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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 29 de septiembre de 2019

ROSITA NO. ROSA, SI ME HACE EL FAVOR.

Todos en la oficina la llamaban Rosita y se sentían inclinados  a hacerle confidencias.  De seguro, sus kilos de más la hacían parecer madura y de buen criterio.
Pero, a Rosa le cargaba el papel de consejera y paño de lágrimas.  Tenía apenas treinta años, pero una chica de su sección había llegado a decirle:  ¡ Ay, Rosita!  A ti sí puedo contártelo. Eres como una madre para mí...
Demás está decir que nadie la veía como rival en amores ni en temas laborales. Ella era Rosita la bien intencionada, la que no tenía vida propia y cuyo único destino era absorber como esponja las lágrimas de los demás.
Así es que un día, se decidió a adelgazar.
Por eso y porque hacía más de un año que no tenía una cita.
La última había sido con Abelardo, un vendedor de la Sección Abarrotes.
Pero no había pasado más allá de una invitación a un café. Quizás el fracaso había sido culpa de Rosa, al pedir el suyo con crema.
Abelardo la miró pensativo mientras ella lamía la crema de la cuchara y la saboreaba con cara de gato goloso.
Quizás sacó cuentas y llegó a la conclusión de que no le convenía una mujer con tan buen apetito.
 Rosa decidió bajar de peso sin dietas ni pastillas, A pura fuerza de voluntad.
Al principio, parecía no bajar un gramo y caía en el desánimo.  En las noches no dormía escuchando a su estómago emitir gruñidos y quejidos, como si tuviera enjaulado ahí a un lobo hambriento.
Al cabo de dos meses en que pasó más hambre que un náufrago, la balanza le entregó un veredicto alentador. Y las faldas empezaron a quedarle holgadas.
¿ Estás enferma? le preguntaron en la oficina. Pero no, no lo estaba. La bonachona Rosita sencillamente había adelgazado y de gordita maternal había pasado a mujer sexy...
Rosa la sofisticada tomó el lugar de Rosita la servicial y se acabaron los llamados telefónicos pidiéndole su opinión y los llantos en su hombro por desengaños de amor.
A la sección Cobranzas llegó un jefe nuevo. Se llamaba Héctor.
Era bajito y con sobre peso. Inspiraba confianza y rebosaba calidez. Muchas chicas empezaron a mirarlo como a un tío y a pedirle consejos para sus problemas sentimentales.
Pero Rosa lo miró dos veces y lo halló atractivo y varonil.
El supo interpretar la secreta insinuación que ella dejaba filtrar por entre sus pestañas y a la salida del trabajo, la invitó a un café.

Esta vez Rosa lo pidió negro y sin azúcar.


domingo, 22 de septiembre de 2019

EL ANILLO DE LA SOLEDAD.

