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lunes, 19 de septiembre de 2022

TARDES EN EL HOSPITAL.

Llevaba más de una semana en el hospital. Me sentía bastante mal y pensé que me quedaban pocos días de vida, cuando gente extraña empezó a venir a verme, fuera de las horas de visita.  Noté que las enfermeras pasaban de largo sin notar su presencia y era evidente que la única que las veía era yo.

La primera que vino fue una señora gorda vestida de gris. Llevaba uno de esos sombreros con velo que se usaban en los años treinta. Llegó un poco sofocada y se dejó caer en la silla que había al lado de mi cama.

-¡ Ay!- suspiró, abanicándose con el pañuelo- No le extrañe mi falta de aire. Morí del corazón y en mis últimos días, no podía andar ni media cuadra sin perder el aliento. Por eso, algunos dijeron: Por fin descansó la pobre. Pero, sigo igual, aunque ahora camine por la otra vereda. Ud. me entiende...

La miré aturdida, dudando de  si me encontraba despierta. En ese momento vino una enfermera a darme un sedante e hizo caso omiso de la gordita. Ella ni se inmutó por el desaire. Se notaba que se había acostumbrado a pasar desapercibida. 

Pensé que era la Muerte que venía a buscarme y me alcanzó a dar un escalofrío, pero ella me tranquilizó en seguida:

-Mire, pasé un ratito no más, porque tengo que hacer otras visitas. Resulta que este mes soy yo la encargada de repartir el  " Manual de Convivencia en el Otro  Mundo."

La miré extrañada y ella me explicó con paciencia:

-Lo que pasa es que la gente llega allá sin preparación ninguna. No aceptan la realidad y se lo pasan buscando alguna puerta para volver para acá. Alborotan con sus quejas, dicen que se murieron por error y se empecinan en hacer apariciones extoplasmáticas que dejan a los vivos erizados de espanto. En general, muestran una falta de criterio y de urbanidad que es necesario corregir con estas normas.

Me entregó un librito de tapas grises y acomodándose el sobrero, se paró de la silla y se alejó. En realidad, no supe si se había ido o  se había desvanecido.  Metí el librito debajo de la almohada, para leerlo después y amodorrada por el sedante, me dormí sin haberme recuperado todavía de la sorpresa.

A la mañana siguiente, no encontré el manual y aliviada, decidí que todo había sido un sueño. Pero, bien poco me duró la tranquilidad, porque dos días después, recibí otra visita fuera de horario.  Esta vez era un hombre flaco, de terno y corbata.  Tan flaco, que los huesos de la cara pugnaban por asomársele por la piel.

Al notar que yo lo miraba alarmada, sonrió con tristeza y me dijo:

-No se preocupe, solo vine a acompañarla un rato, para que no se le haga tan larga la tarde.

Miró hacia la ventana y se quedó absorto contemplando caer la lluvia.

-Allá también llueve- observó melancólico- No es tan distinto de acá. Se va a acostumbrar, se lo aseguro. Hay más gente con quién conversar. Aquí andan todos apurados por llegar a alguna parte. Allá no tenemos ninguna parte a la cual llegar. El tiempo no existe y si existe, a nadie le importa ya.

El dudoso pronóstico de que me iba a acostumbrar muy  luego me había dejado sin habla. Al notar mi silencio,  se acomodó en la silla y continuó hablando.

- Me morí solo en una pieza de pensión. Me encontraron a los tres días, cuando la dueña  fue a cobrarme la mensualidad. En cambio, ahora tengo harta gente dispuesta a conversar conmigo. Todos los días llega un bus con nuevos habitantes. Es cosa de ir al paradero y acompañarlos a recorrer el barrio...

Me miró con simpatía y me dio unos golpecitos en la mano.

La retiré bruscamente y le contesté con rabia:

-  Yo no tengo ganas de irme todavía.

-No se preocupe, ya las tendrá. La Muerte no anda a tirones con la gente. Llega suavecito y lo mejor es que se parece a la mamá de uno.  Es tan sabia que toma la apariencia de la madre de cada uno. Así, nadie vacila en seguirla...¿ Quién no querría volver a su regazo?

Se paró de repente y me dijo: 

 -Ahora me voy, porque hace  demasiado rato que ando por aquí. Pero estaré en el paradero de buses, cuando usted llegue. ¡ La estaré esperando!

Me sentí muy poco inclinada a agradecerle su gentileza y esa noche me costó más quedarme dormida. A la mañana siguiente, al abrir los ojos vi a una mujer idéntica a mi madre parada al lado de mi cama.  Acordándome de las palabras del flaco, imaginé que era la Muerte.

-¡ Ay! ¡ No me quiero ir todavía!  ¡ No me lleve, por favor!

Mi mamá me miró consternada:

-¡ Qué te pasa!  ¿ Te volviste loca?  Los médicos te dieron el alta y te vine a buscar para llevarte a la casa.




12 comentarios:

  1. Brillante, Lillian. Qué agregar, excepto, envíalo a un concurso... Tiene todos los elementos y "condimentos" de un excelente relato para enmarcar!!

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    1. Querido Carlos, gracias. A mí también me gusta. Pero en un concurso le iría mal porque les carga que uno hable de la muerte. Nadie se toma el tema con humor.

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  2. ¿Que te pasa? ¿Te volviste loca?
    Todo lleno de espiritus y muestras de bienvenida, libros de preparacion, ¿y la salvas?
    Nos tienes acostumbrados a transitos imperceptibles, y este... estaba demasiado claro,para no sorprendernos.
    Hay varios puntos muy buenos, como ña sonrisa triste y sobre todo, la muerte wue se parece a la madre. Esta genial, el relato.
    Besoss Lillian

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    1. Gracias, querido Gabiliante. Me entretuve mucho escribiéndolo.

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  3. Los hospitales tienen miles de historias. Cuando mi madre estuvo hospitalizada me ponía a conversar con la enfermera y con los otros pacientes. Las noches son pródigas para escribir cuentos de misterio.
    El final muy bueno, la pobre pensaba que venían por ella, por suerte, era su madre.
    Besos Lillian

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    1. Gracias, Tatiana. En realidad, el hospital es cosa muy triste y los días son eternos.

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  4. ¡Qué imaginación tienes! Este relato es muy divertido y tiene un tono de humor fino que me ha encantado. "La muerte no se anda con tirones", jajaja, qué bueno.
    Besitos.

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    1. Qué bueno, querida Noelia, que tus comentarios han aparecido en mi blog. Me encanta pensar en que los lees y te hacen sonreír.

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  5. En estos tiempos tener humor es un buen certificado para vivir

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    1. Querido Juan, solo el sentido del humor nos salva. No hay que tomar en serio a la Muerte. Así, nos moriremos riendo.

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  6. Del humor hay que aprender en mucho saber como mirar la hora inevitable de este mundo al otro.
    Besos.

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    1. Tienes razón, Meulén, hay que sonreír para derrotar la melancolía de la vida.

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