Lucía
había empezado a envejecer. Su pelo,
antes de un castaño brillante, mostraba ya las primeras canas y su cutis, que
había sido tan fresco, se estaba marchitando.
Lo que más le pesaba era que estaba
envejeciendo sola.
A
menudo miraba en su dedo el anillo de compromiso al que atribuía su desgracia.
Se lo
había regalado Román, hacia muchos años,
gastando en él más dinero del que podía permitirle su modesto empleo.
Ella
lo había dejado porque era pobre. Cuando rompió su compromiso con él y trató de
quitarse el anillo para devolvérselo, no pudo sacarlo de su dedo. Parecía que
le habían brotado garfios de acero que se habían incrustado en su piel.
-¡ No
trates de quitártelo, Lucía ! Este anillo tiene un maleficio. La mujer que
traicione el amor con que le fue entregado, lo tendrá que llevar siempre y no
será amada por otro hombre jamás.
Lucía lanzó una carcajada.
-¡
Las tonterías que te dicta el despecho!
¡ Un maleficio! Esas cosas solo
aparecen en los cuentos... ¡ Me lo quitaré cuando quiera!
Román
se fue y ella ni siquiera se despidió de él. Se quedó forcejeando inútilmente
con el anillo. Ni el jabón ni el aceite lograron que se moviera un milímetro en
su dedo.
Al
final, se resignó a llevarlo. Era muy hermoso. La piedra resplandecía con
destellos fríos, como la luz de la luna. O como esa lágrima que Román había
derramado al partir.
Lucía
se sintió libre. ¡ Ahora podré amar a quién quiera!- se dijo, satisfecha.
Pero,
el hombre rico que la había conquistado con joyas y lujos, la dejó al poco
tiempo.
Conoció
a muchos otros que la hicieron sentir algo parecido al amor, pero tampoco pudo
retenerlos. Por más que se mostraba
apasionada y seductora, no lograba hacerse amar por ninguno.
Con
el tiempo, dejó de ambicionar una vida acomodada y solo pedía hallar a alguien
que la quisiera de verdad, sin importar que fuera pobre.
Se le
fue la vida escuchando promesas falsas y terminó por añorar el único amor
sincero que había tenido en su vida. El amor de Román. El anillo, que seguía apretado en su dedo, no
hacía más que recordárselo.
Al
mirarlo, creía volver a escuchar la voz de él, susurrando en su oído la promesa
de que la amaría siempre. Y empezó a aferrarse a la esperanza de que un día
volvería a buscarla.
Su
corazón, vacío de amor, era como el engranaje de un reloj que devoraba las
horas inútiles. A veces le dolía, a veces se detenía por un segundo y luego
retomaba su palpitar, como si venciera apenas la fatiga de seguir latiendo.
Se
pasaba las tardes pegada a los vidrios de la ventana. Estaba segura de que un
día vería a Román aparecer en la esquina y detenerse frente a su puerta.
Si la
había amado tanto, si le había jurado que no la olvidaría....
Hasta
que una tarde de invierno, lo vio aparecer.
Su
cara era la misma, aunque ahora tenía arrugas al rededor de los ojos y su pelo
se había vuelto gris.
Lo
vio parado frente a la puerta , vacilante, como dudando de tocar el timbre.
Ella
lanzó un grito y levantándose del sillón, quiso correr a su encuentro.
Pero
su corazón enfermo dio un violento salto dentro de su pecho y se detuvo. Agotado por la tristeza de tantos años, no
pudo soportar la alegría.
Lucía
cayó inerte al suelo y en ese preciso instante, el anillo que había estado
incrustado en su dedo, se desprendió fácilmente y rodó sobre la alfombra, sin
un rumor.
Love this story! Lucia couldn't respect her man, and tried to find another love. that's oh no no.
ResponderEliminarHappy Sunday
Así a veces se termina una historia que pudo ser d ela mejor si hubiera reconocido lo auténtico en su vida...
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