A
Juan le habían asignado en la radio un programa literario, de media hora. Nada
más, porque la gente lee cada vez menos y no creían que fuera a tener mucha
audiencia. Le tocaba justo antes de que Zelma iniciara su espacio de Horóscopo
y consejos sentimentales.
De
todos modos, recibía algunos mails y llamados telefónicos que iba respondiendo
durante el programa. Le sorprendió mucho
que le llegara una carta por correo. Era un sobre blanco, chiquito y con letra
de mujer. ¿ Quién sería esa antigualla que todavía mandaba cartas manuscritas?
Se
echó el sobre al bolsillo y solo se acordó de abrirlo a la hora de acostarse.
La
carta la firmaba una tal Elena y le decía que era una fiel auditora de su
programa. Que le gustaba mucho la voz de
Juan y que mientras lo escuchaba, se imaginaba que estaban juntos, tomándose un
café y comentando libros.
Era
la típica mujer solitaria, de mediana edad, con la mente echada a perder por la
literatura romántica. Eso al menos fue lo que pensó Juan, algo despectivo.
Ella
le daba su dirección, por si quería contestarle. De correo electrónico no decía
nada, como si estuvieran a mediados del siglo veinte...
Juan
no pensaba escribirle, pero a la tarde siguiente, mientras comentaba el último
libro de Vargas Llosa frente al micrófono, se imaginó a Elena, atenta a la
radio, escuchándolo con interés.
Sin
saber por qué, se la imaginaba bajita, delgada, con cabello castaño. ¿ Y donde
viviría? Seguro que en una de esas casas
antiguas, en el barrio estación. De esas con una mampara de vidrio y un patio
interior embaldosado y con plantas en maceteros.
A
juzgar por lo reacia que era a lo moderno, tendría entre treinta y cinco y
cuarenta años. Soltera, solterísima....Y quizás si hasta viviría con una tía
vieja...
Y fue
con esa mujer, fruto de su imaginación, con quién empezó una correspondencia
que duró varias semanas.
Hasta
que al fin, ella le pidió que se juntaran a conversar en un café del centro.
Fiel a sus fantacías novelescas, le dijo que ella iría vestida de azul y que
él, para poder reconocerlo, llevara un libro en la mano.
Juan
se sentó en una mesa y puso ostenciblemente una novela de Cortazar junto a él.
Al
rato entró una mujer alta, morena,más bien regordeta y vestida de azul
eléctrico. Avanzó hacia él sonriendo y moviendo las caderas. Juan se sintió primero incrédulo y luego decepcionado.
Elena no era en absoluto la mujer menudita y delicada que se había imaginado.
Tomaron
café y conversaron un rato. Acabó por reconocer que era simpática y atractiva y de a poco, fue
sintiendo que la imagen que se había hecho de Elena iba retrocediendo hacia el
olvido dejando en su lugar a esa mujer morena y sensual que lo envolvía con su
charla.
Se
despidieron quedando de juntarse a la semana siguiente, en ese mismo café.
Pero
en la noche, al llegar a su departamento, Juan buscó las cartas de Elena. Las
volvió a leer y se le hizo más patente la sensación de que algo no encajaba. O
quizás la culpa era de él, que había creado una mujer ficticia que se ajustaba
más a sus sueños románticos.
Se
volvieron a encontrar en el café y una vez más, Juan rechazó hacia el fondo de
su mente la figura delgada de pelo castaño. La vivacidad de Elena y su
atractivo sensual fueron ganando terreno y desplazando a la otra, por completo.
Pero,
el Lunes, en la radio lo esperaba una carta. Reconoció la letra enseguida.
Ella
le contaba que ya estaba recuperada de su enfermedad, que hacía una semana le
habían dado el alta en la Clínica...Había lamentado tanto, decía, no haber
podido acudir a su cita en el café, pero esperaba que su amiga Isabel le
hubiera dado el recado.
¿ Sería
tan amable de ir a visitarla? La
dirección estaba en el reverso del sobre....
Era
una calle corta en el Barrio estación. Una casa antigua, con una mampara de
vidrio esmerilado. Le abrió una anciana que se presentó como la tía de Elena.
Lo
guió por una galería hasta un patio lleno de plantas. Allí, sentada en un
sillón de mimbre y arropada con una manta, estaba la mujer menudita, con melena
castaña.
Su
cara se iluminó al verlo y exclamó:
-¡
Qué alegría, Juan! ¡ Por fin podemos conocernos!
Muchas gracias por tu visita. Te sigo de aquí en más...
ResponderEliminarMe gustó tu cuento, Lillian, aunque elegiste no contar qué será de Isabel en la vida de Juan, o de Juan y Elena. O tal vez sólo quisiste que cada uno se escriba esa parte de tu bonita historia, muy bien narrada por cierto.
Abrazo.
Me gusta ese final abierto, mi imaginación se ha ido por varios posibles caminos y todos son excelentes para Juan.
ResponderEliminarUn placer conocer tu blog, Lillymarmat, te sigo.
Abrazo
Que entrete cuento , de esos que dan vuelcos ya te he leído algunos parecidos a este, pero me gustó que pese a todo él no se dejó engañar...
ResponderEliminarEstés muy bien cuidate mucho!