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domingo, 27 de octubre de 2019

NOCHE DE HALLOWEEN.

Jorge estaba sentado en un sillón de su casa, esperando que Pablo lo pasara a buscar. Irían a una fiesta de disfraces y se habían puesto de acuerdo para ir de zombies. Era lo más fácil y más barato, para salir del apuro.
Eran ya más de las doce y miró su reloj con impaciencia. En ese momento sonó el timbre y se paró a abrir, enojado por el atraso.
Pero, en el umbral había una mujer joven, vestida de blanco. Estaba pálida como un muerto y unas ojeras azules le sombreaban los pómulos. Una mancha roja, muy convincente, ensangrentaba toda la parte delantera de su traje.
-¿ No estás muy grandecita para andar pidiendo dulces?- le preguntó Jorge, tratando de hacerse el gracioso.
-¡ No quiero dulces!- gritó ella, rabiosa- ¡ Me acaban de apuñalar y necesito llamar una ambulancia!
Sin esperar que Jorge reaccionara, lo apartó de un empujón y se precipitó dentro de la casa.
-¿ Donde está el teléfono?
Jorge, mudo, le señaló la pieza contigua. Estaba tan impresionado que no lograba articular palabra.
Ella pasó por su lado y cuando la vio de espaldas, notó que el mango de un cuchillo sobresalía entre sus omóplatos.
De repente, la mujer empezó a desvanecerse en el aire, como si fuera de humo y a los pocos segundos, desapareció.
A Jorge se le doblaron las piernas de espanto y cayó derrengado en el sillón.
-¡ No puede ser! ¡ No puede ser!- repetía- Me quedé dormido y lo soñé...
Se demoró un rato en recuperar el ritmo normal de su corazón. Cuando ya había logrado calmarse, sonó el timbre otra vez.
-¿ Será ella que vuelve?- se preguntó aterrado y se aferró a los brazos del sillón, sin atreverse a abrir.
Alguien empezó a golpear  con violencia.
-¡ Abre, Jorge, de una vez!- gritaba Pablo- ¿ Qué te pasa?  ¿ Estás durmiendo?
Tambaleándose, se acercó a la puerta y logró asir la perilla.
-¡ Qué bueno te quedó el disfraz!- se rió su amigo, entusiasmado- Estás blanco como un cádaver... ¿ Te pusiste el maquillaje de tu mamá?
Jorge dudó en contarle lo ocurrido, pero prefirió no hacerlo. Ni él mismo estaba seguro de si había sufrido o no una pesadilla.
-¿ Tienes una cerveza?- preguntó Pablo, dirigiéndose al refrigerador. En ese momento, sonó el timbre otra vez.
-¡ No abras! ¡ No abras!- gritó Jorge, despavorido- ¡ Seguro que es ella, de nuevo!
Pablo no le hizo caso y se dirigió a abrir la puerta.  Jorge vio todo negro por un segundo y luego se desmayó.
Cuando recuperó la conciencia, estaba sentado en el sillón y Pablo le echaba aire en la cara con una revista.
-El timbre...El timbre...  -balbuceaba Jorge- ¿ Quién era el que tocaba?
-No sé, no había nadie- contestó Pablo, impaciente-  No sé qué te pasa...Cualquiera diría que viste un fantasma...
Jorge abrió los ojos, tranquilizado.  Pero entonces la vio, sentada frente a él.
Lo miraba fijamente, mientras la mancha de sangre iba creciendo hasta cubrir toda la pechera de su vestido. La punta del cuchillo asomaba por entre sus costillas...
-¿ Nos vamos ya a la fiesta?- preguntó Pablo- Si seguimos perdiendo el tiempo aquí, vamos a llegar cuando se  haya terminado.





domingo, 20 de octubre de 2019

LA PESADILLA.