Lucía había empezado a envejecer.  Su pelo, antes de un castaño brillante, mostraba ya las primeras canas y su cutis, que había sido tan fresco, se estaba marchitando.
 Lo que más le pesaba era que estaba envejeciendo sola.
A menudo miraba en su dedo el anillo de compromiso al que atribuía su desgracia.
Se lo había regalado Román, hacia muchos años,  gastando en él más dinero del que podía permitirle su modesto empleo.
Ella lo había dejado porque era pobre. Cuando rompió su compromiso con él y trató de quitarse el anillo para devolvérselo, no pudo sacarlo de su dedo. Parecía que le habían brotado garfios de acero que se habían incrustado en su piel.
-¡ No trates de quitártelo, Lucía ! Este anillo tiene un maleficio. La mujer que traicione el amor con que le fue entregado, lo tendrá que llevar siempre y no será amada por otro hombre jamás.
Lucía  lanzó una carcajada.
-¡ Las tonterías que te dicta el despecho!  ¡ Un maleficio!  Esas cosas solo aparecen en los cuentos... ¡ Me lo quitaré cuando quiera!
Román se fue y ella ni siquiera se despidió de él. Se quedó forcejeando inútilmente con el anillo. Ni el jabón ni el aceite lograron que se moviera un milímetro en su dedo.
Al final, se resignó a llevarlo. Era muy hermoso. La piedra resplandecía con destellos fríos, como la luz de la luna. O como esa lágrima que Román había derramado al partir.
Lucía se sintió libre. ¡ Ahora podré amar a quién quiera!- se dijo, satisfecha.
Pero, el hombre rico que la había conquistado con joyas y lujos, la dejó al poco tiempo.
Conoció a muchos otros que la hicieron sentir algo parecido al amor, pero tampoco pudo retenerlos.  Por más que se mostraba apasionada y seductora, no lograba hacerse amar por ninguno.
Con el tiempo, dejó de ambicionar una vida acomodada y solo pedía hallar a alguien que la quisiera de verdad, sin importar que fuera pobre.
Se le fue la vida escuchando promesas falsas y terminó por añorar el único amor sincero que había tenido en su vida. El amor de Román.  El anillo, que seguía apretado en su dedo, no hacía más que recordárselo.
Al mirarlo, creía volver a escuchar la voz de él, susurrando en su oído la promesa de que la amaría siempre. Y empezó a aferrarse a la esperanza de que un día volvería a buscarla.
Su corazón, vacío de amor, era como el engranaje de un reloj que devoraba las horas inútiles. A veces le dolía, a veces se detenía por un segundo y luego retomaba su palpitar, como si venciera apenas la fatiga de seguir latiendo.
Se pasaba las tardes pegada a los vidrios de la ventana. Estaba segura de que un día vería a Román aparecer en la esquina y detenerse frente a su puerta.
Si la había amado tanto, si le había jurado que no la olvidaría....
Hasta que una tarde de invierno, lo vio aparecer.
Su cara era la misma, aunque ahora tenía arrugas al rededor de los ojos y su pelo se había vuelto gris.
Lo vio parado frente a la puerta , vacilante, como dudando de tocar el timbre.
Ella lanzó un grito y levantándose del sillón, quiso correr a su encuentro.
Pero su corazón enfermo dio un violento salto dentro de su pecho y se detuvo.  Agotado por la tristeza de tantos años, no pudo soportar la alegría.
Lucía cayó inerte al suelo y en ese preciso instante, el anillo que había estado incrustado en su dedo, se desprendió fácilmente y rodó sobre la alfombra, sin un rumor.



domingo, 15 de septiembre de 2019

MIRIAM.

Hacía semanas que Marcos no lograba escribir nada nuevo. Cada mañana se sentaba frente al computador, esperando en vano que volviera la inspiración. Escribía solo palabras sueltas que luego borraba fastidiado. Y así se le iban las horas, sin lograr plasmar en el papel ni una idea nueva.
Y de ésto hacía ya bastante tiempo.
Recordó como antes se levantaba temprano con el argumento ya esbozado para un cuento. Se sentaba frente a la pantalla y las frases fluían rápidas y certeras, expresando sin dificultades lo que él quería decir.
¿ Cuando había empezado a perder la inspiración, incluso el mismo deseo de escribir?
Sabía que había sido al conocer a Miriam.
Ella se había apoderado rápidamente de su mente y de su corazón.  Le correspondía con igual pasión y era ese amor el que lo estaba consumiendo.  Era esa obsesión lo que le impedía desarrollar su vocación de escritor, que había sido hasta hacía poco lo que más le importaba en el mundo.
Sin darse cuenta, en lugar de redactar algo coherente, se vio escribiendo su nombre una y otra vez. Miriam, Miriam, Mimí...
El había acortado su nombre a esas dos sílabas tiernas que sonaban como acordes de una música romántica  : Mimí.
¿ Como era posible que no lograra escribir nada que tuviera algún valor literario?
   Lo peor era que se acercaba el cierre de un concurso de cuentos y él necesitaba ganar. Año tras año postulaba y muchas veces había quedado entre los finalistas.
¡ Esta vez tenía que ser el ganador!  Sabía que marcaría el despegue de su carrera. Que sería publicado, entrevistado ... ¡  Reconocido por fin como un nuevo valor de las letras nacionales...!
Pero, así como iba, no lograría nada.
Necesitaba soltarse de ese amor que era como una planta carnívora que lo estaba devorando.
Decidió romper con Miriam.  Sabía que iba a sufrir, pero quizás el mismo dolor le serviría de inspiración para su cuento.
Al principio, ella lo escuchó incrédula. Cuando se dio cuenta de que hablaba en serio, estalló en sollozos. Se aferró a él:
-¡ Marcos!  ¡ No puedes dejarme!  ¡ Yo te amo !
-Yo también, Mimí....Pero, quiero ser alguien y a tu lado no soy nadie. Me absorbes, me aniquilas. Tu amor se ha convertido en la ruina de mi carrera literaria.
Mimí se colgó de su cuello, pero Marcos la apartó a un lado y se alejó sin mirar atrás.
Se sintió liberado. Y con el transcurso de los días, algunas ideas que le parecieron buenas surgieron de a poco en su mente.
¡ Al cabo de dos semanas, ya tenía el cuento terminado!
El mismo lo llevó a la Editorial que auspiciaba el Concurso. Se sentía optimista ¡ Esta vez sí sería el triunfador!
Una de las secretarias le prometió que le avisaría cuando supiera algo.
Al cabo de unas semanas, lo llamó.
El se precipitó a la redacción para saber las novedades en persona.
-Lo siento, Marcos. No tengo buenas noticias...¡ Este año ganó una mujer!
-¿ Una mujer dices?  ¿ Y como se llama?
-Mira, el nombre completo no lo tengo en este momento, pero su seudónimo es Mimí. 



