A los
quince años, Pablo empezó a sentirse muy fatigado en clase de gimnasia. Los latidos del corazón se le aceleraban al
máximo y perdía fuerza en las piernas.
Sus
padres lo llevaron al médico y los exámenes arrojaron una falla cardíaca congénita.
- No
se asusten- dijo el doctor- Este muchacho no corre ningún peligro, siempre que
lleve una vida tranquila. Nada de ejercicios violentos ni de emociones fuertes.
-Pero
¡ cómo!- exclamó Pablo, enojado- ¡ Voy a vivir como un viejo de cincuenta años!
El
doctor lo miró con dureza:
-¡
Peor sería que no llegaras a los cincuenta años ! ¿ No crees?
Desde
entonces sus padres lo cuidaron como si fuera un frágil cristal a punto de
quebrarse. No le exigían ningún esfuerzo y para que no se alterara, le daban el
gusto en todo.
Esto
último no era difícil, porque Pablo no deseaba nada. Se sentía abatido y todo
le daba lo mismo. Desarrolló un carácter taciturno.
Ya
que no podía hacer deportes, se volvió un lector apasionado. Todas las tardes,
al volver del Liceo, se encerraba en su pieza a leer.
Una
tarde calurosa, en que estaba sentado en la puerta de su casa, con un libro en
la mano, frente a él se detuvo una chica.
-¡
Hola! - le dijo con soltura- Soy Lucy, tu vecina. ¿ Vamos a andar en bicicleta?
-No
puedo andar...-alcanzó a decir Pablo y luego se corrigió- No tengo bicicleta.
-¡
Bah! ¡Qué lata ! Pero, no importa. Vamos a pie hasta la Plaza
y nos tomamos un helado.
Pablo
no se pudo negar. Ni tampoco quería, porque desde el primer momento la había
encontrado encantadora.
Mientras
caminaban , la miraba de reojo y se sentía cada vez más atraído por ella. Era
pecosa, con hoyuelos en las mejillas y no se cansaba de charlar, lo que
resultaba muy cómodo a Pablo, a quién no
se le ocurría nada que decir.
Como
no asistía a fiestas, no había tenido la oportunidad de alternar con chicas y
no sabía como tratarlas.
Compraron
helados y se sentaron en un banco de la Plaza. La suave brisa de la temprana
primavera les llevaba el olor de los aromos, florecidos en todo su esplendor.
Pablo
pensó que hacía tiempo que no se sentía tan bien y se le escapó un suspiro de
satisfacción.
Cuando
se despidieron en la puerta de la casa de ella, Lucy se puso de puntillas y lo
besó.
Pablo
enrojeció y su corazón empezó a latir violentamente.
Tuvo
miedo. El médico le había dicho que evitara las emociones.... Pero ¿ cómo
abstenerse de vivir?
Rabioso,
quiso rebelarse contra todos los cuidados de inválido que le habían prodigado
hasta ese entonces y que él había aceptado con resignación.
Pero, poco le duró su rebeldía. Esa noche, en
su cama, un dolor sordo en el pecho lo mantuvo desvelado " Es un aviso"-pensó.
A la
mañana siguiente le dijo a su mamá que quería irse unos días al campo, a la
casa de su tío.
Le
dijo que había quedado cansado de los exámenes de fin de curso y en Santiago
hacía mucho calor.
Se
quedó allá todo el verano.
Esa
fue la única posibilidad de amar que tuvo en su vida.
Pasaron
los años. Sus padres murieron y se quedó solo.
Entonces
se entregó por completo a su profesión de arquitecto, evitando cualquier
emoción que pudiera alterar la gris uniformidad de su vida.
Y así
llegó a los cincuenta años.
Una
tarde en que estaba sentado en un banco del parque, se sentó a su lado una
mujer.
No la
miró, pero sentía su presencia y un extraño perfume que le recordaba el musgo y
los líquenes de un bosque, lo envolvió agradablemente.
-Desde
aquí se escucha claramente el rumor del río- dijo ella con naturalidad.
Pablo
se volvió a mirarla y vio que era hermosa. Morena, de rostro pálido, muy
delgada. Iba envuelta en un abrigo gris
que le rozaba los tobillos.
Ese
año, el otoño había llegado muy pronto y una brisa fría les llegaba en ráfagas,
por entre los árboles casi desnudos.
Ambos
se quedaron en silencio. Pablo sentía la proximidad de la mujer en cada fibra
de su cuerpo. Emanaba de ella una serenidad tan dulce, que calmaba su espíritu.
No
podía evitar mirarla de reojo cada cierto tiempo y ella le devolvía la mirada
con franqueza y le sonreía. En su sonrisa tranquila no se notaba ninguna segunda intención ni un amago de coquetería.
A
Pablo le parecía como si hubieran estado destinados a encontrarse y esa fuera la culminación de una larga espera.
Pero,
de nuevo tuvo miedo de amar. Sabía que
su corazón no podría resistir una emoción violenta. Que tenía que elegir entre
amar o vivir. Y quería vivir....Aunque fuera una existencia vacía y sin
alicientes.
Se
levantó del banco, y esbozando un leve gesto de despedida, se alejó.
Ella
lo miró en silencio. Su sonrisa se hizo levemente irónica. Pero no dijo nada.
Pablo
decidió no volver a ese banco del parque, aunque era su favorito. Tenía miedo de volver a encontrarla.
La
tarde siguiente, buscó otro rincón sombrío, bajo un árbol desnudo. A sus pies,
una alfombra de hojas doradas parecía crepitar, como si el sol de la tarde la
incendiara.
Al
poco rato, sintió que alguien se sentaba a su lado y un aroma de bosque y musgo
lo envolvió como un manto. No necesitó mirarla para saber que era ella.
¿
Cómo lo había encontrado?
La
miró queriendo interrogarla, pero ella le sonrió apaciblemente.
-Aquí
también se está muy bien- comentó- Es tan bueno disfrutar de este último sol,
que aún entibia...
Esta
vez, Pablo no sintió deseos de
huir. Al contrario, quiso hablar.
Confiarle a ella su temor de amar. Ese temor que había hecho su vida tan
triste, como una ciudad gris en la que siempre llueve...
Ella
lo escuchó en silencio y cuando Pablo enmudeció, puso su mano sobre la suya, envolviéndola en
una caricia.
- A
mí puedes amarme, Pablo. Puedes entregarte a mi sin recelo.
El la
miró asombrado de que conociera su nombre y en la profundidad insondable de sus
ojos, vio la verdad de su destino.
-Eres
la Muerte ¿ verdad?
- Sí,
soy la Muerte. Pero también soy la amada que tanto anhelaste encontrar.
Pablo
se entregó a sus brazos y ella depositó un beso frío en sus labios ardientes.
En
ese instante, su corazón dejó de latir.
Vaya...este siguió una vida , vivió lo que podría tomar de ella sin tanto desbarajustes el estar con otro...
ResponderEliminarpues el amor es una eterna discrepancia en el caminar ..
.hay tantos tipos de amor además, pero al parecer el se negó a lo que realmente le importaba...
vivió lo que estaba predestinado tal vez vivir...
Me quedé preguntándome ¿cómo sería vivir sin amar?. ¿Es posible vivir sin sentir amor, sin expresar ni sentir?. ¿Se podría vivir feliz sin entregar ni recibir afecto. Lo dudo. El ser humano nació para conjugar el verbo amar.
ResponderEliminarAbrazos querida Lily.