potencia, pero mirando a Alfredo, empezó a tener la convicción de que se encontraba en presencia de uno, que a la menor provocación daría rienda suelta a sus instintos.

Eso sí, no tenía miedo, porque estaba segura de que no sería ella la víctima.  Alfredo ni la miraba cuando se atravesaba en su campo visual frente al televisor, pero a Manuela la seguía con ojos torvos y de vez en cuando, un tic le deformaba la cara.

Andrea pasaba todo el día en la Universidad y solo en la noche compartía la cena con la familia. Todos comían en silencio, sin mirarse, mientras en el televisor, siempre encendido, un locutor desglosaba la lista de crímenes del día.

A las once, todos subían a acostarse.

La rutina siguió así por semanas hasta que una tarde, al volver de sus clases, Andrea adivinó que algo había sucedido.

Mejor dicho, no " algo" sino " la cosa".  Esa cosa siniestra que se había estado preparando en la casa, como un guiso que se calienta a fuego lento.

No fue que hubiera sangre en la muralla ni un martillo con restos de cerebro botado en la escalera. No. Era algo más sutil.

Alfredo estaba, como siempre, sentado en el sofá, frente al televisor sin sonido. Pero se veía distinto. Ya no se notaba rígido, sino desmadejado y lánguido, como si descansara después de un trabajo agotador. Una semi sonrisa flotaba sobre sus labios.

Su hermana no se veía por ninguna parte.

En la noche, regresaron los padres y la madre, extrañada, preguntó por Manuela.

Alfredo emergió de su abstracción para decir que alojaría en casa de una amiga. Los padres, distraídos, no parecieron  preguntarse como era que por primera vez se mostraba interesado en las actividades de su hermana. 

Al día siguiente, Andrea llegó temprano a la casa y se encerró a estudiar. A la hora de la cena bajó al comedor no vio a los padres. Tampoco estaba puesto el mantel para que comieran.

Alfredo estaba en el sofá, tomando una cerveza.

- Mis papás tuvieron que partir a ver a un pariente- dijo antes de que Andrea le preguntara nada- Está muy enfermo, así es que no sé cuando van a volver.

Andrea sintió que el silencio se estiraba como un elástico muy tenso y esta vez sí tuvo miedo. Pero, se llamó a sí misma loca y fantasiosa y fingiendo calma, fue a la cocina a prepararse un sándwich.

Al día siguiente volvió temprano y decidió regar el jardín, que se veía bastante seco. Prefería estar ahí y no dentro  de la casa, donde parecía flotar una especie de vaho tóxico.

Se dijo para tranquilizarse, que esa tarde seguro que volverían los padres y con ellos Manuela. Todo volvería a la normalidad. Lo demás eran fantasías macabras.

Vio una begonia casi seca, con la mitad de las raíces al descubierto y decidió bajar al sótano a buscar un saco de abono.

En mitad de la escalera, se quedó paralizada de horror. 

Alguien había levantado las baldosas, dejando la tierra al descubierto. Se veían claramente tres tumbas recién cavadas, en las cuales escarbaba el gato, lanzando maullidos lastimeros.

Como un celaje subió a hacer su maleta. Temblaba de espanto, pero se dio maña para llamar a la policía y darles la dirección.

Cuando se alejaba en un taxi, vio un radio patrulla doblar la esquina y detenerse frente a la casa.

Mientras se alejaba, pensó en el gatito.

-¿ Lo recogería algún vecino?  ¡ Pobrecito!  Era tan regalón...