José
había quedado sin trabajo por culpa de la Pandemia...Le dijeron que era un
excelente empleado, que sentían perderlo, pero que la Empresa...Típicas
palabras de consuelo que no le sirven para nada a un tipo inconsolable.
Llevaba
un mes vagando por la ciudad semi vacía, buscando alguna oportunidad.
Y lo
peor era que había dejado de ver a Ruby. Ella era la secretaria de la Gerencia
y todos los días, al entrar, la veía sonriéndole desde su escritorio. Era
verdad que le sonreía por igual a todos, pero José había creído notar que sus
ojos respladecían más cuando lo miraba a él.
Nunca
se había atrevido a invitarla a salir. ¡ Ganaba tan poco! Sabía que tenía muchos admiradores con más
posibilidades...Se había debatido, semana tras semana, entre las dudas y la
ilusión...Y entonces, lo despidieron.
Así,
sencillamente, como quien da vuelta la página de un libro. ¡ Pero era el libro
de la vida de José! Automáticamente, la
página siguiente quedaba en blanco...O
en negro, porque era así como él veía su futuro de ahí en adelante.
Ese
día era el cumpleaños de Ruby, lo recordaba bien...¡ Y no tenía plata ni para comprarle una sola rosa!
Se le
vino a la mente la canción de Leonardo Favio:
" Cuando venga mi amor, le diré tantas cosas o quizás simplemente,
le regale una rosa".
Y entonces, se le ocurrió una idea salvadora.
Se
afeitó, se peinó con pulcritud y se lanzó a la calle.
Subió
al primer bus que encontró y con humildad le pidió permiso al chofer para
recorrer el pasillo. Entonces, se puso a
cantar con ganas.
Al
principio, los pasajeros lo miraron con indiferencia, pero después pareció
cautivarles su voz y su cara, arrebolada, mitad de verguenza y mitad de
emoción. Cuando terminó, le llovieron
las monedas en su mano extendida.
Hizo
lo mismo en el siguiente bus y cuando notó que ya tenía dinero suficiente, se
dirigió a un puesto de flores. Allí
pidió una sola rosa, la más linda que tuvieran...La florista sonrió, como si
adivinara y se la dio rodeada de flores de lavanda y envuelta en celofán.
Entró
a la Empresa y desde la puerta divisó a Ruby. Sobre su escritorio había un
inmenso canastillo de rosas rojas, regalo de algún admirador.
Iba a
dar media vuelta, cuando ella lo divisó y su cara se iluminó de contento.
Mientras José avanzaba hacia ella, vio que Ruby
iba empujando disimuladamente con el codo el canastillo de flores hasta que cayó dentro
del papelero.
Entonces, sin hablar, le extendió la rosa y
ella, también sin decir nada, la apretó contra su pecho.
Amiga escritora,este relato me a echo recordar a mis años juveniles.
ResponderEliminarQue bueno en, aún hay personas que regalan rosas, pero lo más grandioso es qie se regalan a si mismo en nombre del amor sin sentirse rebajado y su recompensa es la mayor.
ResponderEliminarAsí se humillo nuestro Señor , ppr eso se le ama con el ser entero.
Estés bien querida amiga, bendiciones.