Todos
en la oficina la llamaban Rosita y se sentían inclinados a hacerle confidencias. De seguro, sus kilos de más la hacían parecer
madura y de buen criterio.
Pero,
a Rosa le cargaba el papel de consejera y paño de lágrimas. Tenía apenas treinta años, pero una chica de
su sección había llegado a decirle: ¡
Ay, Rosita! A ti sí puedo contártelo.
Eres como una madre para mí...
Demás
está decir que nadie la veía como rival en amores ni en temas laborales. Ella
era Rosita la bien intencionada, la que no tenía vida propia y cuyo único
destino era absorber como esponja las lágrimas de los demás.
Así
es que un día, se decidió a adelgazar.
Por
eso y porque hacía más de un año que no tenía una cita.
La
última había sido con Abelardo, un vendedor de la Sección Abarrotes.
Pero
no había pasado más allá de una invitación a un café. Quizás el fracaso había
sido culpa de Rosa, al pedir el suyo con crema.
Abelardo
la miró pensativo mientras ella lamía la crema de la cuchara y la saboreaba con
cara de gato goloso.
Quizás
sacó cuentas y llegó a la conclusión de que no le convenía una mujer con tan
buen apetito.
Rosa decidió bajar de peso sin dietas ni
pastillas, A pura fuerza de voluntad.
Al
principio, parecía no bajar un gramo y caía en el desánimo. En las noches no dormía escuchando a su
estómago emitir gruñidos y quejidos, como si tuviera enjaulado ahí a un lobo
hambriento.
Al
cabo de dos meses en que pasó más hambre que un náufrago, la balanza le entregó
un veredicto alentador. Y las faldas empezaron a quedarle holgadas.
¿
Estás enferma? le preguntaron en la oficina. Pero no, no lo estaba. La
bonachona Rosita sencillamente había adelgazado y de gordita maternal había
pasado a mujer sexy...
Rosa
la sofisticada tomó el lugar de Rosita la servicial y se acabaron los llamados
telefónicos pidiéndole su opinión y los llantos en su hombro por desengaños de
amor.
A la
sección Cobranzas llegó un jefe nuevo. Se llamaba Héctor.
Era
bajito y con sobre peso. Inspiraba confianza y rebosaba calidez. Muchas chicas
empezaron a mirarlo como a un tío y a pedirle consejos para sus problemas
sentimentales.
Pero
Rosa lo miró dos veces y lo halló atractivo y varonil.
El
supo interpretar la secreta insinuación que ella dejaba filtrar por entre sus
pestañas y a la salida del trabajo, la invitó a un café.
Esta
vez Rosa lo pidió negro y sin azúcar.
Nunca se sabe como un esfuerzo real te puede traer lo que buscas...lo importante es que perdure.
ResponderEliminarMe gusta mucho esa historia de Rosa,esta vez tu pluma llega analizar comportamientos humanos
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