Julia leía hasta tarde, porque tenía miedo de quedarse dormida.
Sabía que la pesadilla se presentaría otra vez y volvería a encontrarse en la celda de una cárcel, sin comprender como había llegado ahí.
- ¿ Por qué estoy presa?  ¡ Yo no he hecho nada!
 En vano se lo aseguraba a la guardiana, una mujer corpulenta de gesto impasible.
-¡ Claro!  -se burlaba la mujer-¡ Eres inocente !  No conozco a nadie aquí que sea culpable... .¡ Todas son palomitas blancas, presas por equivocación !- Y se  alejaba por el pasillo, soltando una risotada.
- ¿Qué hice, Dios mío?  No me acuerdo de nada...
Noche tras noche, soñaba lo mismo. Le bastaba poner la cabeza en la almohada para verse trasportada a la estrecha celda, siempre iluminada por una luz cruda que le hería los ojos.
Cada mañana, al despertar en su cama sentía un indecible alivio. Pero se levantaba extenuada por la angustia que había experimentado durante la pesadilla y por el miedo de volver a soñar lo mismo otra vez.
 Terminó por pensar que era un sueño premonitorio. Que ella estaba destinada a cometer un delito grave, tal vez un asesinato y que esa pesadilla no hacía más que prepararla para lo que le deparaba el futuro.
Pero, no ¡ no es posible! se decía , yo no odio a nadie. No podría matar a otro ser humano, ni siquiera a un animal. No está en mi naturaleza.
Hasta que supo que Carlos la engañaba.
Hacía tiempo que sus amigas venían advirtiéndole que lo habían visto con otra. Pero ella no les hacía caso y lo atribuía a la envidia. Siempre se habían mostrado incrédulas de que Carlos se hubiera fijado en ella.  - Te resultará difícil retener a un hombre tan buenmozo -le decían- ¡ Arréglate más!
Hasta que un papel arrugado  con un mensaje y la hora de una cita , le dio la prueba  definitiva del engaño. Adivinó que su rival era Leticia, la nueva secretaria. Una mujer rubia y llamativa que había conocido en una fiesta de la Empresa.
Pero, su odio no se concentró en ella sino en Carlos, a quién tanto había amado.  Su dolor y su humillación alcanzaron el paroxismo al comprobar que él seguía fingiéndole amor mientras la apuñalaba por la espalda.
Entonces decidió matarlo.
No tuvo dificultad en comprar una pistola. - Vivo en un barrio peligroso- explicó en la armería.  Bastaba abrir los periódicos cada mañana para que le encontraran razón...
Le pareció casi graciosa la expresión de incredulidad de Carlos cuando la vio parada frente a él, apuntándole.
-¡ Julia!  ¿ Estás loca?  ¿ Qué te pasa?
Las palabras se truncaron en sus labios en el mismo segundo que la bala penetró en su corazón.
Esa noche, por primera vez en meses, no tuvo la pesadilla. Durmió con un sueño pesado y sin imágenes.
La llevaron a juicio y la condenaron. El abogado buscó resquicios, pero la misma Julia rehusó  hacer la comedia del arrepentimiento. Escuchó la sentencia sin alterarse. Ahora que Carlos estaba muerto, lo que pudiera pasar en su vida le resultaba indiferente.
   La empujaron al interior de una celada estrecha que reconoció de inmediato.  La luz cruda le lastimaba los ojos...
Entró la misma guardiana corpulenta de rostro impasible, que durante tantas noches se había burlado de su angustia.
-Bueno ¿ y como está la mosquita muerta?  Va a seguir diciendo que es inocente?

-No, no se preocupe- respondió Julia- Ya no lo diré más.


domingo, 13 de octubre de 2019

NARANJAS.

Para Nedda.

 Después de varios meses de cesantía, Juan había encontrado un empleo en el cementerio. Siempre  le había tenido más miedo a los vivos que a los muertos, así es que no lo inquietaba trabajar en un lugar que a otros les habría parecido lúgubre.
Desde el principio, tuvo a su cargo el mantenimiento del Patio 38.  Era un recinto pequeño, más bien un jardín, en el que las lápidas parecían un detalle más del decorado. Crecían ahí numerosos árboles. Había cipreses melancólicos de hojas oscuras y acacios florecidos que perfumaba el aire. Juan tendía a olvidar que estaba en un camposanto, hasta que un ángel de piedra que se alzaba  en la entrada, se lo recordaba llorando sin consuelo.
El Domingo era su día libre, de modo  que casi nunca veía a los deudos. Pero el Lunes, varias lápidas aparecían adornadas con flores frescas, mientras que otras seguían desnudas en su abandono. 
Juan pensaba que en ellas  yacían  personas que habían vivido solitarias y que se habían llevado su soledad hasta allí, para que les hiciera compañía.
Compadecido, sacaba entonces algunas flores de las tumbas afortunadas y las ponía en aquellas a las que nadie había visitado.
-¡ No se van a enojar si les saco unas pocas flores!- decía- Los muertos son más generosos que los vivos... Tal vez porque aquí han aprendido que aferrarse a las cosas materiales no sirve para nada.
En el extremo más alejado del patio, junto a un sepulcro abandonado,  crecía un naranjo. Cuando Juan llegó, ya estaba cargado de naranjas doradas que resplandecían entre las hojas verdes. Pronto maduraron tanto que empezaron a caer sobre la lápida. Parecía que el viejo árbol  quería adornarla con sus frutos, ya que nunca nadie acudía a ponerle una flor.
Un día, Juan tuvo un sobresalto. Vio numerosas cáscaras de naranja esparcidas en el pasto, junto a la tumba.
-¿ Quién habrá sido el bribón que se las comió y dejó aquí la basura? ¡ Bien miserable tiene que ser para venir a comerse las naranjas del cementerio!
Decidió vigilar para ver si veía algún extraño merodeando por ahí. En todo el día no vino nadie, pero al otro día volvió a ver esparcidas cáscaras alrededor del naranjo.
-¡ No, señor!  ¡ A mí no me van a hacer la misma gracia otra vez!- gruñó Juan, indignado. Decidió quedarse en el cementerio esa noche, vigilando. Tenía que descubrir al culpable de esa diablura que a él le parecía una profanación.
Premunido de un termo  con café bien cargado,  se sentó sobre una lápida. Pertenecía a una señora muy empingorotada,cuyo nombre estaba seguido de un rosario de apellidos ilustres. ¡ Perdone la confianzudez, doña!-  se disculpó Juan- Pero tengo que sentarme, porque creo que esta noche puede ser larga...
 A lo lejos tañía dulcemente una campana, como llamando a la oración y en la rama de un árbol, un buho lo miraba con sus ojos redondos.  Juan tomaba grandes sorbos de café, para mantenerse despierto. Reinaba un silencio espeso y aterciopelado, pero  transcurrían las horas y el ladrón de naranjas no aparecía por ninguna parte.
  Se preparaba para dejar su puesto de vigilancia y marcharse a su casa, cuando lo sorprendió un leve roce que provenía de la lápida.  La vio deslizarse de a poquito y por el hueco apareció una mano pequeña, muy blanca, casi transparente. Tanteó el pasto con dedos sigilosos, como si buscara algo.
Al parecer, lo encontró, porque cogió dos naranjas y retrocedió con ellas al interior de la fosa.
Juan pensó que si no hubiera estado sentado, se le habrían doblado las piernas y hubiera caído al suelo como un costal de plomo. Pero se recuperó de inmediato, porque a él nunca lo habían asustado los fantasmas.
Se acercó a leer el epitafio de la tumba. Supo entonces que ahí estaba enterrada una niña que había vivido apenas durante diez años y que había muerto hacía más de un siglo.
-¡ Pobre niñita!- se condolió Juan- ¡ No pudo comerse todas las naranjas a las que tenía derecho!  ¡ La Muerte mezquina no se lo permitió...!
Conmovido, se secó una lágrima. En ese momento, por el hueco en la fosa volaron por los aires las cáscaras de las naranjas y aterrizaron sobre el pasto.  La lápida se corrió suavemente y volvió a su sitio, sin un rumor.
Aclarado el misterio, Juan se fue a descansar a su casa. Antes de quedarse dormido, decidió no contarle a nadie su aventura, para que no lo creyeran loco.
Pero, desde ese día, se esmeró en cuidar el naranjo, regándolo más que los otros árboles, para que así las naranjas se dieran más jugosas.




