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domingo, 22 de septiembre de 2019

EL ANILLO DE LA SOLEDAD.

Lucía había empezado a envejecer.  Su pelo, antes de un castaño brillante, mostraba ya las primeras canas y su cutis, que había sido tan fresco, se estaba marchitando.
 Lo que más le pesaba era que estaba envejeciendo sola.
A menudo miraba en su dedo el anillo de compromiso al que atribuía su desgracia.
Se lo había regalado Román, hacia muchos años,  gastando en él más dinero del que podía permitirle su modesto empleo.
Ella lo había dejado porque era pobre. Cuando rompió su compromiso con él y trató de quitarse el anillo para devolvérselo, no pudo sacarlo de su dedo. Parecía que le habían brotado garfios de acero que se habían incrustado en su piel.
-¡ No trates de quitártelo, Lucía ! Este anillo tiene un maleficio. La mujer que traicione el amor con que le fue entregado, lo tendrá que llevar siempre y no será amada por otro hombre jamás.
Lucía  lanzó una carcajada.
-¡ Las tonterías que te dicta el despecho!  ¡ Un maleficio!  Esas cosas solo aparecen en los cuentos... ¡ Me lo quitaré cuando quiera!
Román se fue y ella ni siquiera se despidió de él. Se quedó forcejeando inútilmente con el anillo. Ni el jabón ni el aceite lograron que se moviera un milímetro en su dedo.
Al final, se resignó a llevarlo. Era muy hermoso. La piedra resplandecía con destellos fríos, como la luz de la luna. O como esa lágrima que Román había derramado al partir.
Lucía se sintió libre. ¡ Ahora podré amar a quién quiera!- se dijo, satisfecha.
Pero, el hombre rico que la había conquistado con joyas y lujos, la dejó al poco tiempo.
Conoció a muchos otros que la hicieron sentir algo parecido al amor, pero tampoco pudo retenerlos.  Por más que se mostraba apasionada y seductora, no lograba hacerse amar por ninguno.
Con el tiempo, dejó de ambicionar una vida acomodada y solo pedía hallar a alguien que la quisiera de verdad, sin importar que fuera pobre.
Se le fue la vida escuchando promesas falsas y terminó por añorar el único amor sincero que había tenido en su vida. El amor de Román.  El anillo, que seguía apretado en su dedo, no hacía más que recordárselo.
Al mirarlo, creía volver a escuchar la voz de él, susurrando en su oído la promesa de que la amaría siempre. Y empezó a aferrarse a la esperanza de que un día volvería a buscarla.
Su corazón, vacío de amor, era como el engranaje de un reloj que devoraba las horas inútiles. A veces le dolía, a veces se detenía por un segundo y luego retomaba su palpitar, como si venciera apenas la fatiga de seguir latiendo.
Se pasaba las tardes pegada a los vidrios de la ventana. Estaba segura de que un día vería a Román aparecer en la esquina y detenerse frente a su puerta.
Si la había amado tanto, si le había jurado que no la olvidaría....
Hasta que una tarde de invierno, lo vio aparecer.
Su cara era la misma, aunque ahora tenía arrugas al rededor de los ojos y su pelo se había vuelto gris.
Lo vio parado frente a la puerta , vacilante, como dudando de tocar el timbre.
Ella lanzó un grito y levantándose del sillón, quiso correr a su encuentro.
Pero su corazón enfermo dio un violento salto dentro de su pecho y se detuvo.  Agotado por la tristeza de tantos años, no pudo soportar la alegría.
Lucía cayó inerte al suelo y en ese preciso instante, el anillo que había estado incrustado en su dedo, se desprendió fácilmente y rodó sobre la alfombra, sin un rumor.



2 comentarios:

  1. Love this story! Lucia couldn't respect her man, and tried to find another love. that's oh no no.

    Happy Sunday

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  2. Así a veces se termina una historia que pudo ser d ela mejor si hubiera reconocido lo auténtico en su vida...

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