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domingo, 8 de octubre de 2023

LA NIÑA EN LA VENTANA.

Joel había terminado la educación secundaria en el Liceo de su pueblo y no sabiendo qué hacer, empezó a trabajar como ayudante de su tío Juan, que era jardinero.

Todas las mañanas se levantaban muy temprano y se iban a una enorme casa en las afueras del pueblo. Estaba rodeada de enormes jardines y nunca faltaba qué hacer. Regar, renovar las flores según la temporada, podar los arbusto y tantas cosas más.  De vez en cuando aparecía Don Pedro, el patrón, a inspeccionar el trabajo y luego de dar su visto bueno, pedía que le cortaran un ramo de flores para llevarlo a la casa.

Joel y su tío nunca entraban ahí.  Solo conocían la cocina, donde Fabiola, la cocinera les servía el almuerzo al medio día. La ayudaba Nancy, una chiquilla flaca, de sonrisa socarrona.

 Almorzaban con ellas y nunca veían a nadie más.  Joel pensaba que el patrón vivía solo y se preguntaba para qué querría una casa tan grande y con tantas cosas ricas que comer, apiladas en la despensa.

Un día en que  estaba regando un macizo de hortensias, levantó la vista sin querer y vio a una niña rubia asomada en una ventana del segundo piso.

Un pelo dorado le caía a los lados de la cara y a Joel le hizo recordar un cuadro de la Virgen que su mamá tenía en el dormitorio.  Mostraba una expresión angustiada que lo impresionó.   Ella lo miró fijamente, como si quisiera decirle algo, pero luego retrocedió y la ventana se cerró de golpe.

Al otro día, le preguntó a la cocinera quién era la niña rubia en el segundo piso y por qué nunca bajaba al jardín.

La mujer lo miró molesta:

-¡ Estás soñando! Allá arriba no hay nadie.

Pero Joel notó que Nancy le hacía un guiño de complicidad y negaba con la cabeza.

Apenas pudo, la llamó afuera y la interrogó .

- ¡Claro que hay alguien allá arriba!  Yo veo a la Fabiola que sube bandejas con comida. Parece que la niña está enferma porque bien seguido veo llegar al doctor. Pero, no preguntes nada. Ya ves que el patrón no quiere que se sepa.

Desde entonces, Joel procuraba  trabajar cerca de la casa y miraba inútilmente hacia la ventana.

Un día, la ventana se abrió de pronto y apareció la niña. Echó medio cuerpo afuera y mirándolo fijamente, le arrojó un envoltorio.  Era una pulsera envuelta en un papel blanco. Joel leyó lo que estaba escrito:

¡Ayúdame!  Me tienen secuestrada.

Ella lloraba y juntaba las manos en un gesto de súplica.  Más que nunca se parecía al cuadro de la Virgen. Solo le faltaba el puñal atravesando su corazón.

Joel quedó consternado. No sabía qué hacer y de pronto,  la vio retroceder asustada. Alguien había entrado a la pieza. Era don Pedro, que tomándola de los hombros la alejó de la ventana.

¿ Qué hacer?  Joel no le dijo nada a su tío, pero decidió salvarla. ¿ Como podían tenerla encerrada ahí?  Eran órdenes de don Pedro, que ocultaba el delito. ¡ Quién se lo hubiera imaginado!  Y por temor, todos fingían que no sabían nada.

Varios días después, la niña volvió a asomarse y lo miró expectante. Joel le hizo una seña y con los labios moduló con claridad: Esta noche. Luego le mostró sus dedos, indicando las doce.

Esa tarde fingió salir de la propiedad, pero se escondió en el cobertizo de las herramientas.  Ahí había una escalera bien larga, que podría servirle a sus propósitos.

Las horas se le hicieron eternas, mientras esperaba escondido. La lejana campana de la Iglesia dio las doce y Joel salió sigilosamente del cobertizo, llevando la escalera. Sin hacer ruido, la apoyó en el alféizar . La niña  abrió la ventana en seguida y empezó a bajar con cuidado. Iba envuelta en un abrigo y sujetaba en su mano una pequeña cartera.

Al llegar abajo, le sonrió y le apretó la mano. 

- ¡ Tengo que irme a Santiago a denunciarlos!- le dijo- Son una banda de secuestradores.  Tomaré el tren y llegaré temprano en la mañana.

-¿ No tienes miedo de andar sola de noche?

Ella no le hizo caso y gimió, mirando su cartera vacía. 

-¿ Como voy a comprar el pasaje?  Ellos me quitaron mi dinero...

Joel no dudó en echar mano a los billetes que tenía en el bolsillo. ¡ Por suerte, le habían pagado su salario el día anterior!

La niña se perdió en las sombras y Joel se dirigió a la casa de su tío. Se sentía orgulloso de su hazaña. Casi no pudo dormir de tan eufórico que se sentía. Pensó advertirle a su tío de la verdadera identidad de Don Pedro, pero sabía que él necesitaba el trabajo y prefirió callar.

Cuando a la mañana siguiente llegaron a la casa, vieron dos vehículos estacionados en la entrada. Uno era una patrulla de la policía y el otro, era el auto del doctor.

El patrón estaba pálido y se retorcía las manos con desesperación.  Fabiola lloraba y Nancy se escondía detrás de ella, comiéndose las uñas. Al ver llegar a Joel, le dirigió una mirada maligna, como si lo supiera todo.

El tío Juan se acercó interrogante y la cocinera , sollozando,  le informó:

-¡ Se escapó la señorita!

-¿ Qué señorita?

-La hija de Don Pedro. Está trastornada hace años...Yo la cuidaba lo mejor que podía, siguiendo las instrucciones del doctor. El patrón no quería internarla, decía que le haría peor. ¡ Y ahora se arrancó y no sabemos a donde fue!  Hacía años que no salía de la casa...¡ No va a reconocer nada! ¡ Quizás qué le puede pasar!

Fabiola se tapó la cara con el delantal y Joel sintió que desfallecía. Nancy lo miraba con una chispa de burla en sus ojos saltones. 

Los de Investigaciones estuvieron interrogando a todos los miembros del servicio. El tío Juan no se movió en su declaración: Ni él ni su sobrino habían visto nunca a la señorita. Ni siquiera sabían que vivía en la casa...

Al final, se convencieron que decían la verdad y los dejaron tranquilos.  A Joel ni siquiera le tomaron declaración formal. Pero él sentía que los ojos de Nancy lo perseguían diciéndole que estaba segura de que él había tenido que ver en el asunto.  ¿ Cuanto se demoraría en hablar ?

Esa misma noche le informó a su tío que quería ir al Sur, al pueblo donde vivían sus padres.  ¡ Hacía tiempo que no los veía y los echaba mucho de menos!

Antes de que amaneciera, ya estaba en la estación. De un tren vio bajarse a una niña rubia y corrió hacia ella, aliviado:

-¡ Señorita! ¡ Qué bueno que volvió!

Pero, era una desconocida que lo miró con extrañeza y se perdió rápido por el andén.

Nunca supo si la habían encontrado.




1 comentario:

  1. Un intrigante relato...a veces meterse con lo desconocido nada bueno deja...

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