Roberto
soñaba repetidas veces con lo mismo y eso lo llenaba de inquietud.
Se
veía en un muelle, frente al mar. Un barco empezaba a alejarse lentamente,
surcando las aguas quietas. La gente que había estado despidiendo a los
viajeros ya se había retirado y una luz pálida, de un crepúsculo o un amanecer
lo envolvía todo. Roberto estaba solo ahí y una fuerza extraña le impedía
alejarse. En la borda del barco estaba acodada una joven que lo miraba
intensamente.
Se
hacía cada vez más difícil distinguir su cara, pero sentía que sus ojos estaban fijos en él. Mientras el barco se alejaba mar adentro,
ella que quitó un pañuelo azul que llevaba en el cuello y lo agitó en señal de
adiós.
El
sueño en sí no era tan inquietante como el hecho de que se repetía una y otra
vez. Tan nítido y exacto que los rasgos de la cara de aquella joven terminaron
por fijarse en su memoria. Sabía que no la conocía, pero sentía que entre los
dos crecía un lazo. Y que ese gesto del pañuelo azul no era una despedida sino
la señal de un futuro encuentro.
La
buscaba entre la gente, sabiendo que la reconocería de inmediato. Terminó por
sentir nostalgia de sus ojos serenos y fue creciendo en su interior el
convencimiento de que solo junto a ella encontraría la paz que anhelaba.
Un
día, en la carretera tuvo un grave accidente. En medio de la niebla y en su
afán de esquivar a un animal que se cruzaba, perdió el control del auto y se
estrelló contra un árbol.
Perdió
el conocimiento y no supo cuanto tiempo permaneció atrapado entre los fierros.
Solo despertó en la cama de un hospital.
No
tenía dolores, pero su cuerpo estaba inmovilizado y sus reflejos no le
obedecían. Sentía su cerebro envuelto en
una masa de algodón húmedo que le impedía pensar y a ratos volvía a perder el
conocimiento.
Dos
enfermeras se afanaban junto a él, acomodando unos tubos que lo mantenían unido
a unas máquinas cuya función desconocía. Varios médicos hablaban en voz baja en
un extremo de la habitación y Roberto comprendió que su estado era grave.
De
pronto, se abrió la puerta y entró la joven de su sueño. Nadie más que Roberto
pareció notarlo.
Se
acercó a él sonriéndole con dulzura y sin decirle nada, le oprimió la mano.
Roberto
sintió que se moría y balbuceó apenas:
-¡
Lamento haberte conocido tan tarde!
-Te
equivocas-dijo ella- Este es solo el comienzo. He venido a buscarte para que
vengas conmigo.
Roberto
notó su cuerpo liviano, libre ya de todo sufrimiento. Vio que las enfermeras, a
una señal de los médicos, empezaban a
retirar los tubos. Lo tomó como una
señal de que podía levantarse.
Entonces
se vio en la cubierta del barco. Acodada a su lado, en la borda, estaba la
joven. Ella se quitó el pañuelo azul que llevaba en el cuello. La tela creció
hasta convertirse en un manto y ella,
con gesto amoroso, lo envolvió en él. Una paz nunca sentida inundó su espíritu.
La
costa se fue alejando hasta perderse en la distancia, mientras la proa del
barco iba abriendo un surco en la inmensidad del mar.
Muy bello esta inspiración...
ResponderEliminarquien pudiera irse asi en esa paz , pero acompañado(a) y demás con alguien que a pesar de no haberle visto en la vida real, se presenta en el sueño, un ángel seguramente
Uno que cree se puede decir que nunca estarás solo y que después de esta vida viene otra lejos de toda sombra o dolor.
Un gran abrazo.
ResponderEliminar....*☆.¸.☆*'
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Yo tengo muchos sueños qua a veces se repiten y a veces sueño durante el día como si la felicidad además de ser real, necesitara de los sueños por alcanzar. Me abandono con la imaginación para crear imágenes en mi interior y es cuando siento realmante la libertad...
ResponderEliminarUn cuento precioso. Me quedo como seguidor suyo.
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