Joel
tenía diecisiete años y no quiso seguir estudiando. Así es que se empleó como
ayudante de jardinero para trabajar con su tío Juan.
Todos
los días salían muy temprano y se iban a una enorme casa, rodeada de jardines y
prados, que había en las afueras del pueblo. Nunca faltaba qué hacer, plantar
las flores de temporada, regar , podar los arbustos ....
De
vez en cuando aparecía el patrón, Don Pedro, y daba órdenes precisas. Aveces
pedía que cortaran un ramo de rosas y lo llevaran a la casa. Nunca entraban,
por supuesto. Los atendía Fabiola, en la
puerta de la cocina y poniendo el ramo en un jarrón de porcelana, lo llevaba al
comedor.
Fabiola
era la cocinera y trabajaba ayudada por Nancy, una chiquilla flaca de mirada
socarrona.
Almorzaban
con ellas en la cocina y nunca veían a nadie más. Joel pensaba que el patrón
vivía solo y le impresionaba tanto lujo y tantas cosas ricas apiladas en la
despensa, cuando nadie iba nunca para disfrutar de ellas.
Un
día que Joel regaba los rododendros, levantó la vista, no sabía por qué y vio a
una niña rubia asomada a la ventana del segundo piso. Era muy bonita. El pelo dorado le rodeaba la cara y la hacía
parecerse a la Madonna que la mamá de Joel tenía en un cuadro de su dormitorio.
La expresión que mostraba, triste y angustiada
lo impresionó . Ella lo miraba fijamente y parecía que quería decirle algo.
Al
otro día, le preguntó a Fabiola quién era la niña rubia del segundo piso y por
qué nunca bajaba al jardín.
La
mujer lo miró molesta.
-
Estás soñando. Allá arriba no hay nadie.
Pero
Joel vio que Nancy le hacía un guiño de complicidad y negaba con la cabeza.
Apenas
pudo, la llamó afuera de la cocina y la interrogó.
-
¡Claro que hay alguien arriba! Yo veo a la Fabiola que sube bandejas con
comida. Parece que está enferma, porque bien seguido sube a verla un doctor...
Pero no preguntes nada. En esta casa todos están locos.
Desde
entonces, Joel procuraba trabajar cerca de la casa y miraba la ventana que
siempre estaba cerrada.
Un
día se abrió y se asomó la niña. Echó medio cuerpo afuera y mirándolo
fijamente, le arrojó un envoltorio pesado.
Era
una pulsera de oro envuelta en un papel. Joel leyó lo que había escrito:
-¡
Ayúdame! Me tienen secuestrada.
Quedó
consternado.La niña lloraba y juntaba
sus manos en un gesto de súplica. Más que nunca se parecía al cuadro de la
Madonna. Sólo le faltaba el puñal atravesando su corazón.
En
eso, la vio retroceder asustada. Alguien
había entrado a la pieza. Era don Pedro, que la tomó de los hombros y la
arrastró lejos de la ventana. Ella se resistía, impotente.
¿Qué
hacer? Joel no le dijo nada a su tío
pero decidió salvarla. ¿ Cómo podían ser tan crueles y tenerla encerrada
ahí? Eran órdenes de don Pedro y todos
tenían que fingir que no sabían nada.
Varios días después, ella volvió a asomarse
y a mirarlo suplicante. Joel le hizo señas y con los labios moduló: Esta
noche. En seguida le mostró sus dedos indicando las doce.
Esa
tarde fingió salir de la propiedad , pero se escondió en el cobertizo de las
herramientas. Ya había notado que ahí había una escalera bien larga que podría
servir para el rescate.
Las
horas se le hicieron eternas mientras transcurría la noche.
Una
lejana campana dio las doce y Joel salió de su escondite llevando la escalera.
En la
ventana estaba la niña y de inmediato empezó a bajar con cuidado los peldaños.
Llevaba un abrigo y una cartera.
Al
llegar abajo, sonrió y le apretó la mano. Tenía los ojos azules, grandes y
sombreados de pestañas oscuras. Joel
pensó que nunca había visto una mujer tan linda en toda su vida.
-¡
Tengo que ir a Santiago a denunciarlos !- dijo ella, decidida- Son una banda de
secuestradores...Tomaré el tren ahora y
llegaré a Santiago mañana.
-Pero
¿ esta noche ? No tiene miedo de andar
sola...
Ella
no le hizo caso y gimió, mirando su cartera vacía.
-¿Como
voy a comprar el pasaje ? Ellos me
quitaron todo mi dinero...
Joel
no dudó en echar mano a su bolsillo y le entregó todos los billetes que tenía.
¡Por suerte le habían pagado el día anterior !
La
niña se perdió en las sombras y Joel se dirigió a la casa de su tío. Se sentía
orgulloso de su hazaña. Casi no pudo dormir de tan contento que estaba. Pensó que al día siguiente debería advertirle
a su tío para que no siguieran trabajando en esa casa. Ese tal don Pedro no era
lo que parecía...Y seguro que ese, que pasaba por médico, tampoco.
Cuando
en la mañana, temprano, llegaron a la casa, vieron dos autos en la entrada. Uno
era de la policía y el otro, del médico. El patrón estaba pálido y se retorcía
las manos desesperado. Fabiola lloraba o
fingía llorar, mientras Nancy se escondía detrás , comiéndose las uñas. Apenas
vio a Joel le dirigió una mirada maligna, como si lo adivinara todo.
El
tío Juan se acercó a Fabiola y en voz baja le preguntó qué pasaba.
-¡ Se
escapó la señorita!
-¿
Cual señorita?
-La
hija de don Pedro. Está trastornada hace años. Yo la cuidaba lo mejor que
podía, junto con el doctor. Don Pedro no quería internarla, decía que sería
peor...Su obsesión era irse a Santiago a
buscar a no sé quién. Pero ¡está tan cambiado Santiago! No va a reconocer
nada... ¡Seguro que se pierde y quizás
qué cosa le puede pasar!
Fabiola
rompió a llorar y se tapó la cara con el delantal. Joel sintió que se
desmayaba. Nancy lo miraba con una chispa de burla en sus ojos saltones.
Los
de Investigaciones los estuvieron interrogando largo rato. Pero el tío Juan no
se movía de su declaración: Ni su
sobrino ni él habían visto nunca a la señorita. No sabían siquiera que vivía
ahí.
Al
fin se convencieron de que decía la verdad y se fueron. A Joel ni lo tomaron en
cuenta.
Pero
él sentía que los ojos de Nacy lo perseguían y estaba seguro de que ella no iba
a descansar hasta averiguar la verdad. Y si se lo decía a don Pedro...
Esa
misma noche le informó a su tío que se iba para el Sur. Su mamá estaba enferma
y quería ir a acompañarla.
Antes
que amaneciera ya estaba en la estación.
De un
tren le pareció ver bajarse a la niña rubia.
Corrió hacia ella.
- ¡
Señorita! ¡Qué bueno que volvió...!
Pero
era una desconocida que lo miró con extrañeza y se perdió en la niebla del
amanecer.
Nunca
supo si la habían encontrado...
Las temidas enfermedades mentales que no permiten la felicidad de los que la padecen y, arrastran a confusiones a los que llegan a sus vidas.
ResponderEliminarAbrazos querida Lily.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarrespondiendo a José: ¡ Vaya, José que te sentiste intrigado con este cuento! Tienes más imaginación que la que escribe. En realidad, sólo se trataba del chasco de un pobre chiquillo algo ingenuo, que quiso jugar a ser héroe.
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