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domingo, 16 de septiembre de 2018

EL POZO DEL TIEMPO.

Carlos se sentía viejo y desencantado. Nadie en la Empresa en que trabajaba parecía tomar en cuenta sus sugerencias.  Quizás porque estaba rodeado de jóvenes que se sentían dueños del mundo  y que parecían venir de vuelta cuando él  recién empezaba a andar.
Le aterraba jubilarse y quedarse en un banco del parque alimentando a los pájaros. Pensaba que todavía podía ser útil y aportar ideas nuevas.
Un domingo se fue a pasear por el campo, masticando su melancolía. Iba tan distraído, que no miró donde pisaba y resbaló al interior de un pozo.
Estaba seco, pero era bastante  profundo y comprendió que no podría salir por sus propios medios.
Estuvo gritando un rato, pero solo le respondía el mugido de alguna vaca.
Alguien tendrá que pasar por aquí, pensó Carlos y decidió gritar cada cierto tiempo, por si acaso...Sentado en la tierra húmeda, veía pasar en lo alto unas nubes redondas y blancas, como pintadas en un decorado.  Cuando la luz empezó a disminuir y comprendió que anochecía, perdió la esperanza de que lo rescataran. Pero  gritó una vez más, pidiendo socorro.
Entonces, por el borde del pozo  se asomó un chiquillo pecoso llevando un sombrero de paja.
Era el vaquero que había ido a buscar su vaca, para llevarla al establo.
-¡ Tírame una soga! - gritó Carlos.
El niño lo miró un rato, como si le costara entender la situación, pero al fin le aseguró que iría a buscar ayuda.
Angustiado, Carlos lo vio desaparecer del  brocal. 
Pasó el tiempo y no vino nadie.  Agotado de tanto gritar, cerró los ojos y terminó por adormecerse.
Lo despertó el resplandor de la luna llena que, al iluminar las paredes del pozo, le mostró la entrada de un túnel.
¡ Qué raro!  se dijo Carlos. ¿ Como no lo había notado antes?  ¿  Y a donde irá a dar este pasaje?
Se echó a andar y le pareció que no salía nunca del estrecho conducto, en el que apenas cabía semi encorvado.  Pero, al final, el túnel se abrió y se trasformó en una llanura de pasto crecido. A lo lejos humeaba un volcán.
Asombrado, divisó en la distancia a un grupo de hombres peludos, vestidos con cueros de animales. Arrastraban penosamente por una colina, un bloque de piedra.
-¡ Pobres!- pensó Carlos- ¡ Todavía no han inventado la rueda!
Vio en el suelo un tronco delgado y con una piedra afilada cortó de él  dos rodajas. Se demoró mucho rato, pero cuando terminó de plasmar su idea, los cavernícolas seguían arrastrando el bloque colina arriba.
A gritos los llamó, mostrándoles las improvisadas ruedas que había fabricado.
Les mostró para qué servían, empujándolas por la tierra. Al principio no parecían entenderle, pero luego se avalanzaron sobre él y lo lanzaron por los aires, dando gritos de júbilo.
Esa noche se sentó con ellos junto al fuego. Observó que comían la carne cruda y adivinó que aún no se les había ocurrido cocinarla sobre las brasas.
Arrojó un trozo a las llamas y de inmediato un delicioso olor se expandió por el aire. Carlos lo retiró del fuego y con chasquidos de lengua y gruñidos, lo saboreó.
Esta vez, los cavernícolas entendieron al vuelo la sugerencia y al poco rato, todos masticaban con deleite.
Luego, lo lanzaron de nuevo por los aires y lo vitorearon a gritos.
Carlos recordó las miradas desdeñosas y las sonrisas escépticas de sus compañeros de oficina.
¡ Qué distinto era el respeto reverente que le manifestaban estos hombres comparado con la actitud de los vanidosos "milenials"  que creían saberlo todo!
Poco a poco les iré  transmitiendo mis conocimientos a estos melenudos -suspiró con satisfacción y se envolvió en una piel de mamut para pasar la noche junto a la hoguera.
Pero, lo sobresaltaron unos gritos.
-¡ Caballero!  ¡ Caballero!  ¡Despierte, que lo venimos a sacar! 
En el borde del pozo estaba el vaquero, acompañado de dos hombres que portaban una escalera.
-¡ Mejor me quedo aquí!-  alcanzó a gritar Carlos, pero luego miró las paredes del pozo y notó que no había ningún túnel.
Había tenido un sueño muy grato y ahora le  correspondía volver a la prosaica realidad.



1 comentario:

  1. Que buen relato, amiga...me entusiasmé de principio a fin
    a veces los hombres estamos tan atiborrados de cosas que no vemos en verdad aquello que se tiene al lado y se valoriza a quienes realmente lo merecen y debe tenerse respeto.

    Así ha sido desde que se inició esta humanidad, pero muchos han olvidado que los más viejos
    tenemos muchas cosas por seguir entregando.

    Un abrazo.

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