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domingo, 9 de octubre de 2022

EL ANCIANO CABALLERO.

 Amalia se había quedado sola. Su sueño de amor había durado demasiado poco.  Se afligía menos por ella misma que por el niño, que tenía apenas dos años y crecería sin la imagen de un papá. 

Pronto notó que el dinero le alcanzaba apenas y decidió arrendar la mejor habitación de la casa. Primero llegó una joven de provincia, que se quedó pocos meses y luego, una mañana, apareció el anciano caballero.  Erguido y digno en sus ropas algo gastadas y  pasadas de moda, llegó portando una única maleta.

A Amalia le agradó de inmediato. Tenía una cara triste, surcada de arrugas pero en sus ojos grises quedaban todavía destellos de juventud.  Empezó a salir todos los días a caminar por el barrio y con frecuencia volvía con algún dulce o un modesto juguete para el niño. Este fue de a poco tomándole apego y terminó trepando a sus rodillas sin mediar invitación.

  Todas las noches, después de acostar al niño, Amalia empezó a llamar a su huésped, para que se sentara con ella  junto a la estufa.  Mientras ella tejía, él leía algún libro o se quedaba en silencio, contemplando la llama. Pero una noche, clavó en ella sus ojos tristes y le preguntó por qué estaba sola y si no tenía familia.

Amalia le contó que había perdido a su mamá hacía dos años. De su papá no recordaba nada. Nunca había visto una fotografía suya y las pocas veces que había preguntado por él, su madre había guardado un silencio reticente. Había terminado por convencerse de que había muerto.

Al principio, el anciano inclinó la cabeza sin hablar, pero luego, aunque Amalia no se atrevía a preguntarle nada, empezó un relato entrecortado por los suspiros.

  Dijo que se había casado enamorado y y era padre de una niña  a la que quería mucho. Pero desgraciadamente, tenía el vicio del juego. Era lo que llaman un ludópata. Para cubrir una deuda, había malversado un dinero en la empresa donde trabajaba y terminó en la cárcel.  Cuando cumplió su condena, su mujer le pidió que no volviera. Le dijo que se avergonzaba de él y que prefería decirle a la niña que había muerto. Desolado, partió a trabajar a provincia. No volvió a acercarse a una mesa de juego, pero de su mujer y de su hija nunca más volvió a saber.

-Lo que más quisiera- suspiró- es abrazar a mi hija. Ahora es adulta y talvez si yo le contara, entendería mi sufrimiento y me daría su perdón.

A la mañana siguiente, no se presentó a desayunar. Amalia pasó largo rato aguzando el oído, para sentir algún movimiento en su habitación, pero fue en vano.

Intranquila, terminó por entrar y lo vio inmóvil en la cama. Sus ojos la miraban angustiados y se notaba que trataba de hablar sin conseguirlo. Amalia comprendió que había sufrido algún ataque y llamó a una ambulancia.

Corrió a la casa de su vecina a dejarle al niño y luego se fue con el anciano, junto a la camilla, sosteniéndole la mano todo el tiempo. 

El médico lo examinó brevemente y ordenó que quedara hospitalizado.

La enfermera que lo ingresó le pidió a Amalia que llevara los documentos del paciente y que mirara entre sus papeles a ver si tenía algún seguro médico.  Amalia corrió a su casa y con cierto pudor abrió el cajón de la cómoda  en que el anciano guardaba su escasa ropa. En una caja de cartón encontró lo que buscaba, pero llamó su atención una vieja fotografía en la que aparecían dos recién casados. Con estupor reconoció a su madre. Confiada y orgullosa, se apoyaba en el brazo del mismo hombre que ahora, envejecido pero reconocible, yacía en la cama del hospital.

Amalia regresó  caminando como sonámbula. Una felicidad triste,  una especie de nudo de alegría y llanto le apretaba la garganta. 

Al llegar, el médico le informó que el paciente estaba reaccionando. Que había sido un ataque vascular leve y le aseguró que de a poco iría recuperando el habla. Con ejercicios adecuados, se restablecería también el movimiento de su brazo.

Amalia se acercó a la cama del anciano caballero. Apretó entre las suyas la mano que yacía inerte sobre la sábana y le dijo en un susurro:

-Pronto nos iremos a casa, papá.




8 comentarios:

  1. Saludos estimada.
    Un escrito que levanta el ánimo, primeramente por la generosidad de la mujer , que es capaz de abrir su corazón y aceptar a su padre...un tiempo relevante para concoerse.
    Un abrazo.

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    1. Gracias, Meulén. Este cuento me hace feliz. Y tú tienes razón, tienen tiempo por delante para acercarse uno al otro.

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  2. Preciosa historia Lillian. Perfectamente dosificador los datos. Tal como se va desvelando el misterio de su identidad, se va abriendo el misterio de su supervivencia.
    Menos mal que lo salvas.
    Una nueva familia
    Abrazoo Llilian

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    1. ¿ Ves que no soy tan cruel y que, de vez en cuanto, dejo que los cuentos terminen bien? Los dos están tan solos y ahora es tiempo de hacerse compañía.

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  3. La vida siempre da una segunda oportunidad y, he aquí, como dos personas tienen la oportunidad de reencontrarse.
    Besos Lilly

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  4. No es que la vida te da otra oportunidad, vos tarde o temprano tendrás oportunidad de dársela... Sólo estate atento. Me encantó, Lillian. Muy logrado tu mensaje, hayas querido o no darlo.

    Abrazo hasta vos.

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    1. Creo que sí quise decir que hay esperanzas cuando se pide perdón y se entrega amor.

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