domingo, 8 de septiembre de 2019

EL HOMBRE QUE SE BURLÓ DE LA MUERTE.

Hacía tiempo que Joaquín no lograba escribir nada nuevo. Su primera novela había tenido cierto éxito, pero de ahí en adelante, cayó en una total sequía literaria.
Decidió regar la sequía con alcohol, pero aún así no se le ocurría ni una idea aceptable, solo incoherencias de una borrachera triste, que terminaba llorando sobre una página en blanco.
Una noche en que estaba sentado en su escritorio, esperando un chispazo de inspiración, vio a su lado a una mujer que lo miraba fijamente.
-Perdone...¿ por donde entró?-le preguntó Joaquín sorprendido.
-Por ahí- le respondió ella, señalando vagamente el muro.
-Pero, si ahí no hay ninguna puerta...
-Será que yo no necesito puertas para entrar- le contestó ella, con un dejo de ironía.
Joaquín sintió miedo y su incertidumbre dio paso a una certeza que lo dejó helado.
-Eras la Muerte ¿ verdad?
Ella no le respondió, pero le hizo una seña para que lo acompañara.
-¡ No! ¡ Por favor!  ¡Ten piedad!...Dame tiempo para terminar la novela que estoy escribiendo.
-¿ Y cuanto tiempo necesitas?
-¡ Un mes!  ¡ Solo un mes!  Tengo muchas ideas que quiero desarrollar- mintió desesperado- ¡ Ya verás que tu espera valdrá la pena!
-Está bien, solo un mes- respondió la Muerte y se desvaneció en las sombras.
Joaquín creyó que el terror que sentía le serviría de acicate, que las ideas surgirían en su mente afiebrada. Pero, nada de eso ocurrió.
Compró varios cuadernos y los desplegó sobre su escritorio. Pensó que la visión de esas páginas en blanco le serviría de estímulo. Abrió uno de los cuadernos y tomó el lápiz con decisión. Pero, pasaron los días sin que lograra escribir nada con sentido. Terminaba tachando todo en un acceso de rabia.
Al cabo de un mes, apareció la Muerte. Joaquin vio que venía decidida.
-¡ No! ¡ Aún no!  Dame otro poco de tiempo... ¡Mira todos los cuadernos que llevo escritos!  Ya voy llegando al final y será una obra maestra.
-No puedo, yo cumplo ordenes de Alguien que está por encima de mí.
- ¡ Dile que viniste y no me encontraste...!
- ¿Y tú crees que a El se le puede mentir?
-Pero ¡ es tan injusto que tenga que morir tan joven!
- Si la Vida no es justa, no veo por qué la Muerte tendría que serlo- le respondió fastidiada.
Pero sin querer se conmovió con las súplicas de Joaquín y le concedió otro mes para que terminara su obra.
Mientras, Joaquín no conseguía escribir ni una línea. Una noche, agotado, se durmió sobre el cuaderno en blanco.
Entró la Muerte despacito y sintió curiosidad de leer lo escrito. ¿ Sería realmente una obra maestra?
Revisó uno por uno los cuadernos y no encontró ni una línea, solo páginas vacías.
Con creciente furor, comprendió que había sido engañada. Suavemente desprendió el cuaderno sobre el cual dormía Joaquín. Vio que había empezado un cuento. Su título era:
" El hombre que engañó a la Muerte".

Furiosa, blandió su guadaña y segó su vida de un golpe. 

domingo, 1 de septiembre de 2019

LA ESCRITORA.

