Lorenzo
la conoció primero. Siempre se me adelantaba en todo. En las notas de los exámenes, en las competencias deportivas...
El
día en que la trajo al grupo, la presentó como su novia. Se veía orgulloso de
su conquista y aceptó sin molestarse todas las bromas de los envidiosos de
turno.
Le rodeaba el talle con su brazo y ella se
arrimaba a él, callada, pegada en los labios esa sonrisa enigmática que
tenía...Como si viniera de vuelta de todos los misterios. Creo que si los gatos
sonrieran, lo harían como Leticia.
Vuelvo
a verlo a él, con la nariz pecosa y el pelo rojo cayéndole sobre la
frente. En el liceo le decíamos de
todo: Solferino, Zanahoria, pero a él no
le importaba. Creo que le gustaba sobresalir
con su pelo que parecía un incendio. Y era evidente que no pasaba
desapercibido frente a las mujeres...
Me enamoré
de Leticia desde el principio. No sé qué tenía.
Creo que era esa cosa enigmática, ese distanciamiento que la rodeaba
como un muro y que a Lorenzo no parecía afectarlo en lo más mínimo.
Traté
de no verlos, de apartarme del grupo... Pero en todas partes me los encontraba.
Luego
me conformé pensando que se me iba a
pasar, por lo inutil que resultaba mi sentimiento. Ella no miraba a nadie,
excepto a Lorenzo.
Era
evidente que estaban locos uno por el otro. El lo demostraba en mil gestos de
posesión y apasionamiento. Ella, sólo en la mirada que le clavaba todo el
tiempo, como si dejar de mirarlo fuera para ella como dejar de respirar.
Cuando
él murió en un absurdo accidente de motocicleta, ella pareció derrumbarse. En
el funeral, se abrazó al ataúd llorando como una loca. Tuvieron que sacarla
entre varios...
Después
del entierro, desapareció. Estuvo cerca
de siete u ocho meses fuera de Santiago.
Varias
veces fui a su casa a preguntar por ella.
Su mamá me decía que andaba en provincia, visitando a una tía y eso era
lo único que lograba sonsacarle a su silencio de esfinge.
Cuando
volvió, parecía cambiada. Pero yo seguía amándola y no perdía la esperanza de
llegar a conquistarla. Empecé a frecuentarla, a invitarla a salir con el
pretexto de que se distrajera. No creía ni por un instante que hubiera olvidado
a Lorenzo, pero confiaba que con el tiempo se fuera calmando en ella el
recuerdo lacerante.
Seguí
insistiendo con paciencia, no evidenciando ningún sentimiento que no fuera la
estimación de un amigo....y creí que al final iba logrando que me quisiera un
poco.
Se
veía más serena y la sorda desesperación que al principio parecía
embargarla, había ido desapareciendo de
sus gestos. La tensión de todos sus miembros se había ido ablandando y
transformándose en un dulce abandono.
Sobre sus labios volvía a flotar aquella sonrisa ....
Una
tarde, de súbito, noté que me miraba con ternura. La esperanza me atravesó como
un rayo y cogí su mano abandonada sobre la mesa del café.
-¡
Leticia! ¿ Será posible que me quieras
un poco?
Ella
sonrió y no retiró su mano de entre las mías. Temblando de pasión volqué en
palabras todo el amor que venía callando desde hacía más de dos años.
Le pedí que se casara conmigo y me atreví,
pobre loco, a decirle cuanto ansiaba que tuviéramos un hijo...
Se
puso pálida como una muerta y gritó que no, que no quería hijos. Después se
paró violentamente y salió del café casi corriendo.
Estuvimos
varios días sin vernos. Después ella volvió a su actitud extraña, a su misterio
indescifrable. Ni una disculpa me dio de su arrebato de aquella tarde.
Entonces
decidí espiarla, seguirla. Sé que fué una bajeza, pero estaba enloquecido. La
frustración de no poder llegar hasta ella, de chocar una y otra vez contra esa
pared de hielo me trastornaba.
No tenía
celos de otro hombre, presentía que en su vida había algo más.
Una
tarde caminé detrás de ella hasta la estación del Metro. Logré subir al mismo
carro, confundido entre la multitud que viajaba a esa hora.
Me
bajé en la misma estación, sin que ella lo notara. Caminaba rápida, como presa
de una ansiedad que nunca antes le había visto.
Se
adentró por una callecita corta de un barrio periférico. La ví detenerse frente
a una casa más bien modesta y sacar una llave de su cartera.
Pero
antes de que alcanzara a usarla, la puerta se abrió. Por ella salió una mujer
vestida con un delantal blanco, precedida de una niño de no más de dos años.
-¡
Mamy !- gritó y se abrazó a las piernas de Leticia. Ella apretó contra su
cuerpo la tierna cabecita, cubierta de
rizos rojos.
- ¡
Lorencito, mi amor!- exclamó, tomándolo en sus brazos y juntos entraron en la
casa.
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