Carlos
se sentía viejo y desencantado. Nadie en la Empresa en que trabajaba parecía
tomar en cuenta sus sugerencias. Quizás
porque estaba rodeado de jóvenes que se sentían dueños del mundo y que parecían venir de vuelta cuando él recién empezaba a andar.
Le
aterraba jubilarse y quedarse en un banco del parque alimentando a los pájaros.
Pensaba que todavía podía ser útil y aportar ideas nuevas.
Un
domingo se fue a pasear por el campo, masticando su melancolía. Iba tan
distraído, que no miró donde pisaba y resbaló al interior de un pozo.
Estaba
seco, pero era bastante profundo y
comprendió que no podría salir por sus propios medios.
Estuvo
gritando un rato, pero solo le respondía el mugido de alguna vaca.
Alguien
tendrá que pasar por aquí, pensó Carlos y decidió gritar cada cierto tiempo,
por si acaso...Sentado en la tierra húmeda, veía pasar en lo alto unas nubes
redondas y blancas, como pintadas en un decorado. Cuando la luz empezó a disminuir y comprendió
que anochecía, perdió la esperanza de que lo rescataran. Pero gritó una vez más, pidiendo socorro.
Entonces,
por el borde del pozo se asomó un
chiquillo pecoso llevando un sombrero de paja.
Era
el vaquero que había ido a buscar su vaca, para llevarla al establo.
-¡
Tírame una soga! - gritó Carlos.
El
niño lo miró un rato, como si le costara entender la situación, pero al fin le
aseguró que iría a buscar ayuda.
Angustiado,
Carlos lo vio desaparecer del
brocal.
Pasó
el tiempo y no vino nadie. Agotado de
tanto gritar, cerró los ojos y terminó por adormecerse.
Lo
despertó el resplandor de la luna llena que, al iluminar las paredes del pozo,
le mostró la entrada de un túnel.
¡ Qué
raro! se dijo Carlos. ¿ Como no lo había
notado antes? ¿ Y a donde irá a dar este pasaje?
Se
echó a andar y le pareció que no salía nunca del estrecho conducto, en el que
apenas cabía semi encorvado. Pero, al
final, el túnel se abrió y se trasformó en una llanura de pasto crecido. A lo
lejos humeaba un volcán.
Asombrado,
divisó en la distancia a un grupo de hombres peludos, vestidos con cueros de
animales. Arrastraban penosamente por una colina, un bloque de piedra.
-¡
Pobres!- pensó Carlos- ¡ Todavía no han inventado la rueda!
Vio
en el suelo un tronco delgado y con una piedra afilada cortó de él dos rodajas. Se demoró mucho rato, pero
cuando terminó de plasmar su idea, los cavernícolas seguían arrastrando el
bloque colina arriba.
A
gritos los llamó, mostrándoles las improvisadas ruedas que había fabricado.
Les
mostró para qué servían, empujándolas por la tierra. Al principio no parecían
entenderle, pero luego se avalanzaron sobre él y lo lanzaron por los aires,
dando gritos de júbilo.
Esa
noche se sentó con ellos junto al fuego. Observó que comían la carne cruda y
adivinó que aún no se les había ocurrido cocinarla sobre las brasas.
Arrojó
un trozo a las llamas y de inmediato un delicioso olor se expandió por el aire.
Carlos lo retiró del fuego y con chasquidos de lengua y gruñidos, lo saboreó.
Esta
vez, los cavernícolas entendieron al vuelo la sugerencia y al poco rato, todos
masticaban con deleite.
Luego,
lo lanzaron de nuevo por los aires y lo vitorearon a gritos.
Carlos
recordó las miradas desdeñosas y las sonrisas escépticas de sus compañeros de
oficina.
¡ Qué
distinto era el respeto reverente que le manifestaban estos hombres comparado
con la actitud de los vanidosos "milenials" que creían saberlo todo!
Poco
a poco les iré transmitiendo mis
conocimientos a estos melenudos -suspiró con satisfacción y se envolvió en una
piel de mamut para pasar la noche junto a la hoguera.
Pero,
lo sobresaltaron unos gritos.
-¡
Caballero! ¡ Caballero! ¡Despierte, que lo venimos a sacar!
En el
borde del pozo estaba el vaquero, acompañado de dos hombres que portaban una
escalera.
-¡
Mejor me quedo aquí!- alcanzó a gritar
Carlos, pero luego miró las paredes del pozo y notó que no había ningún túnel.
Había
tenido un sueño muy grato y ahora le
correspondía volver a la prosaica realidad.
Que buen relato, amiga...me entusiasmé de principio a fin
ResponderEliminara veces los hombres estamos tan atiborrados de cosas que no vemos en verdad aquello que se tiene al lado y se valoriza a quienes realmente lo merecen y debe tenerse respeto.
Así ha sido desde que se inició esta humanidad, pero muchos han olvidado que los más viejos
tenemos muchas cosas por seguir entregando.
Un abrazo.