Mirta se asombró de ver cuanto había cambiado el pueblo en quince años. Era un pueblo costero, poco frecuentado por los turistas y ella había creído que permanecería igual.
La calle principal lucía ahora coloridos escaparates con artículos de playa y al borde de la arena, un hombre arrendaba sillas plegables y quitasoles.
El sol clavaba en el mar sus flechas de oro como si quisiera matarlo. Pero el mar no moría. Se revolcaba como una fiera rugiente y continuaba batiendo sus olas contra las rocas.
Mirta regresó a la casa de huéspedes y aunque se cruzó con varios habitantes del pueblo, nadie pareció reconocerla. Después de quince años, nadie la relacionaba ya con la escritora que antes arrendaba la casita blanca al final de la calle.
La había ocupado durante muchos veranos. Llegaba con su computador y sus cuadernos de notas y era ahí donde había escrito sus novelas más populares. Lo hacía con un seudónimo: Doris Carter. La fotografía que aparecía en la contratapa la habían tomado al principio de su carrera y nadie se había preocupado de cambiarla. Por eso no era raro que nadie en el pueblo  relacionara a la autora más o menos famosa con la mujer de mediana edad que había llegado a la casa de huéspedes.
A la hora de almuerzo la sentaron en una mesa ya ocupada por un hombre. La patrona los presentó sin grandes ceremonias:
-Mirta, Bernardo.
El le contó que era profesor de literatura. Tenía un rostro anguloso pero atractivo y las canas volvían ceniciento su cabello rubio.
Mirta no le dijo quién era, pero la conversación derivó igual al tema de los libros.
De pronto, él le preguntó:
-¿ Conoce a Doris Carter?
Ella pensó que la había reconocido y que estaba bromeando, pero sus ojos le indicaron que hablaba en serio.
-Sí, claro. he leído sus libros...-murmuró, evasiva.
- Me contaron que hace años venía al pueblo todos los veranos. Arrendaba una casita que ahora está en ruinas... Dicen que ahí escribió " La copa dorada. ¿ Lo conoce? Es el que más me gusta...
Mirta pensó que ya era tarde para darse a conocer. Eataba claro  que su aspecto era muy distinto a la foto que aparecía en los libros. Humillada, entendió que no la reconociera y prefirió callar para no decepcionarlo.
Al día siguiente, llegó atrasado al comedor. Venía apurado y traía el pelo desordenado por el viento. Mirta lo halló muy atractivo.
-He andado por el pueblo interrogando a la gente. Muchos se acuerdan de Doris Carter y me han contado anécdotas de cuando venía a escribir aquí cada verano...
Mirta se acordó de que eran hostiles con ella. La consideraban arrogante porque se aislaba para escribir.
Fastidiada le preguntó:
-¿ Piensa escribir su biografía ?
-En realidad no. Investigo por gusto. Quiero saber más cosas de ella...Siempre la he admirado tanto.
Mirta se sentía avergonzada y triste. Lamentaba no haber dicho la verdad desde el principio.
Fue a ver a Julia, la única amiga que había tenido en el pueblo durante aquellos años.
Ella se alegró de verla y le exigió que le contara sus experiencias. Al despedirse, la invitó a tomar el té el siguiente Domingo. Mirta pensó que entonces podría hablarle de Bernardo... De cuanto le gustaba y del enredo en que se había metido sin querer...
Al llegar  ese día , Julia la recibió sonriente:
-Te tengo una sorpresa. Me presentaron a un admirador tuyo y lo invité a venir...El pobre anda por todo el pueblo averiguando cosas de tu vida. ¡ Cualquiera diría que está enamorado!
Mirta se paró violentamente para huir, pero ya era tarde. En el umbral de la puerta apareció Bernardo.  Venía con rostro expectante. Al ver a Mirta, la miró sin entender que estuviera ahí, pero preguntó enseguida:
-  ¿ Y Doris?  ¿ No ha llegado aún?
-¡ Claro que sí!  ¡ Ella es Doris Carter!
La miró callado un momento, como si no comprendiera. Luego habló con voz enronquecida por la furia:
-¿ Por qué no me dijo nada? Me dejó hacer el ridículo hablando...¿ Eso la divertía?
Llevaba en sus manos " La Copa dorada". Miró la contratapa, donde aparecía esa mujer joven de rostro luminoso. Luego, miró a Mirta y pareció compararlas. Ella sintió una punzada de dolor y se llevó la mano al cabello, tratando inútilmente de componer su aspecto.
- Se estuvo riendo de mí. ¿ No es cierto?- articuló Bernardo, decepcionado y molesto. Con un gesto de  disculpa hacia Julia, abandonó la casa.
Al anochecer, Mirta volvió a la casa de huéspedes, con la esperanza de encontrarlo. Necesitaba hablarle... Pero ¿ tenía acaso una explicación sensata?
No lo vio y al otro día tampoco se presentó en el comedor a la hora del almuerzo.

Le preguntó a la patrona y ella le informó que se había ido a primera hora. Un llamado urgente desde Santiago, dijo, lo había  obligado a partir...