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domingo, 30 de octubre de 2022

VIVIR ME MATA.

Cuando Juan despertó esa mañana, comprendió que estaba muerto.  La primera advertencia que recibió fue no poder abrir los ojos. Trató inútilmente de levantarse, pero fue como pretender mover una tonelada de plomo. Entonces le quedó claro que su cuerpo ya no le pertenecía. Automáticamente, se encontró fuera de él, mirándolo yacer entre las sábanas, descolorido y lacio como un pescado.

Sentada a los pies de la cama vio a su alma, puliéndose las uñas con aire despreocupado.

Al verla, ya no le quedaron dudas. Pensó que en su vida había cometido todos los errores imaginables. Se había enamorado, casado y divorciado...¡ Y ahora estaba muerto!

Como era evidente que la cosa no tenía remedio, trató de relajarse. Vio que su alma se había apartado de la cama y estaba ahora maquillándose frente al espejo.

-Y tú ¿ para qué te acicalas tanto?  -le preguntó con fastidio- ¿ Acaso no te has enterado de que estamos muertos?

-Por eso mismo lo hago. Pienso irme al cielo y quiero llegar allá con buen aspecto.

-Dudo de que puedas entrar al Cielo...Acuérdate que morimos por una sobredosis de cocaína.

-¡ No me incluyas a mí en las tropelías que cometías con tu cuerpo!  Yo me mantenía al margen y conservé siempre mi blancura, como en esas propagandas de detergente.

-Es cierto. Y te pasabas atormentándome todo el tiempo con tus dudas existenciales.  ¡ Tus coqueteos con Dios no me dejaban ser ateo tranquilo !  Ahora por fin me voy a librar de ti...¡ Estar muerto tiene algo bueno, después de todo!

Juan quiso  salir a la calle, pero ésta había desaparecido. En su lugar vio un ancho río que trascurría lento y una barca que permanecía anclada en la orilla.

-¿ Me esperas a mí?- le preguntó al barquero, un tipo rudo con la cara cubierta de pelos.

-¡ Sí!  Tú eres el último que me toca recoger en este turno- le respondió el barbudo- Yo soy Caronte y mi tarea es conducirlos a su última morada.

Juan notó entonces que la barca estaba atestada de gente, todos pálidos y silenciosos, como si ya no les quedara nada por decir o estuviera demasiado abatidos como para querer decir algo.

-¿ Trajiste el importe del viaje?- le preguntó Caronte.

-¡ Oh!  Hace tiempo que no llevo dinero encima. ¿ Puedo pagar por internet?

-¡ Claro que no!  Pero, sube de todas maneras. ¡ Ya nos estamos demorando demasiado!

Se inclinó a un costado de la barca y recogió agua del río en una copa.

-¡ Tómatela!  Este es el río Leteo y quién toma de sus aguas olvida todo lo que vivió.

-¡ No quiero!  Mis recuerdos felices son lo único que me queda...

-Lo siento, pero no tienes opción- insistió el barquero impaciente y Juan, ofuscado, se lanzó por la borda.   Al hundirse, tragó agua y automáticamente, se olvidó de todo.

Caronte, acostumbrado a ese tipo de incidentes, lo subió a la lancha asiéndolo por el cuello e iniciaron la navegación sin contratiempos. 







5 comentarios:

  1. Es que hay gente que es impresentable durante su vida y también durante su muerte. Olvidarlo todo debe ser un rollo después de todo el tiempo invertido en aprender. Espero que vaya a alguna biblioteca de recuerdos colectivos. Aunque sea en Internet.
    Abrazooo, Lillian

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  2. Querido Gabiliante, creo que hay gente que se moriría, literalmente, por poder olvidar...

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  3. Todo trasunta con ácida ironía. Me encanta eso. Sobremanera...

    Abrazo encantado, Lillian.

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    Respuestas
    1. Gracias, Carlos. A mí me encanta bromear sobre la Muerte, no sé por qué.

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  4. Vaya, si así fuera el paso final...fácil la tienen todos no?
    Pero se sabe que hemos de pensar mejor de como vamos a irnos a ese lado...
    Abrazo.

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