domingo, 6 de octubre de 2019

EL CUADERNO EN BLANCO.

Eladio, completamente ocioso, miraba las nubes que pasaban tras la ventana y el revoloteo intermitente de un helicóptero que patrullaba la ciudad.
La Editorial no tenía mucho movimiento en esos días y a pesar de que se acercaba la Feria del Libro, no había aparecido ningún escritor con algo novedoso que publicar.
Entró su secretaria para anunciarle que afuera había un señor que insistía en hablar con él.
-¿ Es alguien conocido?- preguntó él.
-No, don Eladio, pero dice que trae una obra original que de seguro va a interesarle.
-¡ Qué la mande por Internet!
-Lo siento señor, pero insiste que tiene que ser en persona...
Momentos después, entró un hombrecito flaco , llevando en sus manos un portafolio.
Después de saludar con una inclinación de cabeza, sacó de él un fajo de papeles y los puso sobre el escritorio.
-Creo que le va a interesar. Es su vida.
-¿ Como que mi vida?  Yo no he autorizado ninguna biografía...¿ Qué pretende? ¿Chantajearme?
-Por supuesto que no. Le ruego que lea.
Irritado, tomó los papeles y se puso a leer.  A medida que lo hacía, se iba poniendo cada vez más pálido. Ahí estaba toda su historia, hasta el día anterior.
Pensó que el hombre había interrogado a sus amigos, tal vez sobornado a los sirvientes...pero ¿ como podía estar enterado hasta de sus secretos más íntimos?
La boca se le iba llenando de una saliva amarga. El relato lo mostraba como un hombre débil y abúlico, fácil juguete de las circunstancias. ¿ Era él así?
Disimulando la impresión, le devolvió el cuaderno al viejo y lo miró con franca aversión.
-Su libro no me interesa. No veo la razón que tuvo usted para escribirlo.
El hombre no se inmutó. Sacó del portafolios otro cuaderno y se lo entregó.
-Quizás este le resulte más interesante. Es su futuro.
-¿ Qué se ha creído usted?  ¿ Por qué cree que puede adivinar mi futuro?  Yo soy el único dueño de mis acciones.
-Pero, usted siempre ha dicho que el libre albedrío no existe. Que los hombres son meras marionetas que el destino maneja a su antojo.
Avergonzado, Eladio reconoció que era cierto. Siempre había pensado que no vale la pena luchar, que todo está decidido de antemano.
El viejo se paró del asiento y  empujó el cuaderno hacia él.
-¡ Léalo!- le dijo perentorio y se dirigió hacia la puerta.
Cuando Eladio se decidió a abrirlo, vio que todas las páginas estaban en blanco.
-¿ Qué significa ésto?
-Significa que tú eres el único artífice de tu vida. Afirmar que todo está escrito , que nada se puede cambiar  es un pretexto cobarde para no enfrentarse a las dificultades.
Antes de desaparecer, se volvió hacia Eladio y le dijo:

-Como ves, tu futuro está en blanco. ¡ Tú eres el único que puede escribirlo!  ¡ Espero que lo hagas sin faltas de ortografía!